lunes, mayo 26, 2008

Las ilusiones resistentes

Estoy francamente preocupado: desde los siete años soy del Real Madrid, y el fútbol ha sido uno de los grandes placeres de mi vida. Llevo dos temporadas, sin embargo, sintiéndome muy frío respecto a mi equipo y bastante aburrido con ese deporte en general. Me he sorprendido celebrando los goles que el Getafe le marcó al Bayern Múnich, o el Liverpool al Arsenal en la Copa de Europa, o el Numancia a cualquiera en Segunda División, en mucha mayor medida que los de Raúl o Robinho a sus rivales. He intentado averiguar a qué se debe esta frialdad, porque la cosa llega tan lejos que casi he vivido con indiferencia que el Madrid se haya proclamado campeón de Liga. Cuando la ganó el curso pasado, me ocurrió otro tanto. Tal vez sea que los madridistas de antaño –los que en la infancia vimos a Di Stéfano, Kopa, Puskas y Gento– no nos quedamos conformes si, además de ganar, no creemos haberlo merecido. Y en estas dos últimas temporadas yo no estoy muy seguro de que mi equipo haya sido el mejor, ni siquiera el menos malo. Tengo la sensación de que estos dos títulos nos han caído de rebote, y de que bien podían haber ido a otra parte por el mismo procedimiento desganado y azaroso.

El único jugador que me ha hecho vibrar en ocasiones, y que por suerte –ya era hora– ha sido titular muchas veces, ha sido Guti, un gran talento que el Madrid ha desperdiciado durante casi diez años, relegándolo al banquillo o permitiéndole saltar al campo unos míseros treinta minutos. En él, a veces en Raúl y a menudo en Casillas reconozco al Madrid de toda la vida: al ambicioso, al que nunca se rendía, al que se exigía imaginación e inconformismo constantes. En el resto de la plantilla, a duras penas. No logro acostumbrarme a ver con la camiseta blanca a individuos como Diarra, Gago, Baptista o Snejder, inconsistentes cuando no deprimentes. Tampoco me explico que los tres futbolistas mencionados en primer lugar, de los cuales dos ya han cumplido la treintena, sean los últimos canteranos en haberse instalado en el primer equipo. Téngase en cuenta que de esa escuela salieron Velázquez, Pirri y Grosso; Butragueño, Míchel, Martín Vázquez y Sanchis; o Urzaiz y Eto’o, aunque el Madrid los desaprovechara; y ahora están llenos los demás equipos de jóvenes destacados que proceden de ella: Arbeloa, Negredo, De la Red, Granero y tantos otros. Pero en el Madrid que los cría, ni rastro, mientras el Barça saca una joya tras otra.

Pero no es sólo mi relación con el Madrid lo que me preocupa. La impropiamente llamada Liga de Campeones lleva ya disputándose los suficientes años para que no canse ver, cada temporada, cómo el Madrid se enfrenta al Olympique de Lyon o al Bayern Múnich o a la Roma, o el Barça al Inter o al Chelsea, o el Chelsea al Liverpool o al Milan, o el Manchester United a la Roma o al Barça. Lo que antes se producía de tarde en tarde, y en verdad era un acontecimiento (hacía falta que cada equipo ganara la Liga de su país, y que el sorteo los emparejara luego), se ha convertido en reiteración y rutina. Los codiciosos responsables del fútbol y los patanescos presidentes de clubs se han encargado de que ya no haya nada excepcional, nada que pueda ansiarse. Hasta los mejores platos aburren si se sirven a diario, o en este caso cada año. Nada tiene ya de particular ver un Juventus-Arsenal, un Real Madrid-Oporto o un Liverpool-Celtic Glasgow. Y por ello se hace difícil recordar cada enfrentamiento. El último partido europeo del Madrid que mi memoria atesora es el de Old Trafford que acabó 2-3, y de él debe de hacer ya un decenio. Todo lo que ha venido después –exceptuando las tres finales ganadas, contra la Juve, el Valencia y el Ba¬¬yer Leverkusen– me parece indistinguible.

Este mes de junio hay además Eurocopa. Como con España es imposible ilusionarse, y más aún con Aragonés y su selección de medianías, yo suelo ir con Italia e Inglaterra, por ser los dos países en que más he vivido después del mío. Pero Inglaterra ya quedó eliminada, y con la Italia fascista de Berlusconi, Bossi y Fini, ir se hace muy arduo, más aún tras su decepcionante juego en el Mundial de 2006, que no obstante le sirvió para alzarse campeona, he ahí un buen ejemplo de la decadencia del fútbol. Y están los de siempre: la poco imaginativa, pesadísima Alemania; la siempre prometedora pero entristecida Portugal; la laboriosa República Checa, la decaída Rusia; la inverosímil campeona vigente, la tacaña Grecia. Faltará en cambio la mucho más divertida y anárquica Escocia, y Holanda se va pareciendo peligrosamente a su vecina y soporífera Bélgica. Y, pese a todo, sé que me pasaré las horas delante de la televisión, viendo cuantos partidos pueda. Animaré un poco a España hasta que me irriten y me impidan hacerlo el excesivo patrioterismo de los locutores y la injustificada chulería de los forofos. Iré con Italia, pensando en mis amigos de ese país horrorizados por el fascismo que los gobierna y rodea. El fútbol empieza a ser para mí como los toros para los viejos aficionados escépticos: han visto tanto bueno que no esperan encontrar ya nada comparable. Y sin embargo siguen acudiendo un día tras otro a las plazas. Será que hay ilusiones infantiles que no terminan de perderse nunca.

Javier Marías en El País

lunes, mayo 12, 2008

Giggs ya es un mito

Bobby Charlton, una leyenda de 71 años, lo vio en la grada. El Manchester United, su equipo de siempre, venció al Wigan (0-2), revalidó su título de campeón de la Premier League -el decimoséptimo de su historia-, y coronó a Ryan Giggs como mito del club. El Chelsea, empatado a puntos con el ganador al inicio de la última jornada, perdió el título ante el Bolton (1-1), y quizás se dejó algo más en la pelea: Terry, su capitán, se destrozó el codo tras chocar con Cech, aunque es probable que pueda jugar la final de la Champions, que enfrentará a los dos conjuntos el 21 de mayo.

Charlton, embutido en su gabardina de siempre, vio de todo en el partido. Golpes, lluvia y fútbol de pierna fuerte. No fue lo único que cautivó su atención. El hombre que sobrevivió a la tragedia aérea de Múnich para construir una carrera inaudita vio a su equipo adelantándose de penalti. A Ferdinand, central de los reds, cometiendo otro que no se pitó. A Alex Ferguson ganando su décima Liga como técnico del Manchester United. Y a Ryan Giggs marcar el gol que sellaba la victoria en su partido 758 con la camiseta del United. No es una cosa cualquiera. Con la final de la Champions por delante, Giggs iguala a un tal Bobby Charlton, campeón de la Copa de Europa y del mundo, como el futbolista que más partidos ha jugado con el equipo de Old Trafford.

"Los récords no me interesan. Lo que cuentan son los campeonatos y los títulos", dijo Giggs, el heredero de George Best, instalado en el altar del United tras superar la losa de las comparaciones -de heredero del Quinto Beatle pasó a Quinto Take That cuando el exceso de atención pareció superarle a principios de los años 90. "Ya tengo 10 Ligas y sólo espero poder ganar otra. Ha sido un tanto formidable, porque nos daba un margen de seguridad".

La importancia del extremo galés en el equipo sobrepasa lo espiritual. A pesar de su suplencia ante el Wigan, Ferguson no le reservó un papel menor en la disputa del campeonato. Giggs jugó 26 partidos de Liga como titular y 30 en total. Fue un jugador flotando junto a una raya, como en los viejos tiempos. "Recuerdo", suele contar Ferguson, "la primera vez que le vi. Tenía 13 años y flotaba sobre el campo como un cocker spaniel persiguiendo un trozo de papel plata llevado por el viento". Aquel encuentro tuvo dos consecuencias inmediatas: Giggs fue a entrenarse a The Cliff, la vieja ciudad deportiva del Manchester. Y Viv Anderson, de profesión lateral, casi pidió la baja. El chico, un tipo capaz de renunciar a los apellidos de su agresivo padre, es hoy un futbolista que mide los esfuerzos con la medida de sus años.

Los méritos del campeón se trasladan a las estadísticas. Cristiano Ronaldo, su jugador estrella, es el máximo goleador del campeonato (31). Es el equipo más goleador y el menos goleado. Y sólo el empuje final del Chelsea llevó la lucha por el título hasta la última jornada.

"Si hubiéramos perdido el título en el último partido", resumió Ferguson; "habría sido un golpe durísimo. Estoy orgulloso de haber sobrevivido tanto tiempo [en los banquillos]. Este equipo es joven, verdaderamente joven, y tiene mucho que ofrecer. El segundo gol me ha contentado especialmente. Hace diez títulos para Ryan Giggs. Es fantástico", cerró el técnico.

La victoria del Manchester United fue el fracaso del Chelsea. "Cuando Giggs marcó el segundo supe que todo había terminado", dijo Terry, ejerciendo como portavoz de la plantilla pese a su lesión. "Lo merecen. Hemos dejado que se nos escaparan puntos en momentos cruciales, y eso probablemente nos ha costado el título. Eso no debe quitarle ningún mérito al Manchester United. Ha sido un equipo brillante". La Liga inglesa ha terminado, pero dos de sus equipos siguen jugando. El 21 de mayo, Chelsea y Manchester disputan la final de la Champions. Giggs estará allí. Charlton, probablemente, también. Y si el galés juega, dos futbolistas de cuerpo entero dejarán de sentarse juntos en la historia del United.

J.J. Mateo en El País

En Ndf
And the Winner is: Manchester United

Entrenador por definición

Valentí Guardiola le ha montado un museo a su hijo en una de las habitaciones de la casa familiar de Santpedor con una serie de piezas de coleccionista. Algunas comunes y otras más sentimentales. La última que reunió las pasadas Navidades es una fotografía ampliada de Antonio Espejo en la que se aprecia cómo Pep Guardiola aplaude como recogepelotas del Camp Nou a Terry Venables mientras el técnico inglés es levantado a hombros por sus futbolistas la noche en que el Barcelona alcanzó la final de la Copa de Europa de Sevilla-86 después de ganar al Gotemburgo en los penaltis. Más que por amor de padre, Valentí supo desde que Pep salió de casa a los 13 años que no pararía hasta alcanzar el banquillo del Camp Nou porque siempre fue un entrenador por definición. Ocurre que Valentí nunca imaginó que sería justamente la misma temporada en que colgó la foto de Pep mirando a Venables. Así de caprichosos son los guiños del fútbol, al fin y al cabo una cuestión de fe como tantas cosas en la vida.

Joan Laporta anunció el jueves que Guardiola, de 37 años, técnico del filial, será el entrenador del Barça seguramente para las dos próximas temporadas, que son las que le quedan de mandato al presidente. Valentí se enteró un poco antes por boca de Pep. La condición de padre no le había servido hasta entonces para sonsacar a su hijo sobre las posibilidades de que se convirtiera en el técnico azulgrana por más que la prensa anunciara la buena nueva para la familia y que Pere Guardiola, hermano de Pep, le susurrara a su progenitor: "Prepárate porque te aguarda una noticia muy gorda". "El día en que esté hecho serás el primero en enterarte", respondió Pep a Valentí; "mientras tanto, piensa en el B". Valentí se enteró del ascenso de su hijo sólo unas horas antes de ser oficial y ayer, como es su costumbre, presenció el Barça B-Sant Andreu en el Miniestadi antes del Barça-Mallorca del Camp Nou como si nada hubiera pasado el jueves.

Al lobby, como maliciosamente se conoce a la gente más próxima a Guardiola, le aguardaba la misma respuesta que a Valentí hasta la semana pasada. ¿Es cierto que serás el entrenador del Barça? El demandante balbuceaba mientras preguntaba a Pep porque ya sabía la respuesta. Nadie que sea ajeno al club sabrá de los asuntos del técnico por su boca, y menos sus personas más cercanas, de manera que son sus críticos quienes llevan la voz cantante en los debates sobre el banquillo azulgrana. Los amigos le defienden frente a sus enemigos, y no necesariamente a partir de su obra, sino de su manera de ser. Alrededor de Guardiola, celoso de su intimidad, siempre ha habido mucha literatura porque el personaje abona el misterio.

Guardiola sospechaba desde finales del año pasado que era uno de los candidatos a sustituir a Frank Rijkaard siempre que Laporta prescindiera del técnico holandés ante una segunda temporada sin títulos, como al final ha sucedido. El director deportivo, Txiki Begiristain, y el vicepresidente deportivo, Marc Ingla, se han reunido desde entonces no menos de tres veces con Guardiola después de una toma de contacto con José Mourinho. También el presidente se ha entrevistado obviamente con el entrenador catalán y se sabe que Johan Cruyff acudió en su día al Miniestadi para contrastar su faena con el filial y que el pasado lunes tenían pactada desde hace tiempo una conversación.

Begiristain apostó por Guardiola desde que ambos resolvieron sus cuitas por un comentario del secretario técnico que incomodó al futuro entrenador del Barça. Resulta que Evarist Murtra, responsable deportivo en la candidatura de Lluís Bassat a las elecciones de 2003, anunció en la presentación de Guardiola como futuro secretario técnico que su contrato era tan ejemplar que era digno de figurar en el Museo del club. La afirmación provocó un comentario irónico de Begiristain y Guardiola se lo tomó a mal. Txiki vino a decir que sería su acuerdo el que se expondría después de que Laporta accediera a la presidencia.

Begiristain se mantuvo al margen de las elecciones, justo lo contrario que Guardiola, muy visible en la foto de campaña. A Guardiola se le reprochó precisamente que no prometiera un sólo fichaje como cebo frente al álbum de cromos que exhibió Laporta con Beckham a la cabeza. Hubo incluso quien le responsabilizó de la derrota de Bassat mientras otros le tacharon de ingenuo por quemarse cuando se imponía aguardar el resultado de la votación, como hizo Begiristain. Guardiola quería tener el refrendo de los socios para el cargo y, una vez que no fue elegido, tocó a retirada del escenario azulgrana para continuar su carrera en Qatar y México, pleitear después con la justicia italiana hasta ser absuelto de la acusación de dopaje con la que fue penalizado en el Brescia y sacarse finalmente el título de entrenador en España (2006).

A Guardiola le apeteció desde entonces coger un equipo. Descendido el filial, Begiristain preparaba una reestructuración técnica y había pensado en incorporar a Guardiola como coordinador de las categorías inferiores hasta que supo por boca de Murtra, uno de los directivos que se había incorporado a la junta de Laporta desde la candidatura de Bassat, que prefería un trabajo de campo en el fútbol base. Y Guardiola se sintió especialmente dichoso cuando se convino que entrenaría el Barça B. Laporta le presentó con una frase lapidaria: "Toda mi vida quise ser Guardiola". Herederos ambos de la cultura cruyffista, a Laporta le seducía sobre todo la manera cómo Guardiola había interpretado en la cancha el juego del dream team cuando los más ortodoxos del fútbol le tenían por un jugador muy limitado.

Nunca fue rápido, jamás tuvo regate ni tiro, tampoco desbordaba y huía de las acciones divididas, y, sin embargo, el equipo jugaba a la velocidad de la luz cuando Guardiola tiraba la línea de pase desde su puesto de 4. Tic-tac, tic-tac, pim-pam, pim-pam, fiuuu... Un remate cada tres minutos. Tenía el partido en la cabeza, visualizaba la jugada un segundo antes que el rival y más que la extensión del entrenador era el entrenador en persona, circunstancia que alimentó la maledicencia por entender que su intervencionismo y gestualidad no sólo eran excesivos, sino que comprometían al banquillo. Por defecto o por exceso, siempre fue protagonista. A los 19 años ya jugaba en el Barça; a los 30 competía en Italia; a los 32 se presentaba para secretario técnico, a los 36 entrenaba al Barça B y a los 37 dirigirá al Barça.

Guardiola siempre salió ganador de los desafíos que sus propios valedores consideraban desproporcionados en el tiempo. Los técnicos del filial pensaban que Cruyff cometía un infanticidio cuando le llamó para el Camp Nou después de que le negaran a Molby. Hubo mucha burla cuando salió del estadio para jugar en el Juventus y recaló en el Brescia porque Lippi no pensaba lo mismo que Ancelotti. Y pocos saben que Mazzone, el técnico del Brescia, le recibió diciendo que no le necesitaba y acabó siendo el capitán. Aprendió Guardiola qué eran las jugadas episódicas cuando recaló en el Roma de Capello, conversó cada tarde con Pepe Macías, extremo del Santos, sobre el Brasil de Pelé en Qatar, fue el único que le quitó la palabra de la boca a Lillo en México y recuerda con gratitud a Clemente y Camacho en la selección española.

Absorbió como una esponja y procesó la enseñanza con su experiencia barcelonista para finalmente sentarse en el banquillo. Nacido en el Barça, se había convertido en un hombre de mundo. No es un cruyffista cualquiera, sino que asume un estilo por amor y no por adulación, así que su obsesión es generar las mejores condiciones de juego para que se impongan las esencias del fútbol. Le preocupa la táctica, la medicina, la alimentación, la preparación..., y, evidentemente, las aplicará porque le interesa especialmente el fútbol y entiende que el oficio sólo se dignifica con la dedicación. A fin de cuentas, Guardiola entrena como jugaba y vivía, expuesto a la crítica, sabedor de sus limitaciones, pero convencido también de su verdad.

No comparece antes de los partidos, practica a puerta cerrada y en algún campo de Tercera División le tienen por un exhibicionista. Nada nuevo. En su día, cuando no jugaba por una lesión, le acusaron de tener la peste, de ser víctima de un nacionalismo enfermizo, de ramplonería por su alineamiento con Martí Pol y Lluis Llach. Ajeno al run-run y al qué dirán, Guardiola camina feliz por la Ciudad Deportiva, hasta hace muy poco un escenario alejado, poco valorado, nada conocido, incluso repelente para los profesionales del fútbol barcelonista. Hoy, en cambio, en la nueva fábrica del Barça luce tanto el sol y se trabaja tan a gusto que muy bien puede ser el futuro campo de prácticas de la plantilla azulgrana.

El entusiasmo de Guardiola es contagioso y la Ciudad Deportiva transmite salud, credibilidad, fútbol al natural. En juego está el ascenso del filial y a Guardiola no hay quien le distraiga, ni quienes le suponen víctima de lo que fue el banquillo (Rijkaard) o de lo que pudo ser (Mourinho), ni los que le anuncian como el nuevo mesías del Barça. ¿Acaso a Rijkaard no le fue peor cuando más experiencia tuvo? ¿O es que Mourinho le garantizó la Champions al Chelsea? La honradez y el talento le permiten callar para que hablen los demás. La opera prima de Guardiola se rodará en el escenario con el que sueñan consagrarse los mejores. Su carrera empieza donde los demás entrenadores sueñan con acabarla, señal inequívoca de que una vez más se ha salido con la suya.

Así que cualquier día de estos Guardiola llamará a Orobitg, su agente, y, al igual que ya hizo cuando fue contratado para el filial, le dirá: "Josep María, ve y firma. No preguntes". Ninguno de los suyos le pregunta nada a Guardiola, sino que las cosas se imponen ahora con la misma naturalidad que cuando debutó como futbolista, estrenó capitanía o decidió complementar su formación barcelonista en el extranjero.

Valentí tiene prohibido encargar su foto del estreno en el banquillo hasta que un día le saquen a hombros como a Venables. Quienes piensen que jamás habrá ocasión para tal retrato son personas de poca fe.

Foto: Migueli y Clos aúpan a Terry Venables en presencia de un niño recogepelotas llamado Pep Guardiola. 1986.

Ramón Besa en El País

domingo, mayo 04, 2008

Siempre Cruyff




Alguien le recordará hoy a Johan Cruyff (Ámsterdam, 1947) que se cumplen 20 años de su fichaje como entrenador del Barça. Jamás tiró de agenda ni utilizó la memoria para las efemérides. Ni falta que le hace. El fútbol vive pendiente de Cruyff porque su legado trasciende su revolucionaria carrera como jugador, su fabuloso impacto como entrenador y su preciado ascendente como asesor. Así que normalmente se entera de los aniversarios por boca de la gente del fútbol que le evoca como un Dios. El cruyffismo es una religión que no tiene fronteras, que se expande por todas partes, especialmente manifiesta en el barcelonismo.

Aunque acaba de regresar de Estados Unidos, a Cruyff se le supone siempre en la capilla del Camp Nou, dispuesto a escuchar al director deportivo, Txiki Begiristain, y al presidente, Joan Laporta, preocupados por quién debe ser el futuro entrenador del Barça. La leyenda urbana dice que no se toma una decisión en el club sin consultar con Cruyff, y las personas más próximas a Cruyff responden que le consultan menos de lo que la gente piensa. Incluso advierten de que las reuniones que ha mantenido con los gestores azulgrana para hablar de fútbol se cuentan con los dedos de una mano.

Al parecer, no es cierto que a Cruyff le hayan preguntado si le parecería bien Mourinho. Tampoco ha bendecido a Guardiola. Y puede que Laudrup le haga tilín. Cruyff ha llegado a preguntar a personas de su máxima confianza: "¿De quién se habla como técnico para la próxima temporada?". Ya ocurrió en su día con Rijkaard. El presidente Laporta le demandó. "¿Qué te parece Rijkaard?". Y Cruyff respondió: "Un bien persona" [sic]. Ni más ni menos. Nada sale más barato que encomendarse o remitirse a Cruyff, ya sea de manera maquiavélica o reverencial, siempre protagonista de la historia del Barcelona.

A Cruyff no le importa que le pidan consejo, pero lo que le gusta de verdad es decidir. Hoy condiciona la vida sin abrir la boca. Laporta, Begiristain, Laudrup, Guardiola, se explican desde el cruyffismo. No hace falta preguntar a Cruyff sino que basta con interrogarse sobré qué haría Cruyff y proceder en consecuencia. Ocurre que no siempre se acierta, y puede que hasta a veces no se acuda a su asesoría porque se sabe que su respuesta sería la contraria a la que le interesa al interlocutor. Nadie le inquirió por ejemplo sobre Ronaldinho y, sin embargo, se supone que le habría dado puerta.

Cruyff distingue entre tres clases de entrenadores: los que ganan y pierden un partido sin saber por qué; los que ganan y pierden un partido y saben por qué; y los que ganan y pierden un partido y no sólo saben por qué sino que tienen la solución para continuar ganando o evitar seguir perdiendo. A decir de Cruyff, la vida consiste simplemente en tomar decisiones, circunstancia que explicaría el poco caso que Laporta, Begiristain y Rijkaard le han hecho las dos últimas temporadas. Un directivo sentenció esta semana: "Yo habría fichado a Cruyff como director técnico en verano y el problema del equipo le habría durado cinco minutos".

"¿A que vienes si sabes que Núñez te ficha por conveniencia?", le advirtió un futuro colaborador antes de que Cruyff firmara como técnico del Barça. "Vengo porque me necesitan para hacer lo que más me gusta, que es tomar decisiones". Hoy se cumplen justamente 20 años de la llegada del holandés al banquillo azulgrana. Acosado por el motín del Hesperia, cuando los jugadores pidieron su dimisión, el presidente Núñez pagó las deudas bancarias de Cruyff y le entregó la llave del Camp Nou. El triunfo del cruyffismo fue apoteósico y en el estadio se vivió una catarsis sin precedentes.

Cruyff pemitió la reelección de Núñez frente a la candidatura del nacionalismo catalán, auspiciada por Convergència y suscrita por una generación de cruyffistas, personajes sorprendidos par la decisión del técnico y que en su día fueron capitales para la contratación de Cruyff como jugador en 1974, fundadores algunos del Grup d'Opinió Barcelonista, escuela ideológica del futuro Elefant Blau, con Armand Carabén a la cabeza. Laporta es hijo natural de ese momento, de ese cruyffismo, de esa manera de entender el fútbol.

Los cuarentones son deudores emocionales del Cruyff futbolista, del 0-5 del Bernabéu, de un acto de afirmación barcelonista y catalanista durante la agonía del franquismo, del as volador retratado en aquel escorzo que significó el gol imposible ante Reina. Cruyff convirtió en campeón a un equipo tan excelente como acomplejado e invitó a la gent blaugrana a un desafío futbolístico para combatir el miedo. Tuvo el don de la oportunidad como jugador y como entrenador porque acabó con el victimismo y convirtió a su equipo en una referencia del fútbol.

El dream team jamás morirá porque como anunció Vázquez Montalbán "el público asocia a Cruyff a una edad de oro que a veces no lo fue, pero que consta como tal en el imaginario colectivo. Cruyff dejó una memoria dorada de jugador excepcional y volvió para instalar su estilo poético de juego". Y precisó Santiago Segurola en este diario: "Lo hizo todo con inteligencia, estilo y precisión. A Cruyff se le puede explicar desde la belleza del juego que practicó su equipo, desde tal o cual éxito, desde la fascinación que provocó en todo el fútbol, desde cualquier ángulo, porque volvemos al principio: Cruyff lo impregna todo".

Protagonista de momentos memorables, la obra capital del dream team, el encuentro que funciona como compendio de las virtudes de aquel equipo fue el que le enfrentó al Dinamo de Kiev en septiembre de 1993 y que acabó 4-1. El Barça remató una vez a portería cada tres minutos y alcanzó una actuación perfecta desde el punto de vista coral. Los azulgrana practicaron con Cruyff el fútbol de ataque por excelencia. Bien jugado, bien ganado: cuatro Ligas y una Copa de Europa le coronan.

A partir de los extremos, Cruyff abrió el campo, dispuso once uno contra uno en la cancha y el Barça acabó con las urgencias históricas y con la indefinición del estilo. La agresividad sólo se hacía manifiesta en la manera de atacar la pelota, propuesta que obligaba a jugar con más delanteros que defensas, siempre con descaro. Desde entonces, la institución azulgrana ha tenido un ADN, una pauta inconfundible, no siempre bien interpretada porque el éxito está precisamente en hacer sencillo lo difícil, reto que cuando no se alcanza invita a tachar a Cruyff de loco y no de visionario. Romario, punto y final del dream team, concluyó su paso por el Camp Nou con una declaración inequívoca: "El fútbol se mira con los ojos de Cruyff".

Cruyff nunca recibió una pañolada, ni siquiera después de la final de Atenas, y cuando tuvo la ocasión de vengarse por su despido mandó tocar el himno del Barça en el homenaje al dream team. Nadie pudo combatir su sombra por más pintadas que afloren en su casa. Cruyff está todas partes. Hoy, veinte años después de su fichaje como técnico azulgrana, se le supone cerca del palco, no se sabe muy bien en calidad de qué, pero su legado se extiende por todo el estadio y por la Liga. Laporta, Begiristain, Guardiola, Laudrup. Todos tienen algo que ver con Cruyff. Veinte años con Cruyff de entrenador, toda una vida de cruyffismo.

Ramón Besa en El País

viernes, mayo 02, 2008

Y los azulgrana abandonaron Old Trafford sin despedirse


Analizando un poco más en frío la eliminación europea del FC Barcelona en Manchester, puede llegarse a varias conclusiones, ya detectadas a lo largo de los últimos dos años: el equipo está acomodado, sin ritmo ofensivo ni sacrificio defensivo, sin respuestas desde el banquillo y con un mínimo compromiso de los futbolistas desde el césped. Así, no es de extrañar que se hayan perdido los últimos diez títulos en juego y que no se deba considerar un drama no alcanzar la final de Moscú; sencillamente, el Barça no tiene a día de hoy nivel para ello, lo demás es engañarse.

Sin embargo, hay momentos en los que un mínimo de sensibilidad es irrenunciable. Pese a lo descrito, pese a las frustraciones acumuladas en las dos últimas temporadas, pese a la pública falta de profesionalidad de muchas de las estrellas barcelonistas, más de cuatro mil barcelonistas se plantaron en Manchester, en mitad de semana, para, olvidándolo todo, mostrar un apoyo máximo al equipo. Yo tuve la oportunidad de ser uno de ellos, y puedo asegurar que, no el club pero sí los actuales futbolistas que lo representan, no merecen la afición que tienen.

Algunos previsores que con tiempo pudieron comprar billetes de avión de bajo coste, viajaron a Liverpool y de allí realizaron el corto desplazamiento a Manchester. Otros seguidores blaugrana agraciados con entrada para el partido buscaron la previsible comodidad de viajar con el RACC: ida y vuelta en el mismo día en vuelo chàrter, traslados aeropuerto-estadio y presencia de guía. Todo ello a un precio módico: casi cuatrocientos euros.

Nada era demasiado para contrarrestar la ilusión de ver al equipo en una nueva final europea. Prueba de ello es que sin conocer el resultado de la final el club ya tenía casi veinte mil peticiones para asistir a Moscú. El viaje comenzaba a las 6 de la mañana del martes en el aeropuerto de El Prat, y para los seguidores llegados de fuera de Barcelona el día anterior como poco, buscando la mejor combinación.

Todo eran comentarios optimistas pero realistas a la vez; ya se sabe que el aficionado culé es de su equipo pero ni está ciego ni es un forofo, y la trayectoria del equipo la conocemos todos. Eso sí, se daba por descontado la implicación de los futbolistas y entrenador para el partido. Si no les motiva una semifinal de Copa de Europa, mejor que se dediquen a otra cosa.

Aterrizados en Manchester, baño de barcelonismo por toda la ciudad. Paseos, cánticos por el centro de la ciudad, sonrisas y comentarios cómplices con aficionados ingleses que no olvidaban el buen trato recibido en Barcelona una semana antes. Antes de ir al estadio, parada en el hotel del equipo. Laporta baja a la calle, a la terraza del restaurante al aire libre, se hace fotos, nos saluda y canta el himno con nosotros, pero acaba mostrando su perfil más déspota a las primera de cambio, en cuanto un aficionado, respetuoso aunque quizá con un término desafortunado (“estafador”), le muestra que la ilusión no está reñida con el descontento. Casi dos horas de ánimo al equipo. Iniesta y Deco se asoman a las ventanas pero rápidamente desaparecen.

Llegados al estadio en autocar, percibimos que no estamos en un campo cualquiera. Se visita el Megastore del United. Muy profesional. Hay de todo aunque un coleccionista como yo echa de menos camisetas preimpresas de Scholes y Giggs. La tienda está repleta y los nervios no permiten fijarse excesivamente en los productos. Salida rápida y acceso al campo. La curiosidad por conocer por fin cómo será Old Trafford en directo no desanima, aunque quedan casi dos horas para el inicio del partido.

Precioso. Old Trafford hace justicia a su mística, y eso que está vacío. Sí que parece más pequeño de lo que dicen los números, casi setenta y cinco mil personas de capacidad. Todos estamos situados en un fondo, y la tribuna que lo cubre quizá nos impide disfrutarlo del todo. Es lo de menos. Hace casi doce horas que salimos de Barcelona y el momento ha llegado.

Los jugadores saltan a calentar. Ovaciones individuales y ánimos a todos ellos. Sólo algunos saludan, y Messi, Valdés y Puyol parecen sorprendidos de la euforia de la afición. La gente no está sentada esperando. Se canta sin parar. Es el deseo de volver a sentirse partícipe de un equipo ganador y comprometido. Como sucedió en la ida, los once elegidos por Rijkaard terminan el calentamiento y se reúnen en una especie de melee conjurándose. ¿Gesto para la galería? Seguramente, pero en la grada nos lo creemos, y se transmite.

El partido empieza, y ya nos damos cuenta de que lo que siempre hemos visto en tv y escuchado por radio de los estadios ingleses no es ninguna broma. Impresiona. Y si no fuera porque en este caso juegan contra tu equipo, diría que te dan ganas de ir con ellos. Los noventa minutos dan lo que dan. El Barça controla, apenas sufre, empieza bien. Zambrotta, impecable toda la eliminatoria ante Cristiano Ronaldo, tiene la mala suerte de hacer un mal despeje…a los pies de Paul Scholes. El canterano del United, seguramente el futbolista más inteligente de la última década en Inglaterra, no lo desaprovecha. Ya se perdió la final del 99 por sanción y, haciend buenas las palabras de su entrenador Alex Ferguson que garantizaba su titularidad en la posible final, ponía el camino libre hacia Moscú con un disparo imparable.

El resto fue una agonía barcelonista. Balones a Messi buscando el milagro rodeado hasta de cinco defensores, y cierta colaboración de Deco y Touré Yayá. Sin noticias del resto, ni del banquillo, haciendo los cambios correctos pero, como de costumbre, tarde. En nuestro fondo, donde atacaba (o jugaba al balonmano) el Barça la segunda parte, no se perdió la fe ni con el gol inglés, ni con las decenas de jugadas inacabadas, ni con el desacierto de Eto’o ni con la apatía de Henry. Hasta el minuto 94 creímos en el gol.

No llegó, y lejos de reproches ni pañuelos, con el pitido final llegó un nuevo aplauso. Lo habíamos intentado, seguramente en el mejor escenario posible junto con Anfield Road, donde caímos el año pasado. Decepción sí, por supuesto. Pero, ingenuos de nosotros, esperábamos un poco de comprensión, un gesto que nos reconfortara y que pudiéramos llevarnos para el duro viaje de vuelta a España. Pues señores, por increíble que resulte, después de casi dos horas de apoyo constante, mientras recuperábamos el aliento y asumíamos que estábamos fuera, en apenas un par de minutos, casi todos los futbolistas del Barça estaban en el vestuario. Ni saludaron a los rivales.

Sólo Puyol y Gudjohnsen, tímidamente desde el medio campo, sin acercarse mucho, saludaron a su grada. Nada más. Qué menos que acercarse, tirar una camiseta, agradecer algo. Nada, cero. Ni siquiera hay ánimo para el enfado. Ese desplante es paradigma del resto del año. Tampoco lo hicieron en la ida, en la que el Camp Nou fue el de las mejores ocasiones. Ni el día de la visita del Madrid en Liga. Ni les ha importado el club que les paga y les ha resuelto su vida y la de sus nietos, menos les importa el esfuerzo y el cariño de unos modestos aficionados. ¡Hasta los jugadores ingleses saludaron más! Se fueron sin despedirse, igual que desde que comenzaron la pretemporada allá por el mes de julio.

Al menos, y obviaré los detalles del penoso viaje de regreso por la deficiente siendo generosos organización del RACC, nos llevamos los aplausos y el respeto de la afición del United: inmejorable anfitrión, como lo fue la gente de Liverpool la temporada pasada y la de Londres en Stamford Bridge hace dos. Son aficiones que siempren respaldan a sus equipos, que jamás sacarán un pañuelo a un futbolista ni le pitarán o abuchearán: saben que a cambio tendrán el esfuerzo máximo en el césped de los suyos, aunque hayan nacido en Madeira, en Amsterdam o en Buenos Aires. Es otra cultura, la del profesionalismo bien entendido. Algunos tienen mucho que aprender al respecto.

En NdF | Sin gol no hay final

Publicado originalmente en Notas de Fútbol

 
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