
El Arsenal y el Liverpool nos deleitaron con el mejor partido del año. Ambos equipos merecen aplausos, pero sería injusto colocarlos en un mismo escalón de virtudes. Es difícil pensar que el Liverpool habría ofrecido este espectáculo de no existir el Arsenal y no así a la inversa. El Arsenal lleva el espectáculo consigo.
Arsène Wenger, guía del club desde 1996, es el entrenador más laureado de su historia. Antes se había dedicado a otras cosas, entre ellas a la consecución de una licenciatura en ingeniería, así como un master en economía.
El martes pasado, la cámara enfocó su gesto de incredulidad cuando Torres marcó el segundo gol del Liverpool después de una jugada con confeccion de Big Mac, echando por tierra toda la elaboración de gourmet de su equipo. Ese gol y ese gesto sintetizan la batalla. La batalla de quien aspira a mucho más que la victoria, de quien asume un contrato de fe con la creatividad, con la imaginación, de quien apuesta sin especular y pierde de la forma más dolorosa: con la estocada traidora de aquellos argumentos que se niega a utilizar. Pero es sólo una batalla lo que pierde.
Triunfo del Liverpool y fracaso del Arsenal. Este maniqueísmo futbolístico que concede el éxito al que hizo un gol más en el último partido, esta vara dual, simplista, sigue siendo una de las causas principales de inestabilidad en muchísimos clubes. Esta inestabilidad es causa y consecuencia a la vez del peor de los pecados: la falta de identidad.
El Arsenal sabe quién es, sabe lo que quiere y actúa en consecuencia. Tiene un modelo de gestión que abarca todos los aspectos, desde el deportivo al económico, siempre respetando un camino o, más bien, construyendo un camino. Wenger y el Arsenal han asumido una responsabilidad estética que a la larga no es más que un pacto de respeto a la esencia misma del juego, adquiriendo un compromiso casi anacrónico con la belleza, como el de los artesanos que hicieron los mosaicos de la basílica de San Marcos, en Venecia, sacrificando el hoy en pos de la perdurabilidad.
El éxito del Arsenal radica entonces en ser un club con identidad. Su mérito no es sólo adherir a determinada idea, sino mantenerse fiel a ella sabiendo que es un camino mucho más largo, que acarrea una inestimable cantidad de esfuerzo y tiempo, ya sea en conseguir los jugadores mas idóneos para comulgar con esa idea que para transmitir todos los argumentos que le permitan plasmarla de forma competitiva. El éxito del Arsenal es el de llevar tantos años jugando bien al fútbol en esta vorágine de resultados inmediatos, de victorias instantáneas. El éxito del Arsenal, en definitiva, es que todos esperemos sus partidos y el de Wenger es que todos querríamos jugar en su equipo.
Santiago Solari en El País
2 comentarios:
No estoy tan de acuerdo contigo en vanagloriar a este equipo, pues por esa regla de tres podríamos alabar a un Barça que siempre apuesta por el fútbol de ataque, que quiere el balón pero que siempre falla en los momentos clave (aunque está claro que el Barça es una versión deteriorada del Arsenal). SALU2
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