viernes, mayo 02, 2008

Y los azulgrana abandonaron Old Trafford sin despedirse


Analizando un poco más en frío la eliminación europea del FC Barcelona en Manchester, puede llegarse a varias conclusiones, ya detectadas a lo largo de los últimos dos años: el equipo está acomodado, sin ritmo ofensivo ni sacrificio defensivo, sin respuestas desde el banquillo y con un mínimo compromiso de los futbolistas desde el césped. Así, no es de extrañar que se hayan perdido los últimos diez títulos en juego y que no se deba considerar un drama no alcanzar la final de Moscú; sencillamente, el Barça no tiene a día de hoy nivel para ello, lo demás es engañarse.

Sin embargo, hay momentos en los que un mínimo de sensibilidad es irrenunciable. Pese a lo descrito, pese a las frustraciones acumuladas en las dos últimas temporadas, pese a la pública falta de profesionalidad de muchas de las estrellas barcelonistas, más de cuatro mil barcelonistas se plantaron en Manchester, en mitad de semana, para, olvidándolo todo, mostrar un apoyo máximo al equipo. Yo tuve la oportunidad de ser uno de ellos, y puedo asegurar que, no el club pero sí los actuales futbolistas que lo representan, no merecen la afición que tienen.

Algunos previsores que con tiempo pudieron comprar billetes de avión de bajo coste, viajaron a Liverpool y de allí realizaron el corto desplazamiento a Manchester. Otros seguidores blaugrana agraciados con entrada para el partido buscaron la previsible comodidad de viajar con el RACC: ida y vuelta en el mismo día en vuelo chàrter, traslados aeropuerto-estadio y presencia de guía. Todo ello a un precio módico: casi cuatrocientos euros.

Nada era demasiado para contrarrestar la ilusión de ver al equipo en una nueva final europea. Prueba de ello es que sin conocer el resultado de la final el club ya tenía casi veinte mil peticiones para asistir a Moscú. El viaje comenzaba a las 6 de la mañana del martes en el aeropuerto de El Prat, y para los seguidores llegados de fuera de Barcelona el día anterior como poco, buscando la mejor combinación.

Todo eran comentarios optimistas pero realistas a la vez; ya se sabe que el aficionado culé es de su equipo pero ni está ciego ni es un forofo, y la trayectoria del equipo la conocemos todos. Eso sí, se daba por descontado la implicación de los futbolistas y entrenador para el partido. Si no les motiva una semifinal de Copa de Europa, mejor que se dediquen a otra cosa.

Aterrizados en Manchester, baño de barcelonismo por toda la ciudad. Paseos, cánticos por el centro de la ciudad, sonrisas y comentarios cómplices con aficionados ingleses que no olvidaban el buen trato recibido en Barcelona una semana antes. Antes de ir al estadio, parada en el hotel del equipo. Laporta baja a la calle, a la terraza del restaurante al aire libre, se hace fotos, nos saluda y canta el himno con nosotros, pero acaba mostrando su perfil más déspota a las primera de cambio, en cuanto un aficionado, respetuoso aunque quizá con un término desafortunado (“estafador”), le muestra que la ilusión no está reñida con el descontento. Casi dos horas de ánimo al equipo. Iniesta y Deco se asoman a las ventanas pero rápidamente desaparecen.

Llegados al estadio en autocar, percibimos que no estamos en un campo cualquiera. Se visita el Megastore del United. Muy profesional. Hay de todo aunque un coleccionista como yo echa de menos camisetas preimpresas de Scholes y Giggs. La tienda está repleta y los nervios no permiten fijarse excesivamente en los productos. Salida rápida y acceso al campo. La curiosidad por conocer por fin cómo será Old Trafford en directo no desanima, aunque quedan casi dos horas para el inicio del partido.

Precioso. Old Trafford hace justicia a su mística, y eso que está vacío. Sí que parece más pequeño de lo que dicen los números, casi setenta y cinco mil personas de capacidad. Todos estamos situados en un fondo, y la tribuna que lo cubre quizá nos impide disfrutarlo del todo. Es lo de menos. Hace casi doce horas que salimos de Barcelona y el momento ha llegado.

Los jugadores saltan a calentar. Ovaciones individuales y ánimos a todos ellos. Sólo algunos saludan, y Messi, Valdés y Puyol parecen sorprendidos de la euforia de la afición. La gente no está sentada esperando. Se canta sin parar. Es el deseo de volver a sentirse partícipe de un equipo ganador y comprometido. Como sucedió en la ida, los once elegidos por Rijkaard terminan el calentamiento y se reúnen en una especie de melee conjurándose. ¿Gesto para la galería? Seguramente, pero en la grada nos lo creemos, y se transmite.

El partido empieza, y ya nos damos cuenta de que lo que siempre hemos visto en tv y escuchado por radio de los estadios ingleses no es ninguna broma. Impresiona. Y si no fuera porque en este caso juegan contra tu equipo, diría que te dan ganas de ir con ellos. Los noventa minutos dan lo que dan. El Barça controla, apenas sufre, empieza bien. Zambrotta, impecable toda la eliminatoria ante Cristiano Ronaldo, tiene la mala suerte de hacer un mal despeje…a los pies de Paul Scholes. El canterano del United, seguramente el futbolista más inteligente de la última década en Inglaterra, no lo desaprovecha. Ya se perdió la final del 99 por sanción y, haciend buenas las palabras de su entrenador Alex Ferguson que garantizaba su titularidad en la posible final, ponía el camino libre hacia Moscú con un disparo imparable.

El resto fue una agonía barcelonista. Balones a Messi buscando el milagro rodeado hasta de cinco defensores, y cierta colaboración de Deco y Touré Yayá. Sin noticias del resto, ni del banquillo, haciendo los cambios correctos pero, como de costumbre, tarde. En nuestro fondo, donde atacaba (o jugaba al balonmano) el Barça la segunda parte, no se perdió la fe ni con el gol inglés, ni con las decenas de jugadas inacabadas, ni con el desacierto de Eto’o ni con la apatía de Henry. Hasta el minuto 94 creímos en el gol.

No llegó, y lejos de reproches ni pañuelos, con el pitido final llegó un nuevo aplauso. Lo habíamos intentado, seguramente en el mejor escenario posible junto con Anfield Road, donde caímos el año pasado. Decepción sí, por supuesto. Pero, ingenuos de nosotros, esperábamos un poco de comprensión, un gesto que nos reconfortara y que pudiéramos llevarnos para el duro viaje de vuelta a España. Pues señores, por increíble que resulte, después de casi dos horas de apoyo constante, mientras recuperábamos el aliento y asumíamos que estábamos fuera, en apenas un par de minutos, casi todos los futbolistas del Barça estaban en el vestuario. Ni saludaron a los rivales.

Sólo Puyol y Gudjohnsen, tímidamente desde el medio campo, sin acercarse mucho, saludaron a su grada. Nada más. Qué menos que acercarse, tirar una camiseta, agradecer algo. Nada, cero. Ni siquiera hay ánimo para el enfado. Ese desplante es paradigma del resto del año. Tampoco lo hicieron en la ida, en la que el Camp Nou fue el de las mejores ocasiones. Ni el día de la visita del Madrid en Liga. Ni les ha importado el club que les paga y les ha resuelto su vida y la de sus nietos, menos les importa el esfuerzo y el cariño de unos modestos aficionados. ¡Hasta los jugadores ingleses saludaron más! Se fueron sin despedirse, igual que desde que comenzaron la pretemporada allá por el mes de julio.

Al menos, y obviaré los detalles del penoso viaje de regreso por la deficiente siendo generosos organización del RACC, nos llevamos los aplausos y el respeto de la afición del United: inmejorable anfitrión, como lo fue la gente de Liverpool la temporada pasada y la de Londres en Stamford Bridge hace dos. Son aficiones que siempren respaldan a sus equipos, que jamás sacarán un pañuelo a un futbolista ni le pitarán o abuchearán: saben que a cambio tendrán el esfuerzo máximo en el césped de los suyos, aunque hayan nacido en Madeira, en Amsterdam o en Buenos Aires. Es otra cultura, la del profesionalismo bien entendido. Algunos tienen mucho que aprender al respecto.

En NdF | Sin gol no hay final

Publicado originalmente en Notas de Fútbol

1 comentarios:

elnou dijo...

Estoy de acuerdo.
Totalmente de acuerdo.
Tanto, que no sé qué pensar ya de esta tropa de impresentables.
¿Por qué tengo la sensación que eso solo nos pasa a nosotros? ¿Por qué veo jugadores, buenos o muy buenos y al cabo del tiempo, cuando se han aclimatado a nuestro club, nuestra ciudad, nuestro clima... se vuleven negligentes, vagos, caraduras...?
Ahora, tengo una teoría: Esto ha pasado en otras epocas, ganamos solo por calidad, casi nunca por compromiso o esfuerzo, por eso somos un club medianamente laureado. Creo que es porque en este club el concepto "profesionalización" está mal entendido, aquí solo nos va el "jogo bonito" y el "camacos que som", y la verdad es que nos merecemos algo mas. Son indignos de representarnos, desde el president hasta el ultimo jugador del banquillo (lease el supercomprometido Ezquerro)
Saludos y felicidades por tu post
www.granablaugrana.blogspot.com

 
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