
Vuelven los resultadistas
Aunque nunca se han tomado la molestia de explicar sus teorías, conviene reconocer que tienen un punto de razón. Es cierto que perder es fracasar y que en la victoria y la derrota caben emociones cuyo valor se registra en el estado de ánimo. Hay que concederles, además, otro beneficio: si bien algunos equipos, precisamente los más débiles, sólo miden su rendimiento en el marcador, nadie puede reprocharles que acepten cualquier camino y justifiquen cualquier procedimiento para alcanzarlo. Aprovechar alguna ventajilla ocasional, ya sea una jugada de laboratorio o un golpe de suerte, es el derecho indiscutible de quienes carecen de los recursos del campeón. Sin embargo, los resultadistas no consideran la cicatería una exigencia del estado de necesidad, sino una herramienta de trabajo. Ocultan además las pruebas que consideran contradictorias; ignoran, por ejemplo, que un equipo, el Barcelona, ha ganado la Liga española y la Liga de Campeones, dos de las competiciones más acreditadas del mundo, apoderándose de la pelota, llevando la iniciativa, ocupando el campo contrario y, por añadidura, divirtiendo a los espectadores. En uno de esos ejercicios de estilo que hacen verdaderamente grande a un club, ha reunido un elenco de futbolistas cuyo distintivo es la brillantez y, en vez de imponer que se limiten a cumplir órdenes, les ha permitido que improvisen y ofrezcan lo mejor de su repertorio. De esta manera convierten el trabajo en una aventura, y cada día ponen a prueba sus propios límites: llenan el Camp Nou, dejan para el archivo media docena de jugadas del año, logran la más alta diferencia de goles y, mientras Valdés consigue el Premio Ricardo Zamora, Eto'o se lleva de tacón el Trofeo Pichichi. Encabezan todas las clasificaciones y merecen todos los elogios de la crítica internacional. Para los resultadistas, el Barcelona es, mal que nos pese, el equipo que nunca existió. En cuanto el chusquero de moda engancha tres victorias consecutivas, se reafirman, nos venden el encanto de bostezar y vuelven a insistir en que sólo hay dos tipos de juego: uno feo, pero práctico, y otro vistoso, pero inútil. Olvidan que el deporte de alta competición es únicamente un espectáculo, y que un espectáculo puede ser cualquier cosa, salvo aburrido. Pensándolo bien, quizá merezcan que se lo entreguemos sin condiciones. El aburrimiento, para el que lo trabaja
4 comentarios:
A mi los bolos no me gustan , pero es es que no me gustan nada , en los bolos como en todos los deportes hay un campeon , seguramente hay un campeon del mundo , el mejor jugador del mundo de bolos , algo que tienen un gran merito . En el deporte tiempre gana uno pero eso no es lo que hace un deporte grande , entretenido , divertido , eso se consigue con la estetica , las formas , la epica , el juego ....
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