El Manchester United acaba de mostrar a toda Europa un nuevo ejemplo de la fe y convencimiento inquebrantables con los que están jugando durante toda esta temporada.
Partido de la 35ª jornada de la Premier League, en Goodison Park ante el Everton. Con Cristiano Ronaldo en el banquillo, perdía por 2-0 sobre el minuto sesenta de partido. Media hora más tarde, celebraba en el césped su victoria por 2-4 y el empate entre Chelsea y Bolton (2-2), que le concede una ventaja de cinco puntos sobre el equipo de José Mourinho a falta de tres jornadas para el final. Además, en Inglaterra no existe el goal average entre los equipos individualmente, sólo el general, en el que también lleva clara ventaja.
El partido era muy difícil para el United. Encajado entre los dos partidos de semifinales de Champions League ante el Milan, y lastrado por las bajas por lesión sobre todo en defensa (Gary Neville, Vidic y Ferdinand, la defensa titular, están ko), Ferguson reservó en el banquillo a Ronaldo, con molestias. Sin jugar especialmente bien el Everton ni mal el ManU, los locales aprovecharon sus ocasiones y pusieron el partido en ventaja, con los goles de Stubbs y Manuel Fernandes. Aun perdiendo, y con las noticias que llegaban de Londres con la victoria provisional del Chelsea por 2-1 tras el segundo gol de Salomon Kalou, el Manchester no cayó en la depresión ni en el miedo de ver a su rival empatado a puntos y ver la liga perdida. Y si no lo hizo fue sobre todo gracias a un hombre: Wayne Rooney. Como ya sucedió en pasado martes ante el Milan, el otrora llamado Golden Boy, se comportó como un joven fogoso de veinte años con ganas hacerlo todo, pero también como un veterano para abstraerse de los pitos de su antigua afición y transmitir serenidad y ambición a sus compañeros. Con Giggs y Scholes acusando el cansancio y Ronaldo en el banquillo, Rooney fue el culpable de que su equipo no entregara el partido. Disparó a puerta, corrió, presionó, se desmarcó, gritó a sus compañeros y, de nuevo como en Champions, se vio recompensado con el gol decisivo, el 2-3.
Ni Rooney ni el United están dispuestos a rendirse esta temporada. En ningún partido ni ante ningún rival. Tienen tan claro su estilo vertiginoso y sin red que no se plantean otra cosa. Y saben que jugando así pueden encontrarse con partidos de este tipo, en los que encajas un gol a balón parado o gracias a una genialidad de Kaká y tienes que ir durante minutos y minutos a contracorriente. No les importa.
En la actual Premier, durante toda la temporada, sobre todo el Manchester pero también el Chelsea, se han comportado de manera implacable, consiguiendo elevados registros de puntos (sólo hay que ver la distancia que les llevan a Liverpool y Arsenal) y compitiendo además en los torneos coperos al máximo nivel. La acumulación de partidos en cualquier caso ha de pasar factura inevitablemente. El United no pudo ganar en semanas previas a Porstmouth y Middlesbrough, y el Chelsea igualmente ante Newcastle y Bolton. Pero el United está siendo capaz de encontrar fuerzas en su orgullosa e histórica camiseta, mientras el Chelsea parece ya obsesionado en su batalla europea ante el Liverpool.
Quedan tres partidos para el final de la Premier; la próxima semana derby para el United ante el Manchester City y visita al alicaído Arsenal para el Chelsea. Después, el 9 de mayo, entre semana, el partidazo entre ambos en Stamford Bridge del que, irónicamente, podría salir un United ya Campeón (la diferencia está en cinco puntos más la diferencia de goles). La última jornada, 13 de mayo Manchester vs. West Ham y Chelsea vs. Everton. Una semana más tarde, la final de la FA Cup en el nuevo Wembley también entre ambos. Y el 16 de mayo, en Atenas, por qué no….la final de la Copa de Europa, también entre los dos. El Chelsea es un equipo campeón, duro, competitivo, con jugadores implicados y orgullosos pero…¿será suficiente todo eso para arrebatarle algún título a un equipo que se cree capaz de ganar cualquier partido y bajo cualquier circunstancia? Pregunten en Roma…
2 comentarios:
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