La relación de Italia con los valores estéticos es tan evidente que cuesta comprender su desinterés por la belleza en el fútbol. Más que desinterés es rechazo. Un orgulloso rechazo. La sensibilidad italiana ha encontrado una excepción en el fútbol, donde ha impuesto un pragmatismo más cercano a las leyes de la guerra que a la alegría del juego. Arrigo Sacchi suele comentar que el Calcio padece el síndrome del Coliseo. En su opinión, los italianos han trasladado al fútbol las reglas de combate y supervivencia que regían en el Coliseo romano.
Sacchi se refería ayer en La Gazzetta dello Sport a esta cuestión. Citaba a Winston Churchill, primer ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial. 'Son extraños estos italianos. Pierden la guerra como si fuera un partido de fútbol y juegan los partidos como si fuera una guerra', escribió Churchill. Sacchi sabe de lo que habla. Durante su revolucionaria etapa en el Milan, se le consideró un subversivo de los valores tradicionales del fútbol italiano. Era un agente peligroso.
'Este inmovilismo no genera cultura deportiva. Prescindir del merecimiento para celebrar la victoria, no es la mejor manera para combatir la deshonestidad y la picaresca. Lo deshonesto y la falta de cultura es el hábitat ideal para los maleducados, los violentos y los tramposos', señalaba Sacchi. El célebre técnico concluía que este lúgubre paisaje anima a vencer por medio de la intimidación y la violencia.
En nombre del pragmatismo, el fútbol italiano se encuentra ahora en una situación crítica. Los últimos años han sido devastadores para la credibilidad de sus equipos. Han abundando todo tipo de irregularidades: falsificaciones de cuentas, sobornos a árbitros, violencia extrema de los ultras. Quienes defienden esta mirada cínica del deporte asisten ahora al deterioro del país que ha representado Eldorado del fútbol.
Apenas quedan estrellas internacionales, los estadios se vacían y los resistentes proclaman su deseo de abandonar Italia. Kakà lo ha dicho alto y claro. No quiere seguir en una Liga que es un campo de batalla. Los sucesos del último fin de semana colocan al fútbol italiano en una situación crítica. O se revisa una posición que ya no sólo amenaza al fútbol, sino a la sociedad italiana, o el camino hacia la argentinización será imparable.
el fraude. El fútbol no es la guerra, ni tan siquiera la guerra por medios pacíficos. Es un juego, un hermoso juego donde caben todo tipo de miradas, pero donde no hay sitio para la prédica de la violencia y la trampa. Hay algo tentador en el pragmatismo a ultranza. Es la tentación del fraude en cualquiera de sus formas. Tiene buena venta además. En su tiempo, al Estudiantes de la Plata se le celebraba en muchos sectores por competitivo, eufemismo que ocultaba la perversa naturaleza de aquel equipo.
La belleza en el juego no es algo banal. Tiene consecuencias decisivas en la aproximación al fútbol. No es lo mismo requerir la belleza que exigir la guerra. Y no es cierto que la estética devalúe la intensidad competitiva. Algunos de los equipos más victoriosos figuran entre los más atractivos que ha visto la historia: el Madrid de Di Stéfano, Brasil 70, Ajax, Milan o el Barça de Cruyff.
Estos equipos alentaron una mirada civilizada. Se les asocia con los mejores valores del deporte y no dejaron el pragmatismo a un lado. Cuando se vende la idea de que la victoria está enfrentada a la belleza, cuando se defiende que todo justifica el éxito, cuando el cinismo triunfa sobre la generosidad, entonces se produce un deterioro tóxico. No sólo afecta al juego, sino al entorno social que alimenta el fútbol. Se establece un nuevo y pésimo territorio: el del engaño, la trampa y la violencia. En Italia lo sufren ahora. Mejor no olvidarlo cuando reaparezcan en España los apóstoles del pragmatismo a cualquier precio.
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