lunes, marzo 21, 2005

RAMÓN BESA ¡Manolo, guanyarem la Lliga!


Aunque igual resulta que con sus amigos era una persona habladora, o cuanto menos su gruesa ironía podía levantar la charla más banal, Manolo Vázquez Montalbán parecía un hombre de pocas palabras y de muchas letras. A cualquier petición respondía siempre con dos preguntas: "¿Para cuándo? Y ¿cuántas líneas?" Infatigable y muy cumplidor, escribía mucho y bien, deprisa y de lo que fuera menester, porque sabía tanto de Kubala como de Di Stéfano, de Maradona como de Cruyff, del Barça como del Madrid, de Gil como de Núñez, de Porta como de García, de Les Corts como del Camp Nou, de Franco como de Berlusconi, de Beckham como de Ronaldinho.Lúcido y comprometido, su capacidad de análisis era tan precisa como agradecida. La previa más rutinaria cogía un vuelo extraordinario si se complementaba con un artículo de Manolo porque, puestos a dignificar el fútbol y la gastronomía cuando ni una cosa ni la otra estaban bien vistas en un escritor comunista, supo honrar incluso a uno de los más comunes de los nombres de pila. Fue el columnista perfecto para el editor, para el redactor jefe y para el lector. La firma le daba nobleza al diario, el texto aliviaba a la sección y el aficionado se sentía recompensado. Igual de fiable era contextualizando lo normal que lo excepcional.
Tocaba muchas teclas porque le interesaban varias cosas y sabía tanto de todo que sus artículos eran enriquecedores. No hacía distinciones entre una novela, un poema o un texto futbolístico, ni necesitaba utilizar seudónimos para diferenciarse o distanciarse, sino que simplemente cambiaba de ordenador y aplicaba la misma lógica, el rigor de siempre, el interés de cada día, la pasión y curiosidad que precisa el periodista. Manolo escribía para todas las secciones, y a partir de sus columnas, la gente de fútbol aprendía historia, la de política sabía de poesía y en cultura se hablaba de la copla y de restaurantes.
Uno de los mejores certificados de garantía para las páginas de deportes del diario fue durante mucho tiempo la rúbrica de Vázquez Montalbán, un barcelonista universal y, como tal, reconocido igualmente en Madrid y en Barcelona, en Milán y en Buenos Aires. No valían las dobles versiones porque practicaba un subjetivismo objetivable y ejerció la militancia culé desde el conocimiento, el criterio y, sobre todo, el sentido común. No había corresponsal extranjero que antes de iniciar su nota sobre el Barça no llamara al periódico para contactar con Manolo. Y él, siempre didáctico quizá porque era de formación precisamente más autodidacta que académica, no sólo respondía de acuerdo a las necesidades sino que daba el titular.
Lapidarias han sido la mayoría de sus definiciones, y pocas veces el nombre de Barça ha tenido tanta fuerza fuera del estadio como cuando presidió el célebre artículo que publicó en Triunfo: "Barça!, Barça!, Barça!". La onda expansiva liberó tanto a los militantes que temían ser dados de baja del partido por su afición al fútbol como a los escritores que no se atrevían a confesar su adicción al juego. ¿Y que era el Barcelona para Manolo? Muy bien podía ser "el desarmado ejército simbólico" de Cataluña. En cada época encontró una sentencia para explicar el momento del club, y si en su día apreció que "contra Núñez vivíamos mejor", esbozó una sonrisa cuando supo que el nuevo presidente "sabe construir oraciones compuestas".
Manolo fue el mejor y más célebre divulgador de la causa culé entendida como una liturgia laica, la religión de los no creyentes, un credo muy propio de uno de los mejores analistas de la sensibilidad de las izquierdas como le definió Antonio Franco. Puesto que era creíble, porque siempre decía la verdad, jamás se traicionó y traicionó a nadie y nunca practicó la adulación -la única concesión respecto al diario que se le conoce es cuando calificó a Santiago Segurola como el "profeta guardiolesco de EL PAÍS- supo explicar cómo nadie la carga ideológica que suponía militar en "més que un club". Borja de Riquer, uno de sus mejores amigos, le recordó en el homenaje celebrado en el Camp Nou con una frase brillantemente concisa y ajustada: "Ha sido el más leído, brillante y lúcido cronista del Barcelona".
Quizá porque supo razonar la irracionalidad del fútbol, tanto desde la épica como desde la estética, tuvo que aguantar ciertas miradas de desdén desde las alturas y de desprecio desde el sótano. A Manolo le dio igual, y en cualquier lugar del mundo siempre venció el miedo a ausentarse por un momento de la mesa para preguntar: "Què ha fet el Barça?" El resultado de su equipo era su cordón umbilical con la vida o, como decía, el síntoma de que aún conservaba cierta tensión energética. A todos cuantos nos contagió su gusto por el fenómeno del fútbol y su amor por el Barça, a quienes de alguna manera nos consuela releer sus textos para inspirarnos o ni que sea para mal copiarle, nos gustaría que hoy nos llamara para poder decirle: "¡Manolo, guanyarem la Lliga!".

S.SEGUROLA La negación de la realidad


Florentino Pérez envió ayer un enérgico mensaje de consumo interno. Lo dirigió a los socios y a los jugadores en un momento especialmente delicado. El Madrid se enfrenta el domingo al Málaga en un clima turbulento, dominado por el fracaso del equipo en la Copa de Europa y el resbalón casi definitivo en la Liga. Se anuncia la segunda temporada sin títulos y la situación se ha vuelto intolerable para un amplio sector de la hinchada. El presidente ha recurrido a una vieja estrategia para afrontar los dos duros meses que se avecinan. Con la designación de la prensa como enemigo exterior, Florentino Pérez pretende encastillarse con su desgastada tropa de jugadores y su criticado entrenador. A los aficionados les ha pedido que expresen un madridismo ferviente, es decir, que abandonen cualquier respuesta airada a un equipo al que considera injustamente tratado por el periodismo. Con esta estrategia, el presidente también pretende evitar que el Bernabéu se convierta en el escenario de un agitado plebiscito sobre su gestión en los últimos meses.No hay nada novedoso en el recurso elegido por Florentino. Ha seguido el manual. No es la primera vez que el resentimiento contra el enemigo externo actúa como motor competitivo. Pero el Madrid cada vez resulta menos competitivo. No puede serlo un equipo que en la última temporada fue cuarto en la Liga, salió eliminado de la Copa de Europa en los cuartos de final y cayó en la final de Copa frente un rival que jugó la mayor parte del segundo tiempo con diez jugadores. El declive se ha acentuado este año: el Madrid se encuentra a once puntos del líder, se ha despedido en los octavos de final de la Copa de Europa y terminó su aventura en la Copa frente al Valladolid, equipo de la Segunda División. Al Madrid cada año le quedan más lejos los títulos. Esa es la realidad.
Sin embargo, la aproximación a la realidad de Florentino Pérez es muy peculiar. Políticamente le convenía alinearse junto a sus futbolistas, pero su intervención no estuvo presidida por el cinismo. Por razones que a veces se antojan difíciles de entender, el presidente del Madrid cree en sus gastadas figuras más allá de lo razonable. Todavía cree que son los mejores del mundo. No es extraño en un hombre empeñado en recrear el Madrid de los años cincuenta, donde las estrellas se mantenían vigentes hasta edades imposibles. Y tampoco es extraño en un hombre que convive muy mal con la derrota, cuando no la niega. Florentino Pérez se ha destacado como un representante genuino de la cultura del éxito. Primero en los negocios y luego en el fútbol. Acostumbrado al éxito, dio la impresión de interiorizar la condición de hombre infalible. Pero el fútbol jamás garantiza el éxito, ni la infalibilidad. Es una de las características que definen a este juego. El presidente del Madrid no parece entenderlo y se resiste a aceptarlo, a pesar de que las dos últimas temporadas ofrecen todas las señales de un equipo declinante. Si lo acepta, significa asumir errores. Por ahora, Florentino Pérez no ha admitido ninguno públicamente. No se le ha escuchado ninguna autocrítica. Todo lo contrario. "Hemos hecho algo muy espectacular", dijo ayer en su comparecencia. Pero en la propia puesta en escena se apreciaban las señales de algunos gruesos errores.
No sólo era el dirigente de un club sacudido por las tensiones, con tres entrenadores en una temporada, dos directores deportivos, pésimos resultados y una sensación recurrente de crisis. También un hombre expuesto a un gran desgaste. Como sucedió hace cinco meses, con la imprevista marcha de Camacho, Florentino Pérez no ha encontrado a su alrededor a nadie que le alivie el trago. Después de padecer el primer calvario, ascendió a Butragueño al cargo de director deportivo y luego le concedió la vicepresidencia. En diciembre contrató a Arrigo Sacchi como gurú del área deportiva y a Vanderlei Luxemburgo como entrenador. Ninguno le ha servido en este momento crítico. Florentino Pérez era ayer un hombre solo, sin amparo, enrocado en una idea que la realidad desmiente: un equipo que lejos de producir entusiasmo sólo alimenta decepciones.
 
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