
Vuelven los resultadistas
"Todo lo que sé de la vida lo he aprendido gracias al fútbol". Albert Camus.
Nos gusta decir en España que nuestra Liga es la mejor del mundo. Habrá quien discrepe, pero los resultados en la competición europea de los últimos años tienden a darnos la razón. Lo que nadie discute es que la española es una de las tres Ligas más fuertes, junto a la inglesa y la italiana. Sin embargo, los acontecimientos en Inglaterra de esta semana hacen pensar que la relativa paridad del trío puede estar a punto de ser historia. Hay motivos para creer que en un futuro cercano la Liga inglesa se disparará y volverá a ejercer, como en los muy viejos tiempos, una clara hegemonía sobre todas las demás; que llegará el día en el que afirmar que la Liga española es la mejor será una ridiculez.
Esto no tiene nada que ver con los resultados en la primera fase de la Liga de Campeones, aunque es verdad que la inglesa es la única Liga con cuatro equipos clasificados para los octavos de final. El Chelsea, el Liverpool, el Arsenal y el Manchester United acabaron además los primeros en sus grupos. Pero este dato no deja de ser meramente coyuntural. Si hay un error en el que caemos todos los que pretendemos analizar el fútbol es el de basar nuestros juicios en el último partido. Lo más significativo que se detecta en la Premier League es la tendencia al enriquecimiento de sus clubes, al océano de diferencia que parece que habrá entre los ingresos medios de un club inglés y uno español; por no hablar de los italianos, cuya tendencia es hacia el derrumbe en todos los frentes. La noticia de la semana en Inglaterra -bueno, en el ámbito del fútbol, que, al fin y al cabo, es el que genera noticias de mayor repercusión- ha sido que un hombre más rico que el ruso Roman Abramovich, el dueño del Chelsea, está a punto de comprar el club más español de Inglaterra, el Liverpool. Se trata del jeque Mohamed Bin Rashid al Maktoum, autoridad máxima del emirato de Dubai y dueño de Dubai International Capital, macroempresa cuyos contables empezaron a analizar las finanzas del Liverpool el martes pasado. En teoría, el nuevo Liverpool tendría acceso a cantidades de dinero incluso mayores que el Chelski. Podría fichar a quien quisiera y pagar lo que pidieran. El Liverpool, un gigante medio dormido, es el más apetecible, el más carismático, de los clubes ingleses que todavía no están en manos de magnates extranjeros. Los que ya han caído son el Manchester, el Aston Villa, el Fulham, el Portsmouth, el West Ham y el Chelsea. Pero resulta que hay por lo menos cinco clubes más que están en las miras de buitres multimillonarios. Empresas surcoreanas, árabes, rusas y norteamericanas, cuyos dueños en todos los casos son nuevos superricos, están olfateando la posibilidad de adquirir el Newcastle, el Manchester City, el Everton, el Tottenham e incluso el recién ascendido Reading. ¿Por qué tanto interés por los clubes ingleses? Primero, porque, siendo empresas con accionistas, están todos teóricamente en venta. Un jeque árabe puede acercarse cuando quiera a algún accionista mayoritario de un club inglés y hacerle una oferta que no pueda rechazar. Segundo, porque, a diferencia de muchos clubes del resto de Europa, tienden a estar bien administrados y ser rentables. Los estadios cobran caras las entradas, pero están todos llenos, y los ingresos medios por derechos televisivos son los más altos que hay. Tercero, porque la Liga inglesa posee -por historia- una mística que atrae a más gente en más países que cualquier otra. Este fenómeno lo refleja, y lo alimenta, el hecho de que el fútbol inglés es el que más telespectadores globales tiene. Lo que terminará ocurriendo es que sólo el Real Madrid, el Barcelona, los dos clubes de Milán y la Juventus podrán competir con los seis clubes ingleses más ricos a la hora de fichar los mejores jugadores. Y después habrá seis clubes ingleses más que competirán al mismo nivel que el Bayern Múnich, pero estarán muy por encima de cualquier otro club europeo. La experiencia española lo demuestra: el Madrid y el Barça siempre han dominado el fútbol español porque siempre han sido los más ricos. La lógica indica que ahora pasará lo mismo con los clubes ingleses respecto a los demás. La Liga española, tan presumida ella hoy, parece estar condenada a ser la prima pobre de la inglesa."¿De dónde eres?". "Londinense, pero soy del Liverpool?". "Bueno, hijo mío... ¿Qué se siente al estar en el cielo?". Bill Shankly, antiguo entrenador del Liverpool, a un aficionadoSi Johan Cruyff revolucionó el fútbol y convirtió al FC Barcelona es un equipo ganador pero, sobre todo, en un equipo estimulante y orgulloso de serlo, es justo reconocer que lo hizo de la mano de Pep. El holandés llega al club en el verano de 1988, y de inmediato modificó toda la estructura deportiva. Desde el primer equipo hasta el último alevín, a jugar con un 3-4-3. En ese sistema, basado en la posesión del balón, en la construcción del juego mediante apoyos en rombo y salida por las bandas, uno de los vértices fundamentales era el '4', el mediocentro que, desde una posición por delante de la defensa, era el encargado de sacar la pelota jugada con sencillez y claridad. En sus primeras dos temporadas, Cruyff confió en Luis Milla y en Guillermo Amor, ambos productos de La Masía pero curiosamente no catalanes (aragonés y valenciano respectivamente). Pronto Milla empezó a tener problemas con el club por la renovación de su contrato y Cruyff, responsable también de la política salarial de los jugadores, prescindió progresivamente de él y fichó por el Real Madrid.
Mientras tanto, en el filial, en el por entonces llamado Barcelona Atlético que jugaba en segunda división A, un chaval de Santpedor de 18 años ya era el objeto de la atención de los técnicos y de la curiosidad de los aficionados. Era muy delgado, y no tenía ni mucha fuerza, ni velocidad, ni juego de cabeza. Eso sí, tenía una virtud esencial en el fútbol: comprendía el juego, antes de recibir el balón ya sabía a quien se lo iba a enviar con la fuerza y velocidad adecuadas, y además tenía carácter para mandar sobre la cancha y dirigir a sus compañeros. Cuando era un crío, Pep pasó las tardes de los domingos como recogepelotas en el Camp Nou, y se enamoró del juego de Bernd Schuster y del coraje de Víctor Muñoz. También pudo admirar y rendirse ante la Juventus de aquella época que mantuvo duelos encarnizados con aquel Barça de Terry Venables, dirigida por su gran ídolo, Michel Platini. Lo tenía claro, él quería jugar justo ahí.
Cruyff ya le había elegido, por eso no le importó no ceder a las exigencias económicas de Milla (que fuera del Barcelona no volvió a jugar a un nivel de élite) y reubicar a Amor como interior.
Comenzó a alternar el filial con el primer equipo. Debutó en diciembre de 1990 ante el Cádiz y, tras unas semanas, Cruyff, en una de sus ejemplarizantes decisiones ante los futbolistas, le dijo que le exigía más, que no estaba contento, que ese fin de semana lo degradaba al filial a jugar contra el Sabadell y que tenía que marcar un gol; el equipo ganó 4-0 y Guardiola hizo un golazo casi desde el centro del campo del Miniestadi. Jamás volvió a jugar en el B.
Su impacto en el equipo fue inmediato. Con un desparpajo insultante, y digiriendo bien las cosas de Cruyff como por ejemplo tener que marcar a Butragueño en el Bernabéu (octubre de 1991, declarando tras el partido que no le había impresionado mucho el ambiente), en poco tiempo todo el juego de aquel Barcelona lleno de estrellas giraba a su son. A la gent blaugrana le hechizó su juego y por otro lado disfrutaba viendo a ese jugador, de casa, las caras, los gestos, el brillo en los ojos, notando lo que ese chaval disfrutaba al poder jugar con esa camiseta. Se notaba.
Campeón de Europa en Wembley con apenas 21 años, en pocos meses se había ganado el respeto por su calidad de gente como Koeman, Laudrup, Bakero, Stoichkov, Zubizarreta...y Cruyff. Evidentemente jugar rodeado de estos cracks fue inmejorable para su desarrollo como futbolista; le arroparon, sí, pero él también les hizo mejores con sus pases. Cuatro Ligas, la Copa de Europa y decenas de grandes partidos llevan en buena medida la marca de Pep.
En la tempestuosa primavera de 1996 Cruyff abandona el Barcelona, su amigo hasta entonces Charly Rexach ocupa el banquillo hasta el final de temporada. Con el club convulso, en muchos partidos Pep parece ya el segundo de Rexach, el entrenador en el campo. Como anécdota, en el último partido de esa Liga en el Camp Nou ante el Celta (el día en que la grada despidió a Jordi Cruyff con una de las mayores ovaciones que se recuerdan), Guardiola marcó un gol de falta y corrió al banquillo a agradecer a Rexach la indicación de cómo tenía que tirarla...
Pep jamás renunció al estilo de juego que aprendió con Cruyff. Cuando llegaron Robson y Mourinho, fue leal con ellos, pero nunca olvidó sus orígenes. Dotó a a quel equipo, que jugaba con un doble pivote formado por él mismo y Gica Popescu, del gusto, por ejemplo, de abrir el campo con extremos...por aquella época nació su amistad con Luis Figo. Robson le dio la capitanía al rumano, pero todo el mundo sabía quien era el jefe de ese equipo. Sin los Bakero, Koeman y cía, Guardiola se convirtió en símbolo absoluto del barcelonismo. Su catalanismo y sus inquietudes culturales agrandaron aún más esa imagen.
Pese a que seguramente no cumplió las expectativas que generó su llegada, con el fichaje de Louis Van Gaal Pep volvió a ilusionarse con una idea de fútbol, la del Ajax de toda la vida. Con el tiempo confesó que no se fue de Barcelona en 1996 por la llegada de su admirado Van Gaal, creador de un Ajax que en 1995 elevó al juego del fútbol a unas dimensiones difícilmente mejorables.
Otras dos Ligas conquistadas. Lástima de varias lesiones de isquiotibiales que en esas temporadas le impidieron jugar todo lo que hubiera deseado. Eso sí, el capitán del FC Barcelona en el Centenari del club no fue otro que Pep Guardiola, senyera al brazo izquierdo. Como él soñó.
En 2001, cansado de llevar sobre sus hombros el peso del club y molesto tras no recibir una oferta de renovación acorde a su trayectoria, Guardiola, en una rueda de prensa en solitario, sin ninguna compañia institucional, anuncia con tristeza que abandona el club de su vida tras más de quince años. Se declaró orgulloso de su pertenencia al club desde 1984, y aseguró haber disfrutado todos y cada uno de los días, "por encima de las victorias o las derrotas".
Su último partido fue una semifinal copera en el Camp Nou. Nunca quiso homenajes ni aplausos, sus compañeros Sergi, Luis Enrique y Cocu casi tuvieron que obligarle para poderle sacar a hombros del campo. Con el estadio vacío ya por la noche ese mismo día, sí que pudieron verse imagénes de Pep paseando y mirando con una incipiente nostalgia su estadio, su casa, vacía y silenciosa.
A partir de ese momento comenzaba la búsqueda de una decisión, difícil e ilusionante a la vez: ¿dónde jugaría Pep tras salir del Barça? Obviamente no en España.
Se habló de muchas ofertas, pero Guardiola sólo quería jugar en un equipo: la Juventus de en tiempos su admirado Michel Platini.
En la prensa se dijo aquellos días que el interés de
En 2003 fue contratado por el Al Ahly, de la liga de Qatar. Sus dos años allí le sirvieron para conocer otra cultura, compartir el torneo con Gabriel Batistuta, Claudio Caniggia y Fernando Hierro y ser elegido mejor jugador extranjero en su primer año.
Tras la aventura asiática, inició el curso de entrenador en España. Cuando parecía que dejaría el fútbol, y tras rechazar ofertas de Manchester City y Wigan, fichó en diciembre de 2005 por el Dorados de Sinaloa, club mexicano entrenado por su amigo Juanma Lillo.
Posteriormente, volvió a Madrid a finalizar su curso de entrenador. Desde julio de 2006 es oficialmente entrenador de fútbol. Recientemente, al respecto de su futuro como entrenador, ha declarado que quiere entrenar a niños, que las cosas han de seguir su evolución lógica y que no tiene prisa. El futuro dirá si podrá llegar a ser un buen técnico.
Oriol Tort, el profesor ya desaparecido, el creador de La Masía, el hombre que conocía mejor el fútbol base del Barça, descubrió a Guardiola. Y fue quién mejor lo definió: "Ese chico es un sabio del fútbol". Contaba Tort que le entrenó en los infantiles y se veía que era diferente. "Con los niños siempre ocurre lo mismo: todos quieren tener el balón, retenerlo, no pasarlo nunca, hacer mil y un regates. Con Pep, no sucedía eso. Desde muy pequeñito, siempre soltaba rápido la pelota, al primer toque, con mucha velocidad. Eso es dificilísimo. Siempre he considerado que es una especie a extinguir por algo: posiblemente, es el único jugador de los últimos años que no ha necesitado de corpulencia física para jugar a fútbol. Tiene una cualidad única: la mayoría ve sólo una parte del campo pero él el fútbol en cinemascope. Recuerdo que cuando se supo que Milla iba a dejar el Barça, yo le dije a Cruyff: Tenemos a un chico en el fútbol base que quizá es el mejor de todos. Y Cruyff se fue a verlo al B, y Pep no jugó; al C, y tampoco y en los juveniles, lo mismo. ¿Y este es tío tan bueno y no juega nunca?, me preguntó extrañado Cruyff. No lo alineaban en Segunda por su fragilidad física y en las demás categorías. Vamos a esperar a que crezca, a que se forme, a que esté más hecho, decían los técnicos por la misma razón. Cruyff ordenó que jugara ya tres partidos en Segunda y lo ascendió a Primera”.
Ahora, mientras medita su futuro cerca de los banquillos, nos quedan sus artículos en prensa, su senbilidad hacia las raices, la mitología y la esencia del fútbol, y su figura reflejada en futbolistas como Arteta, Fábregas, Xavi e Iniesta que nos demuestran que otro fútbol es posible: esa es la huella de Pep Guardiola.
Evocando estos últimos, y con los dos grandes ya velando armas para el combate de mañana, recuperamos el homenaje que el madridista, emocionado, tributó a su rival y amigo. Y es que, para los que hemos crecido con los libros de Manolo, un Madrid-Barça no es lo mismo sin él.
“En persona estuvimos juntos sólo una vez, hace ya muchos años. El mismo chófer nos recogía en el aeropuerto de Asturias (él llegaba de Barcelona; yo, de Madrid) para trasladarnos a Verines a una reunión de escritores. Nada más subir al coche sacó un auricular y se lo colocó en un oído. “Es para seguir el fútbol”, fue toda su explicación. Debía de ser un miércoles y se disputaban partidos de Copa, poco importantes aún. “Ah, ¿y cómo va el Madrid?”, aproveché para averiguar. “Pierde 1-0 con el Sporting”. Me fue imposible no preguntarme si le caía mal. No tenía motivos para pensarlo, aunque tampoco -desde luego- que le cayera bien, y de hecho no puedo evitar preguntarme ahora si le habría hecho la menor gracia que yo escribiera nada sobre él en un día como hoy, en contra de lo que ha creído El Paí. Futbolero como soy, respeté su casi total mudez de hora y pico de viaje, no me empeñé en darle conversación. Al fin y al cabo, pensé, yo haría lo mismo, seguir los partidos si tuviera valor. Así que aquel trayecto transcurrió en un silencio que, sin embargo, no me fue embarazoso. Y quise creer que quizá mal no le caía, a la postre, cuando al cabo de un buen rato me dirigió la palabra de nuevo para comunicarme algo que a él no le alegraría, pero a mí sí. “Ha empatado el Madrid”, me dijo.
Muchas veces coincidimos, en cambio, en las páginas deportivas de este periódico, y además, formando pareja de contrarios. Él, como representante literario o incluso “ideológico” del Barça; yo, del Madrid, cada vez que nuestros respectivos equipos se enfrentaban a muerte. Creo que en la última ocasión falté yo a la cita, y ahora sé que en las próximas quien faltará seguro será él. Hoy somos muchos los escritores que nos atrevemos a hablar de fútbol sin temer nuestro desprestigio por ello, pero no cabe duda de que Vázquez Montalbán fue el gran pionero y el más audaz, así como el primero en señalar lo que luego tantos hemos repetido: que así como uno cambia de gustos, de pareja, de convicciones, de ideas y aun de ideologías, de lo que nunca cambia es de equipo favorito de fútbol. Curioso que las lealtades mayores sean las que parecen menores. O no tanto: supongo que él sabía, desde su fuerte conciencia política, la importancia que algo tan desdeñado como el fútbol puede tener en la cotidianidad de las personas que poco tienen. Sabía que si tu equipo gana, los problemas reales no desaparecen ni se padecen menos las injusticias. Pero también que si tu equipo pierde, los problemas se aparecen más graves e irresolubles al día siguiente y uno se resiente más de las injusticias. Conocía y aceptaba la dimensión simbólica, y aun supersticiosa, porque ayuda a ir de día en día.
Fue a menudo un culé desesperado, ante la ineptitud de los dirigentes o el mal juego del Barça. Pero, pese a sus ocasionales amenazas de dejar de seguir al equipo, o hacerlo sólo de lejos, imagino que sabía que eso no es nunca posible del todo. Como también sabía que el rival más acérrimo, en su caso el Real Madrid, es tan necesario como el aire, en el juego como en la vida, para temerlo, envidiarlo, odiarlo, admirarlo y derrotarlo. Hoy yo sé que perder a un antagonista entristece tanto como perder a un aliado. Quizá más. Me alegro de que Manuel Vázquez Montalbán viera al menos una vez a su equipo campeón de Europa. Y la próxima vez que eso suceda, estoy seguro de que me acordaré de él y pensaré lo que también pienso y digo ahora en su honor: Visca el Barça.
Artículo de Javier Marías publicado en El País el día 19 de Octubre de 2003.
Los reunidos en el acto cantaron el “When the Saints Go Marching In”. Los barrotes de la verja en la puerta 'You'll Never Walk Alone' se vieron salpicados de ramos de flores y papeles en los que se recordaba aún, un cuarto de siglo después de su muerte, las proezas, la pasión y la emoción que ese hombre supo llevar a las gradas de Anfield y a los corazones de los que siguieron durante sus vidas al Liverpool. Por la noche se celebró una cena homenaje en la Shankly Suite, palco que se encuentra en la Tribuna Century de Anfield.
Y mientras el fiel ejército de seguidores del Liverpool conmemora la muerte de su mayor leyenda, un cuarto de siglo más tarde un hombre, Rafael Benítez, ha devuelto a la afición del Liverpool la misma emoción y esperanza y sobre todo felicidad que llevó Shankly en los mejores años de este centenario club.
Hay algo de Shankly en Benítez, algo que han reconocido los aficionados del Liverpool. Es la manera en la que trata a sus jugadores, motivándoles cuando les dice en sus mejores partidos que aún existe espacio para mejorar. El principal logro de Shankly fue el de convencer a sus jugadores de que eran 'supermanes'. Ahora Benítez hace lo mismo. Incluso en el espectacular gol de Peter Crouch frente al Galatasaray, el pasado miércoles, Benítez encontró una pequeña deficiencia técnica en la que trabajó con su delantero en el campo de entrenamiento de Melwood en los días posteriores al encuentro.
Pero quizás lo que vincula a los dos hombres completamente es su forma de vivir el fútbol, de manera total. La nieta de Shankly reconocía hace poco que su abuelo antepuso el fútbol a su familia y, aunque Benítez aunque habla de sus hijas en los actos del club, da la impresión aquí en Inglaterra de que fuera del balompié el técnico madrileño no existe, no tiene más vida, que no hay Benítez si no es para estar relacionado con algún aspecto del fútbol.