lunes, abril 14, 2008

La medida del éxito


El Arsenal y el Liverpool nos deleitaron con el mejor partido del año. Ambos equipos merecen aplausos, pero sería injusto colocarlos en un mismo escalón de virtudes. Es difícil pensar que el Liverpool habría ofrecido este espectáculo de no existir el Arsenal y no así a la inversa. El Arsenal lleva el espectáculo consigo.

Arsène Wenger, guía del club desde 1996, es el entrenador más laureado de su historia. Antes se había dedicado a otras cosas, entre ellas a la consecución de una licenciatura en ingeniería, así como un master en economía.

El martes pasado, la cámara enfocó su gesto de incredulidad cuando Torres marcó el segundo gol del Liverpool después de una jugada con confeccion de Big Mac, echando por tierra toda la elaboración de gourmet de su equipo. Ese gol y ese gesto sintetizan la batalla. La batalla de quien aspira a mucho más que la victoria, de quien asume un contrato de fe con la creatividad, con la imaginación, de quien apuesta sin especular y pierde de la forma más dolorosa: con la estocada traidora de aquellos argumentos que se niega a utilizar. Pero es sólo una batalla lo que pierde.

Triunfo del Liverpool y fracaso del Arsenal. Este maniqueísmo futbolístico que concede el éxito al que hizo un gol más en el último partido, esta vara dual, simplista, sigue siendo una de las causas principales de inestabilidad en muchísimos clubes. Esta inestabilidad es causa y consecuencia a la vez del peor de los pecados: la falta de identidad.
El Arsenal sabe quién es, sabe lo que quiere y actúa en consecuencia. Tiene un modelo de gestión que abarca todos los aspectos, desde el deportivo al económico, siempre respetando un camino o, más bien, construyendo un camino. Wenger y el Arsenal han asumido una responsabilidad estética que a la larga no es más que un pacto de respeto a la esencia misma del juego, adquiriendo un compromiso casi anacrónico con la belleza, como el de los artesanos que hicieron los mosaicos de la basílica de San Marcos, en Venecia, sacrificando el hoy en pos de la perdurabilidad.

El éxito del Arsenal radica entonces en ser un club con identidad. Su mérito no es sólo adherir a determinada idea, sino mantenerse fiel a ella sabiendo que es un camino mucho más largo, que acarrea una inestimable cantidad de esfuerzo y tiempo, ya sea en conseguir los jugadores mas idóneos para comulgar con esa idea que para transmitir todos los argumentos que le permitan plasmarla de forma competitiva. El éxito del Arsenal es el de llevar tantos años jugando bien al fútbol en esta vorágine de resultados inmediatos, de victorias instantáneas. El éxito del Arsenal, en definitiva, es que todos esperemos sus partidos y el de Wenger es que todos querríamos jugar en su equipo.

Santiago Solari en El País

jueves, abril 10, 2008

Lo políticamente correcto no aterriza

La cuestión si hay racismo o no en el deporte español la tienen mucho más clara en Inglaterra que en España. Según los ingleses, España es en este sentido un país retrógrado. Un diario de Londres denunció hace poco “la plaga de racismo” entre los forofos españoles. Basan su opinión en tres incidentes ocurridos en los últimos tres años. Los aullidos de mono en el Bernabéu dirigidos a jugadores negros ingleses durante un partido supuestamente “amistoso” entre España e Inglaterra; la frase “negro de mierda” que el seleccionador español, Luis Aragonés, utilizó refiriéndose al jugador francés Thierry Henry, y los cuatro bobos que se disfrazaron de gorilas para insultar al piloto de fórmula 1 Lewis Hamilton en el circuito barcelonés de Montmeló.

Aparte de la ironía no percibida por los ingleses de que detrás de su indignación se esconde un sentimiento de superioridad racial hacia los españoles en particular, y los “latinos” en general, hay un par de reflexiones que se podrían hacer.
Primero, que hay matices culturales que se pierden, y que tienden a conclusiones faciloides o equivocadas, cuando uno pretende interpretar a otro país basándose en traducciones literales de los hechos. En España existe un grado de tolerancia en el terreno de los insultos que quizá no se detecte en ningún otro país del mundo. Las cosas que declaran los españoles que le van a hacer a las madres de otras personas o a la Virgen o, incluso, a Dios se considerarían escandalosamente intolerables en Londres o Nueva York y, seguramente, en Tokio y Pekín. En España expresarse así es tan habitual que las palabras pierden casi todo su valor, con lo cual su capacidad de herir es mínima. Lo mismo en cuanto a las referencias constantes en conversación a las partes más íntimas de la anatomía humana. Exclamaciones que un párroco español consideraría normal serían, en otro lugar, inaceptablemente profanas. Por eso aquello del “negro de mierda” suena mucho más chocante en versión inglesa que en versión original
Segundo, es verdad, por otro lado, que los ingleses, por más hooligans que sean, tienden a ser más políticamente correctos que los españoles; que demuestran más delicadeza con personas de otras razas. Es casi inimaginable hoy en día que en un campo de fútbol inglés se oiga a un aficionado imitando a un chimpancé al llegar el balón a los pies de un jugador negro. Entre otras cosas, porque el aficionado sospecharía seriamente que si sucumbiera a la tentación de hacerlo la gente que le rodeaba le daría una paliza.

En este caso la diferencia reside en el hecho de que en Inglaterra, como en Francia y Holanda, ha convivido gente de diferentes razas durante bastante más tiempo que en España. Aquí es cuestión de apenas 15 años; en Inglaterra, 60. Si hubiese habido jugadores africanos en la Liga inglesa en los años cincuenta, los chillidos simios en los campos del Liverpool o del Newcastle United se hubieran oído desde Madrid. Incluso en los años setenta, cuando llegó una oleada de inmigrantes de origen paquistaní a Inglaterra, los incidentes racistas eran de una frecuencia e intensidad muy por encima de lo que se vive hoy en España.
Determinar, en el fondo, si un país es más racista que otro no es fácil. Si uno se basara meramente en los insultos que se oyen en el ambiente tribal, desmelenado de un campo de fútbol, se podría concluir, incluso poniendo en la balanza la sutil cuestión de las particularidades culturales, que España no sale muy bien parada comparada con otros países de Europa occidental. También es verdad que, por motivos obvios históricos, la relación entre blancos y negros no es tan natural, ni fluida en España como en otros países. Se ven muchas más parejas de raza mixta en las calles de Londres y París que en Madrid. Ya ha habido capitanes negros de las selecciones inglesas y francesas de fútbol.

Pero, por otro lado, por dar un ejemplo de lo complejo que es el tema, están los disturbios raciales de los últimos años en los barrios marginados de París. Y en cuanto a la autocomplacencia inglesa, el Instituto de Relaciones Raciales de Londres sacó un informe hace un par de meses que sugiere que quizá haya un problema apreciablemente más grave en Inglaterra que el mal gusto que pueden o no tener los aficionados de fútbol españoles. El informe demostró que el índice de asesinatos racistas en Inglaterra va en aumento; que entre febrero de 2003 y diciembre de 2007, 33 personas murieron a manos de gente a la que no les gustó el color de su piel.

John Carlin en El País
 
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