Esto, más que una previa, es un post muy personal sobre el Barça y el que suscribe, que sirva como modesto homenaje a menos de un día de la sexta final europea del club...
Cuando uno queda enganchado por el veneno del fútbol, siempre va acompañado de un equipo determinado al que le sucede algo importante, o eso es lo que uno cree a esa corta edad en la que normalmente comienza la adicción.
En mi caso personal, fue una noche de mayo de 1986. Yo, con apenas 10 años de edad, sólo tenía como cierto recuerdo futbolístico los doce goles de España a Malta (quizá porque mis padres me enviaron a dormir y porque por unos instantes se fue la luz en mi casa) y lejanos sonidos de la radio en el viejo Renault familiar de un gol de un tal Maceda en el último minuto de algún partido que debió significar algo (Eurocopa del 84, pase de España a la final). Poco más.
En mi casa teníamos la pequeña pero cariñosamente recordada aún hoy tradición de que, si el partido acababa muy tarde, mi padre me dejaba escrito en un papel los resultados y goleadores para que yo me enterase a la mañana siguiente antes de ir al colegio. Supongo que por entonces ya era un periodista frustrado. Bien, pues aquella noche del 86 el Barcelona no pudo marcarle ni un gol al Steaua en la final de la Copa de Europa, en Sevilla. La pequeña cuartilla que otras mañanas estaba repleta de nombres y números, aquel día después, amaneció prácticamente vacía: "0-0 y el Barça ha perdido en los penalties". Ni un sólo de aquellos lanzamientos entró. Urruti había parado dos, pero ni Alexanko, ni Pedraza, ni 'Pichi' Alonso ni Marcos Alonso fueron capaces. Aquel año el FCB había eliminado a una gran Juventus con un gol de Julio Alberto y al Goteborg, remontando un 3-0 en el Camp Nou con hat trick del citado Alonso, festejado hasta por un enano recogepelotas años más tarde conocido como Pep Guardiola. No puedo precisar si fue pena, ni qué sentimientos se pueden tener con una década de vida hacia un equipo de fútbol, pero aquella derrota significó el inicio no de una gran amistad sino de la pasión por unos colores, los del FC Barcelona.
Lo que vendría después ya es historia. De ella recuerdo (el tiempo pasa y uno se hace casi viejo) ya muchos detalles. Aquella final de Copa del 87 ganada a la Real Sociedad en el Bernabéu (con gol de Alexanko tras rechace de Arkonada a cabezazo de Lineker con, por increíble que parezca, Luis Aragonés en el banquillo), vista en la casa de un vecino del pueblo porque nosotros no teníamos segunda cadena en color. La tempestuosa llegada de Johan Cruyff en el verano del 88 con quince bajas y doce fichajes. La primera Liga, la del 90, con el debut de Stoitchkov en el viejo Sarriá (0-1 gol de ese búlgaro con melenas que nadie conocía pero que tenía una zurda demoledora, una tremenda velocidad y una mala leche que le veía muy bien a ese grupo de jugadores).
Muchos de aquellos partidos los evoco en los bares del pueblo; había llegado a nuestras vidas el Canal +, y no había otro remedio que pedir en casa doscientas pesetas para tomar una coca-cola y poderlo ver (loa tubos de cerveza llegarían más tarde). Rápidamente aquel equipo empezaba a mostrar lo que sería, y comenzaba a ser un orgullo decir que eras del Barça mientras veías los pases de Laudrup, la jerarquía de Koeman, las llegadas de Bakero, el compromiso de Amor, las picardías de Txiki...¡hasta los tropiezos acompañados de gol de Julio Salinas! Cruyff tuvo que ser operado del corazón y Koeman se rompió el tendón de Aquiles, pero aún así el equipo, dejando atrás el fantasma por ejemplo del secuestro de Quini que arruinó en los primeros ochenta una Liga casi ganada (esto lo supe después, por supuesto), se mantuvo firme y ganó la tercera en 17 años.
Terminada aquella temporada empecé a llevar un diario de todos los partidos. Era un cuaderno que contenía una especie de crónicas breves en las que anotaba los datos principales del partido, y puntuaba a los jugadores. Como en los periódicos. Si yo había visto el partido, por supuesto, las notas de cero a tres las ponía yo. ¡Faltaría más! Si no, recurría a los periódicos o sacaba conclusiones de los comentarios de Manolo Oliveros o de Pedro García de RNE, mis locutores favoritos por entonces cuando en la radio se contaba el fútbol, no ahora que se vocifera lo que ven por tv en los estudios de las emisoras.
Enseguida, en una rápida sucesión de éxitos, llegó la final de Wembley, para la que compré una cinta de vídeo vhs de 120 minutos para que mi amigo Nacho me la pudiera grabar...hubo prórroga y no cabía todo, con lo que lo primero que se veía en ella es a Johan Cruyff tratando de saltar la barandilla del banquillo tras el gol de Koeman...luego eso sí, la repetición.
Tras saldar la deuda europea, recuerdo muy bien los dos siguientes partidos. 0-4 al Espanyol y 0-6 al Valladolid, que acabaron con un 2-0 a Athletic que coincidía con la última jornada del campeonato...y el Madrid en Tenerife. Euforia, gritos, alegría por un título merecido por juego pero que se escapaba. Este fue el mismo desenlace del año siguiente. Me situó en Atenas, de viaje de fin de curso, el mismo día que viajábamos, y me las arreglé para telefonear a casa casi antes que ningún profesor para saber el resultado. El vuelo hacía escala en Barcelona, durante un par de horas, lo que ya era un buen presagio. Mi padre descolgó el teléfono, y lo primero que dijo, se me quedó grabado, claro: "Enhorabuena, el Barça es Campeón". El resto del viaje, rodeado de amigos y compañeros madridistas, se puede imaginar...
Eran buenos tiempos, en los que era estupendo llevar a las clases de educación física del instituto la camiseta del Barça, la mítica y un poco roída Meyba, y casi pavonearse con ella. En la 93-94, el equipo quería resarcirse de la eliminación europea del año anterior con el CSKA Moscu (1-1 en la ida, 2-0 en la segunda parte de la vuelta y en unos minutos 2-3, un estúpido partido perdido a la contra, típico también de la época del Dream Team). Había llegado Romario, deslumbrando con un hat trick a la Real Sociedad en la primera jornada de Liga. Para jugar la liguilla de la Champions, había que eliminar al Dynamo de Kiev. Aún no estaba Shevchenko, eso sería después, pero eran un buen equipo y ganaron 3-1 en Ucrania. La vuelta, fue el mejor partido que uno pudo guardar en la memoria durante años. Cuatro goles que pudieron ser cuarenta, demostración de fútbol total de un equipo que ya dirigía con maestría y con todos los galones aquel chaval que abrazaba como un poseso en chándal a Víctor Muñoz en el 86: Pep Guardiola.
Paralelamente, en la Liga se dejaron otra vez los deberes para el final. Aunque fue el año del 5-0, a dos jornadas de que se acabara el campeonato, el Barça visitaba el Bernabéu, con la imperiosa necesidad de ganar a un Real Madrid que no se jugaba nada pero que seguro mantenía las ganas de vengar esa goleada, para evitar que el Depor de Arsenio, Mauro Silva y Bebeto fuera Campeón. Tuve la suerte de vivir aquel partido en el estadio madridista. En directo. No recuerdo cómo conseguí la entrada, la verdad. No era la primera vez que veía a mi equipo en vivo, había debutado unos meses antes en el Calderón, pero fue impactante. Estadio lleno, hostilidad, Stoitchkov que sale a calentar minutos antes que el resto de sus compañeros para llevarse toda la presión...y victoria 0-1 con gol de Amor a pase del búlgaro. Lo que sucedió una semana más tarde, con el penalty de Djukic, fue el éxtasis. Superaba a Tenerife, y tres días más tarde esperaba el Milan en Atenas en la final de la Champions. La trayectoria europea del equipo había sido impecable, más titubeante la de los italianos, pero no hubo opción. Desde el primer minuto de aquel partido todos los culés comprendimos que no había nada que hacer. Creo que la derrota no dolió tanto por eso. Cruyff dejó en el banquillo a Laudrup (aún no había llegado la Ley Bosman, y cada partido uno de los cuatro extranjeros debía pasar por el banquillo), y el danés nunca lo perdonó. Romario y Stoitchkov reconocieron que Desailly sólo les permitió tocar la pelota en los saques de centro y el Milan fue justo ganador.
La leyenda dice que Cruyff despidió a Zubizarreta en el autobús al aeropuerto de Atenas. Laudrup se marchó también, y al Madrid. Allí se acabó el por entonces mejor equipo de la historia moderna del club. Johan trató de reconstruirlo con gente nueva, pero no tuvo dinero para ello. Valientes apuestas de la cantera pero insuficientes para un equipo tan grande y con un pasado reciente tan lleno de títulos, y alguna excentricidad en forma de fichaje, llevó a su despido a dos jornadas del final de la liga 95-96. Casi todos estábamos de acuerdo en que la etapa había terminado, pero nadie aceptó que fuera de aquella manera. Con nocturnidad y alevosía de Núñez a través del brazo armado de Gaspart. Aquella tarde de casi verano, ante el Celta, mucha gente lloró ovacionando a Jordi Cruyff mientras era cambiado por el siempre inteligente Charly Rexach (aquel improvisado homenaje a Cruyff valió más que Charly hubiera dimitido con Johan)...otros nos emocionamos en nuestras casas.
La época dorada había terminado. Ocho temporadas maravillosas, con títulos, con derrotas, pero sobre todo con el orgullo barcelonista recuperado y en primer orden. Muchos pensamos que aquello nunca se repetiría. Llegaron Robson y Mourinho con todo el dinero que le negaron a Cruyff: Ronaldo, Figo. Muchos goles y títulos, poco fútbol. Pañoladas con un 8-0 en el marcador al Logroñés...Van Gaal fue recibido un año más tarde como la versión moderna de Cruyff, con la ayuda de última hora de Rivaldo. Venía de pergeñar un magnífico y ofensivo Ajax Campeón de Europa, e iba a recuperar de nuevo el espírutu de la Naranja Mecánica. Llenó el equipo de holandeses, y también trajo títulos, pero su soberbia y su incapacidad por entender al club se lo llevó por delante, a él y a Núñez. Gaspart en la presidencia sólo significó un erial absoluto y la vuelta a la depresión, a la fractura y a las urgencias.
Laporta en 2003 trajo modernidad e ilusión. Fue el presidente más votado en la historia del club, y accedió al cargo sin complejos. Ni sociales (promocionó la recuperación del catalanismo histórico del club) ni deportivos (se declaró cruyffista radical), y tras unos inicios difíciles él, Txiki y Rijkaard dieron con la tecla. Dos Ligas y la Champions de Paris que, sinceramente, supieron a poco para el nivel que alcanzó ese equipo. Aún hoy, viendo imágenes de esos años, no puedo evitar un sentimiento agridulce recordando que la falta de compromiso de Ronaldinho, Deco y por momentos Eto'o arrojó a la basura un equipo que tenía más fútbol que el de sólo dos temporadas. Nunca les perdonaré la tarde en el Camp Nou ante el Espanyol de hace dos años, cuando tiraron la Liga ante el insulso Madrid de Capello y dejaron a diez mil personas en sus asientos del estadio sin apenas fuerzas para levantarnos, estupefactos.
Pero como decía, distraídos andábamos con Ronaldinho y el gimnasio, pensado que "sí, éstos son mejores, pero el Dream Team marcó época y estilo propio", cuando Pep Guardiola reapareció en nuestras vidas futbolisticas.
Guardiola es el nexo de unión de todas las partes de este relato. Él, que cuando llegó a La Masía y le enseñaron su cuarto le dijo a su madre: "Mare, ahora podré ver el Camp Nou todos los días cuando me levante". Él, que enloquecía como recopelotas mientras dirigía al equipo juvenil. Él, que debutó con 17 años y apenas uno más tarde era Campeón de Europa con el '10' a la espalda y marcaba a Butragueño en el Bernabéu. Él, que tras un toque de atención de Cruyff bajó al Barcelona Atletic para jugar ante el Sabadell y respondió al míster con un golazo dándole lo que quería. Él, que se convirtió en un bicho raro porque leía y vestía bien. Él, que creyó en Van Gaal, como muchos lo hicimos, y acabó desengañado y harto de que un infierno de un año con los isquiotibales se conviertiera en un rosario de frívolos comentarios de homosexualidad y enfermedades. Él, que abandonó el club en 2001 sin ruido, despidiéndose en solitario, por la noche, del Camp Nou y sin tener equipo firmado. Él, que demostró con sentencia favorable que no se dopó en Brescia y que el único estimulante allí fue disfrutar del fútbol con Roberto Baggio. Él, que aceptó empezar su carrera como entrenador en tercera división, y Él, que nos ha dado una lección este año de ilusión, de compromiso, de clase, de inteligencia, de valentía, de recuperación de jugadores que llevaban dos años de vacaciones, de persistencia, de seguridad en un estilo diferencial y de fe en llevarlo hasta las últimas consecuencias.
Sí, Él también son sus braceos, sus gesticulaciones, sus charlas abrasadoras a compañeros, rivales, a árbitros. Pero todo eso nace del barcelonismo que lleva en la sangre, que le supura, le obsesiona y dicen, le mantendrá en el banquillo sólo un par de años porque ahora no vive por otra cosa.
Cada uno de nosotros, y vuelvo al principio, tenemos nuestro momento de caída al veneno del fútbol. Uno se hace de un equipo y le apoya siempre, hasta cuando juega con Rochemback o Christanval. Aquel día del 86 no estaba Guardiola, pero con Él he recorrido casi todos mis momentos, buenos y malos, de barcelonismo. Mañana se juega la final de la Champions ante el mejor rival posible. Sea cual sea el resultado, lo que han hecho Pep y los jugadores, muchos de ellos de casa, me resultará inolvidable. Me han ofrecido un año imborrable. Mañana, como diría el Maestro, salid y disfrutad.
2 comentarios:
GRANDISIMO GRACIAS!
He estado echando un vistazo a tu blog y tienes entradas que valen su peso en oro.
Sencillmente das unas genialidades fuera de lo común.
Te entiendo en cuanto a sentimientos, como recreativista y verte en una final de la copa del rey cuando toda tu vida has visto a tu equipo en 2ºB.
Entiendo lo que tratas de trasmitir, porque yo tengo que reconocer que a veces me he sentido barcelonista, quizá influido por esa camiseta de Ronaldo que se me regalo con 9 años.
Grandísima entrada amigo!
Publicar un comentario