
Y llegaron las tertulias sin fundamento, los gritos ensordecedores y el ruido mediático, runrún donde no hay fondo ni conocimiento, pero sí mucho negocio. No importa si se habla de banderas, de identidades o de Raúl. Lo que importa es el grito y encontrar un enemigo al que atizar. La selección española de fútbol es una buena excusa para los que ladran. Desde luego, porque el fútbol internacional cuadra pésimamente los calendarios y la selección siempre aparece como inoportuna. También, porque el seleccionador es un tipo agrio y viscoso, la figura ideal para ser el pim pam pum de los mediáticos. Y, siempre, porque a la selección no se la juzga por sus méritos o errores propios, sino por el cristal del club de procedencia de cada jugador, como si el combinado jamás pudiera tener personalidad propia.
A la selección se le echan todos los conjuros: desde la estupidez esa de ponerle letra a un himno que musicalmente no lo admite hasta los sambenitos de las ausencias y las presencias. Al final siempre triunfa la industria mediática y no se debate la propuesta futbolística del equipo, sino la no convocatoria de un jugador, las frases destempladas de un entrenador fuera de su tiempo o el grado de sentimiento mostrado cuando suena el himno. Con la selección ocurre como con la política. Los grandes enredadores, agitadores del ruido y la furia, logran que cualquier debate se empantane y todo gire alrededor de los mismos intangibles: las banderas, los colores, las identidades, los sentimientos... Pero, de vez en cuando, la industria de la agitación tropieza con una realidad que le desconcierta. De pronto, la selección presenta una propuesta futbolística nada despreciable: la pasión por el cuero. Ganar el balón, conquistarlo, tocarlo con prestancia, ritmo y eficiencia, moverlo rápido, mecer al contrario, golpearle veloz. Una propuesta que podía salir bien o mal, pero una propuesta al fin y al cabo.
De pronto, todo el hartazgo de las identidades y el grado de sentimiento, las discusiones artificiales, galgos o podencos, siempre Raúl, se diluyeron ante la propuesta y comprobamos que lo que le faltaba a la selección no era la letra del himno, sino un buen libreto que interpretar sobre el césped en vez de marchas patrióticas. Eso sí lo han echado en falta los futbolistas españoles durante años: saber a qué debían jugar.
Hoy, con los del Madrid defendiendo, los del Barça construyendo y los del Espanyol rematando, como se hizo en Dinamarca, hay una propuesta. No es invencible, ni permite levantar falsas expectativas (aunque las levantarán). Pero es una propuesta. ¿Resistirá esa idea futbolística el primer arreón mediático?
Martí Perarnau, El Periódico de Catalunya
2 comentarios:
Te va un intercambio de links?
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@Caligula
¿Cuál es tu blog? Saludos.
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