lunes, abril 18, 2005

RAMÓN BESA Libertad condicional

La UEFA encontró un tono duro para disimular una sanción blanda. Implacable como oficina de recaudación, pues nunca diferenció entre ricos y pobres, la administración deportiva europea se muestra condescendiente en la aplicación de las penas en función del condenado, y el Inter le ha merecido un trato indulgente, quizá por su condición de italiano o por su naturaleza de club conflictivo, al menos en los últimos años.
A veces da la sensación de que el mundo del fútbol se ha acostumbrado a que los hinchas radicales del Inter expresen irremediablemente cada temporada su frustración por tener un equipo perdedor. Más que reprobación, la lluvia de bengalas que vuela a menudo sobre San Siro parece merecer incluso la mejor de las comprensiones, tal que fuera un ritual que se saluda con una cierta expectación, por no decir complicidad.
A los goles en contra europeos responden los neroazzurri más beligerantes con una salva de fuego, y a los tres días la UEFA anuncia la clausura del campo por dos partidos. Así ocurrió contra el Madrid en 1983 y el Alavés en 2001. Al tratarse esta vez de una doble reincidencia, la suspensión ha comportado un castigo doble: cuarto partidos, y hasta el curso que viene si Dios quiere.
Aunque la UEFA ha cantado que son seis encuentros de clausura, más que nada para darle el timbre del mayor castigo de la historia, el asunto tiene truco porque se trata de seis menos dos, siempre que el Inter se porte bien, de manera que se incluye una bonificación por buen comportamiento más que la prolongación del castigo por ser malo.
El Inter cumplirá una pena menor, pagará una fianza de aquí te espero, nada nuevo en una entidad que despilfarra el dinero, y quedará después en libertad condicional. Experta en la sanción a la carta, la UEFA ha sabido encontrar una nueva manera de reprender a un club que merece una consideración aparte por fatalista. No se entiende si no que también haya salido absuelto de la trifulca el entrenador, Roberto Mancini, que protagonizó una acción más reprobable que la de José Mourinho, entrenador del Chelsea, declarado como enemigo público número uno.
A juzgar por la resolución de la UEFA, el pasado martes en San Siro no se suspendió ningún partido si no que se repuso, como ya es costumbre en las grandes noches, la película Jour de fete, y en la portería del Milan no estaba Dida sino que quien esquivaba las bengalas era Jacques Tati.

JOSÉ SÁMANO Irresponsable Mancini

El fútbol, como ocurre en otros órdenes de la vida, da cobijo a un puñado de irresponsables que se refugian bajo la bandera del club que les hace millonarios y creen tener barra libre para decir la primera estupidez que se les ocurra. Por supuesto, sin medir el daño que provocan. Esa menudencia queda para los terrenales, no para las estrellas deslumbradas por los focos y los ahorros, caso de Roberto Mancini, el entrenador del Inter.El martes, mientras los ultras interistas se dedicaban al vandalismo en San Siro, este ex jugador recién llegado a los banquillos, con aire de maniquí de Armani, se dirigió con grandes aspavientos al árbitro Markus Merk, que desde el medio campo asistía estupefacto a lo que estaba sucediendo. "Señor Mancini, ¿qué le dijo al colegiado?", preguntaron al técnico en la rueda de prensa posterior al vergonzoso espectáculo. "Que la culpa era suya", espetó sin titubear. "¿Y qué le han parecido los incidentes?". "Sólo hablaré del partido", respondió. Justo el mensaje que los indeseables que incendiaron el derby milanés querían escuchar.
Injustificables en cualquier caso las palabras de Mancini. El pecado de Merk había sido anular un gol a Cambiasso. Fuera o no legal, que no es la cuestión, de haber sido concedido, el Inter habría tenido que marcar otros tres para clasificarse: casi nada para los 20 minutos que quedaban. Mancini, como algunos de sus jugadores -caso de Córdoba, que también riñó al árbitro-, actúo con una descarada demagogia para intentar maquillar la derrota de una institución que hace tiempo que va a la deriva. Es tal el caldo creado en los estadios italianos que muchos actores del calcio ya ni se inmutan cuando cae una moto desde la grada, las tribunas se decoran con esvásticas o vuelan bengalas como cáscaras de pipas.
Lo mismo da que haya resultado herido un compañero. Sólo así se entiende que, durante la pirotecnia de San Siro, ni Mancini ni sus jugadores se dirigieran hacia la grada para pedir sosiego. Qué demonios, tampoco ningún ejecutivo del club dio la orden de emitir un mensaje de concordia por la megafonía del estadio. Es la ley que impera en el calcio: la que dictan los vándalos, con los que el irresponsable Mancini tuvo un guiño cómplice.
Si la UEFA actúa con la contundencia que tanto proclama, con micrófonos por delante, el técnico interista debe recibir un duro correctivo. José Mourinho, por bocazas y bravucón, se acaba de llevar un severo tirón de orejas. Y bien merecido. Lo de Mancini es aún peor que lo del luso. ¿O no se debe reprender a quien se deslengua para culpar a un árbitro de una barbarie semejante y, encima, no condena la violencia? Que la UEFA juegue limpio.

miércoles, abril 13, 2005

JORGE NARGANES No a la permisividad

Simplemente quería hacer unos comentarios al hilo de lo expuesto por Dani en su email referente al lamentable suceso de ayer noche.
En los ultimos años, han quedado grabados en mi retina numerosos casos deviolencia dentro de un estadio de fútbol europeo: los casos que comenta Danidel fútbol italiano (cada vez más radicalizado y defectuoso en formas yjuego), la violencia contra el guardia de seguridad del Sevilla, la lluviade objetos de diversa índole del Camp Nou, los lanzabegalas en el campo delBetis, la portería del Bernabeu en Europa... y seguro que muchos otros degravedad similar a la sucedida ayer, o potencialmente igual de peligrosapara salud de aficionados o jugadores.Referente a todos estos casos, ¿me podéis decir cuáles han sido lassanciones de la UEFA o Federaciones? ¿Cuáles han sido las reacciones deaficionados y Juntas Directivas al respecto? Todas ellas han quedado ennada, en una pequeña multa o algún partido de cierre en el mayor de loscasos.Sin embargo las soluciones nunca llegan: se recurre las sanciones por viaordinaria desde las propias Directivas, se excusan los hechos en laindividualización de 4 desalmados incontrolados...pero no es así.Cierto es que la radicalización y la periodicidad de este tipo de actos esen la actualidad mayor en el fútbol italiano que en cualquier otra parte deEuropa, pero no lanzemos la primera piedra pues nadie estamos a salvo, ymucho menos el fútbol español. No quiero yo ser el salvaguarda o defensordel fútbol italiano, fútbol que me horroriza en muchos aspectos, pero seamosecuánimes. Sanciones duras para todos, no sólo para el Inter, y desde ya. Nonos rasguemos las vestiduras con tanta facilidad hablando de expulsión decompeticiones europeas, cierres de campos... estoy de acuerdo en las másduras sanciones económicas y deportivas en todos estos actos, pero paratodos, o acaso a alguien le han cacheado en la entrada a un campo de fútbol?a mi desde luego no, ni en el Camp Nou, ni en el Bernabeu, ni en San Mamés.
En fin permisividad no, pero para ninguno.

¿Calcio es Fútbol?

No hablaré aquí de lo que suele ocurrir exclusivamente en el césped en la Liga italiana partido tras partido y año tras año, es de sobra conocido por todos.
Lo ocurrido esta noche en San Siro trasciende lo deportivo, lamentablemente. Es cierto que para la verguenza de todos los aficionados al fútbol, nadie en España está libre de pecado (incidentes en el Camp Nou, Bernabéu o Sevilla), pero en Italia el tema está convirtiéndose ya en delincuencia pura y dura:

1- Caída de decenas de bengalas, hoy 12 de abril, partido Inter-Milan de Liga de Campeones. Una de ellas alcanza al portero Dida. Jugadores como Córdoba o Cambiasso, y el propio entrenador interista Mancini, presunto gentleman del fútbol, insultan y amedrentan al árbitro indignados porque éste detiene el partido. El desencadenante de todo, un presunto gol mal anulado..
2- Desde esa misma grada de San Siro, la temporada pasada se arrojó...¡una motocicleta!
3- Sanción y cierre del Olímpico de Roma también esta misma temporada en Chmapions, por un monedazo que impactó en el árbitro Anders Frisk. La Roma era reincidente.
4- Sanción y cierre de nuevo del Olímpico de Roma, ésta vez por cánticos racistas y vítores nazis y fascistas de seguidores del Lazio. El capitán de este club, Paolo Di Canio, saluda tras marcar un gol en el derby romano con brazo en alto, semejando el saludo de Mussolini.
5- En vísperas del partido de mañana 13 de abril, cuartos de final de Champions League en Turín, Juventus-Liverpool, la ciudad está en alerta roja por constantes amenazas en prensa e internet de seguidores juventinos clamando venganza y anticipando incidentes como represalia por los desgraciados acontecimientos del estadio Heysel. Hace una semana, en Anfield Road, casi cincuenta mil hinchas reds guardaron un escalofriante minuto de silencio, mostraron pancartas con el lema Memoria y amistad en las gradas y saludaron con una cerrada ovación a los jugadores de la Juve al saltar a la cancha.

En el acceso de los campos italianos no hay controles ni cacheos, las bengalas están permitidas...A todos nos gustan los tipos en los derbys del calcio, pero desde luego no a este precio. ¿A qué espera el fútbol italiano para detener este dominó de destrucción y verguenza,a tener muertos sobre el césped? ¿Tendrá algo que ver que el Presidente del Gobierno italiano sea a la vez, entre otras cosas, el dueño de uno de los principales clubes y un descrédito para la clase politica mundial?

Creo que esto merece una profunda reflexión, y desde luego el Inter no puede jugar competiciones europeas la próxima temporada.

miércoles, abril 06, 2005

'Jugaremos por vosotros'

"Jugaremos por vosotros"

Liverpool y Juventus se enfrentan en Anfield 20 años después de que los capitanes Neal y Scirea aceptasen disputar la final de Bruselas poco después de la muerte de 39 aficionados

EMILIO PÉREZ DE ROZAS

"Lo que menos nos importa es quién ganó la maldita copa".La Gazzetta dello Sport del día siguiente, 30 de mayo de 1985, reflejaba la auténtica realidad. La noche anterior se nos pusieron los pelos de punta cuando, a las 19.20 horas, 85 minutos antes de que Liverpool y Juventus disputasen la final de la Copa de Europa más esperada de la historia --la organización recibió 450.000 solicitudes de entrada--, se desató la tragedia y el estadio Heysel de Bruselas se convirtió en el infierno. Entre los escombros murieron 39 aficionados, 32 de ellos italianos.Desgracia anunciadaVeinte años después, el caprichoso sorteo de la Champions ha emparejado, de nuevo, a los dos protagonistas de aquella final que, para muchos, no debió disputarse. "Fue indecente que se jugase", reconoció el Partido Socialista Belga.La tragedia de Heysel contó no sólo con la complicidad de los hooligans más ultras, liderados por los reds animals, que amedrentaron, apedrearon, insultaron, acorralaron y empujaron hasta el precipicio de la curva Z del gol sur a miles de seguidores bianconeros, sino con la ineptitud de los responsables de seguridad del evento, liderados por Charles Ferdinand Nothomb, ministro del Interior belga entonces, que no tuvo más remedio que dimitir ante tamaño desaguisado.Nada más llegar a Bruselas, dos días antes, todos percibimos un ambiente que presagiaba tragedia. Los hooligans empezaron a romper los escaparates de las joyerías de la Grand Place el lunes, maltrataron a las inofensivas familias juventinas en la plaza de Brouckere el martes y asaltaron a aficionados belgas indefensos, el mismo miércoles, en los alrededores del Atomium.Ferdinand, secundado por el entonces presidente de la UEFA, el belga Jacques Georges, anunció a bombo y platillo que no podrían adquirirse bebidas alcohólicas en dos kilómetros a la redonda de Heysel. ¡Falso! Había furgonetas hasta las mismas puertas del estadio y, cuando a las seis de la mañana del día 30, entramos en el estadio, en compañía de un equipo de la televisión danesa, un tanto por ciento elevado de cascotes y escombros estaba compuesto por botellas, vidrios rotos, latas y cajones de cerveza.No sólo les pusieron al alcance de la mano la bebida; tampoco controlaron a los ultras. Todos los antidisturbios, según reconoció después el comandante Boileau, se instalaron en las afueras del estadio "porque temíamos que las peleas se produjesen a la llegada". Los 10, 12, a lo sumo 15 policías --ni eso, guardias-- que custodiaban la verja de separación de las aficiones en el gol sur fueron los primeros que huyeron al producirse el ataque inglés.La avalancha, las correrías y el derrumbe del muro se produjeron en cuestión de segundos, cuando los hooligans atacaron y acorralaron a las familias italianas, a las que pillaron de improviso. Los auténticos tifosi estaban en el gol norte, justo donde Michel Platini marcó el penalti del triunfo italiano después de que el árbitro suizo André Daina convirtiese en pena máxima una entrada de Gillespie a Boniek dos metros fuera del área.Confusión sobre los avisosSe fue la luz y se cortaron las comunicaciones. Mientras los heridos eran atendidos en el aparcamiento del estadio, en un improvisado hospital de campaña, el único contacto con el mundo exterior era la televisión. Los periodistas acudimos a las cabinas para informar, ya que los comentaristas no podían moverse de sus asientos para recabar información. Mientras Ferdinand reconocía su asombro "porque nadie me previno de que podía ser un choque tan violento", Neil McFarlane, ministro de Deportes británico, aseguraba haberle enviado "más de un aviso y faxes previniéndole de la peligrosidad de los aficionados ingleses".El italiano Otello Lorentini, presidente de la asociación de las familias de las víctimas de Heysel, que asegura no haber vuelto a ver un partido desde que perdió a su hijo Roberto, médico de profesión, espera que hoy "el partido se convierta en un homenaje a las víctimas de aquella desgracia".El Liverpool Memorial, junto a la puerta principal de Anfield Road, estaba ayer repleto de flores. "En recuerdo de los fallecidos, esperando que no ocurran más tragedias similares", se podía leer sobre una bandera española. La firma era de "The Núñez's friends", los amigos del jugador del Liverpool. No quedaba claro si el recuerdo era para los italianos que murieron en Heysel o para los 91 seguidores del Liverpool que perecieron en otro desgraciado accidente, ocurrido en el estadio del Sheffield cuatro años después, en 1989.Baros tenía cuatro añosEl checo Milan Baros, goleador de los reds, reconoció ayer que no sabe nada de Heysel. "Tenía sólo cuatro años". Confiesa, eso sí, que ha oído hablar. "Se está hablando de ello y se hablará más, pero cuando el árbitro pite el inicio del encuentro, nadie pensará en ello".Puede que a Baros no le hayan contado que, mientras evacuaban a centenares de heridos, los capitanes Phil Neal y Gaetano Scirea anunciaron que jugarían el partido: "Os pedimos que no hagáis caso a los provocadores. ¡Jugaremos por vosotros!"."El fútbol --pidió ayer Rafa Benítez, técnico español del Liverpool-- ha de unir y no dividir. Debemos honrar a las víctimas con el mejor de los partidos posibles".

S.SEGUROLA La herida de la verguenza

La herida de la vergüenza

El Liverpool y el Juventus se encuentran hoy por primera vez desde la tragedia de Heysel en 1985

SANTIAGO SEGUROLA - Liverpool
EL PAÍS - Deportes - 05-04-2005

Una ciudad orgullosa, profundamente marcada por tensiones, éxitos y fracasos, se enfrenta hoy al recuerdo de una tragedia que pretende enterrar en la memoria. A Liverpool llegó ayer el Juventus de Turín, con menos estrellas que recuerdos de una desastrosa tarde del 29 de mayo de 1985, en el decrépito estadio Heysel de Bruselas, escenario aquel día de la tragedia que acabó con la edad de la inocencia en el fútbol. Empujados por el alcohol y una violencia incontenible, cientos de hooligans del Liverpool se lanzaron contra los aficionados de la Juve ubicados en uno de los fondos del estadio. Faltaba poco más de una hora para el comienzo del encuentro y todo lo que sucedió después fue un monumento a la indignidad. La macabre acometida de los vándalos ingleses se cobró la vida de 39 espectadores, todos ellos italianos, excepto un aficionado belga. Al lado del recuerdo poco importan los nombres de Ibrahimovic, Buffon, Del Piero, Emerson o Trezeguet. Se diría que han llegado para remitir al Liverpool, al fútbol en general, a la evidencia de un drama abrumador.
Un rosario de deficiencias ayudó a los hooligans en el crimen: apenas había policías, las barreras metálicas no existían, los tornos no funcionaban, los muros estaban agrietados. Ése era el estado del viejo Heysel, elegido por la UEFA como escenario de la esperadísima final de la Copa de Europa. A un lado, los reds de Liverpool, a la conquista de su quinto título, conducidos por el gran Kenny Dalglish. Enfrente, la Juve que había servido como espinazo de la selección italiana que ganó el Mundial 82, entre ellos los inolvidables Scirea, Cabrini, Tardelli, Gentile, coronados por dos futbolistas excepcionales: el francés Platini y el polaco Boniek. La Juve, que nunca había logrado la Copa de Europa, era la clase de equipo capaz de acabar con la supremacía del Liverpool, el equipo más eficaz de aquellos días, quizá no el más espectacular, pero sí el más confiado en un estilo que mezclaba la energía tradicional del fútbol inglés con el elaborado juego que había dado fama al Ajax una década antes. Pero aquella final nunca se recordará por lo que sucedió en el campo, y hasta añade más sombras a la tragedia que el partido se disputase frente a los cadáveres depositados junto al terreno de juego -venció la Juve gracias a un inexistente penalti sobre Boniek, pero nadie habla de aquella victoria en Turín-, sino por la carnicería que se vivió antes del encuentro, en una vigilia que los jugadores recuerdan con horror porque las noticias les llegaban sin ningún filtro al vestuario. Sabían que había muertos, los vieron cuando entraron en el campo, los tuvieron al lado durante todo el encuentro y, así y todo, jugaron. Ahora, 20 años después, el Liverpool y el Juventus se enfrentan por primera vez desde la tragedia. Y en la ciudad inglesa un silencio espeso trata de impedir que aflore el recuerdo de un suceso que ha marcado al club, a sus hinchas, al fútbol inglés, a toda Inglaterra.
Pocos equipos sienten con tanta nitidez el compromiso de su hinchada.
En una ciudad marcada por el antagonismo entre el Everton y el Liverpool, los reds aprovecharon sus éxitos en los años sesenta y setenta para convertirse en el emblema de una región que representa todas las contradicciones de la vieja Inglaterra. Lugar de acogida de miles y miles de emigrantes irlandeses y escoceses, puerto imperial, escenario de tensiones sociales de tintes dickensianos y a la vez motor creativo capaz de producir el fenómeno pop a través de los Beatles. Liverpool vivía el fútbol apasionadamente. Cuando la economía empezó a derrumbarse y el thatcherismo abrió fracturas sociales irreparables, el Liverpool era el orgullo de la ciudad, el equipo bandera del fútbol europeo, una excusa de felicidad para una región que se hundía en la pobreza. ¿Cómo recordarles a sus hinchas que fueron los protagonistas del horror de Heysel? ¿Cómo recordarlo a una gente que ha vivido otras pesadillas inconcebibles? ¿Cómo aceptar el dolor que causaron precisamente a los aficionados del equipo que hoy juega en el legendario Anfield? El peso de la desgracia, seguramente de la culpa, es tan grande que parece enterrado en algún confín inexpugnable de la memoria colectiva del Liverpool.
No hay placas en Anfield, ni recordatorios de lo que sucedió en Heysel. No es fácil aceptar tanta responsabilidad por un hecho que sacó al fútbol de la ingenuidad y le convirtió en la metáfora más cruda de la violencia social. Sin embargo, pocos equipos son más respetuosos con su historia con el Liverpool, pocos están más enraizados con su comunidad y con los hombres que le hicieron grande, con el entrenador Shankly, con el himno que marca a fuego el vínculo entre los hinchas y sus jugadores -You'll never walk alone (Nunca caminaréis solos)-, con la victoria y también con otras desgracias tan impresionantes como las de Heysel. Junto a la estatua de Shankly, aparecen los nombres de los 96 hinchas que murieron aplastados y asfixiados el 15 de abril de 1989 en el estadio de Hillsborough, en Sheffield, en la semifinal de la Copa inglesa, esta vez no por la acción de la hinchada rival, sino por la incompetencia y la ineficacia de las autoridades del fútbol y de la policía. Murieron en una ratonera, contra la valla que separaba el campo del graderío, por el exceso de gente y porque se tomaron todas las medidas equivocadas para impedir la masacre. Es como si aquella tragedia, protagonizada exclusivamente por los hinchas del Liverpool, funcionara como un mecanismo de expiación de la culpa anterior, la de Heysel, la que avergüenza al Liverpool y sus aficionados. Hoy, los jugadores de ambos equipos, portarán brazaletes negros, pero no ha habido ningún acto institucional de los dos clubes, ni se ha conmemorado una de las fechas más infames de la historia del fútbol. La herida no se ha cerrado en estos veinte años. Es tan profunda que pretende ocultarse tras el más espeso de los silencios.

lunes, abril 04, 2005

Entrevista Rafa Benítez

"Quiero la esencia inglesa y la sutileza española"

SANTIAGO SEGUROLA - Liverpool
EL PAÍS - Deportes - 04-04-2005

El Liverpool se enfrenta mañana al Juventus en los cuartos de la Liga
de Campeones. El partido mide a dos clubes que han protagonizado buena
parte de la historia del fútbol: dos equipos que representan la mejor
tradición de dos escuelas, aunque el lado heterodoxo del Liverpool le
llevó a manejar conceptos casi impensables en el fútbol inglés. Aquel
equipo de Bill Shankly y sus fieles sucesores -Bob Paisley y Joe
Fagan- cerró su gloriosa época hace 20 años, en el estadio Heysel de
Bruselas, frente al Juventus precisamente. La macabra ofensiva de los
hooligans del Liverpool acabó con la vida de 39 hinchas del equipo
italiano. Por primera vez desde aquella tragedia, los dos equipos se
encuentran en la principal competición del fútbol europeo. En el
Liverpool, el técnico español Rafa Benítez trata de impulsar a un
equipo que ha atravesado años de dificultad.
Pregunta. ¿Encontró las grandes diferencias que se antojan entre el
fútbol inglés y el español?
Respuesta. Aprecié la diferencia inmediatamente. Es grande tanto en el
aspecto futbolístico como en el social, en los modos de vida. El juego
es mucho más físico, con un ritmo más vivo, más enérgico. También es
notable cómo viven los aficionados los partidos y cómo son sus lazos
con los equipos. El ambiente es muy pasional. Los estadios suelen
estar llenos y la atmósfera es muy especial. Se vive el fútbol con una
emotividad superior a la de España. Pero todo eso se relaciona con una
manera diferente de ver la vida. Aquí se hacen muy largos los días. Te
levantas muy temprano y a las siete de la tarde estás en la cena. Pero
no hay mucho que hacer: el invierno es muy largo y oscurece muy
pronto, a las cuatro. A veces, estos aspectos son los que determinan
las dificultades de adaptación.
P. ¿Cómo ha sido la suya?
R. Buena. Tengo mucho trabajo cada día. Casi todas las horas están
ocupadas. El club necesita un impulso y hay que concentrarse en
numerosas áreas. Afortunadamente, me he encontrado con la máxima
colaboración del Liverpool tanto en el respaldo a mi gestión como
mánager como en las facilidades. Las instalaciones son magníficas. A
veces, siento un poco de frustración por no dominar el inglés con más
precisión. En los momentos delicados, cuando hay mucha tensión y
necesitas ordenar algo muy concreto o no tienes tiempo para
explicaciones muy elaboradas, te das cuenta de que te faltan los giros
para explotar al máximo todos tus recursos como entrenador. Pero
también he avanzado bastante en este campo.
P. En Anfield y en la ciudad se ve un orgullo por el equipo que tiene
algo de peculiar y que hace del Liverpool un club diferente.
R. Es cierto. Hace un tiempo pasé algunos días visitando al Manchester
United y el Tottenham, de gran tradición, excelentes clubes. Sin
embargo, no encontré la clase de vínculos que he visto en el Livepool.
El compromiso de sus empleados con el club es excepcional, lo mismo
que el de los aficionados. La predisposición para ayudar es admirable.
Hay un sentido de pertenencia a la institución, un sentimiento de
orgullo, que es quizá su gran secreto, la clave de muchos de sus
éxitos y de su prestigio.
P. En esta atmósfera tan tradicional, ¿hay un peligro de rechazo a la
presencia de tantos españoles?
R. No. Por varias razones. La Liga inglesa ha cambiado bastante desde
la ley Bosman. Los aficionados se han acostumbrado no sólo a la
presencia de extranjeros, sino que han observado que su influencia ha
sido crucial en los éxitos del Arsenal, el Manchester de Cantona o Van
Nistelrooy, o el Chelsea. De lo que se trata es de contar con buenos
jugadores. Si son ingleses, mejor. Mi interés es que los españoles
aporten aspectos necesarios para la progresión del equipo, pero con el
máximo cuidado de mantener lo mejor del fútbol inglés. Para mí, sería
el equilibrio perfecto. Quiero que nuestro juego no sea sólo
intempestivo, directo, y más aún en un equipo que durante muchos años
fue el menos inglés. Me refiero a su estilo de juego, a su búsqueda de
la posesión de la pelota como aspecto fundamental, a la herencia de
Bill Shankly
[el técnico que convirtió al Liverpool en una potencia en los años 60
y 70]. Jugadores inteligentes como Xabi Alonso, Morientes o Luis
García pueden añadir el grado necesario de sutileza sin contrariar la
esencia del fútbol inglés.
P. ¿Hasta qué punto siente la exigencia de un club que durante casi
dos decenios fue una de las grandes referencias mundiales?
R. La siento como un factor de motivación. Observas el orgullo de la
gente y, lejos de sentirlo como un peso, te anima a intentar devolver
al Liverpool a la cima. Es una carga agradable. Así lo veo, porque te
exige más responsabilidad y lo único que quieres es devolver con
títulos el apoyo que recibe el equipo en todos los momentos.
P. A principios de año, recibió duras críticas en la prensa
londinense. ¿Tuvo la impresión de estar en dificultades?
R. Nunca he tenido esa sensación. El club ha tenido un comportamiento
perfecto. Siempre me he sentido respaldado a pesar de las tremendas
dificultades con las lesiones. Varios jugadores han pasado por el
quirófano o atravesado largos periodos sin jugar. Y casi todos
fundamentales: Gerrard, Xabi Alonso, Cissé, Baros, Josemi, Sinamá,
ahora Hamann... Sin embargo, el equipo ha respondido bien. No tenemos
las inmensas posibilidades económicas del Manchester, del Chelsea o
del Arsenal, pero estamos en la situación adecuada para acercarnos a
ellos.
P. ¿Cuáles son sus ideas básicas respecto al equipo?
R. La primera es practicar un buen fútbol, bien elaborado,
inteligente, compensado. En segundo lugar, tenemos que adaptarnos
mejor a las situaciones que nos incomodan, sobre todo al juego directo
de la mayoría de los equipos ingleses. En muchas ocasiones no lo hemos
logrado y hemos tenido malos resultados ante rivales inferiores. Si
logramos aligerar este problema, el equipo dará un buen salto, sobre
todo por la confianza que se generaría en los jugadores.
P. ¿Cómo califica el rendimiento de sus españoles?
R. Xabi Alonso arrancó de manera fenomenal. Inmediatamente se
convirtió en la referencia del equipo. No tuvo ningún problema de
reconocimiento. Recibió excelentes críticas y la gente se sintió
encantada con él. Su adaptación a la ciudad y al campeonato ha sido
magnífica. Josemi funcionó muy bien en el lateral derecho, pero se
lesionó pronto. Núñez, que llegó sin que el club pagara traspaso
alguno, estuvo lesionado los tres primeros meses. Ahora comienza a
aportar su velocidad por la banda derecha. Luis García ha tenido altos
y bajos, pero su aportación ha sido decisiva. Es un jugador
fundamental para nosotros porque es muy listo, sabe generar peligro
entre líneas y tiene gol. Morientes ha pagado su inactividad durante
los meses anteriores. Cuando se acerque a su mejor nivel, nos
permitirá un salto de calidad.
P. Le pone de segundo delantero, como en el Mónaco. ¿Por qué?
R. Quiero aprovechar su experiencia en el Mónaco para que nos aporte
una mejor lectura en el juego de ataque. Con jugadores como Morientes
ganas tiempo porque sabe lo que tiene que hacer y la gente mejora a su
alrededor.
P. Ahora ha contratado a Pellegrino. ¿Qué añade?
R. Es uno de los mejores profesionales que he visto, un jugador muy
experto y un hombre muy inteligente. Sabe manejar toda la defensa.
Ayala, que es un gran central por sí mismo, era aún mejor cuando
jugaba a su lado.
P. Gerrard está en boca de todo el mundo. Le quiere el Chelsea y
también se le tiene como objetivo del Madrid. ¿Cómo le define?
R. Como un jugador del Liverpool que no queremos que se vaya de
ninguna manera. Le quiero aquí, le necesitamos aquí. Es una bandera y
él lo sabe. Es muy completo. Es el más adelantado de los dos que
ocupan el eje en el medio campo. Tiene calidad, desplaza muy bien la
pelota, es valiente, su despliegue físico es generoso, competitivo,
con un buen remate de media distancia... Aún debe madurar un poco como
futbolista.
P. Es la primera vez que desempeña el cargo de mánager. Se tiene que
ocupar de lo técnico y de la gestión del equipo. ¿Una experiencia
complicada para quien viene estrictamente de la parte técnica?
R. Un mánager puede aportar muchas cosas al entrenador. Pero es
necesario que sea responsable. Es una figura respetadísima en
Inglaterra. Eso le da un poder enorme. El problema es que el poder
tiende a corromper. Hay que estar alejado de esa tentación
absolutista, mantener firmes los criterios, mantenerse alejado de la
idea de que el mánager está por encima del club. Eso es lo que
pretendo aquí.
P. ¿Reconoce en el juego del Liverpool el trabajo que hace?
R. Comienzo a reconocerlo, pero todavía no nos hemos estabilizado. Las
lesiones nos han machacado. Muchas veces me digo: 'Éste es mi equipo'.
Otras no veo lo que quiero. Es normal en una temporada con muchas
dificultades.
P. La eliminatoria contra el Juventus, en la Liga de Campeones, está
marcada por muchos factores, algunos extremadamente emocionales. ¿Pesa
todavía la tragedia de Heysel en el Liverpool?
R. No hablamos apenas de ello. Es como si no quisiéramos que salga un
tema tan doloroso para el club y los aficionados. Sabemos que está
ahí, en la memoria, pero procuramos no mortificarnos.
P. Su equipo parte como víctima en los pronósticos.
R. El Juventus es favorito. Es líder en la Liga italiana y no se puede
cuestionar su solidez. No podremos contar con Xabi Alonso, Cissé,
Morientes, Pellegrino, Hamann, Sinama... Pero el Liverpool tiene
buenas posibilidades. Ha funcionado muy bien y hay un fervor enorme en
jugadores y aficionados. Si hacemos las cosas bien, no conviene
descartarnos.

JOHAN CRUYFF El error de fichar jugadores libres

Siempre ocurre lo mismo. A estas alturas de la temporada, la semana en que no hay fútbol se disparan mil y un rumores. Que si se quiere fichar a éste, a ése y al de más allá... yo lo veo como un juego. Una forma como otra de llenar las páginas de los diarios deportivos. Y siempre sale el nombre de uno que queda libre. No entraré a valorar las calidades de Van Bommel. Ni de si encaja o no en el Barça de la próxima temporada. Me limito a recoger su caso, su nombre, para explicar una cosa que no me gusta del fútbol: la idea, equivocada, de que fichar a uno que acaba contrato es un acierto total en lo económico. Y no lo es por dos motivos. Uno, porque siempre debería existir un traspaso, un pago de club a club. Y dos, porque eso de fichar a uno gratis es relativo.El que viene con la carta de libertad bajo el brazo se la cobra. Su club no ve un duro, pero el jugador, por el simple hecho de llegar libre, obtiene unos ingresos mejores de los que tendría en el caso de haberse pagado un traspaso por él. Ya sea en forma de prima de fichaje -lo que no le pago al club te lo pago en parte a ti- o en forma de un contrato más generoso, el futbolista que llega libre pasa a cobrar, de salida, una cifra superior a la de un compañero de idéntica o incluso superior calidad-rendimiento. Y eso, en un vestuario, es un problema. Porque allí se sabe todo. La armonía en una plantilla es difícil de conseguir y los agravios comparativos no ayudan en este sentido.Pero más allá de que tú, como club, caigas en la trampa de pagar a un jugador por encima de su teórico rendimiento de entrada, más grave aún es la no existencia de un traspaso. ¿De qué viven los clubs? Del dinero. Eso es lo que mueve el fútbol. Eso es lo que lo mantiene vivo. Si lo tengo, ficho. Si no lo tengo, o no ficho nada o me endeudo más de lo que estoy. Ahí los clubs deberían darse cuenta de una cosa básica. El traspaso debería existir siempre. Ni que fuera un mínimo. Porque si tú lo pagas siempre lo vas a recibir. Es una rueda que se retroalimenta. Yo pago diez por uno de tu equipo. Y este equipo, con tus diez, comprará a otros dos de cinco. Y el que ha vendido a uno por cinco tendrá con qué salir de compras. Es una cadena que afecta al entramado del fútbol. El club grande ficha a uno por una cifra, y, a partir de ahí, la cifra se va dividiendo y dividiendo a medida que más clubs y más jugadores entran en la rueda. Y todo por un traspaso inicial. Sin él, la rueda se rompe y el fútbol se estanca. Actuando así ayudarás al fútbol y te ahorrarás que, un día, sea uno de los tuyos el que se espere a quedar libre.¿Hay alguna solución? Sí, aunque suene utópica, nadie debería fichar a un jugador que acaba contrato. No, sin existir un pago de club a club. De lo que se trata es de que todas las partes salgan ganando algo. Si es así, el beneficio, a la larga, también será para todos. A más entradas y salidas, cuanto más natural sea el movimiento de jugadores, mayores serán las oportunidades para que surjan nuevos valores y ocupen el sitio de los que ya se han formado y salido.Ésta es mi idea del fútbol global, de un fútbol vivo, en el que los equipos grandes necesitan, sí o sí, de la existencia de los equipos pequeños.Otra cosa que debería revisarse del fútbol es la existencia de las famosas cláusulas de rescisión. Tenían su sentido hace años. Hoy en día son parches sin baremo alguno. Hay un desequilibrio exagerado entre lo que gana un jugador y lo que se pide de traspaso. Y eso también contribuye a lo explicado antes: que los jugadores y los clubs esperen a que uno quede libre para cambiar de equipo. Unos y otros deberían pactar aquí un punto de equilibrio. Siempre desde el sentido común. ¿Qué ganas? ¿Dos millones? Pues tu traspaso lo ciframos, por ejemplo, en 20 millones. Lo que es inconcebible, y ocurre, es fijar una cláusula de rescisión de 20 millones y pagar al jugador 200.000 euros de ficha. Si es así, pide dos millones por venderlo, nunca 20. Ahí está la verdadera desproporción. A partir de aquí entran las variables. No es lo mismo pedir una cifra de traspaso por un futbolista joven que por otro plenamente formado. Al jugador se le ha de pagar por calidad-rendimiento. Si a los 22 años rindes y eres mejor que a los 20, tu contrato debe contemplar una mejora. Por eso defenderé siempre la fórmula del contrato corto de fijo más incentivos. Porque va en beneficio de todos. Como humanos que somos, siempre debemos tener una motivación. El rendimiento de un jugador nunca será igual con un contrato largo y blindado, pongamos de 8 años, que con uno corto y por incentivos. El primero te permite relajarte. El segundo te hará mantener alerta. Y el club, encantado de pagarte más si lo mereces.
 
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