jueves, mayo 28, 2009

Más que un club, una marca de equipo

Con siete titulares acunados en la fábrica de la Masía y tres en el banquillo, para el Barça hoy es siempre todavía. En Roma no sólo glorificó una de las mayores aventuras de la historia del fútbol, sino que lo hizo con estilo, porque el Barça, este Barça que despegó hace dos décadas, es ya una marca. Como lo son chicos como Xavi, Iniesta y Messi, por citar a los tres guardianes más reconocibles de este sello. Ése es el valor de este club, que ahora sí que es más que un club, es una patente. Y tras ellos llega la generación Muniesa, más carrete.

No es casual que haya cerrado la mejor temporada de sus 109 años de vida con un presidente en off, sin estridencias políticas a su alrededor y todo el protagonismo en el campo, con el mejor eslabón posible con su vivero, con un guía que destila tanto barcelonismo como pasión, alguien capaz de aceptar una beca en el barro de la Tercera. Pep Guardiola ha sido, es, la correa de transmisión que engancha al Barça con lo mejor de sí mismo, con sus raíces, con aquellas que un día sembró el propio técnico cuando un profeta holandés le hizo doctorarse al frente de un equipo de ensueño. Guardiola, parte troncal del cruyffismo, asumió el reto pese a tanto escéptico a su alrededor, aquellos incapaces de comprender aún que el fútbol le pertenece a gente como a este ex alumno de la Masía que jugaba como un entrenador y entrena como un jugador, que sabe, entonces y ahora, que el fútbol es de los futbolistas. Lo demás le resulta irrelevante.

Sobre la figura de Guardiola, un meritorio riesgo asumido por Joan Laporta en plena ventilación del ronaldiñismo, el equipo culminó anoche una vuelta olímpica que, gracias a la onda expansiva de su estilo, comenzó en realidad en Viena. En Roma había muchos rastros de aquella selección, tantos como en el aroma azulgrana que distinguió a aquella roja. Hoy hay un cruce de caminos entre el fútbol español y este Barça omnipresente en el podio. Por eso será para siempre un equipo inolvidable. Tiene las bases sentadas como para que dure la resaca. Eso es lo que supone ganar con estilo y mientras se perpetúe la marca hasta sabrá perder con estilo, pero nunca despojado de su etiqueta. Bajo este sideral triplete hay mucho calado, algo que trasciende al mero éxito deportivo. Esta vez el medio es tan impactante como el fin logrado, impensable hasta para un devoto de los grandes sueños como su mesiánico técnico, la gran bandera culé.

Cuando el barcelonismo rebobine comprobará que de sus tres Copas de Europa han sido depositarios Johan Cruyff, Frank Rijkaard y Pep Guardiola, jugadores los tres de equipos de museo: el Ajax de los 70, el Milan de Sacchi y el Barcelona de ensueño del mágico 1992. Todos ellos equipos de autor, como la actual sinfónica azulgrana. La primera Copa que llegó a Canaletas llevó el apellido del dream team, la segunda quiso asociarse a Ronaldinho, último reducto de un club históricamente menos coral, más bien sometido al avispero de su megaestrella de turno. La de ayer es sólo del Barça, la marca predominante en el universo. Ferrari, los Lakers, el Barça... Un año angelical que comenzó con Busquets y concluyó con Pedrito. Si nadie tira la cerilla este club ya no estará sometido a vaivenes electorales, terremotos asamblearios o mociones de censura. Ni siquiera estará bajo el yugo de las leyes del mercado. Este Barça se ha hecho a sí mismo, sus torres estaban en La Masía, la cuna del fútbol actual.

José Sámano en El País

miércoles, mayo 27, 2009

El equipo de una vida


Esto, más que una previa, es un post muy personal sobre el Barça y el que suscribe, que sirva como modesto homenaje a menos de un día de la sexta final europea del club...

Cuando uno queda enganchado por el veneno del fútbol, siempre va acompañado de un equipo determinado al que le sucede algo importante, o eso es lo que uno cree a esa corta edad en la que normalmente comienza la adicción.

En mi caso personal, fue una noche de mayo de 1986. Yo, con apenas 10 años de edad, sólo tenía como cierto recuerdo futbolístico los doce goles de España a Malta (quizá porque mis padres me enviaron a dormir y porque por unos instantes se fue la luz en mi casa) y lejanos sonidos de la radio en el viejo Renault familiar de un gol de un tal Maceda en el último minuto de algún partido que debió significar algo (Eurocopa del 84, pase de España a la final). Poco más.

En mi casa teníamos la pequeña pero cariñosamente recordada aún hoy tradición de que, si el partido acababa muy tarde, mi padre me dejaba escrito en un papel los resultados y goleadores para que yo me enterase a la mañana siguiente antes de ir al colegio. Supongo que por entonces ya era un periodista frustrado. Bien, pues aquella noche del 86 el Barcelona no pudo marcarle ni un gol al Steaua en la final de la Copa de Europa, en Sevilla. La pequeña cuartilla que otras mañanas estaba repleta de nombres y números, aquel día después, amaneció prácticamente vacía: "0-0 y el Barça ha perdido en los penalties". Ni un sólo de aquellos lanzamientos entró. Urruti había parado dos, pero ni Alexanko, ni Pedraza, ni 'Pichi' Alonso ni Marcos Alonso fueron capaces. Aquel año el FCB había eliminado a una gran Juventus con un gol de Julio Alberto y al Goteborg, remontando un 3-0 en el Camp Nou con hat trick del citado Alonso, festejado hasta por un enano recogepelotas años más tarde conocido como Pep Guardiola. No puedo precisar si fue pena, ni qué sentimientos se pueden tener con una década de vida hacia un equipo de fútbol, pero aquella derrota significó el inicio no de una gran amistad sino de la pasión por unos colores, los del FC Barcelona.

Lo que vendría después ya es historia. De ella recuerdo (el tiempo pasa y uno se hace casi viejo) ya muchos detalles. Aquella final de Copa del 87 ganada a la Real Sociedad en el Bernabéu (con gol de Alexanko tras rechace de Arkonada a cabezazo de Lineker con, por increíble que parezca, Luis Aragonés en el banquillo), vista en la casa de un vecino del pueblo porque nosotros no teníamos segunda cadena en color. La tempestuosa llegada de Johan Cruyff en el verano del 88 con quince bajas y doce fichajes. La primera Liga, la del 90, con el debut de Stoitchkov en el viejo Sarriá (0-1 gol de ese búlgaro con melenas que nadie conocía pero que tenía una zurda demoledora, una tremenda velocidad y una mala leche que le veía muy bien a ese grupo de jugadores).

Muchos de aquellos partidos los evoco en los bares del pueblo; había llegado a nuestras vidas el Canal +, y no había otro remedio que pedir en casa doscientas pesetas para tomar una coca-cola y poderlo ver (loa tubos de cerveza llegarían más tarde). Rápidamente aquel equipo empezaba a mostrar lo que sería, y comenzaba a ser un orgullo decir que eras del Barça mientras veías los pases de Laudrup, la jerarquía de Koeman, las llegadas de Bakero, el compromiso de Amor, las picardías de Txiki...¡hasta los tropiezos acompañados de gol de Julio Salinas! Cruyff tuvo que ser operado del corazón y Koeman se rompió el tendón de Aquiles, pero aún así el equipo, dejando atrás el fantasma por ejemplo del secuestro de Quini que arruinó en los primeros ochenta una Liga casi ganada (esto lo supe después, por supuesto), se mantuvo firme y ganó la tercera en 17 años.

Terminada aquella temporada empecé a llevar un diario de todos los partidos. Era un cuaderno que contenía una especie de crónicas breves en las que anotaba los datos principales del partido, y puntuaba a los jugadores. Como en los periódicos. Si yo había visto el partido, por supuesto, las notas de cero a tres las ponía yo. ¡Faltaría más! Si no, recurría a los periódicos o sacaba conclusiones de los comentarios de Manolo Oliveros o de Pedro García de RNE, mis locutores favoritos por entonces cuando en la radio se contaba el fútbol, no ahora que se vocifera lo que ven por tv en los estudios de las emisoras.

Enseguida, en una rápida sucesión de éxitos, llegó la final de Wembley, para la que compré una cinta de vídeo vhs de 120 minutos para que mi amigo Nacho me la pudiera grabar...hubo prórroga y no cabía todo, con lo que lo primero que se veía en ella es a Johan Cruyff tratando de saltar la barandilla del banquillo tras el gol de Koeman...luego eso sí, la repetición.

Tras saldar la deuda europea, recuerdo muy bien los dos siguientes partidos. 0-4 al Espanyol y 0-6 al Valladolid, que acabaron con un 2-0 a Athletic que coincidía con la última jornada del campeonato...y el Madrid en Tenerife. Euforia, gritos, alegría por un título merecido por juego pero que se escapaba. Este fue el mismo desenlace del año siguiente. Me situó en Atenas, de viaje de fin de curso, el mismo día que viajábamos, y me las arreglé para telefonear a casa casi antes que ningún profesor para saber el resultado. El vuelo hacía escala en Barcelona, durante un par de horas, lo que ya era un buen presagio. Mi padre descolgó el teléfono, y lo primero que dijo, se me quedó grabado, claro: "Enhorabuena, el Barça es Campeón". El resto del viaje, rodeado de amigos y compañeros madridistas, se puede imaginar...

Eran buenos tiempos, en los que era estupendo llevar a las clases de educación física del instituto la camiseta del Barça, la mítica y un poco roída Meyba, y casi pavonearse con ella. En la 93-94, el equipo quería resarcirse de la eliminación europea del año anterior con el CSKA Moscu (1-1 en la ida, 2-0 en la segunda parte de la vuelta y en unos minutos 2-3, un estúpido partido perdido a la contra, típico también de la época del Dream Team). Había llegado Romario, deslumbrando con un hat trick a la Real Sociedad en la primera jornada de Liga. Para jugar la liguilla de la Champions, había que eliminar al Dynamo de Kiev. Aún no estaba Shevchenko, eso sería después, pero eran un buen equipo y ganaron 3-1 en Ucrania. La vuelta, fue el mejor partido que uno pudo guardar en la memoria durante años. Cuatro goles que pudieron ser cuarenta, demostración de fútbol total de un equipo que ya dirigía con maestría y con todos los galones aquel chaval que abrazaba como un poseso en chándal a Víctor Muñoz en el 86: Pep Guardiola.

Paralelamente, en la Liga se dejaron otra vez los deberes para el final. Aunque fue el año del 5-0, a dos jornadas de que se acabara el campeonato, el Barça visitaba el Bernabéu, con la imperiosa necesidad de ganar a un Real Madrid que no se jugaba nada pero que seguro mantenía las ganas de vengar esa goleada, para evitar que el Depor de Arsenio, Mauro Silva y Bebeto fuera Campeón. Tuve la suerte de vivir aquel partido en el estadio madridista. En directo. No recuerdo cómo conseguí la entrada, la verdad. No era la primera vez que veía a mi equipo en vivo, había debutado unos meses antes en el Calderón, pero fue impactante. Estadio lleno, hostilidad, Stoitchkov que sale a calentar minutos antes que el resto de sus compañeros para llevarse toda la presión...y victoria 0-1 con gol de Amor a pase del búlgaro. Lo que sucedió una semana más tarde, con el penalty de Djukic, fue el éxtasis. Superaba a Tenerife, y tres días más tarde esperaba el Milan en Atenas en la final de la Champions. La trayectoria europea del equipo había sido impecable, más titubeante la de los italianos, pero no hubo opción. Desde el primer minuto de aquel partido todos los culés comprendimos que no había nada que hacer. Creo que la derrota no dolió tanto por eso. Cruyff dejó en el banquillo a Laudrup (aún no había llegado la Ley Bosman, y cada partido uno de los cuatro extranjeros debía pasar por el banquillo), y el danés nunca lo perdonó. Romario y Stoitchkov reconocieron que Desailly sólo les permitió tocar la pelota en los saques de centro y el Milan fue justo ganador.

La leyenda dice que Cruyff despidió a Zubizarreta en el autobús al aeropuerto de Atenas. Laudrup se marchó también, y al Madrid. Allí se acabó el por entonces mejor equipo de la historia moderna del club. Johan trató de reconstruirlo con gente nueva, pero no tuvo dinero para ello. Valientes apuestas de la cantera pero insuficientes para un equipo tan grande y con un pasado reciente tan lleno de títulos, y alguna excentricidad en forma de fichaje, llevó a su despido a dos jornadas del final de la liga 95-96. Casi todos estábamos de acuerdo en que la etapa había terminado, pero nadie aceptó que fuera de aquella manera. Con nocturnidad y alevosía de Núñez a través del brazo armado de Gaspart. Aquella tarde de casi verano, ante el Celta, mucha gente lloró ovacionando a Jordi Cruyff mientras era cambiado por el siempre inteligente Charly Rexach (aquel improvisado homenaje a Cruyff valió más que Charly hubiera dimitido con Johan)...otros nos emocionamos en nuestras casas.

La época dorada había terminado. Ocho temporadas maravillosas, con títulos, con derrotas, pero sobre todo con el orgullo barcelonista recuperado y en primer orden. Muchos pensamos que aquello nunca se repetiría. Llegaron Robson y Mourinho con todo el dinero que le negaron a Cruyff: Ronaldo, Figo. Muchos goles y títulos, poco fútbol. Pañoladas con un 8-0 en el marcador al Logroñés...Van Gaal fue recibido un año más tarde como la versión moderna de Cruyff, con la ayuda de última hora de Rivaldo. Venía de pergeñar un magnífico y ofensivo Ajax Campeón de Europa, e iba a recuperar de nuevo el espírutu de la Naranja Mecánica. Llenó el equipo de holandeses, y también trajo títulos, pero su soberbia y su incapacidad por entender al club se lo llevó por delante, a él y a Núñez. Gaspart en la presidencia sólo significó un erial absoluto y la vuelta a la depresión, a la fractura y a las urgencias.

Laporta en 2003 trajo modernidad e ilusión. Fue el presidente más votado en la historia del club, y accedió al cargo sin complejos. Ni sociales (promocionó la recuperación del catalanismo histórico del club) ni deportivos (se declaró cruyffista radical), y tras unos inicios difíciles él, Txiki y Rijkaard dieron con la tecla. Dos Ligas y la Champions de Paris que, sinceramente, supieron a poco para el nivel que alcanzó ese equipo. Aún hoy, viendo imágenes de esos años, no puedo evitar un sentimiento agridulce recordando que la falta de compromiso de Ronaldinho, Deco y por momentos Eto'o arrojó a la basura un equipo que tenía más fútbol que el de sólo dos temporadas. Nunca les perdonaré la tarde en el Camp Nou ante el Espanyol de hace dos años, cuando tiraron la Liga ante el insulso Madrid de Capello y dejaron a diez mil personas en sus asientos del estadio sin apenas fuerzas para levantarnos, estupefactos.

Pero como decía, distraídos andábamos con Ronaldinho y el gimnasio, pensado que "sí, éstos son mejores, pero el Dream Team marcó época y estilo propio", cuando Pep Guardiola reapareció en nuestras vidas futbolisticas.

Guardiola es el nexo de unión de todas las partes de este relato. Él, que cuando llegó a La Masía y le enseñaron su cuarto le dijo a su madre: "Mare, ahora podré ver el Camp Nou todos los días cuando me levante". Él, que enloquecía como recopelotas mientras dirigía al equipo juvenil. Él, que debutó con 17 años y apenas uno más tarde era Campeón de Europa con el '10' a la espalda y marcaba a Butragueño en el Bernabéu. Él, que tras un toque de atención de Cruyff bajó al Barcelona Atletic para jugar ante el Sabadell y respondió al míster con un golazo dándole lo que quería. Él, que se convirtió en un bicho raro porque leía y vestía bien. Él, que creyó en Van Gaal, como muchos lo hicimos, y acabó desengañado y harto de que un infierno de un año con los isquiotibales se conviertiera en un rosario de frívolos comentarios de homosexualidad y enfermedades. Él, que abandonó el club en 2001 sin ruido, despidiéndose en solitario, por la noche, del Camp Nou y sin tener equipo firmado. Él, que demostró con sentencia favorable que no se dopó en Brescia y que el único estimulante allí fue disfrutar del fútbol con Roberto Baggio. Él, que aceptó empezar su carrera como entrenador en tercera división, y Él, que nos ha dado una lección este año de ilusión, de compromiso, de clase, de inteligencia, de valentía, de recuperación de jugadores que llevaban dos años de vacaciones, de persistencia, de seguridad en un estilo diferencial y de fe en llevarlo hasta las últimas consecuencias.

Sí, Él también son sus braceos, sus gesticulaciones, sus charlas abrasadoras a compañeros, rivales, a árbitros. Pero todo eso nace del barcelonismo que lleva en la sangre, que le supura, le obsesiona y dicen, le mantendrá en el banquillo sólo un par de años porque ahora no vive por otra cosa.

Cada uno de nosotros, y vuelvo al principio, tenemos nuestro momento de caída al veneno del fútbol. Uno se hace de un equipo y le apoya siempre, hasta cuando juega con Rochemback o Christanval. Aquel día del 86 no estaba Guardiola, pero con Él he recorrido casi todos mis momentos, buenos y malos, de barcelonismo. Mañana se juega la final de la Champions ante el mejor rival posible. Sea cual sea el resultado, lo que han hecho Pep y los jugadores, muchos de ellos de casa, me resultará inolvidable. Me han ofrecido un año imborrable. Mañana, como diría el Maestro, salid y disfrutad.

martes, mayo 26, 2009

El United de Giggs y el Manchester de Ferguson

La sorpresa fue mayúscula. Al menos, para Cristiano Ronaldo, el gran mercader del fútbol iconoclasta de pasarela. Resulta que, a principios de mes, la Asociación de Jugadores Profesionales de la Premier League eligió a Ryan (Wilson) Giggs como el mejor del curso. No era un guiño a la temporada de un futbolista de 35 años, al que un marcapasos en las piernas le ha relegado a un papel de principal actor de reparto, sino el tributo a una leyenda.

Para mayor estupor de CR7, a los pocos días, Giggs resolvió ante los hinchas cibernautas del United un gran acertijo: ¿cuál sería su alineación ideal en los 19 años de profesionalismo en el Manchester United? La respuesta del galés escondía un mensaje subliminal. Ni rastro de Cristiano. Schmeichel o Van der Sar; Gary Neville, Stam, Ferdinand, Irwin; Beckham, Keane, Scholes, Giggs; Cantona y Rooney. Un premio a la fidelidad, a aquéllos que se tatuaron el escudo del United sin flirtear cada verano con el mejor postor.

Nada extraño viniendo precisamente de Giggs, the welsh wizard, el mago galés, el chico de los 805 partidos y 148 goles con el United, el único capaz de haber disfrutado 11 Ligas y dos Copas de Europa, el único capaz de haber soportado a Alex Ferguson durante casi dos décadas. No sería fácil adivinar qué le ha resultado más sencillo. A la espera de Xavi, él, junto a su compañero Scholes, el Maldini que caducó el domingo, Raúl y Del Piero simbolizan la resistencia ante el febril rastrillo en el que se ha convertido el fútbol, un tránsito de nómadas anclados por el talonario.

La fertilidad futbolística de Giggs subraya que en este deporte no todo es espuma. Su adhesión al United refleja que los grandes también echan raíces, recuerda que aún queda un reducto para los fieles, para aquéllos que sirven de hilo conductor en la historia de los clubes que se han servido de su pasado para engominar su futuro.

Nunca hubo equipos de presidentes, por más que algunos clubes de alta alcurnia al borde de la esclerosis se aferren ahora a su regreso mesiánico. Los equipos siempre han estado por encima de sus dirigentes, por mucho que el Inter (exiliado de Europa desde la caverna de Helenio Herrera) tenga a su mecenas, Massimo Moratti, como único eslabón de un lejanísimo pasado lustroso, o que otros advenedizos se queden a las puertas de la gloria pese al gaseoso botín de Abramóvich. Dejaron sello el Madrid de Di Stéfano, no el de Bernabéu; la Hungría de Puskas, el Santos de Pelé, el Ajax de Cruyff, el Milan de Sacchi, La Quinta del Buitre o el Barça de Cruyff (y el que llega de Pep Guardiola).

El tuétano del United es Giggs, ni siquiera Ferguson, patriarca de la generación del galés, pero luego de espaldas al vivero y más dedicado a la bolsa. Al revés que el Barça, que sigue de buceo por La Masía y el cruyffismo tras haberse sacudido el tardofranquista victimismo que le duró hasta la antorcha de 1992, el sumo sacerdote del Manchester ya no se aprende el nombre de los padres de los parvularios.

Fue una tarde de 1986, cuando Giggs tenía 13 años. Ferguson llevaba unos meses en el club y, sin tanto crédito americano como ahora, su radar se extendía por el fútbol escolar de Inglaterra. Allí, en un torneo colegial de Manchester, descubrió a Ryan, que por entonces se apellidaba Wilson. El chico se había trasladado desde Cardiff, patria materna, hasta la periferia de Old Trafford por culpa de su padre, un hijo de Sierra Leona que como profesional del rugby había fichado por el Swinton.

Antes de que sus progenitores se separaran cuando él tenía 16 años y cambiara el Wilson por el Giggs materno y galés, Ryan recibió en el salón de su nueva casa manchesteriana al señor (entonces no era sir) Ferguson: "Me sorprendió verle en el salón y, sobre todo, que se supiera el nombre de mis padres", dijo después Ryan.

Con semejante seducción, Ferguson engatusó al joven Wilson Giggs, al que firmó un contrato profesional en 1990, pero no le hizo debutar con el primer equipo hasta el 2 de marzo de 1991, ante el Everton y en Old Trafford. Giggs, entonces un extremo hábil, veloz y punzante, relevó a Irwin, lateral izquierdo. Dieciocho años después, aquel Giggs ha marcado siempre en las 17 últimas Premier y en 13 ediciones distintas de la Liga de Campeones. Ya no es el extremo al que Ferguson "veía correr la banda como si flotara", sino un camaleónico medio centro que, con menos turbo, sabe tirar de escuadra y cartabón. Hoy se conserva con el yoga, juega un máximo de una hora (casi siempre en Old Trafford) y jamás dos partidos seguidos por semana. Ferguson lo administra con maestría. Si el Barça lo padece, serán buenas noticias para los azulgrana.

Perdida la titularidad, Giggs sólo irrumpe cuando la situación se extrema. No le importa. Es del United y todo por el United. Una estirpe en extinción. Por eso, para disgusto del mediático portadista CR7, Giggs, la entraña de Old Trafford, siempre responde: "El mejor es Scholes". Claro, también adora a Xavi, Iniesta y Messi. Y no sólo por su fútbol. En Giggs, pese a tanta piratería mercantil, prevalecen los vínculos. Él es el United; Ferguson es el Manchester. O lo que es lo mismo: Bobby Charlton no se habría entendido sin Matt Busby. Ni Guardiola sin Cruyff. Cuestión de credos, no de talonario presidencial.

José Sámano en El País

domingo, mayo 24, 2009

Mario Benedetti: adiós a uno de los pioneros del fútbol intelectual














Ha muerto Mario Benedetti. El ya inmortal poeta uruguayo tenía una especial relación con el fútbol. ¿Por qué le apasionaba tanto? A continuación, y como modesto homenaje, entrevista en El Gráfico en 1999.

-Como en cualquier otra profesión, en el fútbol hay jugadores que leen y otros que no. A veces escucho a varios de ellos en reportajes haciendo mención a distintos libros. No tienen por qué no leer. Otro lugar común es que a los escritores no les interesa el fútbol. Y a mí me ha gustado mucho desde siempre.

-¿Le gusta escribir sobre fútbol?
-Por supuesto. He escrito varios cuentos, como en el libro de Jorge Valdano. Además, allá por los años 40, fui cronista de un diario de Montevideo. Iba todos los fines de semana al estadio a ver partidos de Nacional y Peñarol, después regresaba a la redacción y hacía crónicas humorísticas sobre los encuentros.

-¿Sigue yendo a la cancha?
-Ya no, prefiero ver los partidos en mi casa, por televisión. A mi edad vetusta no me veo rodando por las escaleras del estadio Centenario. Recuerdo que en una oportunidad fuimos con mi padre a ver el clásico Peñarol-Nacional. Siempre nos íbamos quince minutos antes de que finalizaran los partidos para evitar el tumulto del final, pero esa vez el encuentro estaba muy reñido y decidimos quedarnos hasta el último minuto. Debimos salir en medio de una gran avalancha. Yo me caí y la gente rodaba por encima de mí, apretándome e impidiéndome respirar. ¡Y eso que se trataba de mi propia hinchada, la de Nacional!

-¿Entonces decidió no regresar nunca más a un estadio?
-Dije basta. Y eso que a mí, el fútbol me ha gustado desde siempre. Pero me molestan mucho dos cosas. Primero, la violencia, de la que fueron precursores los hooligans ingleses. Ahuyenta de los estadios a mucha gente, que ya tiene miedo de ir a ver un partido de fútbol. Encima la violencia de afuera se traslada adentro del campo de juego, con patadas y acciones antideportivas. Es como una vocación de violencia que no entiendo. La segunda cosa que me fastidia es el factor mercantil de este deporte, la excesiva publicidad, las disparatadas cifras de dinero que se manejan. Por suerte ya no está más Havelange. Antes que nada hay que pensar que esto es un juego y merece ser disfrutado como tal.

-¿Jugaba al fútbol cuando era joven?
-Sí, era golero, aunque muy malo. Me gustaba jugar en ese puesto, porque representa una figura especial dentro del equipo. Aunque con razón, muchos dicen que es el peor de los puestos. Cuando los compañeros meten un gol el arquero no puede festejarlo con ellos porque está muy lejos, y cuando le convierten uno está resignado a soportarlo en soledad.

-¿Nunca probó en otra posición?
-No, porque por más que fuera el puesto más ingrato, yo era golero por vocación. O tal vez porque era asmático, como el Che Guevara. Una vez, el padre del Che me contó que su hijo también era golero y que solía tener dentro del arco, junto a uno de los palos, un inhalador. Entonces, después de una atajada, corría hacia el aparato y se daba unos bombazos. Lo de él también era vocacional.

-¿Cuáles son sus jugadores preferidos?
-He visto jugar a los grandes. Recuerdo a Scarone, Petrone, al argentino Atilio García, Mamucho Martino... Pero en especial, me deleitaba Pepe Schiaffino, aunque lamentablemente era de la contra, porque jugaba para Peñarol. Iba a la cancha sólo para verlo a él. Me gustaba observarlo cuando no tenía la pelota, por sus movimientos y las órdenes que impartía a sus compañeros.

-¿Y de Nacional, su equipo?
-Elijo aquel equipo del quinquenio, porque también nosotros ganamos alguna vez cinco títulos consecutivos (relata con una pícara sonrisa, refiriéndose a la última seguidilla de campeonatos conquistados por Peñarol). Allí se destacaba el triángulo final. La defensa que componían García, Nasazzi y Domingos da Guía. Estuvieron una rueda y media sin recibir goles.

-Hábleme del Maracanazo...
-Más allá de la gran alegría que generó en todos los uruguayos el campeonato del mundo ganado en Brasil, recuerdo con tristeza los sufrimientos que debió padecer después de esa final el arquero brasileño Barbosa. Por los dos goles que le hicieron, el Maracaná y el país entero lo culparon por la derrota. Vivió tan atormentado que hasta debió retirarse del fútbol antes de tiempo. Salvando las diferencias, se me viene ahora a la mente aquél defensor colombiano, de quien no recuerdo su nombre (N. de la R.: Andrés Escobar), que fue asesinado por meter un gol en contra en el Mundial de los Estados Unidos. A veces el fútbol genera pasiones desmedidas, imposibles de controlar.


Frases en sus libros donde habla de fútbol

EL CESPED, UN COLCHON DE PLUMAS
“El césped. Desde la tribuna, es un tapete verde. Liso, rectangular, aterciopelado, estimulante. Desde la tribuna quizás, crean que, con semejante alfombra, es imposible errar un gol y mucho menos errar un pase. Los jugadores corren como sobre patines o como figuras de ballet. Quien es derrumbado, cae seguramente en un colchón de plumas, y si se toma, doliéndose, un tobillo, es porque el gesto forma parte de una pantomima mayor. Además cobran mucho dinero por divertirse, por abrazarse y treparse unos sobre otros cuando el que queda bajo ese sudoroso conglomerado hizo el gol decisivo. O no decisivo es lo mismo. Lo bueno es treparse unos sobre otros mientras los rivales regresan a sus puestos, taciturnos, amargos, cabizbajos, cada uno con su barata soledad a cuestas” (del libro “Puntero Izquierdo”).

HINCHA DONDE JUEGUE UN URUGUAYO
“Y ya que nadie te informa de cómo van Peñarol o Nacional o Wanderers o Rampla Juniors, te vas convirtiendo paulatinamente en forofo (Hincha, digamos) del Zaragoza o del Albacete o del Tenerife, o de cualquier equipo en el que juegue un uruguayo o por lo menos algún argentino o mexicano o chileno o brasileño” (del libro “Andamios”).

PEÑAROL Y NACIONAL
“Que un hincha de Peñarol se enamore de una chica de Nacional, o viceversa, puede originar resentimientos familiares de la envergadura, que los conviertan en los Montescos y Capuletos del subdesarrollo”.

GRACIAS AL FUTBOL NOS CONOCIERON EN EL MUNDO
“Nos hizo mucho bien el fútbol. Fuimos campeones olímpicos de fútbol en los años veinte, en 1924 y en 1928, y en 1950 le ganamos a Brasil la final de la Copa del Mundo en el Maracaná. Gracias al fútbol nos conocieron en el mundo. ¡Cuando ganamos las Olimpíadas, en París, la gente no podía creer que un país tan chiquito, que casi no estaba en los mapas, saliera campeón! Cuando ganamos en 1924, me acuerdo que estábamos en Tacuarembó, y mi padre escuchaba una radio española con unos auriculares que no sé de dónde se sacó. En 1928, ya en Montevideo, seguíamos los resultados en la plaza Libertad, a través de unas pizarras. Uruguay jugaba la final, con Italia, y bajaban los cartelones: “Uruguay cede corner, Italia cobra off side”. ¡Uruguay ganó 3 - 2!”.

domingo, mayo 17, 2009

El triunfo de La Masía

Hace un mes, un fantasma blanco recorría las conversaciones barcelonistas. El impecable equipo de Pep Guardiola enfrentaba la tortura de la esperanza: ¿cuántos títulos podría ganar? Su situación era idéntica a la del Madrid de los galácticos en la temporada 2003-04, antes de que perdieran la final de la Copa del Rey contra el Zaragoza. En aquel tiempo los individualistas merengues ganaban sin necesidad de ser un equipo. El fútbol existe para refutar la lógica y ellos parecían a punto de lograrlo en los tres torneos. Sin embargo, perdieron en el Lluís Companys y bajaron de Montjuïc para seguir bajando.

Es bueno recordar las ejemplares caídas del archienemigo y saber que el primer título de la era Guardiola se decidió en el Bernabéu. Después del 2-6, otra inquietud festiva recorrió las conversaciones barcelonistas: ¿cuál de los tres títulos sería el más importante? Aunque nuestro desmedido corazón aspira al triplete récord, las tertulias exigen jerarquizar placeres. La Champions es el lujo supremo del fútbol y la Copa del Rey tiene el encanto de los azarosos enfrentamientos de barrio, donde no gana el más fuerte sino el que golpea primero. La Liga es la identidad de un equipo. El Barça de Guardiola solo puede llegar al triunfo a través de la belleza. Con demasiada frecuencia, al fútbol bien jugado se le regatea el mérito de la eficacia, como si solo se pudiera ganar a pedradas. El Dream team de Cruyff demostró que el arte puede ser aliado de la estadística, y ahora el Barça de Guardiola ya tiene el doblete. Ayer, sin jugar, conquistó la Liga por la suma de los goles, pero es el primer campeón en muchos años que entiende el triunfo como la última escala del placer. Ningún equipo ha tocado el balón más veces ni de mejor manera. Las diagonales del Barça ya reinventaron la trigonometría.

Jugar como si no existiese el marcador es jugar sin otro requisito que la ilusión. El espectador que se asoma a un partido ya comenzado intuye de inmediato quién va adelante (el que presiona es el otro equipo). Desde el primer minuto, el Barça juega como si tuviera que remontar en el último minuto. Toma la iniciativa, y no la suelta. Su único sentido es el avance. No depende de un solitario matón de área para llevar la pelota a las redes. Aunque sus delanteros se dan el gusto de anotar muchísimo, los defensas centrales se han aficionado a convertir.

Cuentan que tres lauderos italianos tenían negocios en la misma calle y disputaron de cómo promover mejor sus violines. Uno colocó un letrero que decía: "Aquí se venden los mejores instrumentos de Italia". Para superarlo, un segundo laudero escribió en su tienda: "Aquí se venden los mejores instrumentos del mundo‡". ¿Cómo superar ese mensaje? El tercero fue el más sabio: "Aquí se venden los mejores instrumentos de esta calle". Para ser el mejor del mundo, el Barça debe ser el mejor de su casa.

Copa y Liga avalan los esfuerzos de Txiki Begiristain y Joan Laporta y llegan con aroma casero. Triunfan los egresados de la Masia, los niños que ahí compartieron literas y macarrones. Los guía el antiguo recogepelotas del Camp Nou. Hay algo de utopía cumplida en el desenlace de este jardín de niños. Su destino estaba en su comienzo. Rousseau festejaría esta pedagogía a su manera: "es más que un club".

La aventura del Barça inspira otro lema: "Tener infancia para volver a tener infancia".

Juan Villoro, escritor, en El Periódico de Catalunya

sábado, mayo 09, 2009

¿La pelota no dobla?

Una recomendación literaria: ¿La pelota no dobla? Ensayos filosóficos en torno al fútbol.

Compiladores: Cesar R. Torres, Daniel G. Campos.

Ya desde su título ¿La pelota no dobla? pretende señalar que prácticamente todas las preguntas son susceptibles de ser encaradas filosóficamente y, por ende, al hacerlo, de enriquecer nuestra existencia. Por ejemplo: ¿son legítimos los goles marcados con la mano?, ¿qué valor tiene la competencia futbolística?, ¿debería el fútbol permitir el uso de las más avanzadas tecnologías de ingeniería genética en pro del aumento del rendimiento?, ¿cuáles son las características de un buen partido?, ¿se justifica el uso de tecnologías electrónicas para asistir a los árbitros?

Quizá lo más saliente de estos cuestionamientos es que apuntan a la necesidad de pensar estos temas, un poco incómodos por “abstractos”, suspendiendo momentáneamente el apego al confort y la mistificación de lo “concreto”, para debatir qué tipo de actitudes y comportamientos hacen la práctica del fútbol más razonable, saludable, satisfactoria y significativa.

¿La pelota no dobla? invita a la interrogación, a cuestionar qué fútbol queremos y qué queremos del fútbol. Justamente porque la idea es que, desde la vivencia futbolística cotidiana y sus aristas más profundas, cada lector se adentre en las perplejidades que encuentra y “vive” en el fútbol, y
desarrolle un itinerario filosófico personal.

“Fue muy agradable y promisorio [...] encontrar a filósofos que aún se asombran frente a las perplejidades del deporte (como todos los amantes del fútbol) y que, a la vez, sienten el compromiso de colaborar en la elucidación y comprensión del mismo por parte del colectivo de “hinchas”, torcedores y simples aficionados.”

Del Prólogo de Ángela Aisenstein

viernes, mayo 08, 2009

El mito empieza a ser Guardiola


Durante un tiempo, en determinados ambientes barcelonistas y de forma peyorativa, a Pep Guardiola se le llamaba el mite [el mito], una manera de subrayar una personalidad poco común en el fútbol, tanto por sus gustos particulares como por su desbocado intervencionismo en la cancha y el vestuario. Guardiola era una rareza en muchas cosas y un jugador que ejercía de entrenador. Así se ha constatado en cuanto se ha hecho cargo del primer equipo del Barça. No ha necesitado ni siquiera un año para superar las gestas más emblemáticas del club forjadas alrededor de Johan Cruyff, el mito de verdad de la historia del Barça, el padre ideológico de Guardiola.

Aunque ningún marcador superará el impacto emocional del 0-5 en el Bernabéu de la temporada 1973-74, el equipo azulgrana jugó el sábado pasado en el Bernabéu el partido prácticamente perfecto. Guardiola rompió la barrera del 5, el dígito mágico en el Barça, y por vez primera los azulgrana le marcaron seis goles al Madrid en Chamartín (2-6). Al siguiente partido, cuatro días después, cayó también el mayor referente de la épica azulgrana: Kaiserslautern y el gol de Bakero han perdido protagonismo frente a Stamford Bridge y el disparo de Iniesta. Tampoco queda muy claro que el encuentro con el Dinamo de Kiev en 1994 (4-1) no admita comparación por bueno con varios de los que han disputado los azulgrana esta temporada.

Además de actualizar futbolísticamente al dream team de Cruyff, Guardiola ha sido una figura capital en la divulgación del més que un club y de la carga simbólica de la institución, de manera que a día de hoy comparece como un entrenador capaz de provocar un impacto parecido al que tuvo en su día Pepe Samitier.

A sus 38 años y en su primera temporada en el banquillo, Guardiola ha situado al equipo con opciones de ganar los tres títulos por vez primera en la historia. No es, en cambio, el primer entrenador que debuta y llega a una final de la Copa de Europa, sino que le han precedido Miguel Muñoz (1959-60) con el Real Madrid, Abdulah Gegic (1965-66) con el Partizán, Toni Barton con el Aston Villa (1981-82), Joe Fagan con el Liverpool (1983-84), Guus Hiddink con el PSV Eindhoven (1987-88), Antonio José Conceiçao Toni con el Benfica (1987-88) y Vicente del Bosque con el Madrid (1999-2000).

Alcanzada la final de la Champions y de la Copa, y líder de la Liga, a Guardiola le aguarda ahora el reto de ganar títulos o marcar tendencia como ocurrió en su día con entrenadores noveles como Cruyff en el Ajax, Clemente en el Athletic, Sacchi en el Parma y Mourinho en el Oporto. El técnico azulgrana, sin embargo, nunca prometió trofeos, ni siquiera en su presentación, cuando proclamó: "Creo mucho en el trabajo, en el esfuerzo, en el talento y estoy convencido de que me darán una plantilla para no quejarse (...) Creedme que persistiré (...). Me gustaría prometer títulos pero sería una equivocación grandísima. Tengo la sensación de que la gente estará orgullosa de nosotros. El equipo respetará una filosofía, una manera de entender el fútbol, y mi reto es que esta idea, que siento tan mía, sirva a los jugadores". Guardiola invitó a la gent blaugrana a "abrocharse los cinturones" para vivir una temporada emocionante y ha cumplido su palabra.

El técnico azulgrana no sólo ha partido de la idea futbolística de Cruyff sino que comparte su carácter competitivo y, a juzgar por partidos como el del Chelsea, también le acompaña la fortuna. Aunque los azulgrana no jugaron su mejor partido en Londres, sobre todo por el arte de defender del Chelsea, su triunfo se entiende como la recompensa al juego valiente e indesmayable. Ahora le aguarda el campeón Manchester el 27 de mayo en Roma, una ciudad mítica como pocas.

Ramón Besa en El País

jueves, mayo 07, 2009

Enjoy Iniesta



En los primeros años 90, una bandera de Dinamarca se exhibía en cada partido en uno de los fondos del Camp Nou. En ella, escrita, la leyenda Enjoy Laudrup. Eran los tiempos del Dream Team, y de aquel danés refinado, culto, elegante, que descubría huecos en manera de pases que nadie más podía ver. Era el talento puro. Quizá no el jugador más competitivo del mundo, pero sí el que más sudaba fútbol, y del bueno. Laudrup redefinió la manera de atacar a las defensas, con aquellos envíos milimétricos al corazón del área, mirando incluso para otro lado.

Hoy, ese hueco dejado por la bandera danesa, debería ser inmediatamente ocupado por algún otro símbolo con la correspondiente inscripción: Enjoy Iniesta. ¡Hasta ha desarrollado un regate muy similar a la famosa croqueta de Mr.Laudrup!

El gol de Stamford Bridge con el que eliminaba al Chelsea ha dejado atrás definitivamente al jugador tímido y pálido, al número 12 que usaba Rijkaard en todos los partidos hasta que le ayudó a remontar la final de París. Iniesta ya es un jugador superlativo, válido en cualquier posición de medio campo hacia delante, valiente y hábil en el uno contra uno, fuerte y competitivo en defensa cuando toca, humilde de formas pero muy ambicioso de fondo. No deberían pasar desapercibidos partidos como el del año pasado en el Camp Nou en la derrota ante el Real Madrid (gol de Baptista), donde lideró absolutamente en solitario el ataque barcelonista, de banda a banda, ante la dimisión de Deco y Ronaldinho. O la exhibición en Lisboa frente al Benfica camino de Paris...y así podríamos continuar varios párrafos más.

Respecto al partido, se instala la corriente de opinión de que el Chelsea fue mejor. Discutible al menos. ¿Los blues son el mejor equipo defensivo del continente? Yo no diría tanto. Sí que tienen un centro defensivo liderado por John Terry espectacular, y un poderío físico con Essien que no posee nadie en Europa. Pero no creo que defender con diez jugadores detrás del balón y vivir del saque de tu portero sea defender bien, como hicieron en la ida. En el Camp Nou el Chelsea debió perder. 1-0, no más, pero perder. Permitir a Bojan rematar de cabeza en el área pequeña no es defender bien. Hacer 22 faltas no es defender bien, cometer un penalty sobre Henry no es defender bien.

Ayer en Stamford Bridge no fueron capaces de atacar a un Barça volcado y con diez, ni en los últimos minutos, con Keita de falso lateral y apenas dos defensas. Sólo el poderío, también, físico de Drogba intentó obtener rédito de la posición de Touré como central. En este punto, reconocimiento para Víctor Valdés que, al igual que en la ida, salvó al Barcelona con paradas de las que luego proporcionan títulos, al estupendo pero rey del teatro jugador costa marfileño.

¿Los penalties reclamados? El de Piqué, clarísimo. Del resto nada de nada, se ponga como se ponga el sr. Ballack que de una manera barriobajera y maleducada acosó al árbitro después de hartarse de repartir patadas de las que duelen durante las más de tres horas de eliminatoria. Seguir con la cháchara arbitral tras ver la expulsión de Abidal, los piscinazos de Drogba, o mencionar conspiraciones de la UEFA sin recordar el gol de Terry en el 4-2 del año 2005 es simplemente recurrir a todo el lodo mediático que tanto vende pero que al mismo tiempo tanto daño hace al fútbol.

¿El Barcelona tuvo suerte en Londres? Sí, por supuesto, la de tener dos amigos jugando juntos: un portero llamado Valdés y un jugador llamado Iniesta. Y la de tener un entrenador por cuyas venas corre la sangre hirviendo del barcelonismo: "Si alguien se rinde, que se quede en el vestuario".

domingo, mayo 03, 2009

El Fútbol es Así


El FC Barcelona es el Fútbol. Con mayúsculas. Nunca la tópica frase que da título a este post tuvo más adecuado uso ni mejor momento para ser citada. Guardiola y los 11 jugadores que saltaron ayer al Bernabéu desarrollaron uno de los mejores ejercicios futbolísticos en partidos de alto nivel que se recuerdan.

En los días previos al partido, hizo carrera la idea del repliegue, de jugar a ganar títulos, se instaba al Barça a controlarse un poco, a no salir al césped de Chamartín mostrando todas sus cartas y caer en el juego del Madrid. Keita de inicio, Henry al banquillo y a obligar a los blancos a llevar mínimamente la iniciativa.

Guardiola se negó. Si todo el mundo quería que la Liga se despachara en el Bernabéu, así iba a ser. Pero además, si su equipo caía sería con las botas puestas y jugando como él soñó desde aquellos primeros amistosos de Escocia del mes de julio, cuando tomó el equipo e inició la pretemporada. Aquello de que con dos pequeños en el centro no se pueden ganar los partidos grandes. El Barcelona no es el equipo perfecto, como nunca lo habrá, pero si es un grupo fiel a sí mismo, y sobre todo en el escenario más difícil al que se puede enfrentar, el estadio de su histórico máximo rival.

Valentía. "Jugaremos de la manera que nos ha traído hasta aquí". Ni Cruyff fue tan fiel a sí mismo en un partido en el Bernabéu. Ni el 1-0 inicial del Madrid descompuso al Barcelona, que casualmente tuvo sus mejores momentos de fútbol tras cada gol madridista. Reacciones rápidas e implacables.

Al final, un 2-6 ya conocido por todos, histórico, asumido con felicidad por los barcelonistas pero también con una cierta naturalidad que asusta. Eran mejores y lo sabían. Sobre todo Xavi. El '6' generó una corriente de fútbol a su alrededor que resultó incontenible para el Madrid. Repartió 4 asistencias de gol, a cual mejor, como quien deposita cartas en un buzón de correos. Pero su peso en el partido resultó demoledor. Marcado individualmente por Gago al principio, se retrasó hasta casi sus centrales buscando el balón y los espacios. Al mismo tiempo, llegó y llegó al área del Madrid, tanto para asistir como para presionar. Trabajar en esos cincuenta metros, al borde de ámbas áreas, con esa facilidad, eficacia y brillantez, es una de las tareas más difíciles del fúbol, y sólo un elegido como Xavi puede realizarla.

El Barcelona hace tiempo que eligió su camino. Cantera, buenos fichajes y balón, mucho balón. Tomo prestada la estupenda frase de Juanma Trueba en su crónica de hoy: "El buen juego es el primer atajo, el mejor camino y, aunque los buenos propósitos no eliminan la posibilidad del fracaso, al menos aseguran la felicidad del viaje".

Todos los estilos en el fútbol, mostrados con lealtad a este deporte, son válidos: el defensivo, el kick and run inglés, el orgullo y la fe ante limitaciones técnicas como el Madrid...todos. Pero el fútbol fue concebido para jugarlo con una pelota y sobre un césped. Rápido, punzante, ambicioso.

El Barcelona de esta temporada ha elevado a este deporte un escalón más, con el punto y seguido de una goleada en el Bernabéu cargada de emoción como mostraba el brillo en los ojos y una sospechosa voz quebrada dismulada por la tos de Pep en la rueda de prensa.

Él es el verdadero responsable. Los jugadores tienen un talento especial: Messi, Iniesta. Lo sabemos. Pero también lo tenían el año pasado, y el anterior. Él los ha recuperado. Él los ha convencido de volver a luchar, de seguir creyendo y de volver a recuperar la presión, la defensa adelantada y la unión de líneas para recuperar el balón rápido y volverlo a acariciar. Él asumió la salida de Ronaldinho y Deco y el cambio de opinión respecto a Eto'o. Él lo tiene claro desde que recogía balones detrás de una portería del Camp Nou y desde que absorbía la bendita locura de Cruyff y Rexach. Sus íntimos dicen que está convencido que su ciclo como entrenador será corto. No se fía de la memoria selectiva del fútbol, que olvida tanto en tan poco tiempo, y que no concede tiempo. Miramos el póster del equipo bicampeón de Rijkaard y lo vemos con desconfianza. Es posible. Quién lo sabe. Lo único cierto es que Guardiola, con mimbres, ha construído un equipo identificable con el Fútbol. Su lugar en la Historia ha quedado reservado.

En Ndf - Y llovió un río
 
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