
El partido fue duro, trabado, interrumpido en exceso para el juego del Barcelona y también para los estándares del fútbol inglés. Mucha tensión, diez tarjetas y como siempre ironías en la rueda de prensa por parte de los protagonistas. Sin embargo, fue un auténtico partidazo. Lo bueno de esta rivalidad, es que cada enfrentamiento obliga a los dos equipos a dar lo mejor de sí. Sólo el Chelsea ha conseguido que aparezca este año el Barça agresivo, implicado y presionante de los últimos años. Asimismo, el FCB obliga al Chelsky a algo que normalmente no necesita en Inglaterra: jugar bien el balón y combinar en ataque.
Mourinho sabe que el Barça es la horma de su zapato. El portugués, tan buen entrenador como zafio ante los micrófonos, celebró el gol a lo grande, cuando en realidad sólo ganaba un punto casi irrelevante de cara a su segura clasificación. Por contra, lo único que ha descompuesto a Rijkaard desde su llegada a Barcelona ha sido ver a su equipo fallar once ocasiones de gol en Lisboa y las visitas de Mourinho al Estadi.
Ambos conjuntos quedan separados cinco puntos en el grupo, distancia irreal pero que obliga al Barça a ganar los dos partidos que le quedan, uno de ellos ante el inquietante y goleador Werder Bremen.
Podrían enfrentarse de nuevo a partir de los octavos de final, pero esta rivalidad que está ennobleciendo aún más a la Champions League, quizá no haya otra manera de zanjarla que en una final...¿será este próximo mes de mayo en Atenas?
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