sábado, diciembre 29, 2007

"Yo soy Iniesta y tú, no"

Hay un cierto tipo de gran jugador que recibe el trato de los futbolistas corrientes. Lo que les caracteriza está siempre más cerca de lo excepcional que de lo ordinario, pero suelen convertirse en subordinados de cualquier medianía. Con Iniesta empieza a ocurrir un caso muy parecido al de Paul Scholes, probablemente el mejor jugador inglés de la gran generación del Manchester United.

No habrá jugador más apreciado por los profesionales, pero nunca recibió en la selección inglesa el crédito que mereció. Peor aún, fue desplazado de su posición natural para dejar el sitio a las estrellas mediáticas: Lampard, Beckham y Gerrard. A Scholes se le ninguneó en el campo y siempre ejerció de chivo expiatorio en los frecuentes trastazos de la selección inglesa.

Como Scholes, Iniesta es un futbolista que comprende el juego con naturalidad, sin estridencias, con una profunda sabiduría. Es un manual con piernas, el ejemplo donde debería mirarse cualquier centrocampista para aprender el oficio y cualquier futbolista para sentirse comprometido con su profesión. Fuera de Messi, no hay jugador más importante en el Barcelona. Sin embargo, su destino parece que tiene algo de preocupante.

Iniesta fue sacrificado frente al Madrid en nombre de dos jugadores que tienen más nombre, pero menos juego. Por las razones que sean, Ronaldinho está en el agujero desde hace tiempo. Tampoco Deco ha manifestado en las dos últimas temporadas ninguna cualidad que le sitúe por encima de Iniesta. Es un futbolista venido a menos, con el problema añadido de su reciente lesión. No hace mucho, Carlos Martínez relataba una jugada del Barça en el partido que transmitía Canal +. 'Deco recoge la pelota y cambia de ritmo', se animó a decir. 'Sí, pasa de lento a más lento', añadió Michael Robinson.

En su papel de eterno subordinado, Iniesta fue enviado frente al ala derecha, exilio que pagó gravemente el Barça durante todo el primer tiempo. Sólo él tenía la oportunidad de orquestar el circuito de juego, pero terminó desesperado en la raya. Se marginó al mejor futbolista del equipo y se produjo una catástrofe por contagio: Xavi se aturdió en medio del caos, a Deco se le vieron las costuras y Ronaldinho no mejoró lo último que sabemos de Ronaldinho. Era sorprendente observar el alivio del Madrid ante la marginación del jugador que más temía.

Es hora de que el Barça y la selección reconozcan en Iniesta el indispensable jugador que es. Eso significa proclamar su importancia. Y eso se hace con decisiones que pueden no resultar populares políticamente. En el caso de Iniesta su categoría anima a una trampa: su nómada vida por el campo parece que se justifica por su condición de jugador total. Es bueno en todo, se le utiliza para todo.

Iniesta tiene un puesto muy definido en el campo. O figura en el eje, o se le impiden demostrar sus mejores cualidades. Este proceso de reconocimiento no puede esperar más, o puede volverse en contra del propio jugador. El fútbol es un mundo de clichés. Hace un año se dijo de Iniesta que era un jugador de 20 minutos. También se ha dicho que es un jugador sin carácter, de perfil bajo, sin quite, sin demasiada velocidad. Son falsedades perfectamente rebatibles que no merecerían un minuto de discusión.

Por desgracia, hay pocas cosas más difíciles para un futbolista que sobreponerse a los clichés. Una vez que se instala un tópico, la realidad no lo desmiente. El fracaso del Barça ante al Madrid debería servir, al menos, para proclamar lo que es evidente: es alrededor de Iniesta donde el Barça tiene que construir el equipo. Orillarlo, no apreciar sus méritos, supeditarlo a la celebridad de otros, es un error colosal que no se puede permitir ni el Barça, ni la selección española. Es algo clamoroso que Iniesta también necesita forzar. Ya es hora de que diga: 'Yo soy Iniesta y tú, no'.

Santiago Segurola en Marca.

domingo, diciembre 16, 2007

Viejos rockeros, héroes necesarios

Ryan Giggs, viejo rockero del fútbol, ha recibido la Orden del Imperio Británico, mérito que honra al segundo jugador que más partidos ha disputado con el Manchester United. Sólo le supera Bobby Charlton, cuyo sólo nombre dice lo mejor del club de Old Trafford. Giggs representa aquello que el fútbol necesita y frecuentemente olvidan: el testigo transmite los códigos, la experiencia y la sabiduría de los futbolistas que representan los secretos de un club.

Sabemos lo que significa la globalidad, con sus inconvenientes y ventajas. En nombre del nuevo mercado, en el fútbol se han cometido abusos, corrupciones y excesos. Pero el anterior régimen era peor. Se movía entre el paternalismo y un tratamiento esclavista de los jugadores. Si fuera por las organizaciones que ahora se lucran con las reglas que antes atacaron, el fútbol sería una finca pequeña, cerrada y sin futuro .

Uno de los aspectos más interesantes del nuevo fútbol es la relación entre los viejos valores y un mercado incesante. Es difícil hablar de patrias, canteras y vinculación en este tiempo. Puede que hasta sea mejor. Hace un rato que el fútbol es un elemento primordial de ocio en la sociedad actual. El ocio tiene un valor. Se consume. Es un negocio. El futuro no va a modificar esta realidad. Los viejos tiempos no regresarán.

Se podría pensar que la figura de Giggs no tiene valor alguno en este fútbol que se mueve a la velocidad de la luz. Ahí está un futbolista que ha defendido 16 años la casaca del Manchester United. ¿Y qué?, dirán muchos. Y dirán también que Giggs es una anacronía simpática que no representa nada de lo que ocurre en el fútbol actual, un dinosaurio en trance de extinción.

Sin embargo, la figura de Giggs emite un mensaje muy diferente. No es casualidad que cinco de las grandes instituciones del fútbol mundial depositen su legado en los jugadores formados en la cantera. Justo cuando todo invita a pensar en lo contrario, el Madrid, Barça, Milan, Manchester United y Liverpool están abanderados por futbolistas que forjados en sus filas desde niños.

Maldini se mantiene en el Milan con 40 años. Scholes, Giggs y Gary Neville sostienen la autoridad en el Manchester. Gerrard y Carragher son la insignia espiritual del Liverpool. ¿Y en España? Lo mismo. Raúl, Guti y Casillas significan más que nunca el vínculo con todo lo que significa el Real Madrid. El club les necesita tanto o más por lo que representan que por méritos futbolísticos, que son enormes.

Esta conciencia se aprecia tanto o más en el Barça, donde se ha equilibrado mejor que en cualquier otro club la relación entre el mercado y la cantera. Víctor Valdés, Puyol, Xavi, Iniesta y Messi han conocido los secretos del Barça desde niños. Son los herederos de Guardiola, Amor, Ferrer y Sergi. Y así sucesivamente. No es casualidad que los grandes equipos del fútbol mantengan lazos indestructibles con sus viejas culturas. Gran parte de su éxito radica precisamente en esta política inalterable.

Es más fácil que se genere un vacío insuperable en el Chelsea que en el Manchester United, en el Liverpool o en el Arsenal, cuya peculiar trabajo es un modelo novedoso de cantera. Aunque privado casi absolutamente de jugadores ingleses, el Arsenal ha interiorizado algo parecido a una cantera global. La mayor parte de sus jugadores, incluido Cesc, ha crecido en la factoría gunner. Cesc es para el Arsenal lo que Casillas para el Madrid, o lo que Messi o Bojan para el Barça.

El reconocimiento a Giggs no es, por tanto, un anacronismo. Su importancia merece difundirse más que nunca, especialmente para que los clubes no terminen fascinados por el mercadeo. Hace 13 años, Raúl era la ilusión de la hinchada del Madrid. Ahora significa la garantía de todo aquello que ha hecho grande al club. Sin él, sin Casillas, sin Guti, resultaría mucho más difícil, quizá imposible, trasladar a las nuevas generaciones de jugadores la verdadera trascendencia del Real Madrid.

Santiago Segurola en Marca

Gerrard, el poeta guerrero de Anfield


En 1963, Gerry and the Pacemakers pusieron letra y música al éxito You’ll never walk alone [Nunca caminarás sólo]. Aquella canción se convirtió en una filosofía de vida, en un escudo, en el catecismo de una religión llamada Liverpool. Para miles de personas, esa canción es rotundo juramento, invitación a la entereza, armadura espiritual. Un canto a la esperanza. Una melodía que se transmite de padres a hijos. Paisley, Dalglish, Souness, Rush o Barnes no tuvieron miedo de la tormenta y nunca caminaron solos a través de la oscuridad. Brillaron sobre la alfombra verde como hombres de honor primero, y como futbolistas de calidad después. Ahora, el estandarte de esos valores, la bandera de ese himno, la sostiene Steven Gerrard. Un hombre de honor.


Gerro responde al ADN del extinto One Club Man* [Expresión anglosajona que sirve para definir al futbolista que ha agotado su carrera deportiva ligado, durante años, a una misma camiseta y fiel a una filosofía de vida]. Ahora que corren malos tiempos para la lírica, Steven Gerrad resiste en la jungla del fútbol sofisticado y mercenario como un jugador de los de antes. Un One Club Man que recuerda a los aficionados los tiempos en los que nadie cambiaba de equipo, porque era más digno jugar para el barrio que por dinero. O por la Coca-Cola y el bocadillo. Las células de Gerrard se confunden tanto con el escudo del Liverpool que estamos no sólo ante un gran futbolista, sino ante un diario íntimo del club. Ante un tipo cuya principal virtud ha sido ser fiel a la tradición del Liverpool. Ante un hombre que sabe que la palabra de Bill Shankly - alma máter de los Reds - es sagrada, y que responde a una serie de mitos, ritos y símbolos de culto.

Cuenta la leyenda que durante su longeva etapa como jefe del Liverpool, Bill Shankly ordenó colgar en el túnel de vestuarios un cartel con la inscripción This is Anfield, -Esto es Anfield- con el único objetivo de recordar a sus jugadores para quién iban a jugar, y a sus rivales, para recordar ante quién iban a perder. Gerrard, aprendiz de Shankly, sargento chusquero de entrenadores y futbolista para el pueblo, recogió el testigo de Shankly. Fue en una rueda de prensa a mediados de los noventa, cuando un periodista del Daily Mirror le puso la cuestión encima de la mesa. Gerro, el tipo con cara de minero, gesto hosco y muy mala leche, respondió así a la cuestión:

- Cuando toco el cartel que Shankly mandó colgar en Anfield, me acuerdo de la gente. Gastan un dinero que no tienen, y no llegan a final de mes para estar con su equipo. Yo soy el encargado de defender su orgullo y su fe. Lo haría con mi vida si llegara la ocasión.

La ocasión llegó en Estambul, de la mano del Shankly español, Rafa Benítez, que armó un equipo ordenado, solidario y equilibrado que se plantó en la final de la Copa de Europa ante el Milán de Silvio Berlusconi. Según reza la película Braveheart en sus créditos, ‘En el año del señor de 1314, patriotas escoceses, hambrientos y en inferioridad, atacaron los campos de Bannuckburn. Lucharon como poetas guerreros. Como escoceses. Y se ganaron su libertad’. Según los libros de historia de la Copa de Europa, en el año del señor de 2007, patriotas de Liverpool, hambrientos y en inferioridad, atacaron los campos de Ataturk y remontaron un 3-0 en contra en la final más homérica de todos los tiempos. Lucharon como poetas guerreros. Como ingleses. Y después de echar el corazón por la boca, con prórroga incluida, después de una dramática tanda de penaltis, alzaron la Copa de Europa. Aquella noche, Steven Gerrard fue un William Wallace inglés sobre el césped. Jugó de lateral derecho, de interior, de cerebro, de interior, de segundo delantero e incluso de central, en la mayor exhibición de arrojo y compromiso que se recuerda en una final de Copa de Europa. Fue la final de una furia vestida de rojo. De Steven Gerrard, un duro de los de antes. Un poeta guerrero.

Rubén Uría en El Hacha

Homenaje a Sir Bobby

"Es mi amor, mi vida, mi droga, mi motivación". Bobby Robson, sobre el fútbol.

Sir Bobby Robson recibió el que quizá sea el último premio de su vida. Carcomido, a sus 74 años, por una enfermedad mortal, el ex jugador de la selección inglesa y ex entrenador del Barcelona, el Newcastle, el Ipswich Town e Inglaterra y muchos equipos más recibió el aplauso más sonado de la noche el domingo pasado en una gala organizada por la BBC para homenajear a los mejores deportistas británicos del año.

Como Robson no se ha batido este año ni contra Alemania ni contra el Real Madrid, sino contra un cáncer de pulmón y una parálisis parcial provocada por un derrame cerebral, lo que le dieron fue un trofeo en reconocimiento a su trayectoria profesional, honor que la BBC ha concedido, a lo largo del medio siglo que lleva celebrando este evento anual, a sólo cuatro deportistas: Pelé, Bjorn Borg, Martina Navratilova y George Best.

De los millones de televidentes que lo vieron salir al escenario, caminando con dificultad pero sonriente como un niño, ninguno dudó de que se merecía el galardón. No sólo por el más de medio siglo que ha dedicado al fútbol desde que comenzó como jugador profesional en el Fulham, a los 17 años, sino con igual mérito por la honradez, el buen humor y el entusiasmo que siempre ha rebosado.

Al aceptar el premio, el pequeño discurso que dio no llamó la atención a sus virtudes, sino a la gente que le ha acompañado en su largo viaje deportivo. "Nadie gana nada solo", declaró Robson; "este premio es ante todo una oportunidad para que pueda dar muchísimas gracias a toda la gente que me ha apoyado. Sin los jugadores, sin la gente que trabajó conmigo, no estaría aquí esta noche".

Muchos más no estarían donde están si no hubiera sido por él. Empezando por José Mourinho, el traductor que el club le puso cuando llegó a entrenar al Sporting de Lisboa y que después se llevó al Barcelona, en el que poco a poco fue asimilando la experiencia e información necesaria para convertirse en un exitoso y multimillonario entrenador. Lo triste es que Mourinho no le ha devuelto el favor. Desde que llegó al Chelsea, el portugués no ha contestado las llamadas de sir Bobby. Algún resentimiento, dice gente cercana a los dos, que Robson no acaba de entender. Tal vez porque carece de imaginación mezquina. Lo que es cierto es que Mourinho será un gran técnico y también un gran showman, pero no es un gran hombre. A diferencia de Robson, que, con la excepción de Mourinho, preserva el afecto de toda la gente que le ha rodeado a lo largo de su carrera.

En el Barça no le trataron muy bien al principio, traumatizado como estaba el mundo culé tras la salida de su venerado Johan Cruyff. Se reían de sus pobres esfuerzos para hablar el castellano y le llamaban abuelo, en parte porque era mayor, en parte porque se creó un consenso entre muchos analistas expertos del mundillo español de que no entendía nada de fútbol, de que carecía de visión y sofisticación táctica. Lo cual delató más que nada los prejuicios y la ignorancia de la gente que lo decía. Podría ser que no tuviera las virtudes ajedrecistas de su sucesor, Louis van Gaal, pero su trayectoria, definida siempre por una contagiosa energía motivadora, hablaba por sí sola. Lo que logró en los comienzos de su carrera como entrenador fue milagroso.

Convirtió al diminuto Ipswich Town en una potencia futbolística tanto en Inglaterra como en Europa. Ganó con el Ipswich la Copa inglesa y la de la UEFA y fue el equipo que más guerra le dio en la Liga al gran Liverpool de finales de los 70. Como seleccionador de Inglaterra, equipo con el que nadie ha hecho nada con la excepción de Alf Ramsey en 1966, tuvo dos excelentes Mundiales. En 1986 llegó a los cuartos de final, en los que Inglaterra quedó eliminada por la mano de Dios de Maradona, y en 1990 perdió en las semifinales contra Alemania por penaltis. Si Fabio Capello, el flamante seleccionador inglés, logra lo mismo, la reina le hará sir también.

Capello le venció en el mano a mano que tuvieron los dos en la temporada 1996-97 como entrenadores del Madrid y del Barça, pero una vez más, como ser humano, como buena persona, el solemne, engreído, sargento italiano jamás podrá competir con sir Bobby.

John Carlin en El País

lunes, diciembre 10, 2007

De la 'Liga de las alubias' al torneo del 'sushi'


La revolución del inspector Clouseau todavía no ha triunfado. La Liga de las alubias está viva. Y el deporte sentido como una guerra sigue vigente en la mayoría de los equipos de la Premier. Todo eso vino a decir la semana pasada el francés Malouda, un prodigio físico fichado este verano por el Chelsea. "Las sesiones de entrenamiento aquí dan miedo", avisó. "Son como los partidos. Sales desfondado. De hecho, durante los encuentros de verdad parece que los cerebros de todo el mundo estén apagados. La gente juega por instinto. En el Chelsea no controlan lo que comemos. Te puedes tomar lo que quieras, beber una Coca-Cola o lo que sea. Es bueno que haya venido aquí con 27 años: no he seguido la misma dieta que el resto de jugadores".

El enfado de Malouda es sorprendente por dos cosas. La primera: José Mourinho, el ex entrenador del Chelsea, profesionalizó los menús del equipo hasta el punto de contratar a Toni, sardo, aficionado del Inter de Milán, y cocinero del hotel en el que se concentraba el equipo. El trabajo de Toni lo supervisaba un médico. La segunda: Arsène Wenger lleva entrenando en la Premier League desde 1996.

El francés llegó al Arsenal con la misión de desmontar una plantilla liderada por un alcohólico, Tony Adams. Los gunners, en realidad, resumían las más rancias tradiciones del fútbol inglés, que hoy sobreviven de mitad de la tabla para abajo: judías y tostadas, carne asada y hamburguesas para comer. Cervezas tras los entrenamientos y los partidos. Vida en el pub. Cero verduras. Cero pescado. El defensa Lee Dixon le recibió diciéndole que parecía un profesor de geografía. Y Ray Parlour, toda una institución en el equipo, imitándole como si fuera el inspector Clouseau. Luego, la revolución que transformó a los mejores de la Premier. Todo empezó con un cronómetro, la Liga japonesa y el sushi.

"He vivido dos años en Japón y ahí probé la mejor dieta que nunca tuve", anunció Wenger en el vestuario. "Se basa fundamentalmente en vegetales hervidos, pescado y arroz. Sin grasas, sin azúcar. Cuando vives en Japón te das cuenta de que no hay gordos. Creo que en Inglaterra coméis demasiado azúcar y carne y no las suficientes verduras". Hubo jugadores que quisieron salir corriendo. El primero, Ian Wright, que hoy es la imagen de una campaña para enseñar a comer bien a los niños ingleses. Cuando le explicaron que tenía que comer brócoli, además de qué era el brócoli, se horrorizó.
"Wenger prohibió la Coca-Cola, acabó con las alubias en los desayunos y las cervezas en el autobus después del partido", recuerda Silvynho, antes en el Arsenal y ahora jugador del Barça. "Es estúpido trabajar duro toda la semana y desaprovecharlo por no prepararse apropiadamente", insistió Wenger a sus jugadores. Y los entrenamientos se acortaron. Cada ejercicio se empezó a medir con un cronómetro. Los estiramientos, una excepción hasta entonces, se hicieron habituales, así como la asistencia de un osteópata francés, el uso de suplementos vitamínicos y las visitas al Sopwell Hotel: estaba frente a las viejas instalaciones del Arsenal, tenía piscina, gimnasio y, sobre todo, cocina mediterránea. Antes del técnico francés, la pasta blanca, sin salsas; los vegetales y el aceite de oliva, la dieta mediterránea, eran una excepción en la Premier. Hoy, una generalidad en toda Gran Bretaña. En el Manchester United, por ejemplo. "Ahí la comida es parecida a la de otro equipo europeo", explica Walter di Salvo, preparador físico del Madrid, que lo fue durante tres años del equipo inglés. "Tienen nutricionista y trabajan sin ningún problema. Comen dieta de deportista, comida mediterránea".

"En el Liverpool ese tema está muy controlado", explica Xabi Alonso. "Tenemos un buffet donde comemos cada día. También hay consignas si comes fuera. Según los análisis que te hacen, te recomiendan comer unas cosas u otras. La alimentación es propia de deportistas".
"Comemos exactamente igual que en España, pero aquí está mejor organizado", coincide David Fernández, del Kilmarnock escocés. "Podemos comer en el club. Lo que cambia es que aquí se come bastante más tarde: comes a las 12 y juegas a las 3". ¿No queda nada de los viejos tiempos? "Una vez al año", explica Fernández, "tenemos la Christmas Night Out. Estás dos días seguidos bebiendo, sólo los jugadores, sin las mujeres, para hacer equipo y con permiso del club. Jugamos de 5 a 7 de la tarde. Luego nos vamos a cenar y hasta cuando sea. Al día siguiente nos levantamos, vamos a ver carreras de caballos, por ejemplo, y seguimos... hay quienes se quedan inconscientes en dos horas, y quienes ni beben. Depende de cada uno".

"Quedar para cenar con el equipo es una pérdida de tiempo. Ellos quedan a beber, no a cenar", cuenta Aranalde, jugador del Carlisle, de la Second Division. "No deja de sorprenderme que comiendo como comen puedan correr como corren. Yo sigo una estricta dieta mediterránea convencido de que es básico. Ellos comen guisantes con salsa, alubias, purés de patata... tres horas antes del partido".
"Para ellos la cultura es ésa: fútbol y cervezas", coincide Roberto Fernández, entrenador del Swansea, que no ha prohibido las fiestas, pero ha fijado un límite de cervezas. "Los jugadores son listos y lo entienden. Son muy profesionales. Si les dices que entrenen en gallumbos, se entrenarán en gallumbos. Pero hay cosas que pertenecen a su cultura y debes ir con cuidado".

Malouda sufre un choque cultural. Aún así, debe darle gracias a Wenger. Si hubiera llegado hace 10 años, Malouda estaría bebiendo cervezas hasta en los entrenamientos.

J.J.Mateo y Luis Martín en El País

El nómada y el sedentario

El 20 de noviembre asistí al partido Colombia-Argentina, que concluyó en Suramérica la primera fase rumbo al Mundial de Suráfrica. La selección albiceleste llegó a Bogotá con un récord perfecto y un técnico fantasma. Los ojos de Basile aún veían los cinco goles que los colombianos le anotaron antes del Mundial de Estados Unidos. El Coco tuvo la mala suerte de dirigir a Argentina esa noche y llegar al Campín 13 años después sin haber perdido la memoria.
La selección de Colombia ya no parece un surtido de la raza cósmica donde es lógico que un mulato sea rubio. Sólo se distingue de equipos africanos por sus nombres de realismo mágico: Tresor, Mahler, Magneli y Rubén Darío. Algunas cosas han cambiado, pero Basile no puede dar la mano en Bogotá sin recordar que cada dedo representa un gol en contra.

La tempranera expulsión de Tévez y un gol en posible fuera de lugar empañaron un resultado conseguido con más esfuerzo que calidad. Aun así, el triunfo de 2-1 llenó de júbilo a los colombianos y permitió sacar conclusiones. Cuando un gaucho ve una fogata, toca un tango en la guitarra. Tal vez por eso, la selección argentina se pone triste en los momentos de lumbre. En la pasada Copa América dominó los partidos de trámite y en la final perdió 3-0 ante los suplentes de Brasil. Un célebre grafiti dice: "Bogotá: 2.600 metros de paranoia". Basile entendió la parte del miedo, pero no la de la altura. Su equipo se quedó con 10 hombres y Riquelme sufrió mal de montaña sin que él reaccionara.

Hay jugadores televisivos que solo despiertan cuando los enfoca una cámara. Riquelme es un artista de potrero al que hay que apreciar aunque no tenga la pelota. Lo vi por primera vez en el Estadio Azteca en 2001, cuando el Boca Júniors visitó al Cruz Azul, en la final de la Copa Libertadores. Experto en pausas y pases de aceleración, marcó el ritmo del partido. Meses después, contemplé en el Camp Nou a un azulgrana que se llamaba como él pero lucía extraviado y se dirigía al árbitro como si pidiera las señas de un hotel.

Tampoco en el Villarreal volvió a ser el del Boca. En la semifinal de la Champions falló un penalti y salió del campo mordiendo la camiseta amarilla. Luego, Pellegrini decidió que un volante que vive de la inspiración es prescindible en un equipo que aspira a ser una máquina.
En un deporte globalizado, Riquelme es un talento, un vino excelso que se avinagra lejos de la pampa. Aunque siempre ha habido jugadores caseros, él lo es de forma absoluta. De acuerdo con Martín Caparrós, autor de Boquita, Riquelme practica un arte primitivo; no juega para competir sino para jugar. Cuando conquistó su primer trofeo, Carlos Bianchi tuvo que decirle: "Andá, Román, andá a festejar que esto no lo vas a disfrutar todos los días".

Durante Alemania-2006, coincidí con Bianchi como comentarista de televisión. Ningún entrenador ha sido tan significativo para Boca. "Bianchi compartía con Dios esa posibilidad de darle sentido a las cosas, de llevarnos a aceptar sus decisiones como un misterio superior a nuestra comprensión", comenta Caparrós.

Aproveché los días de Alemania para hablar con el profesor de la mitología que ha protagonizado. En una de esas ocasiones sonó su móvil y dijo: "No, negro, no puedo hacer nada, ya tenés otro padre". Cortó la comunicación de manera enfática. "Es Riquelme", informó.

Hay a los que ningún sueldo les quita la orfandad. Riquelme necesita ser adoptado. Con una mezcla de apuro y satisfacción, Bianchi se hacía a un lado para que Pekerman cumpliera esa tarea. Imaginé la soledad del astro en su concentración, llamando al protector que le dio la orden de ser feliz. Curiosamente, Riquelme pasa de sentirse al margen a sentirse líder. La selección de Basile gira en torno a sus zapatos. Contra Colombia, se vio disminuido por la inferioridad numérica, la altura y las semanas sin jugar, pero el técnico lo dejó ahí, para no deprimirlo sustituyéndolo.

Inexportable, Riquelme es el sedentario que busca apropiarse del balón. En cambio, Messi es el nómada que imagina vías de escape. Fuera de la cancha, uno busca un tutor y otro un gameboy, uno requiere descanso y otro se aclimata con el jet lag. Un genio de barrio y un genio de franquicia.

El fútbol depende de atavismos. Las canchas no son ajenas a las estirpes de Abel y la de Caín: los que se van y los que se quedan. Unos escapan con el balón, otros lo retienen. Si discrepan, la tribu se rompe, según cuenta la Biblia, primer libro de táctica esencial.

Juan Villoro en El Periódico de Catalunya

sábado, noviembre 24, 2007

Cruyff, el Barça y la revolución

Una fecha suele pasar inadvertida en la fastuosa trayectoria de Johan Cruyff en el Barça. Había más críticos que aduladores aquel 5 de abril de 1990. El Barça se enfrentaba al Madrid en la final de Copa y Cruyff atravesaba una situación crítica en el club. El presidente Núñez había contactado con César Luis Menotti para ofrecerle la dirección del equipo. Cruyff estaba a punto de concluir su contrato de dos años, en medio de un ambiente tan cargado como la tormenta que azotaba Valencia, escenario de la final. La temporada se había apretado para favorecer la preparación del Mundial de Italia, donde se esperaba una buena actuación de la selección española. Hay cosas que no cambian. La selección estaba integrada por una abundante mayoría de jugadores del Real Madrid, que se dirigía como un tiro a por el quinto título consecutivo de Liga. El Madrid dominaba el campeonato con más facilidad que nunca. Su producción goleadora mejoraba todos los registros conocidos. Hugo Sánchez anotaba una media de un gol por partido, la Quinta del Buitre había alcanzado la cumbre de la celebridad y sólo las discrepancias entre Ramón Mendoza, presidente del Real Madrid, y Martín Vázquez ensombrecían la felicidad en el madridismo. El Barça vivía con las frustraciones de costumbre. Desde 1960, sólo había ganado dos Ligas (1973-74, 1984-85), cifra asombrosamente exigua para un club con un potencial enorme. En ese mismo periodo, el Atlético de Madrid había obtenido más campeonatos. Más sorprendente eran los cuatro títulos del Athletic y la Real Sociedad en los años ochenta.

El Barça parecía destinado a una amargura perpetua, sometido a toda clase de incertidumbres. Por el club habían pasado las mayores estrellas del planeta, con Cruyff, Maradona y Schuster a la cabeza, y los entrenadores más prestigiosos de su tiempo: Rinus Michels, Weissweiler, Menotti, Venables y hasta el último Helenio Herrera. Nada funcionó como debía. Al Barça le faltaba identidad. Viraba de ruta continuamente y disfrutaba de un insano victimismo. Una presión de proporciones atómicas no ayudaba a mejorar las cosas. Los malos resultados eran proporcionales al desaliento general. En la temporada 87-88, era frecuente ver el Camp Nou casi vacío. Sólo 30.000 persones tenían el humor de acudir a uno de los templos sagrados del fútbol. Lo que ahora parece irreal era tan cierto como la desesperada situación de Cruyff aquel 5 de abril de 1990.


Cruyff fue contratado en el verano de 1988. El Barça acababa de padecer una de las peores crisis de su historia. El trauma de la derrota en la final de la Copa de Europa de 1986 había destruido el club. El motín de los jugadores contra el presidente Núñez superaba todas las fronteras conocidas del desconcierto. El fichaje de Cruyff se antojaba como la última bala de un presidente que se había caracterizado por el populismo. En el primer Núñez se apreciaba la semilla de los dirigentes que harían furor en los años noventa. Como tantas otras estrellas, Cruyff había abandonado el Barça entre críticas, pero su inolvidable primera temporada le acreditaba por encima de cualquier rechazo. En 1973, el Barça voló tras la llegada del astro holandés. El 0-5 en el Bernabéu fue la cima simbólica, aunque no el mejor partido, de aquel equipo. Sólo por ese capital, Cruyff tenía más galones que nadie en el barcelonismo. Núñez lo sabía y le fichó. Cuestión de supervivencia.

Sin embargo, no hay mito que aguante una saga de derrotas. En su primera temporada, el Barça ganó la Recopa de Europa, sin saber que la victoria frente al Sampdoria sería el anticipo de otra más aclamada, tres años más tarde. Pero la Recopa era caza menor. El equipo hegemónico no era otro que el Real Madrid. La segunda temporada tampoco ayudaba a la causa de Cruyff. Descolgado en la Liga, sólo le quedaba la oportunidad en la final de Copa, no tanto porque el título pudiera saciar al barcelonismo como por el significado de una victoria sobre su gran adversario. Eran pocos los que apreciaban la profunda transformación que había comenzado el técnico holandés. No resultaba fácil adivinar el impacto de un hombre que traía un modelo tan peculiar como atrevido. En un país apasionado por el fútbol, pero poco abierto en aquellos días al debate técnico, las cualidades de los entrenadores se identificaban más con las relaciones públicas que con su verdadera aportación al juego. Fue luego, en la década siguiente, cuando emergió una nueva generación de entrenadores españoles, en buena medida por el efecto que tuvo el Milan de Sacchi y el Barça de Cruyff en los aficionados. De repente, se generó una fascinación por los recovecos del juego que prendió entre los jóvenes preparadores. Pero a finales de los ochenta el panorama era muy diferente. Los mejores equipos españoles estaban dirigidos por técnicos extranjeros. Entre todos ellos, Cruyff parecía un enigma.

Desde su etapa juvenil en el Ajax, Cruyff había sido un jugador con opiniones propias. Nunca pensó como los demás. Su relación con Rinus Michels se estableció a partir de un proceso intelectual. Los dos tenían algo de visionarios en un equipo que marcó una época en el fútbol. Y la marcó desde la nada. En términos casi religiosos, el Ajax significó una reforma total contra el dogma del catenaccio que prevalecía en la década de los sesenta. Y Cruyff era el profeta de una nueva religión futbolística. Su aproximación al juego se relacionaba con la belleza, la arquitectura espacial del fútbol, la voluntad de ataque, la precisión, la velocidad, la técnica, la cohesión colectiva y el deseo de trascender el resultado. “Me gusta ganar jugando bien. Y si pierdo, prefiero hacerlo jugando bien”, comentaba Cruyff. No había nacido para el aburrimiento. Como entrenador demostró inmediatamente la coherencia y la altura de sus ideas. Restauró al Ajax como uno de los equipos más atractivos de Europa y estableció un ideario que fue la envidia del fútbol mundial. Jóvenes jugadores como Van Basten, Rijkaard o Bergkamp se adiestraron con el magisterio de Cruyff, uno de los escasos ejemplos donde la importancia como entrenador iguala o supera al legado como futbolista. Y eso no es nada fácil con un hombre considerado como uno de los cuatro mejores jugadores de la historia.

Todo lo que hoy se celebra en Cruyff no parecía tan claro en sus dos primeras temporadas en el Barça. Buena parte de la prensa no entendía su mensaje futbolístico. Se le consideraba más loco que osado, más irresponsable que sensato, más incomprensible que didáctico, más perdedor que victorioso (nunca ganó la Liga como técnico del Ajax), más ególatra que entrenador. Sin embargo, la revolución había comenzado. Aunque el Milan de Sacchi, y de sus tres holandeses, trataba de imponer su excepción al modelo característico en aquellos tiempos, el 5-3-2 con libre y carrileros pelmas, nada se podía comparar al Barça que pretendía Cruyff, donde regresaban los extremos como piezas fundamentales. Extremos insospechados muchas veces. A Cruyff le resultaba más importante la función que el órgano. Si esta cuestión significaba colocar a Lineker, un rematador y nada más que un rematador, o a Julio Salinas como extremo derecha, la decisión estaba tomada: los dos se iban a la raya derecha. Lo importante era ganar espacios, abrir las defensas, disponer de la pelota como estrategia ofensiva y defensiva, abrumar al adversario con un juego rápido, donde todos los jugadores conocieran exactamente su función, donde cada uno expresara sus mejores cualidades por raras que parecieran.

El trabajo de Cruyff no fue sencillo porque los resultados no funcionaban y por la enorme cantidad de prejuicios que pesaban en el fútbol. En un medio que favorecía el discurso defensivo, las ideas del técnico holandés se interpretaban como una chaladura. Donde todos añadían defensas (dos centrales, un líbero, dos laterales con el adjetivo de carrileros y un medio tapón), Cruyff agregaba delanteros o jugadores con una vocación ofensiva. No pocas veces utilizó sólo tres defensas y siempre definió el juego con un medio centro creativo, primero Luis Milla, luego Pep Guardiola. Los dos extremos eran obligatorios. Sólo los quería para los últimos 20 metros, como al delantero centro. No los quería para trabajos que luego repercutían en su eficacia. No los quería para defender. También era asombrosa su selección de jugadores. Comenzaba por una confianza absoluta en la creación de especialistas. Para eso estaba la cantera. Tenía ventajas indiscutibles que tardaron mucho en observarse: el sistema de producción de la cantera aseguraba un tipo de jugador a la carta, saneaba la economía del club y establecía un magnífico vínculo con el entorno social. Cuando Cruyff llegó al Barça, el equipo estaba prácticamente integrado por jugadores forjados fuera de la cantera azulgrana. Cuando dejó el club, una parte sustancial del equipo procedía de las categorías inferiores: Guardiola, Amor, Sergi, Ferrer y varios futbolistas notables, pero de menos éxito.

En lo que parecía un atrevimiento descabellado, su equipo rompía muchas normas presuntamente sagradas. Ferrer y Sergi no llegaban al 1,70. Koeman, quizá el jugador más importante de la ‘era Cruyff’, era un armario que jugaba sin red de seguridad en el centro de la defensa. Un chico flaco que no podía correr, ni saltar, oficiaba de medio centro: era Guardiola. Laudrup fue rescatado del fútbol italiano, donde no se tuvo ninguna consideración por sus habilidades, y deslumbró como extremo o como delantero centro falso, aunque no pudiera quitar la pelota a nadie. Más tarde llegó Romario, un gordito que estaba en las antípodas de los arietes al uso. Pero Cruyff quería divertirse. Y Romario, cuando le apetecía, era la diversión asegurada. Stoichkov venía del incierto fútbol del Este. Era arrogante, rápido y poderoso. Quería jugar suelto. Cruyff le ubicó como extremo a palo seco. A Beguiristain, también, aunque no era tan rápido, ni tampoco se caracterizaba como regateador. A Beguiristain le caracteriza su astucia. Eusebio era tan pequeño como los otros. Tampoco impresionaba por su rapidez. Todo lo contrario. Excepto para pensar y pasar. Para eso era un rayo. Ni Amor, ni Bakero, se distinguían por su presencia atlética, pero eran listos, competitivos y abnegados. Como ocurrió con Hugo Sánchez, cuesta recordar un regate de Bakero en toda su trayectoria en el Barça. Lo que se recuerda es su juego a un toque y sus vertiginosas incorporaciones al área, donde le salía el rematador que llevaba dentro. En conjunto, ése fue el Barça glorioso de Cruyff, no el de aquella tarde de abril de 1990, cuando su futuro se cuestionaba en todos los corrillos y Menotti esperaba la llamada definitiva.

El Barça ganó la final (2-0). El Madrid conquistó la Liga. La victoria permitió a Cruyff continuar al frente del equipo. El Madrid no volvió a ganar el campeonato hasta la temporada 94-95. El Barça conquistó cuatro títulos consecutivos de Liga y la Copa de Europa que tanto se le había resistido. Esos son datos que avalan la superlativa carrera de Cruyff al frente de un equipo glorioso. Sólo datos. Lo fundamental tiene un carácter más profundo: el Barça torció su historia de lamentaciones y se convirtió en el equipo chic, quizá la gran referencia del fútbol mundial. A Cruyff le corresponde todo el mérito de la transformación. Contestó a quienes le cuestionaban con una saga impresionante de victorias. Respondió a quienes predicaban el fútbol defensivo con una de las apuestas ofensivas más clamorosas que se recuerdan. Devolvió todo el placer de la belleza al fútbol. Negó otra falacia: el deterioro del vigor competitivo por la belleza. Demostró el crucial valor de la cantera. Divirtió a todos, hinchas o no del Barça. Su grandeza fue universal. Pero su legado no terminó con él. El mismo club que sólo había obtenido dos Ligas entre 1960 y 1990 y que jamás había logrado la Copa de Europa, ha ganado dos finales de la Liga de Campeones y ocho de los últimos 17 campeonatos nacionales. Todos con entrenadores holandeses. Es, sin duda, la edad de oro del Barça. Detrás hay una figura apoteósica: la de Johan Cruyff.

Santiago Segurola en Marca.com

lunes, noviembre 19, 2007

Los peligros del pragmatismo

La relación de Italia con los valores estéticos es tan evidente que cuesta comprender su desinterés por la belleza en el fútbol. Más que desinterés es rechazo. Un orgulloso rechazo. La sensibilidad italiana ha encontrado una excepción en el fútbol, donde ha impuesto un pragmatismo más cercano a las leyes de la guerra que a la alegría del juego. Arrigo Sacchi suele comentar que el Calcio padece el síndrome del Coliseo. En su opinión, los italianos han trasladado al fútbol las reglas de combate y supervivencia que regían en el Coliseo romano.

Sacchi se refería ayer en La Gazzetta dello Sport a esta cuestión. Citaba a Winston Churchill, primer ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial. 'Son extraños estos italianos. Pierden la guerra como si fuera un partido de fútbol y juegan los partidos como si fuera una guerra', escribió Churchill. Sacchi sabe de lo que habla. Durante su revolucionaria etapa en el Milan, se le consideró un subversivo de los valores tradicionales del fútbol italiano. Era un agente peligroso.

'Este inmovilismo no genera cultura deportiva. Prescindir del merecimiento para celebrar la victoria, no es la mejor manera para combatir la deshonestidad y la picaresca. Lo deshonesto y la falta de cultura es el hábitat ideal para los maleducados, los violentos y los tramposos', señalaba Sacchi. El célebre técnico concluía que este lúgubre paisaje anima a vencer por medio de la intimidación y la violencia.

En nombre del pragmatismo, el fútbol italiano se encuentra ahora en una situación crítica. Los últimos años han sido devastadores para la credibilidad de sus equipos. Han abundando todo tipo de irregularidades: falsificaciones de cuentas, sobornos a árbitros, violencia extrema de los ultras. Quienes defienden esta mirada cínica del deporte asisten ahora al deterioro del país que ha representado Eldorado del fútbol.

Apenas quedan estrellas internacionales, los estadios se vacían y los resistentes proclaman su deseo de abandonar Italia. Kakà lo ha dicho alto y claro. No quiere seguir en una Liga que es un campo de batalla. Los sucesos del último fin de semana colocan al fútbol italiano en una situación crítica. O se revisa una posición que ya no sólo amenaza al fútbol, sino a la sociedad italiana, o el camino hacia la argentinización será imparable.

el fraude. El fútbol no es la guerra, ni tan siquiera la guerra por medios pacíficos. Es un juego, un hermoso juego donde caben todo tipo de miradas, pero donde no hay sitio para la prédica de la violencia y la trampa. Hay algo tentador en el pragmatismo a ultranza. Es la tentación del fraude en cualquiera de sus formas. Tiene buena venta además. En su tiempo, al Estudiantes de la Plata se le celebraba en muchos sectores por competitivo, eufemismo que ocultaba la perversa naturaleza de aquel equipo.

La belleza en el juego no es algo banal. Tiene consecuencias decisivas en la aproximación al fútbol. No es lo mismo requerir la belleza que exigir la guerra. Y no es cierto que la estética devalúe la intensidad competitiva. Algunos de los equipos más victoriosos figuran entre los más atractivos que ha visto la historia: el Madrid de Di Stéfano, Brasil 70, Ajax, Milan o el Barça de Cruyff.

Estos equipos alentaron una mirada civilizada. Se les asocia con los mejores valores del deporte y no dejaron el pragmatismo a un lado. Cuando se vende la idea de que la victoria está enfrentada a la belleza, cuando se defiende que todo justifica el éxito, cuando el cinismo triunfa sobre la generosidad, entonces se produce un deterioro tóxico. No sólo afecta al juego, sino al entorno social que alimenta el fútbol. Se establece un nuevo y pésimo territorio: el del engaño, la trampa y la violencia. En Italia lo sufren ahora. Mejor no olvidarlo cuando reaparezcan en España los apóstoles del pragmatismo a cualquier precio.

Santiago Segurola en Marca

lunes, noviembre 12, 2007

Sin fronteras


El plan 6+5 de la FIFA propone que a partir de la temporada 2010-2011 los equipos europeos presenten sobre el campo formaciones compuestas por un mínimo de 6 jugadores seleccionables por el país de cada Liga. Resulta evidente la incompatibilidad de la propuesta con el derecho a la libre circulación de los ciudadanos y los trabajadores, una de las libertades fundamentales que ampara la legislación comunitaria. A los tratados constitutivos de la Comunidad Europea se suman los artículos incorporados por el tratado de Ámsterdam, que añade el principio de igualdad de oportunidades, cuyo aspecto esencial es la prohibición de la discriminación en razón de la nacionalidad, y el principio de no discriminación, que tiene por objeto garantizar la igualdad de trato entre los individuos, cualquiera sea su nacionalidad, sexo, raza, origen étnico, religión, creencia, discapacidad u orientación sexual. Más allá de su legitimidad, la norma en desarrollo tendría complejas consecuencias en su aplicación diaria en la vida de los clubes y de los futbolistas.

A efectos prácticos habría ciudadanos europeos que no podrían ejercer sus derechos igual que otros. Un futbolista español, por ejemplo, vería mermadas sus posibilidades de ser contratado por otros clubes europeos. Dada la peculiaridad de la norma, que habla de jugadores seleccionables, ésta afectaría también a jugadores nacidos en un país y nacionalizados en otro que hubieran elegido representar a la selección de este último. Un jugador nacido en Italia y con pasaporte español que hubiese optado por representar a la selección española tendría problemas para trabajar en su país natal.

El plan no sólo igualaría a comunitarios con extracomunitarios, que ya cuentan con una limitación de cupo, sino que iría más lejos incorporando un criterio nuevo de distinción de lo nacional. Según éste, sería representante de lo nacional sólo aquél que pueda jugar para la selección de un país, sin importar su lugar de nacimiento. Un concepto arbitrario que se contradice con la razón misma de la norma. El mundo del deporte sólo sigue los pasos de la globalización y la diversidad que deriva de ésta. La diversidad es enriquecedora.
Joseph Blatter, presidente de la FIFA, habla de "la obligación de defender la identidad nacional del fútbol de los respectivos países". Esta alusión a los sentimientos de identidad nacional para la posterior incorporación de restricciones y límites parece una trampa ya vista en otros ámbitos. La esencia de las instituciones trasciende a las personas que la integran. Son atemporales. Se nutren e incorporan el aporte individual y lo hacen propio. Chanel no ha dejado de ser el sello del chic francés porque su diseñador sea, desde hace más de una década, un alemán. La identidad del Real Madrid está marcada por el gusto y la idiosincrasia de sus aficionados y por las personas que, en su tiempo, dirigen y buscan que la evolución del club respete ese sello, que tiene más que ver con la historia de una entidad que con un momento puntual. El fútbol italiano o el español siguen reflejando sus particularidades y manteniendo su esencia distintiva más allá de las características de los jugadores que han militado en sus filas. Hoy, muchos de los clubes más importantes de Europa están en manos de inversores extranjeros, como el Manchester United (un norteamericano) y el Chelsea (un ruso). El capital no tiene patria.

Resultan más desconcertantes las declaraciones del presidente de la FIFA al terminar el encuentro Juventus-Inter del pasado 6 de noviembre: "He visto el partido y me parece algo inaceptable, es un ejemplo neto de un recurso excesivo a jugadores ajenos al país donde se disputa el torneo". Blatter subrayó que la alineación del Inter no presentaba "ningún nativo" y "sólo tres europeos". El presidente de la FIFA parece olvidar, en la cuenta, que un ciudadano nacionalizado tiene las mismas obligaciones y los mismos derechos que uno nativo. En el Inter, ese día, además de los jugadores nacidos en territorio europeo, jugaron Zanetti, Burdisso y Cambiasso, descendientes de italianos, como atestiguan sus apellidos, y poseedores en toda regla de la ciudadanía italiana.

El otro argumento de peso que presenta la FIFA para justificar esta propuesta, es que la misma "promovería la producción de jugadores nacionales provenientes de las divisiones inferiores". Esto presupone forzar la inserción de jugadores a costa de reducir el nivel de la competición. La norma no estaría apuntada a mejorar el nivel de los jugadores juveniles sino a quitarles de en medio a la competencia.

El camino para mejorar el nivel en las formaciones de futuros futbolistas profesionales es exactamente el mismo que en cualquier buen proceso educativo. Esto es realizar un proceso de integración y desarrollo de la personalidad y la capacidad futbolística a través de una gran competitividad. Se necesita tiempo, buenos docentes, elementos y un sistema acorde a la idiosincrasia de cada país. Esto garantiza calidad a nivel profesional. El talento, sin embargo, no conoce de fronteras, es universal.
Los futbolistas tenemos la obligación de defender nuestros derechos de libre circulación. El fútbol no puede pretenderse una singularidad dentro del estado de derecho.

Santiago Solari en El País

Hay que dar un golpe de timón


Podría valer el artículo de hace 15 días frente al Valladolid. Valdría todo, punto por punto. Nada ha mejorado, pero esto no es lo peor. El equipo ha dado un paso atrás. Getafe se convirtió el sábado en lo que puede ser el vídeo de la temporada. Y esto no es una broma. Porque si alguien repasa con detenimiento este partido verá el mejor recopilatorio de los errores tácticos que ha cometido el Barça fuera de casa desde la temporada pasada hasta hoy. Siéntate cómodamente, pon el vídeo y lo único que tienes que hacer es no mirar hacia otro lado.

Todos, técnicos y jugadores, tienen la obligación de examinar, desmenuzar, analizar, el partido ante el Getafe. Ahora ya no hay excusa. Cada fracaso fuera de casa ha tenido una lectura diferente, pero ahora hay un partido que lo resume todo en uno. Corregido y aumentado. Solo hay algo positivo: es la jornada 12 y no hay nada perdido, pero el crédito de errores en un campeonato prácticamente está agotado. Es el momento de dar un golpe de timón.

Los centrales, 10 metros más arriba; las líneas, más juntas, velocidad de balón, juego de posición. Hemos repasado tantas veces todos estos conceptos desde que empezó la Liga que parece que sea monotemático. Lo he dicho al principio. Todo lo escrito hasta hoy vale, pero con el añadido de que los jugadores que han de marcar la diferencia no están. Para mí, los delanteros son el punto final de todo. Si el equipo funciona, ellos funcionan. Es más, el equipo puede no funcionar y ellos salvarse con destellos individuales. Sin embargo, si ellos desaparecen, el equipo, como concepto, desaparece.

Un chollo para el rival
Lo vimos en Getafe. Cuando el equipo tenía el balón no encontraba a nadie desmarcado. Todos quietos. Ni un movimiento de ruptura. Un chollo para la defensa. No hay nada mejor para un sistema de contención que la ausencia de movilidad. Entonces todo tiene que resumirse en la genialidad individual y este bien, hoy, también anda escaso en el Barça. O sea, en ataque, bajo mínimos.

Este sería el gran problema para muchos y, siéndolo, aun hay otro peor. Es cuando pierdes el balón. Aquí empieza el horror. Los dos extremos no hacen el más mínimo gesto de presión ni de ayuda defensiva y aquí es donde el equipo se va desangrando. Dos salidas fáciles para la cobertura rival. Dos autopistas sin peaje. El centro del campo rival que se convierte en un momento en una marabunta. Tres contra cinco. Tres contra seis. Los laterales del Barça que dudan en salir en ayuda del centro del campo. Los centrales que no saben si ir cinco metros adelante o cinco hacia atrás. Todo fuera de control. El equipo desaparece y entra en el juego que te impide ganar. O peor. Que te hace perder.

Tenemos el vídeo de Getafe. El del sábado. Y tenemos una videoteca llena con los partidos de hace un par de temporadas. Muy bien, vamos a ver qué hacíamos entonces y qué hacemos ahora, cómo corríamos entonces y cómo corremos ahora, cómo presionábamos entonces y cómo lo hacemos ahora, qué hacían los delanteros entonces y qué hacen ahora, qué velocidad de balón aplicábamos y cuál aplicamos ahora, qué distancia había entre líneas y cuál hay ahora. A partir de aquí, nadie se puede esconder.

El peso del Camp Nou
Y otra cosa, y esta va para la prensa. El domingo pasado contra el Betis no fue ninguna maravilla. No se puede hablar de un gran Barça cuando el equipo aun está lejos de tomarle el pulso a la temporada. No se puede pasar del elogio a quemarlo todo de domingo a domingo. Es más, voy a ir más lejos. No hay un Barça en el Camp Nou y otro fuera. Es casi el mismo. Solo varía el valor futbolístico del rival que en el Camp Nou no se atreve a casi nada. Esta es la realidad y cualquier día de estos, si no se soluciona el déficit de fútbol colectivo que padece el Barça, puede ocurrir que el virus de visitante alcance al Camp Nou.

Tal vez lo ocurrido este fin de semana le acabe viniendo bien al Barça. Lo digo por lo ocurrido en Getafe. No por la derrota, sino por los detalles que ofreció la derrota. Y por la victoria del Madrid. No por que ganen los blancos, que esto nunca es una buena noticia para los barcelonistas, sino porque lo más probable es que si ayer hubiesen pinchado con el Mallorca, seguro que lo del sábado no escocería tanto. Esta fue la historia del año pasado. Fallas tú, pero también los demás.

Un final conocido
Y así vas quemando jornadas viéndote arriba, pero pasando de puntitas por encima de tus errores casi sin querer darte cuenta de que un día el fútbol te puede castigar. Y un día sucede que tú vuelves a fallar, pero el otro no lo hace. El final de la historia ya lo conocemos. Esta es hoy nuestra única ventaja: sabemos cuál es el final que nos espera si no somos capaces de hacer bien las cosas de una vez por todas.

Johan Cruyff, en su blog de El Periódico de Catalunya

domingo, noviembre 11, 2007

Barça: da igual ganar, perder o empatar

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Decíamos tras el partido del FC Barcelona ante el Glasgow Rangers que los encuentros del equipo azulgrana en el Camp Nou comenzaban a parecerse demasiado. Esa conclusión no fue del todo exacta. La verdadera realidad es que todos sus partidos son iguales.

El Barcelona, tras la exhibición mostrada hoy en Getafe, ha dejado claro que le es indiferente ganar, perder o empatar los partidos. Siempre juegan igual. Es un equipo que no cambia su estilo, ni su forma de juego, ni su ritmo, pase lo que pase. Auténtica monotonía y previsibilidad.


Desde luego que un objetivo de un equipo grande debe ser alcanzar una personalidad propia y ser fiel a esa manera de entender el juego. Sin embargo, lo que no hay que ser es dogmático. Está muy bien apostar por el fútbol de toque y de posesión. La escuela de Cruyff dicen algunos. El verdadero juego impulsado por el holandés estaba basado en jugar con extremos, regateadores y/o rápidos que llegaran a línea de fondo y centraran balones para toda la gente que se incorporase desde el medio campo. En esa parcela de zona ancha, juego rápido para distraer al contrario y atacarle de manera fulminante.

Nada de lo anterior tiene el actual Barcelona. Los jugadores que ocupan las bandas lo hacen de manera meramente posicional e inicial. Constantemente acuden al borde del área, con lo que ni abren el campo ni tapan la salida de los laterales contrarios. Los centrocampistas, sobre todo Xavi, son predecibles en todo lo que hacen, y realmente ni pisan área rival ni la propia. Sólo Iniesta hace algo diferente, como el balón servido hoy a Henry que el francés no aprovechó, con 0-0 en el marcador. Desde luego el ‘8’ debe jugar muy muy cerca del área, si no queda desaprovechado ese demoledor giro/regate que tiene y sus pases en profundidad. La defensa y el portero se estaban mostrando muy seguros últimamente, pero produce sonrojo ver la pasividad de Milito, Touré Yayá, Thuram y Abidal en el gol de Manu del Moral.

Este tipo de derrotas vienen siempre acompañadas por muchos comentarios apocalípticos, de fin de ciclo y similares, y más en una afición tan exigente como la azulgrana. Sin embargo, creo que esta vez no se exagerará lo más mínimo. Debe ser muy duro para un aficionado barcelonista ver cómo, después del 4-0 copero del año pasado, de las patadas a Messi, de los pasados incidentes racistas en el estadio de Getafe (seguramente minoritarios, pero existentes al fin y al cabo), de las palabras de Rijkaard y Laporta esta semana citando la humillante derrota pasada, los jugadores pasean su impotencia en el césped sin rubor y el entrenador su inmovilismo. Decepcionante es poco.

El final de la pasada temporada ya era para reflexionar, pero los propósitos de enmienda, de vuelta a la presión, de los buenos entrenamientos, de la solidez que llevó a ganar la Champions, han quedado reducidos a aburrimiento en los partidos del Camp Nou y a total ineficacia y apatía fuera. Ahora vuelven los partidos internacionales, y al regreso de los jugadores volverán las excusas.

Desde esta tribuna quien suscribe lleva tiempo pensando en que Frank Rijkaard se merece el mayor reconocimiento posible por su trabajo y por los títulos coseguidos, pero que este equipo necesita ya otra cosa. Seguramente él se da cuenta de lo que pasa pero los jugadores están tan acomodados que no puede insistirles más. El caso es que en el Barcelona hace tiempo que se añora ritmo, hambre, competitividad, partidos con vértigo. No se puede pasar un equipo noventa minutos tocando el balón y no disparar a puerta. Como dicen en Fútbol Arte, 39% vs 61% = 2-0. ¿Sacrificaría el barcelonismo parte del juego de toque por un estilo más agresivo y dinámico? ¿Un 4-4-2 con puntas rápidos y contundencia en medio campo? Mourinho está en el paro…

En DdF | ¿El peor partido del Barça?

Publicado originalmente en Notas de Fútbol.

sábado, noviembre 10, 2007

"El aumento de extranjeros matará a la Premier"

Alex Ferguson cumplió el pasado martes 21 años al frente del Manchester United. ¿Llegará a los 24 consecutivos del legendario Matt Busby (1945-1969)? "¡Están haciendo apuestas sobre si llego a los 25!", cuenta el técnico escocés. De momento, ya ha anunciado que no piensa retirarse hasta que devuelva la Copa de Europa a Old Trafford. Como Busby (en 1968), Ferguson ha ganado la corona europea sólo una vez (1999). Y no parará hasta recuperarla. Para ello, de la chequera del United han salido casi 60 millones de euros esta temporada en fichajes. Y casi todos extranjeros: el portugués Nani, el brasileño Anderson, el argentino Tévez... De ahí que extrañe, según comenta el entrenador del Arsenal, el francés Arsène Wenger, la propuesta de Ferguson de limitar el número de jugadores extranjeros en la Premier League.
"El aumento de extranjeros matará a la Premier", explica el técnico escocés, de 65 años. "Por el bien del fútbol inglés, hay que limitar los extranjeros y comunitarios en las plantillas, que los clubes establezcan una proporción entre los nacidos en Inglaterra y los de fuera. Aunque seguro que el Arsenal será el que con más fuerza proteste por mi idea", comentó Ferguson el lunes; "y el Liverpool y el Manchester City tampoco me apoyarán". Sin Mourinho, fuera del Chelsea, y con el Liverpool renqueante, los dardos de Ferguson se centran en su máximo rival por el título nacional, el Arsenal de Wenger. El técnico del United denunció insultos y falta de seguridad en la última visita de su equipo al Emirates Stadium (2-2).

"Los que critican al Manchester dirán que la medida es buena para mí porque tengo más jugadores ingleses, pero si preguntas a un aficionado neutral estará de acuerdo conmigo", añade Ferguson, que defiende la propuesta del presidente de la FIFA, Joseph Blatter, de limitar a cinco el número de extranjeros en los clubes a partir de 2010: "Es lo mejor, pero no para el Liverpool y el Arsenal, con fuertes lazos españoles y franceses". El Manchester tiene nueve británicos en su plantilla por siete el Chelsea y cinco el Liverpool.

"Yo no me sentiría feliz si fuera un extranjero en el United", ha respondido Wenger. "Y si miras su inversión este año, se ha gastado mucho dinero en extranjeros. A mí no me importa de dónde sean. Sólo quiero a los mejores, y ahora no son ingleses". El Arsenal apenas cuenta con el joven Theo Walcott, de 18 años, entre su nómina de británicos. Hasta el punto de que el inglés Jermaine Pennant, del Liverpool, denunció que Wenger siente "aversión" por los jugadores de la isla. Pese a las restricciones para jugar en la Premier, la Liga cuenta por primera vez en su historia con más foráneos (330) que nacionales (260). Para la UEFA, la restricción es "imposible".

Juan Morenilla, en El País

viernes, noviembre 09, 2007

Wenger vs Ferguson, la guerra intelectual

Que Arsène Wenger y Sir Alex Ferguson no se soportan es algo sabido desde hace años. "Forma parte del juego y del espectáculo", afirma el técnico francés en una entrevista concedida a la revista 'Four Four Two'.

Wenger reconoció que se deleita con sus enfrentamientos verbales con el entrenador del Manchester United, el último de los cuales gira entorno al plan de Joseph Blatter, presidente de la FIFA, de limitar el número de extranjeros en los clubes.

El técnico de los 'Diablos Rojos' predijo con ironía que Wenger sería el primero en criticar los planes de Blatter por ir en contra de sus objetivos personales. Wenger contraatacó con la misma arma que el escocés y afirmó con sarcasmo: "Estoy dispuesto a asumir la culpa de todos los problemas del fútbol inglés si es lo que él quiere".

"A veces me fastidia Ferguson, lo mismo que yo le fastidio a él pero eso es parte del juego y del espectáculo", afirmó Wenger. "No creo que puedas competir a este nivel de competición y ser amigos. Pero no hay malos sentimientos, ya sabes", afirma en la revista británica.

El francés asumía además el gusto que encuentra en su disputa con Ferguson. "¿Si me gustan los juegos mentales? Sí, hacen la vida más interesante".

Por otra parte, el entrenador de los 'gunners' descartó la idea de entrenar algún día la selección inglesa por considerar que debería ser un trabajo para un técnico inglés. "Para un país grande necesitas un entrenador del mismo país", afirmó.

"Inglaterra creó este juego. Recuerdo a Sven Goran-Eriksson (ex seleccionador inglés de nacionalidad sueca) jugando con Inglaterra frente a Suecia. Suena el himno nacional y ¿qué haces? Se nota que no estás totalmente cómodo".

"Si soy el entrenador inglés y juego contra Francia ¿qué himno debo cantar?", se preguntaba el 'Profesor'. "Entreno en Inglaterra y espero poder ayudar al fútbol inglés pero el equipo nacional debería ser manejado por un tipo inglés", sentenció.

jueves, noviembre 08, 2007

John Terry, ¿un sueldo inmerecido?

El secretario de Estado para el Deporte del Gobierno británico, Gerry Sutcliffe, ha criticado esta semana los salarios de los futbolistas de la Premier League, haciendo hincapié en el salario del capitán del Chelsea y de Inglaterra, John Terry.

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El '26' de los blues cobra 215.000 euros a la semana, o, lo que es lo mismo, más de 11 millones de euros al año. Sutcliffe calificó como "obsceno" ese salario, argumentando que "Buena suerte para John pero es obsceno moverse en esas cifras. La gente en la calle no puede comprender salarios como el de Terry. El Chelsea tiene unos números rojos de 250 millones de libras y quizá puedan sobrellevarlo pero eso no es la vida real. Ese déficit no es sostenible".

jueves, noviembre 01, 2007

Pues no, Guardiola no se dopó

“No es rápido, ni fuerte al choque, ni va bien de cabeza, ni dispone de buen disparo a puerta…pero es el mejor del mundo en su puesto”.

Esta frase podría resumir las características futbolistas de Pep Guardiola. Mientras jugaba, el ex capitán azulgrana recibió encendidos elogios de, aparte de su descubridor Johan Cruyff, gente como Jorge Valdano, Arsene Wenger, Arrigo Sacchi o Michel Platini (el ídolo de la infancia de Pep).

Por eso, cuando anunció a inicios de la temporada 2000/2001 que abandonaba el Barcelona a final de curso, todo fueron especulaciones respecto a qué grande de Europa disfutaría a partir de entonces de su juego rápido, de su carácter y liderazgo.

Sobre lo que pasó aquellos meses es difícil saberlo con certeza. Se cree que Guardiola esperó hasta el final una oferta de la Juventus que no terminó de concretarse, y con ello descartó muchas más, sobre todo de Inglaterra. Así, acabó en el Brescia, donde fue acogido con alborozo por el entrenador Carlo Mazzone y por otro de los últimos románticos del fútbol, Roberto Baggio.

En aquel Brescia, el sistema de juego era muy sencillo. Pep creaba y ordenaba en el centro, Baggio recogía ese juego y lo convertía en peligro, por él mismo o facilitado al delantero de turno, Tare, por ejemplo. Los otro 7 jugadores de campo, comandados por los incansables gemelos Filippini, se dedicaban a correr, defender, achicar, el calcio, en definitiva. Por eso resultó chocante, difícil de creer y más aún de explicar que Guardiola diera positivo en un control antidopaje por nandrolona, en un partido ante el Piacenza.

Cualquiera con unos mínimos conocimientos médicos sabe que, en el fútbol, un tratamiento de nandrolona para mejorar el rendimiento, debe realizarse a medio/largo plazo. En aquellos días se dieron positivos en Italia por la misma sustancia en casos como Couto, Davids o Stam. Apenas unos meses de sanción para cada uno de ellos y a jugar. Todos aceptaron penas menores antes que litigar de manera interminable en los tribunales en un tiempo en el que el Comité Olímpico italiano, influenciado por los aspectos más negativos en la lucha contra el dopaje en el ciclismo, pretendió escarmentar e imponer sanciones ejemplarizantes. Pep no.

Guardiola, que fue condenado a siete meses de prisión, no cejó en ningún momento su lucha por demostrar su inocencia. “La justicia italiana no me puede mirar a los ojos”, era uno de sus comentarios habituales a quien le quisiera escuchar. Aportó junto con su equipo todo tipo de pruebas, que demostraban que su organismo producía nandrolona endógena. A pesar de ello, la Fiscalía italiana, sólo con la prueba del laboratorio de Roma y con un juez honorario, no de carrera, no le dio la razón.

Por fin, el pasado día 23, el Tribunal de apelación de Brescia le absolvió de toda culpa bajo la fórmula de que “el hecho no subsiste”, lo que, según su abogado en Italia, Tomaso Marchese, es una “absolución muy amplia y evidencia que Pep no se ha dopado nunca”.

La noticia confirma la impresión de casi todo su entorno que estaba siguiendo su lucha. A partir de ahora, con su nombre limpio, Guardiola podrá continuar su trabajo en el Barcelona B y llegar en su carrera de entrenador hasta donde su calidad y méritos le lleven, como a cualquiera….cualquiera que jamás infringió las normas.

En El País | Guardiola, inocente y "Siento una felicidad muy íntima"

En El Periódico de Catalunya | Reconstrucción del proceso

Publicado originalmente en Notas de Fútbol

Fe de erratas

Los textos de Planeta fútbol, planeta libros e Historias del calcio tienen como autor a Miguel Gutiérrez, hecho inicialmente no mostrado en su publicación en este blog.

jueves, octubre 25, 2007

'The Club' cumple 150 años


Hoy hace 150 años, exactamente, cuando Inglaterra aún no sabía de Abramovich, Fábregas o Mourinhos, nació en Sheffield el primer club balompédico del mundo, la primera simiente de lo que es el fútbol como lo conocemos en el año 2007. Estamos en el año 1857. El Imperio británico vivía los comienzos de la Era Victoriana, una época de esplendor allende los mares, basado en parte en su Revolución Industrial. Sheffield era entonces una ciudad en auge gracias al desarrollo tecnológico. Las factorías del acero favorecieron el crecimiento de la zona en los siglos XVIII y XIX.

En el siglo veinte, la ciudad fue bombardeada en la Segunda Guerra Mundial por los alemanes para dañar la industria armamentística de la ciudad. Las complicadas décadas de los 70 y los 80 fueron retratadas recientemente por la película Full Monty. Sheffield puede añadir a su factorial historia el honor de haberse convertido hace 150 años en el motor de una industria mucho más popular que la del acero crucible: el fútbol. Hasta 1857, según los historiadores que se ponen de acuerdo, el balompié era una competición que pudo haber nacido en China y que se encuentra en sus diferentes y salvajes variantes ya en el siglo XIX en varias ciudades europeas, entre ellas Florencia.

En Inglaterra hay quien sitúa el siglo XIV como el origen de un juego que se practicaba entre dos equipos de manera muy violenta entre aproximadamente 500 jugadores, con la única regla de no haber reglas. Quizá por eso muchas de las pachangas que se juegan hoy entre aficionados conservan este parecer. Pero todo cambió en 1857, cuando dos amantes del cricket, William Prest y Nathaniel Creswick, debatieron hasta altas horas de la madrugada acerca del deporte ideal para mantener en alto su estado de forma durante el invierno, lejano el tiempo ideal para jugar al cricket. Y eligieron el fútbol.

Los 'Códigos de Sheffield'

Para octubre de 1857 se había creado el primer club de la historia, el Sheffield FC, alrededor del cual se tejieron los primeros códigos del fútbol, los conocidos como Códigos de Sheffield, que sirvieron para organizar los primeros partidos: Solteros contra Casados o Profesionales contra el resto. Entre las normas se encuentran algunas reglas llamativas, como la posibilidad de poder empujar con las manos pero no zancadillear al contrario. Por aquella época se introdujo también el larguero de madera, constituido hasta entonces por una larga soga. Cinco años después, 15 equipos habían crecido alrededor del área de Sheffield y el germen se había extendido a la ciudad de Londres, que pronto organizó partidos con el Sheffield FC, apodado 'The Club', definición categórica que viene a decir que ellos -y no otros- son los primeros entre los primeros.

Avanzado el siglo XIX, coincidiendo con la creación de sus paisanos, el Wednesday y el United, el Sheffield FC decidió permanecer como club amateur, circunstancia que relegó a las sombras al primer equipo de la historia. Sin embargo, el pundonor de sus aficionados y el orgullo del equipo han traído al viejo Sheffield hasta el siglo XXI. Hoy es un club de una división de fútbol aficionado perdida en el complicado sistema organizativo británico, tres divisiones por debajo de la Conferencia Nacional, y juegan en el Stadium of Bright ante 1.500 aficionados henchidos de orgullo.

Vitrinas vacías

'The Club' no tiene grandes trofeos en su vitrina. Quizá su momento de mayor gloria fue cuando viajaron a Wembley en 1976 para disputar la final de la FA Vase, una competición entre clubes aficionados, que perdieron ante el Billericay Town. Pero a pesar de vacía, las vitrinas del Sheffield FC tienen más polvo que ningún otro club, un siglo y medio, medido con puntualidad inglesa. Además, es el único equipo del mundo, junto con el Real Madrid, que cuenta con la Orden de Mérito de la FIFA, que ya ha reconocido oficialmente al equipo del condado de South Yorkshire el honor de ser el decano del fútbol universal. Hoy se espera que el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, aterrice en el aeropuerto Robin Hood para acudir a una cena de celebración. Antes, en un oficio en la catedral de Sheffield que el club relaciona con la espiritualidad que llena el mundo del fútbol, habrá comenzado la celebración de los 150 años del club más viejo del mundo.

Planeta fútbol, planeta libros

No sólo de Boris Izaguirre y Juan José Millás vive la literatura... los goles también han alimentado a más de una novela de ficción, crónica periodística o relato hisórico.

A continuación proponemos diez golazos literarios de primera división. Desde autores reconocidos como Manuel Vázquez Montalbán, Nick Hornby o Eduardo Galeano, o cronistas de nivel como Enric González y Luis Martín hasta entrenadores de otros tiempos como Stefan Kovacs; todos aportan su conocimiento humano y destilan pasión por el Deporte Rey, no forzosamente reñida con la buena prosa.

NICK HORNBY Fiebre en las gradas (Punto de lectura, 1996)
Basada en su propia experiencia como seguidor del Arsenal, el autor de otros títulos como Alta Fidelidad retrata con sorna, y algo de la consabida fina ironía inglesa, al seguidor medio británico de los 70 y 80. El protagonista principal lucha constantemente por alimentar sus dos grandes pasiones: su pareja y el fiel seguimiento de los gunners. Recomendable tanto para los que se identifiquen con el forofo como para los que no acaban de comprender su irracional comportamiento. Y para los que hayan visto la película posterior, claro.

VARIOS AUTORES Cuentos de fútbol I y II (Alfaguara, 1995 y 1998)

Estos dos volúmenes, editados por Jorge Valdano, contienen relatos de, entre otros, Mario Benedetti, Alfredo Bryce Echenique, Miguel Delibes, Fernando Fernán Gómez, Angel Fernández Santos, Eduardo Galeano, Julio Llamazares, Javier Marías, Rosa Regàs, y Manuel Vicent. Y por encima del resto, dos joyas: las de José Luis Sampedro y el Negro Fontanarrosa, recientemente fallecido.

ENRIC GONZÁLEZ Historias del Calcio (RBA, 2007)

Atinado corresponsal en Paris, Londres, Nueva York, Washington y Roma, donde ha logrado siempre transmitir su cercanía al interlocutor o escenario correspondientes, González también se ha revelado periodicamente en EL PAÍS como un gran aficionado al fútbol en todos los sentidos. Por la cantidad de su pasión y calidad de su análisis, sus Historias del Calcio brindadas desde Italia no tienen desperdicio alguno.

SANTIAGO SEGUROLA, PATXO UNZUETA, MANUEL LEGUINECHE Athletic 100: Conversaciones en La Catedral (El País-Aguilar, 1998)

Los autores conversan sobre su amado Athletic con la familiaridad y comodidad en que lo harían sus seguidores vizcaínos alrededor de unos pinchos, pero con la sabiduría de varios años ejerciendo la profesión. Desde Zarra a Julen Guerrero, pasando por Iribar y con el trasfondo del mítico San Mamés, Segurola, Unzueta y Leguineche destilan esencia e historia rojiblanca -100 años, para ser exactos- a cada vuelta de página.

LUIS MARTÍN Andoni Zubizarreta: La última parada (Ediciones B, 1998)

Excelente como periodista de diario primero en el SPORT y luego en EL PAÍS, Martín se destapa como sobresaliente biógrafo de uno de los mejores guardametas de la historia, recorriendo con honestidad, ojo amigo y un punto de nostalgia el largo trecho trazado por el gran Zubi. Desde sus inicios idolatrando a Iribar en las plazas de Aretxabaleta, a sus dos ligas con el Athletic, la gloria europea con el Barça y el adiós en Valencia, tras batir el récord de internacionalidades con la Selección, entenderemos por fin el secreto de su peculiar estilo.

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN Fútbol: Una religión en busca de un Dios (Debate, 2005)
Los seguidores del autor del célebre Carvalho, entre tantos otros personajes, celebrarán esta recopilación de sus escritos futbolísticos en que dimensiona figuras como Maradona, Pelé y Cruyff en relación con la sociedad que les rodea. Con ello no sólo aporta su talento para observar, sino también un valioso análisis cobre la evolución del balompié y sus futbolistas hasta su endiosamiento actual.

STEFAN KOVACS Fútbol Total (Dopesa, 1976)

De la mano del legendario entrenador del Ajax de Amsterdam viajamos a las raíces de un nuevo concepto del fútbol europeo basado en el celebrado Fútbol Total. Con limitada prosa pero privilegiada visión de primera mano, Kovacs nos guía por sus innovadores métodos de entrenamiento, tácticas motivadores y la estrategia que alcanzaría su zénit dos décadas después con el Dream team de Johan Cruyff. En el camino conoceremos más a fondo figuras del calado de Miljanic, Kubala, Merkel o el propio Kovacs y entenderemos mejor las peculiaridades que definen ese gran club que es el Ajax.

JOE LOVEJOY Bestie (Pan Books, 1999)
El gran y recientemente fallecido George Best lo regateó todo menos la botella. Brillante sobre el césped y errático lejos de él, el carismático delantero del Manchester United maravilló siempre por su capacidad de asombro allá por donde pasó. La obra de Lovejoy, que repasa sus relaciones con las mujeres, sus entrenadores, admiradores y el balón es una joya como lo fue Bestie, de luz brillante y poderosa y trago fácil y placentero.

EDUARDO GALEANO El fútbol a sol y sombra (Siglo XXI de España Editores, 1996)

En un ranking de popularidad de libros sobre fútbol en español, esta obra de Eduardo Galeano tendría pocos rivales. El autor, con su estilo característico (y unas ilustraciones convertidas ya en clásicos), retrata a todo aquel que toma parte en este juego, hinchas incluidos, y repasa la historia de los Mundiales que incluye una simpática fijación con Fidel Castro. Tiene la ventaja de que también se puede leer en la Red.

Miguel Gutiérrez / Alex Oller en Adn.es

lunes, octubre 22, 2007

Historias del calcio

Cuando contaba 44 años, sólo tres antes de su muerte, Albert Camus evocó para la revista France Football su infancia en Argelia como portero de un modesto equipo de fútbol: "Después de muchos años en los que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol". No sospechaba Camus, portero del RUA y Premio Nobel de Literatura (podría decirse que por este orden), que su peculiar confesión iba a convertirse en una de las citas más sobadas por quienes tratan de filosofar sobre el balompié. No es un deporte que ande sobrado de literatos.

De los hombres, en efecto, puede saberse mucho gracias al fútbol. Camus lo avanzó en 1957 y, medio siglo más tarde, lo constata Enric González, corresponsal de El País en Londres, París, Nueva York, Washington y Roma y, por encima de todo, sufrido seguidor del Espanyol y del Inter de Milán. Desde su corresponsalía romana, durante cuatro años, Enric González se ha asomado cada lunes a las páginas de deportes para acercar a los lectores del periódico al fútbol italiano y, con semejante excusa, a Italia entera: su cultura, su geografía, su historia, sus tradiciones... De ahí que el subtítulo de su serie Historias del calcio, 78 artículos recopilados en un volumen editado por RBA, no sea otro sino "Una crónica de Italia a través del fútbol".

Todo el que se precie de ser alguien en el calcio tiene en el libro su propio retrato: del ocaso de Rivaldo a la ascensión de Kaká, de la seda de Totti a la brega de Di Livio, de la noble lija de Gattuso a las patadas voladoras de Materazzi. Ganadores como Fabio Capello y perdedores como Alberto Zaccheroni. Hombres de palabra como Cristiano Lucarelli y mafiosos consumados como Luciano Moggi.

Según confiesa el autor, todos los artículos fueron escritos un domingo a las cinco de la tarde, cuando acaban en Italia casi todos los partidos de Liga. Un gol, un resultado, un gesto... A Enric González le basta con tirar de un hilo para descubrir relatos fascinantes:del del barrendero fallecido que contagiaba su ánimo a todo un estadio; el del delantero que renuncia a mil millones de liras por jugar en su equipo de la infancia; el del presidente que de joven mató con su coche a la estrella del equipo... Son sólo tres ejemplos, pero hay 78. Casi todos memorables.

Poseedor de una amplia cultura, también futbolística, Enric González exprime con gran habilidad narrativa una materia prima impagable. La realidad italiana, tan rica en excesos, adquiere en sus manos forma de fábula, de denuncia o de suceso, según corresponda. Historias del calcio no es un libro sobre fútbol, que también. Tampoco es un libro sobre el norte y el sur, la violencia ultra o la corrupción de los directivos. Es una obra sobre la lealtad, la traición, el ingenio, la injusticia, la impunidad, la sinrazón, la desgracia, el azar o la nostalgia. Es el retrato de un país apasionante, extremo y delirante. El lector que se atreva a parafrasear a Camus podrá decir algo así como: "Lo que más sé, a la larga, acerca de Italia, se lo debo a Historias del calcio". No hay mayor elogio para un corresponsal.

Miguel Gutiérrez en Adn.es

martes, octubre 16, 2007

Una proposición decente

El periodismo en tiempos de democracia fue un oficio de gente honesta, algo ilustrada y ligeramente escéptica, hasta que los procesos industriales lo deconstruyeron en espectáculo y lo rebautizaron como industria mediática. Ante esa transformación, ya no caben dudas: el periodismo se transformó en show y el show ha de continuar, por encima de honestidades y zarandajas, así que no importan los medios a emplear por los medios con tal de que las ventas continúen.

Y llegaron las tertulias sin fundamento, los gritos ensordecedores y el ruido mediático, runrún donde no hay fondo ni conocimiento, pero sí mucho negocio. No importa si se habla de banderas, de identidades o de Raúl. Lo que importa es el grito y encontrar un enemigo al que atizar. La selección española de fútbol es una buena excusa para los que ladran. Desde luego, porque el fútbol internacional cuadra pésimamente los calendarios y la selección siempre aparece como inoportuna. También, porque el seleccionador es un tipo agrio y viscoso, la figura ideal para ser el pim pam pum de los mediáticos. Y, siempre, porque a la selección no se la juzga por sus méritos o errores propios, sino por el cristal del club de procedencia de cada jugador, como si el combinado jamás pudiera tener personalidad propia.

A la selección se le echan todos los conjuros: desde la estupidez esa de ponerle letra a un himno que musicalmente no lo admite hasta los sambenitos de las ausencias y las presencias. Al final siempre triunfa la industria mediática y no se debate la propuesta futbolística del equipo, sino la no convocatoria de un jugador, las frases destempladas de un entrenador fuera de su tiempo o el grado de sentimiento mostrado cuando suena el himno. Con la selección ocurre como con la política. Los grandes enredadores, agitadores del ruido y la furia, logran que cualquier debate se empantane y todo gire alrededor de los mismos intangibles: las banderas, los colores, las identidades, los sentimientos... Pero, de vez en cuando, la industria de la agitación tropieza con una realidad que le desconcierta. De pronto, la selección presenta una propuesta futbolística nada despreciable: la pasión por el cuero. Ganar el balón, conquistarlo, tocarlo con prestancia, ritmo y eficiencia, moverlo rápido, mecer al contrario, golpearle veloz. Una propuesta que podía salir bien o mal, pero una propuesta al fin y al cabo.

De pronto, todo el hartazgo de las identidades y el grado de sentimiento, las discusiones artificiales, galgos o podencos, siempre Raúl, se diluyeron ante la propuesta y comprobamos que lo que le faltaba a la selección no era la letra del himno, sino un buen libreto que interpretar sobre el césped en vez de marchas patrióticas. Eso sí lo han echado en falta los futbolistas españoles durante años: saber a qué debían jugar.
Hoy, con los del Madrid defendiendo, los del Barça construyendo y los del Espanyol rematando, como se hizo en Dinamarca, hay una propuesta. No es invencible, ni permite levantar falsas expectativas (aunque las levantarán). Pero es una propuesta. ¿Resistirá esa idea futbolística el primer arreón mediático?

Martí Perarnau, El Periódico de Catalunya
 
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