sábado, noviembre 24, 2007

Cruyff, el Barça y la revolución

Una fecha suele pasar inadvertida en la fastuosa trayectoria de Johan Cruyff en el Barça. Había más críticos que aduladores aquel 5 de abril de 1990. El Barça se enfrentaba al Madrid en la final de Copa y Cruyff atravesaba una situación crítica en el club. El presidente Núñez había contactado con César Luis Menotti para ofrecerle la dirección del equipo. Cruyff estaba a punto de concluir su contrato de dos años, en medio de un ambiente tan cargado como la tormenta que azotaba Valencia, escenario de la final. La temporada se había apretado para favorecer la preparación del Mundial de Italia, donde se esperaba una buena actuación de la selección española. Hay cosas que no cambian. La selección estaba integrada por una abundante mayoría de jugadores del Real Madrid, que se dirigía como un tiro a por el quinto título consecutivo de Liga. El Madrid dominaba el campeonato con más facilidad que nunca. Su producción goleadora mejoraba todos los registros conocidos. Hugo Sánchez anotaba una media de un gol por partido, la Quinta del Buitre había alcanzado la cumbre de la celebridad y sólo las discrepancias entre Ramón Mendoza, presidente del Real Madrid, y Martín Vázquez ensombrecían la felicidad en el madridismo. El Barça vivía con las frustraciones de costumbre. Desde 1960, sólo había ganado dos Ligas (1973-74, 1984-85), cifra asombrosamente exigua para un club con un potencial enorme. En ese mismo periodo, el Atlético de Madrid había obtenido más campeonatos. Más sorprendente eran los cuatro títulos del Athletic y la Real Sociedad en los años ochenta.

El Barça parecía destinado a una amargura perpetua, sometido a toda clase de incertidumbres. Por el club habían pasado las mayores estrellas del planeta, con Cruyff, Maradona y Schuster a la cabeza, y los entrenadores más prestigiosos de su tiempo: Rinus Michels, Weissweiler, Menotti, Venables y hasta el último Helenio Herrera. Nada funcionó como debía. Al Barça le faltaba identidad. Viraba de ruta continuamente y disfrutaba de un insano victimismo. Una presión de proporciones atómicas no ayudaba a mejorar las cosas. Los malos resultados eran proporcionales al desaliento general. En la temporada 87-88, era frecuente ver el Camp Nou casi vacío. Sólo 30.000 persones tenían el humor de acudir a uno de los templos sagrados del fútbol. Lo que ahora parece irreal era tan cierto como la desesperada situación de Cruyff aquel 5 de abril de 1990.


Cruyff fue contratado en el verano de 1988. El Barça acababa de padecer una de las peores crisis de su historia. El trauma de la derrota en la final de la Copa de Europa de 1986 había destruido el club. El motín de los jugadores contra el presidente Núñez superaba todas las fronteras conocidas del desconcierto. El fichaje de Cruyff se antojaba como la última bala de un presidente que se había caracterizado por el populismo. En el primer Núñez se apreciaba la semilla de los dirigentes que harían furor en los años noventa. Como tantas otras estrellas, Cruyff había abandonado el Barça entre críticas, pero su inolvidable primera temporada le acreditaba por encima de cualquier rechazo. En 1973, el Barça voló tras la llegada del astro holandés. El 0-5 en el Bernabéu fue la cima simbólica, aunque no el mejor partido, de aquel equipo. Sólo por ese capital, Cruyff tenía más galones que nadie en el barcelonismo. Núñez lo sabía y le fichó. Cuestión de supervivencia.

Sin embargo, no hay mito que aguante una saga de derrotas. En su primera temporada, el Barça ganó la Recopa de Europa, sin saber que la victoria frente al Sampdoria sería el anticipo de otra más aclamada, tres años más tarde. Pero la Recopa era caza menor. El equipo hegemónico no era otro que el Real Madrid. La segunda temporada tampoco ayudaba a la causa de Cruyff. Descolgado en la Liga, sólo le quedaba la oportunidad en la final de Copa, no tanto porque el título pudiera saciar al barcelonismo como por el significado de una victoria sobre su gran adversario. Eran pocos los que apreciaban la profunda transformación que había comenzado el técnico holandés. No resultaba fácil adivinar el impacto de un hombre que traía un modelo tan peculiar como atrevido. En un país apasionado por el fútbol, pero poco abierto en aquellos días al debate técnico, las cualidades de los entrenadores se identificaban más con las relaciones públicas que con su verdadera aportación al juego. Fue luego, en la década siguiente, cuando emergió una nueva generación de entrenadores españoles, en buena medida por el efecto que tuvo el Milan de Sacchi y el Barça de Cruyff en los aficionados. De repente, se generó una fascinación por los recovecos del juego que prendió entre los jóvenes preparadores. Pero a finales de los ochenta el panorama era muy diferente. Los mejores equipos españoles estaban dirigidos por técnicos extranjeros. Entre todos ellos, Cruyff parecía un enigma.

Desde su etapa juvenil en el Ajax, Cruyff había sido un jugador con opiniones propias. Nunca pensó como los demás. Su relación con Rinus Michels se estableció a partir de un proceso intelectual. Los dos tenían algo de visionarios en un equipo que marcó una época en el fútbol. Y la marcó desde la nada. En términos casi religiosos, el Ajax significó una reforma total contra el dogma del catenaccio que prevalecía en la década de los sesenta. Y Cruyff era el profeta de una nueva religión futbolística. Su aproximación al juego se relacionaba con la belleza, la arquitectura espacial del fútbol, la voluntad de ataque, la precisión, la velocidad, la técnica, la cohesión colectiva y el deseo de trascender el resultado. “Me gusta ganar jugando bien. Y si pierdo, prefiero hacerlo jugando bien”, comentaba Cruyff. No había nacido para el aburrimiento. Como entrenador demostró inmediatamente la coherencia y la altura de sus ideas. Restauró al Ajax como uno de los equipos más atractivos de Europa y estableció un ideario que fue la envidia del fútbol mundial. Jóvenes jugadores como Van Basten, Rijkaard o Bergkamp se adiestraron con el magisterio de Cruyff, uno de los escasos ejemplos donde la importancia como entrenador iguala o supera al legado como futbolista. Y eso no es nada fácil con un hombre considerado como uno de los cuatro mejores jugadores de la historia.

Todo lo que hoy se celebra en Cruyff no parecía tan claro en sus dos primeras temporadas en el Barça. Buena parte de la prensa no entendía su mensaje futbolístico. Se le consideraba más loco que osado, más irresponsable que sensato, más incomprensible que didáctico, más perdedor que victorioso (nunca ganó la Liga como técnico del Ajax), más ególatra que entrenador. Sin embargo, la revolución había comenzado. Aunque el Milan de Sacchi, y de sus tres holandeses, trataba de imponer su excepción al modelo característico en aquellos tiempos, el 5-3-2 con libre y carrileros pelmas, nada se podía comparar al Barça que pretendía Cruyff, donde regresaban los extremos como piezas fundamentales. Extremos insospechados muchas veces. A Cruyff le resultaba más importante la función que el órgano. Si esta cuestión significaba colocar a Lineker, un rematador y nada más que un rematador, o a Julio Salinas como extremo derecha, la decisión estaba tomada: los dos se iban a la raya derecha. Lo importante era ganar espacios, abrir las defensas, disponer de la pelota como estrategia ofensiva y defensiva, abrumar al adversario con un juego rápido, donde todos los jugadores conocieran exactamente su función, donde cada uno expresara sus mejores cualidades por raras que parecieran.

El trabajo de Cruyff no fue sencillo porque los resultados no funcionaban y por la enorme cantidad de prejuicios que pesaban en el fútbol. En un medio que favorecía el discurso defensivo, las ideas del técnico holandés se interpretaban como una chaladura. Donde todos añadían defensas (dos centrales, un líbero, dos laterales con el adjetivo de carrileros y un medio tapón), Cruyff agregaba delanteros o jugadores con una vocación ofensiva. No pocas veces utilizó sólo tres defensas y siempre definió el juego con un medio centro creativo, primero Luis Milla, luego Pep Guardiola. Los dos extremos eran obligatorios. Sólo los quería para los últimos 20 metros, como al delantero centro. No los quería para trabajos que luego repercutían en su eficacia. No los quería para defender. También era asombrosa su selección de jugadores. Comenzaba por una confianza absoluta en la creación de especialistas. Para eso estaba la cantera. Tenía ventajas indiscutibles que tardaron mucho en observarse: el sistema de producción de la cantera aseguraba un tipo de jugador a la carta, saneaba la economía del club y establecía un magnífico vínculo con el entorno social. Cuando Cruyff llegó al Barça, el equipo estaba prácticamente integrado por jugadores forjados fuera de la cantera azulgrana. Cuando dejó el club, una parte sustancial del equipo procedía de las categorías inferiores: Guardiola, Amor, Sergi, Ferrer y varios futbolistas notables, pero de menos éxito.

En lo que parecía un atrevimiento descabellado, su equipo rompía muchas normas presuntamente sagradas. Ferrer y Sergi no llegaban al 1,70. Koeman, quizá el jugador más importante de la ‘era Cruyff’, era un armario que jugaba sin red de seguridad en el centro de la defensa. Un chico flaco que no podía correr, ni saltar, oficiaba de medio centro: era Guardiola. Laudrup fue rescatado del fútbol italiano, donde no se tuvo ninguna consideración por sus habilidades, y deslumbró como extremo o como delantero centro falso, aunque no pudiera quitar la pelota a nadie. Más tarde llegó Romario, un gordito que estaba en las antípodas de los arietes al uso. Pero Cruyff quería divertirse. Y Romario, cuando le apetecía, era la diversión asegurada. Stoichkov venía del incierto fútbol del Este. Era arrogante, rápido y poderoso. Quería jugar suelto. Cruyff le ubicó como extremo a palo seco. A Beguiristain, también, aunque no era tan rápido, ni tampoco se caracterizaba como regateador. A Beguiristain le caracteriza su astucia. Eusebio era tan pequeño como los otros. Tampoco impresionaba por su rapidez. Todo lo contrario. Excepto para pensar y pasar. Para eso era un rayo. Ni Amor, ni Bakero, se distinguían por su presencia atlética, pero eran listos, competitivos y abnegados. Como ocurrió con Hugo Sánchez, cuesta recordar un regate de Bakero en toda su trayectoria en el Barça. Lo que se recuerda es su juego a un toque y sus vertiginosas incorporaciones al área, donde le salía el rematador que llevaba dentro. En conjunto, ése fue el Barça glorioso de Cruyff, no el de aquella tarde de abril de 1990, cuando su futuro se cuestionaba en todos los corrillos y Menotti esperaba la llamada definitiva.

El Barça ganó la final (2-0). El Madrid conquistó la Liga. La victoria permitió a Cruyff continuar al frente del equipo. El Madrid no volvió a ganar el campeonato hasta la temporada 94-95. El Barça conquistó cuatro títulos consecutivos de Liga y la Copa de Europa que tanto se le había resistido. Esos son datos que avalan la superlativa carrera de Cruyff al frente de un equipo glorioso. Sólo datos. Lo fundamental tiene un carácter más profundo: el Barça torció su historia de lamentaciones y se convirtió en el equipo chic, quizá la gran referencia del fútbol mundial. A Cruyff le corresponde todo el mérito de la transformación. Contestó a quienes le cuestionaban con una saga impresionante de victorias. Respondió a quienes predicaban el fútbol defensivo con una de las apuestas ofensivas más clamorosas que se recuerdan. Devolvió todo el placer de la belleza al fútbol. Negó otra falacia: el deterioro del vigor competitivo por la belleza. Demostró el crucial valor de la cantera. Divirtió a todos, hinchas o no del Barça. Su grandeza fue universal. Pero su legado no terminó con él. El mismo club que sólo había obtenido dos Ligas entre 1960 y 1990 y que jamás había logrado la Copa de Europa, ha ganado dos finales de la Liga de Campeones y ocho de los últimos 17 campeonatos nacionales. Todos con entrenadores holandeses. Es, sin duda, la edad de oro del Barça. Detrás hay una figura apoteósica: la de Johan Cruyff.

Santiago Segurola en Marca.com

lunes, noviembre 19, 2007

Los peligros del pragmatismo

La relación de Italia con los valores estéticos es tan evidente que cuesta comprender su desinterés por la belleza en el fútbol. Más que desinterés es rechazo. Un orgulloso rechazo. La sensibilidad italiana ha encontrado una excepción en el fútbol, donde ha impuesto un pragmatismo más cercano a las leyes de la guerra que a la alegría del juego. Arrigo Sacchi suele comentar que el Calcio padece el síndrome del Coliseo. En su opinión, los italianos han trasladado al fútbol las reglas de combate y supervivencia que regían en el Coliseo romano.

Sacchi se refería ayer en La Gazzetta dello Sport a esta cuestión. Citaba a Winston Churchill, primer ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial. 'Son extraños estos italianos. Pierden la guerra como si fuera un partido de fútbol y juegan los partidos como si fuera una guerra', escribió Churchill. Sacchi sabe de lo que habla. Durante su revolucionaria etapa en el Milan, se le consideró un subversivo de los valores tradicionales del fútbol italiano. Era un agente peligroso.

'Este inmovilismo no genera cultura deportiva. Prescindir del merecimiento para celebrar la victoria, no es la mejor manera para combatir la deshonestidad y la picaresca. Lo deshonesto y la falta de cultura es el hábitat ideal para los maleducados, los violentos y los tramposos', señalaba Sacchi. El célebre técnico concluía que este lúgubre paisaje anima a vencer por medio de la intimidación y la violencia.

En nombre del pragmatismo, el fútbol italiano se encuentra ahora en una situación crítica. Los últimos años han sido devastadores para la credibilidad de sus equipos. Han abundando todo tipo de irregularidades: falsificaciones de cuentas, sobornos a árbitros, violencia extrema de los ultras. Quienes defienden esta mirada cínica del deporte asisten ahora al deterioro del país que ha representado Eldorado del fútbol.

Apenas quedan estrellas internacionales, los estadios se vacían y los resistentes proclaman su deseo de abandonar Italia. Kakà lo ha dicho alto y claro. No quiere seguir en una Liga que es un campo de batalla. Los sucesos del último fin de semana colocan al fútbol italiano en una situación crítica. O se revisa una posición que ya no sólo amenaza al fútbol, sino a la sociedad italiana, o el camino hacia la argentinización será imparable.

el fraude. El fútbol no es la guerra, ni tan siquiera la guerra por medios pacíficos. Es un juego, un hermoso juego donde caben todo tipo de miradas, pero donde no hay sitio para la prédica de la violencia y la trampa. Hay algo tentador en el pragmatismo a ultranza. Es la tentación del fraude en cualquiera de sus formas. Tiene buena venta además. En su tiempo, al Estudiantes de la Plata se le celebraba en muchos sectores por competitivo, eufemismo que ocultaba la perversa naturaleza de aquel equipo.

La belleza en el juego no es algo banal. Tiene consecuencias decisivas en la aproximación al fútbol. No es lo mismo requerir la belleza que exigir la guerra. Y no es cierto que la estética devalúe la intensidad competitiva. Algunos de los equipos más victoriosos figuran entre los más atractivos que ha visto la historia: el Madrid de Di Stéfano, Brasil 70, Ajax, Milan o el Barça de Cruyff.

Estos equipos alentaron una mirada civilizada. Se les asocia con los mejores valores del deporte y no dejaron el pragmatismo a un lado. Cuando se vende la idea de que la victoria está enfrentada a la belleza, cuando se defiende que todo justifica el éxito, cuando el cinismo triunfa sobre la generosidad, entonces se produce un deterioro tóxico. No sólo afecta al juego, sino al entorno social que alimenta el fútbol. Se establece un nuevo y pésimo territorio: el del engaño, la trampa y la violencia. En Italia lo sufren ahora. Mejor no olvidarlo cuando reaparezcan en España los apóstoles del pragmatismo a cualquier precio.

Santiago Segurola en Marca

lunes, noviembre 12, 2007

Sin fronteras


El plan 6+5 de la FIFA propone que a partir de la temporada 2010-2011 los equipos europeos presenten sobre el campo formaciones compuestas por un mínimo de 6 jugadores seleccionables por el país de cada Liga. Resulta evidente la incompatibilidad de la propuesta con el derecho a la libre circulación de los ciudadanos y los trabajadores, una de las libertades fundamentales que ampara la legislación comunitaria. A los tratados constitutivos de la Comunidad Europea se suman los artículos incorporados por el tratado de Ámsterdam, que añade el principio de igualdad de oportunidades, cuyo aspecto esencial es la prohibición de la discriminación en razón de la nacionalidad, y el principio de no discriminación, que tiene por objeto garantizar la igualdad de trato entre los individuos, cualquiera sea su nacionalidad, sexo, raza, origen étnico, religión, creencia, discapacidad u orientación sexual. Más allá de su legitimidad, la norma en desarrollo tendría complejas consecuencias en su aplicación diaria en la vida de los clubes y de los futbolistas.

A efectos prácticos habría ciudadanos europeos que no podrían ejercer sus derechos igual que otros. Un futbolista español, por ejemplo, vería mermadas sus posibilidades de ser contratado por otros clubes europeos. Dada la peculiaridad de la norma, que habla de jugadores seleccionables, ésta afectaría también a jugadores nacidos en un país y nacionalizados en otro que hubieran elegido representar a la selección de este último. Un jugador nacido en Italia y con pasaporte español que hubiese optado por representar a la selección española tendría problemas para trabajar en su país natal.

El plan no sólo igualaría a comunitarios con extracomunitarios, que ya cuentan con una limitación de cupo, sino que iría más lejos incorporando un criterio nuevo de distinción de lo nacional. Según éste, sería representante de lo nacional sólo aquél que pueda jugar para la selección de un país, sin importar su lugar de nacimiento. Un concepto arbitrario que se contradice con la razón misma de la norma. El mundo del deporte sólo sigue los pasos de la globalización y la diversidad que deriva de ésta. La diversidad es enriquecedora.
Joseph Blatter, presidente de la FIFA, habla de "la obligación de defender la identidad nacional del fútbol de los respectivos países". Esta alusión a los sentimientos de identidad nacional para la posterior incorporación de restricciones y límites parece una trampa ya vista en otros ámbitos. La esencia de las instituciones trasciende a las personas que la integran. Son atemporales. Se nutren e incorporan el aporte individual y lo hacen propio. Chanel no ha dejado de ser el sello del chic francés porque su diseñador sea, desde hace más de una década, un alemán. La identidad del Real Madrid está marcada por el gusto y la idiosincrasia de sus aficionados y por las personas que, en su tiempo, dirigen y buscan que la evolución del club respete ese sello, que tiene más que ver con la historia de una entidad que con un momento puntual. El fútbol italiano o el español siguen reflejando sus particularidades y manteniendo su esencia distintiva más allá de las características de los jugadores que han militado en sus filas. Hoy, muchos de los clubes más importantes de Europa están en manos de inversores extranjeros, como el Manchester United (un norteamericano) y el Chelsea (un ruso). El capital no tiene patria.

Resultan más desconcertantes las declaraciones del presidente de la FIFA al terminar el encuentro Juventus-Inter del pasado 6 de noviembre: "He visto el partido y me parece algo inaceptable, es un ejemplo neto de un recurso excesivo a jugadores ajenos al país donde se disputa el torneo". Blatter subrayó que la alineación del Inter no presentaba "ningún nativo" y "sólo tres europeos". El presidente de la FIFA parece olvidar, en la cuenta, que un ciudadano nacionalizado tiene las mismas obligaciones y los mismos derechos que uno nativo. En el Inter, ese día, además de los jugadores nacidos en territorio europeo, jugaron Zanetti, Burdisso y Cambiasso, descendientes de italianos, como atestiguan sus apellidos, y poseedores en toda regla de la ciudadanía italiana.

El otro argumento de peso que presenta la FIFA para justificar esta propuesta, es que la misma "promovería la producción de jugadores nacionales provenientes de las divisiones inferiores". Esto presupone forzar la inserción de jugadores a costa de reducir el nivel de la competición. La norma no estaría apuntada a mejorar el nivel de los jugadores juveniles sino a quitarles de en medio a la competencia.

El camino para mejorar el nivel en las formaciones de futuros futbolistas profesionales es exactamente el mismo que en cualquier buen proceso educativo. Esto es realizar un proceso de integración y desarrollo de la personalidad y la capacidad futbolística a través de una gran competitividad. Se necesita tiempo, buenos docentes, elementos y un sistema acorde a la idiosincrasia de cada país. Esto garantiza calidad a nivel profesional. El talento, sin embargo, no conoce de fronteras, es universal.
Los futbolistas tenemos la obligación de defender nuestros derechos de libre circulación. El fútbol no puede pretenderse una singularidad dentro del estado de derecho.

Santiago Solari en El País

Hay que dar un golpe de timón


Podría valer el artículo de hace 15 días frente al Valladolid. Valdría todo, punto por punto. Nada ha mejorado, pero esto no es lo peor. El equipo ha dado un paso atrás. Getafe se convirtió el sábado en lo que puede ser el vídeo de la temporada. Y esto no es una broma. Porque si alguien repasa con detenimiento este partido verá el mejor recopilatorio de los errores tácticos que ha cometido el Barça fuera de casa desde la temporada pasada hasta hoy. Siéntate cómodamente, pon el vídeo y lo único que tienes que hacer es no mirar hacia otro lado.

Todos, técnicos y jugadores, tienen la obligación de examinar, desmenuzar, analizar, el partido ante el Getafe. Ahora ya no hay excusa. Cada fracaso fuera de casa ha tenido una lectura diferente, pero ahora hay un partido que lo resume todo en uno. Corregido y aumentado. Solo hay algo positivo: es la jornada 12 y no hay nada perdido, pero el crédito de errores en un campeonato prácticamente está agotado. Es el momento de dar un golpe de timón.

Los centrales, 10 metros más arriba; las líneas, más juntas, velocidad de balón, juego de posición. Hemos repasado tantas veces todos estos conceptos desde que empezó la Liga que parece que sea monotemático. Lo he dicho al principio. Todo lo escrito hasta hoy vale, pero con el añadido de que los jugadores que han de marcar la diferencia no están. Para mí, los delanteros son el punto final de todo. Si el equipo funciona, ellos funcionan. Es más, el equipo puede no funcionar y ellos salvarse con destellos individuales. Sin embargo, si ellos desaparecen, el equipo, como concepto, desaparece.

Un chollo para el rival
Lo vimos en Getafe. Cuando el equipo tenía el balón no encontraba a nadie desmarcado. Todos quietos. Ni un movimiento de ruptura. Un chollo para la defensa. No hay nada mejor para un sistema de contención que la ausencia de movilidad. Entonces todo tiene que resumirse en la genialidad individual y este bien, hoy, también anda escaso en el Barça. O sea, en ataque, bajo mínimos.

Este sería el gran problema para muchos y, siéndolo, aun hay otro peor. Es cuando pierdes el balón. Aquí empieza el horror. Los dos extremos no hacen el más mínimo gesto de presión ni de ayuda defensiva y aquí es donde el equipo se va desangrando. Dos salidas fáciles para la cobertura rival. Dos autopistas sin peaje. El centro del campo rival que se convierte en un momento en una marabunta. Tres contra cinco. Tres contra seis. Los laterales del Barça que dudan en salir en ayuda del centro del campo. Los centrales que no saben si ir cinco metros adelante o cinco hacia atrás. Todo fuera de control. El equipo desaparece y entra en el juego que te impide ganar. O peor. Que te hace perder.

Tenemos el vídeo de Getafe. El del sábado. Y tenemos una videoteca llena con los partidos de hace un par de temporadas. Muy bien, vamos a ver qué hacíamos entonces y qué hacemos ahora, cómo corríamos entonces y cómo corremos ahora, cómo presionábamos entonces y cómo lo hacemos ahora, qué hacían los delanteros entonces y qué hacen ahora, qué velocidad de balón aplicábamos y cuál aplicamos ahora, qué distancia había entre líneas y cuál hay ahora. A partir de aquí, nadie se puede esconder.

El peso del Camp Nou
Y otra cosa, y esta va para la prensa. El domingo pasado contra el Betis no fue ninguna maravilla. No se puede hablar de un gran Barça cuando el equipo aun está lejos de tomarle el pulso a la temporada. No se puede pasar del elogio a quemarlo todo de domingo a domingo. Es más, voy a ir más lejos. No hay un Barça en el Camp Nou y otro fuera. Es casi el mismo. Solo varía el valor futbolístico del rival que en el Camp Nou no se atreve a casi nada. Esta es la realidad y cualquier día de estos, si no se soluciona el déficit de fútbol colectivo que padece el Barça, puede ocurrir que el virus de visitante alcance al Camp Nou.

Tal vez lo ocurrido este fin de semana le acabe viniendo bien al Barça. Lo digo por lo ocurrido en Getafe. No por la derrota, sino por los detalles que ofreció la derrota. Y por la victoria del Madrid. No por que ganen los blancos, que esto nunca es una buena noticia para los barcelonistas, sino porque lo más probable es que si ayer hubiesen pinchado con el Mallorca, seguro que lo del sábado no escocería tanto. Esta fue la historia del año pasado. Fallas tú, pero también los demás.

Un final conocido
Y así vas quemando jornadas viéndote arriba, pero pasando de puntitas por encima de tus errores casi sin querer darte cuenta de que un día el fútbol te puede castigar. Y un día sucede que tú vuelves a fallar, pero el otro no lo hace. El final de la historia ya lo conocemos. Esta es hoy nuestra única ventaja: sabemos cuál es el final que nos espera si no somos capaces de hacer bien las cosas de una vez por todas.

Johan Cruyff, en su blog de El Periódico de Catalunya

domingo, noviembre 11, 2007

Barça: da igual ganar, perder o empatar

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Decíamos tras el partido del FC Barcelona ante el Glasgow Rangers que los encuentros del equipo azulgrana en el Camp Nou comenzaban a parecerse demasiado. Esa conclusión no fue del todo exacta. La verdadera realidad es que todos sus partidos son iguales.

El Barcelona, tras la exhibición mostrada hoy en Getafe, ha dejado claro que le es indiferente ganar, perder o empatar los partidos. Siempre juegan igual. Es un equipo que no cambia su estilo, ni su forma de juego, ni su ritmo, pase lo que pase. Auténtica monotonía y previsibilidad.


Desde luego que un objetivo de un equipo grande debe ser alcanzar una personalidad propia y ser fiel a esa manera de entender el juego. Sin embargo, lo que no hay que ser es dogmático. Está muy bien apostar por el fútbol de toque y de posesión. La escuela de Cruyff dicen algunos. El verdadero juego impulsado por el holandés estaba basado en jugar con extremos, regateadores y/o rápidos que llegaran a línea de fondo y centraran balones para toda la gente que se incorporase desde el medio campo. En esa parcela de zona ancha, juego rápido para distraer al contrario y atacarle de manera fulminante.

Nada de lo anterior tiene el actual Barcelona. Los jugadores que ocupan las bandas lo hacen de manera meramente posicional e inicial. Constantemente acuden al borde del área, con lo que ni abren el campo ni tapan la salida de los laterales contrarios. Los centrocampistas, sobre todo Xavi, son predecibles en todo lo que hacen, y realmente ni pisan área rival ni la propia. Sólo Iniesta hace algo diferente, como el balón servido hoy a Henry que el francés no aprovechó, con 0-0 en el marcador. Desde luego el ‘8’ debe jugar muy muy cerca del área, si no queda desaprovechado ese demoledor giro/regate que tiene y sus pases en profundidad. La defensa y el portero se estaban mostrando muy seguros últimamente, pero produce sonrojo ver la pasividad de Milito, Touré Yayá, Thuram y Abidal en el gol de Manu del Moral.

Este tipo de derrotas vienen siempre acompañadas por muchos comentarios apocalípticos, de fin de ciclo y similares, y más en una afición tan exigente como la azulgrana. Sin embargo, creo que esta vez no se exagerará lo más mínimo. Debe ser muy duro para un aficionado barcelonista ver cómo, después del 4-0 copero del año pasado, de las patadas a Messi, de los pasados incidentes racistas en el estadio de Getafe (seguramente minoritarios, pero existentes al fin y al cabo), de las palabras de Rijkaard y Laporta esta semana citando la humillante derrota pasada, los jugadores pasean su impotencia en el césped sin rubor y el entrenador su inmovilismo. Decepcionante es poco.

El final de la pasada temporada ya era para reflexionar, pero los propósitos de enmienda, de vuelta a la presión, de los buenos entrenamientos, de la solidez que llevó a ganar la Champions, han quedado reducidos a aburrimiento en los partidos del Camp Nou y a total ineficacia y apatía fuera. Ahora vuelven los partidos internacionales, y al regreso de los jugadores volverán las excusas.

Desde esta tribuna quien suscribe lleva tiempo pensando en que Frank Rijkaard se merece el mayor reconocimiento posible por su trabajo y por los títulos coseguidos, pero que este equipo necesita ya otra cosa. Seguramente él se da cuenta de lo que pasa pero los jugadores están tan acomodados que no puede insistirles más. El caso es que en el Barcelona hace tiempo que se añora ritmo, hambre, competitividad, partidos con vértigo. No se puede pasar un equipo noventa minutos tocando el balón y no disparar a puerta. Como dicen en Fútbol Arte, 39% vs 61% = 2-0. ¿Sacrificaría el barcelonismo parte del juego de toque por un estilo más agresivo y dinámico? ¿Un 4-4-2 con puntas rápidos y contundencia en medio campo? Mourinho está en el paro…

En DdF | ¿El peor partido del Barça?

Publicado originalmente en Notas de Fútbol.

sábado, noviembre 10, 2007

"El aumento de extranjeros matará a la Premier"

Alex Ferguson cumplió el pasado martes 21 años al frente del Manchester United. ¿Llegará a los 24 consecutivos del legendario Matt Busby (1945-1969)? "¡Están haciendo apuestas sobre si llego a los 25!", cuenta el técnico escocés. De momento, ya ha anunciado que no piensa retirarse hasta que devuelva la Copa de Europa a Old Trafford. Como Busby (en 1968), Ferguson ha ganado la corona europea sólo una vez (1999). Y no parará hasta recuperarla. Para ello, de la chequera del United han salido casi 60 millones de euros esta temporada en fichajes. Y casi todos extranjeros: el portugués Nani, el brasileño Anderson, el argentino Tévez... De ahí que extrañe, según comenta el entrenador del Arsenal, el francés Arsène Wenger, la propuesta de Ferguson de limitar el número de jugadores extranjeros en la Premier League.
"El aumento de extranjeros matará a la Premier", explica el técnico escocés, de 65 años. "Por el bien del fútbol inglés, hay que limitar los extranjeros y comunitarios en las plantillas, que los clubes establezcan una proporción entre los nacidos en Inglaterra y los de fuera. Aunque seguro que el Arsenal será el que con más fuerza proteste por mi idea", comentó Ferguson el lunes; "y el Liverpool y el Manchester City tampoco me apoyarán". Sin Mourinho, fuera del Chelsea, y con el Liverpool renqueante, los dardos de Ferguson se centran en su máximo rival por el título nacional, el Arsenal de Wenger. El técnico del United denunció insultos y falta de seguridad en la última visita de su equipo al Emirates Stadium (2-2).

"Los que critican al Manchester dirán que la medida es buena para mí porque tengo más jugadores ingleses, pero si preguntas a un aficionado neutral estará de acuerdo conmigo", añade Ferguson, que defiende la propuesta del presidente de la FIFA, Joseph Blatter, de limitar a cinco el número de extranjeros en los clubes a partir de 2010: "Es lo mejor, pero no para el Liverpool y el Arsenal, con fuertes lazos españoles y franceses". El Manchester tiene nueve británicos en su plantilla por siete el Chelsea y cinco el Liverpool.

"Yo no me sentiría feliz si fuera un extranjero en el United", ha respondido Wenger. "Y si miras su inversión este año, se ha gastado mucho dinero en extranjeros. A mí no me importa de dónde sean. Sólo quiero a los mejores, y ahora no son ingleses". El Arsenal apenas cuenta con el joven Theo Walcott, de 18 años, entre su nómina de británicos. Hasta el punto de que el inglés Jermaine Pennant, del Liverpool, denunció que Wenger siente "aversión" por los jugadores de la isla. Pese a las restricciones para jugar en la Premier, la Liga cuenta por primera vez en su historia con más foráneos (330) que nacionales (260). Para la UEFA, la restricción es "imposible".

Juan Morenilla, en El País

viernes, noviembre 09, 2007

Wenger vs Ferguson, la guerra intelectual

Que Arsène Wenger y Sir Alex Ferguson no se soportan es algo sabido desde hace años. "Forma parte del juego y del espectáculo", afirma el técnico francés en una entrevista concedida a la revista 'Four Four Two'.

Wenger reconoció que se deleita con sus enfrentamientos verbales con el entrenador del Manchester United, el último de los cuales gira entorno al plan de Joseph Blatter, presidente de la FIFA, de limitar el número de extranjeros en los clubes.

El técnico de los 'Diablos Rojos' predijo con ironía que Wenger sería el primero en criticar los planes de Blatter por ir en contra de sus objetivos personales. Wenger contraatacó con la misma arma que el escocés y afirmó con sarcasmo: "Estoy dispuesto a asumir la culpa de todos los problemas del fútbol inglés si es lo que él quiere".

"A veces me fastidia Ferguson, lo mismo que yo le fastidio a él pero eso es parte del juego y del espectáculo", afirmó Wenger. "No creo que puedas competir a este nivel de competición y ser amigos. Pero no hay malos sentimientos, ya sabes", afirma en la revista británica.

El francés asumía además el gusto que encuentra en su disputa con Ferguson. "¿Si me gustan los juegos mentales? Sí, hacen la vida más interesante".

Por otra parte, el entrenador de los 'gunners' descartó la idea de entrenar algún día la selección inglesa por considerar que debería ser un trabajo para un técnico inglés. "Para un país grande necesitas un entrenador del mismo país", afirmó.

"Inglaterra creó este juego. Recuerdo a Sven Goran-Eriksson (ex seleccionador inglés de nacionalidad sueca) jugando con Inglaterra frente a Suecia. Suena el himno nacional y ¿qué haces? Se nota que no estás totalmente cómodo".

"Si soy el entrenador inglés y juego contra Francia ¿qué himno debo cantar?", se preguntaba el 'Profesor'. "Entreno en Inglaterra y espero poder ayudar al fútbol inglés pero el equipo nacional debería ser manejado por un tipo inglés", sentenció.

jueves, noviembre 08, 2007

John Terry, ¿un sueldo inmerecido?

El secretario de Estado para el Deporte del Gobierno británico, Gerry Sutcliffe, ha criticado esta semana los salarios de los futbolistas de la Premier League, haciendo hincapié en el salario del capitán del Chelsea y de Inglaterra, John Terry.

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El '26' de los blues cobra 215.000 euros a la semana, o, lo que es lo mismo, más de 11 millones de euros al año. Sutcliffe calificó como "obsceno" ese salario, argumentando que "Buena suerte para John pero es obsceno moverse en esas cifras. La gente en la calle no puede comprender salarios como el de Terry. El Chelsea tiene unos números rojos de 250 millones de libras y quizá puedan sobrellevarlo pero eso no es la vida real. Ese déficit no es sostenible".

jueves, noviembre 01, 2007

Pues no, Guardiola no se dopó

“No es rápido, ni fuerte al choque, ni va bien de cabeza, ni dispone de buen disparo a puerta…pero es el mejor del mundo en su puesto”.

Esta frase podría resumir las características futbolistas de Pep Guardiola. Mientras jugaba, el ex capitán azulgrana recibió encendidos elogios de, aparte de su descubridor Johan Cruyff, gente como Jorge Valdano, Arsene Wenger, Arrigo Sacchi o Michel Platini (el ídolo de la infancia de Pep).

Por eso, cuando anunció a inicios de la temporada 2000/2001 que abandonaba el Barcelona a final de curso, todo fueron especulaciones respecto a qué grande de Europa disfutaría a partir de entonces de su juego rápido, de su carácter y liderazgo.

Sobre lo que pasó aquellos meses es difícil saberlo con certeza. Se cree que Guardiola esperó hasta el final una oferta de la Juventus que no terminó de concretarse, y con ello descartó muchas más, sobre todo de Inglaterra. Así, acabó en el Brescia, donde fue acogido con alborozo por el entrenador Carlo Mazzone y por otro de los últimos románticos del fútbol, Roberto Baggio.

En aquel Brescia, el sistema de juego era muy sencillo. Pep creaba y ordenaba en el centro, Baggio recogía ese juego y lo convertía en peligro, por él mismo o facilitado al delantero de turno, Tare, por ejemplo. Los otro 7 jugadores de campo, comandados por los incansables gemelos Filippini, se dedicaban a correr, defender, achicar, el calcio, en definitiva. Por eso resultó chocante, difícil de creer y más aún de explicar que Guardiola diera positivo en un control antidopaje por nandrolona, en un partido ante el Piacenza.

Cualquiera con unos mínimos conocimientos médicos sabe que, en el fútbol, un tratamiento de nandrolona para mejorar el rendimiento, debe realizarse a medio/largo plazo. En aquellos días se dieron positivos en Italia por la misma sustancia en casos como Couto, Davids o Stam. Apenas unos meses de sanción para cada uno de ellos y a jugar. Todos aceptaron penas menores antes que litigar de manera interminable en los tribunales en un tiempo en el que el Comité Olímpico italiano, influenciado por los aspectos más negativos en la lucha contra el dopaje en el ciclismo, pretendió escarmentar e imponer sanciones ejemplarizantes. Pep no.

Guardiola, que fue condenado a siete meses de prisión, no cejó en ningún momento su lucha por demostrar su inocencia. “La justicia italiana no me puede mirar a los ojos”, era uno de sus comentarios habituales a quien le quisiera escuchar. Aportó junto con su equipo todo tipo de pruebas, que demostraban que su organismo producía nandrolona endógena. A pesar de ello, la Fiscalía italiana, sólo con la prueba del laboratorio de Roma y con un juez honorario, no de carrera, no le dio la razón.

Por fin, el pasado día 23, el Tribunal de apelación de Brescia le absolvió de toda culpa bajo la fórmula de que “el hecho no subsiste”, lo que, según su abogado en Italia, Tomaso Marchese, es una “absolución muy amplia y evidencia que Pep no se ha dopado nunca”.

La noticia confirma la impresión de casi todo su entorno que estaba siguiendo su lucha. A partir de ahora, con su nombre limpio, Guardiola podrá continuar su trabajo en el Barcelona B y llegar en su carrera de entrenador hasta donde su calidad y méritos le lleven, como a cualquiera….cualquiera que jamás infringió las normas.

En El País | Guardiola, inocente y "Siento una felicidad muy íntima"

En El Periódico de Catalunya | Reconstrucción del proceso

Publicado originalmente en Notas de Fútbol

Fe de erratas

Los textos de Planeta fútbol, planeta libros e Historias del calcio tienen como autor a Miguel Gutiérrez, hecho inicialmente no mostrado en su publicación en este blog.
 
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