lunes, agosto 31, 2009

La rabia de Wenger




La pasada jornada de la Premier League nos obsequió con un nuevo capítulo de la histórica rivalidad, acentuada si cabe desde la década de los noventa, entre el Manchester United y el Arsenal...de Arséne Wenger.

Los gunners, aparentemente disminuidos para la presente campaña con las bajas de Adebayor y Kolo Touré y el único y modesto fichaje de Vermaelen, comenzaban la temporada con dudas, al menos desde la puerta del vestuario al exterior. Sin embargo se presentaban el Old Trafford con dos victorias (goleadas, además) ligueras y con el acceso a la fase final de la Liga de Campeones tras eliminar de manera solvente al Celtic de Glasgow a doble partido.

El Arsenal, con la baja de Fábregas, fue mejor que el United durante la primera parte, manejando el balón, teniendo el control de lo que ocurría y mostrando ciertas carencias en el equipo de Ferguson, que sólo sobrevivía de correr tras la pelota y dependía de si Giggs, situado en la media punta, podía encontrar algún pase hacia Rooney, único delantero de los locales.

Y, justo tras el descanso, Arshavin encontraba la portería de Foster y situaba el 0-1 en el marcador. Merecido. A partir de ahí, la historia bastantes veces repetida en el Arsenal. Absurdo penalty de Almunia que transforma Rooney y gol en propia meta de Diaby que suponían el buen fútbol y la mejor impresión para el grupo de Wenger y la victoria y los tres puntos para el United.

La derrota ha escocido a Wenger. Ya se marchó expulsado poco antes de terminar el partido tras protestar un fuera de juego a Van Persie pateando una botella de plástico en la banda. Parecía que habían empatado casi al final del partido, pero era offside. El incidente además creó una extraña situación con el francés tratando de acomodarse y el árbitro reclamándole que se alejara más. Incluso, con los brazos en alto, ligera e irónicamente sonriendo y con los aficionados del United al lado partiéndose de risa, Wenger escenificaba su enfado. Hoy, la asociación de árbitros inglesa anunciaba que la expulsión no había tenido sentido y que se disculparían por ello.



Después, en rueda de prensa, Arséne se despachó a gusto, quejándose de que el ManU practica el anto fútbol para ganar, que abusan de las faltas y tirando con bala contra Darren Fletcher advirtió que "He visto a un jugador que sólo está en el campo para cometer veinte faltas sin que vea ni la tarjeta amarilla".

La frustración de Wenger es comprensible. Desde 1996, cuando aterrizó en Londres, su trabajo al frente del Arsenal es impecable. Tanto en gestión deportiva, táctica y financiera. Sin embargo, la lejanía en el tiempo del último título del Arsenal (FA Cup 2005) comienza a pesar, y su club no puede competir económicamente con Chelsea, ManU, Real Madrid o FC Barcelona.

La construcción y consecuente amortización del nuevo Emirates Stadium está condicionando mucho las finanzas del club, y Wenger ha radicalizado en el buen sentido su apuesta por futbolistas jóvenes, que son lanzados a la arena de manera rápida y casi siempre efectiva. Fábregas parece un auténtico veterano con 22 años. Diaby, Denilson y Song son capaces ya de sostener un medio campo. Nasri y Walcott son realidades. Rosicky y Eduardo deben ir recuperando su nivel tras sus graves lesiones. Bendtner es un buen proyecto de ariete e incluso comienzar a surgir promesas no sólo de fuera de Inglaterra sino también locales, como Ramsey o Wilshere. Este trabajo de Wenger es irreprochable, y difícilmente ningún equipo juega tan bien al fútbol y de manera tan deliciosamente orquestada como el Arsenal (obviando el Barça, claro), pero sin puntales para los jóvenes como fueron Henry, Viera o Bergkamp en su momento, sin estos pluses que cualquier equipo grande necesita, el acceso a los títulos se complica.

Sin embargo, ahí continúa el profesor francés. Fiel a un ideario que puede presumir incluso de ser el único en haber dicho No a Florentino Pérez. Wenger es un caballero universitario que habla seis idiomas pero es muy beligerante con los temas en los que cree y ya no se calla. Ha sido muy crítico con el fútbol español, R.Madrid y Pérez, y también con el Barcelona. Harto de que cada verano ambos equipos pretendan quitarle a Fábregas, declaró abiertamente algo que resulta difícil rebatir: "No ayuda que en el fútbol cualquier candidato a presidente de estos equipos, aunque no tenga opciones de ser elegido, pueda anunciar cualquier nombre sin ninguna consecuencia. En España la gestión de los clubes es más política que deportiva".

Recientemente, ha advertido de que la política fiscal en Inglaterra, que supone que un sueldo de un futbolista de élite sea más barato fuera de las Islas para el resto de equipos continentales, puede terminar con los días de gloria de la Premier. Relacionado con esto, se ha quejado de la desigualdad de condiciones económicas entre equipos que compiten entre sí, y por tanto deberían hacerlo de manera equidistante, en la Champions League, con lo que denominó dopaje financiero: "Los clubes no deberían endeudarse más allá de su pura capacidad de generar ingresos. Nosotros vivimos con el dinero que producimos, mientras otros tienen ingresos artificiales de sus propietarios. Nosotros pagamos los sueldos considerando nuestro potencial real y el tamaño de las estructuras del club".

Avisa también de que con estos volúmenes de gasto y de porcentajes de inversión de los presupuestos de los equipos en en sueldos, puede dejar pequeña e insuficiente la actual Liga de Campeones y abocar al fútbol a una Superliga Europea que liquide las ligas domésticas y lo que ello significaría. El fútbol no es sólo la élite, como tiene claro Wenger y como comienza a asumir Michel Platini, presidente de la UEFA (hay proyectos en marcha de límite de gasto en fichajes y topes salariales).

Wenger, quizá el último romántico, cree que en la jungla de multimillonarios, jeques árabes y bancos con la llave de la caja ligera, al Arsenal lo que le queda es crear un estilo de juego, una cultura de club: "Cuando un chico llega hasta arriba a los 16 ó 17 años, tiene un alma, un amor por el club, porque ha sido educado aquí. Esto nos da una fortaleza que otros clubes no tienen".

La última, ha sido la defensa de Wenger de sus propuestas frente a quienes le critican por empeñarse en un estilo ofensivo y de pase que no está aportando títulos al club: "¿Cuál es equipo de más éxito del mundo? Brasil. ¿Y qué es lo que hacen? Buen fútbol. ¿Quién lo ganó todo el año pasado? El Barcelona. ¿Y qué es lo que hacen? Un fútbol precioso". Así remata su argumento: "Yo no estoy en contra de ser pragmático, porque ser pragmático es dar un buen pase, no un mal pase". Así de simple.




martes, agosto 04, 2009

Robson, pasión por el balón y por la vida


Pequeño homenaje a un caballero del fútbol, sir Bobby Robson.

En julio de 1995, cuando entrenaba al Oporto, a Bobby Robson (Langley Park, Inglaterra; 1933) le diagnosticaron un tumor maligno en el cerebro. El especialista del hospital Royal Marsden, de Londres, le explicó todos los detalles de la compleja operación a la que se tendría que someter. Cortarían por encima del labio superior, alrededor de la nariz; abrirían un agujero en el paladar y, si todo iba bien, le extraerían un trozo de tejido canceroso del tamaño de una pelota de golf.

Su esposa, Elsie, me contó que la respuesta de Robson fue: "Vale. ¿Cuándo podré volver a trabajar?". El médico no dijo nada, recordó Elsie Robson. Le miró, boquiabierto. Había explicado el temible procedimiento a sus pacientes muchas veces, pero nadie había respondido con tan seca tranquilidad. El médico sabía además que, después de semejante operación, uno no se recupera lo suficiente para volver a hacer una vida normal. Pero Robson era un hombre fuera de lo común. Pasado un mes, ya estaba hablando por teléfono mañana y noche, planeando la temporada entrante. En noviembre volvió al trabajo, seis meses después conquistó el campeonato portugués y en la temporada siguiente, la de 1996-97, ganó tres trofeos con el FC Barcelona de Ronaldo: Recopa, Copa del Rey y Supercopa de España.

Bobby Robson, que murió el viernes pasado, a los 76 años, tras perder la última de sus cinco batallas contra el cáncer, elevó el concepto loco por el fútbol a una categoría desconocida. "Es mi droga, es mi vida", decía Robson, que ejerció como profesional durante 60 años, que jugó para la selección inglesa y después la entrenó, que ganó títulos en cuatro países. Vivía un partidillo de entrenamiento, seis contra seis en un campo reducido, con la misma intensidad que una final; veía todo el fútbol que podía en televisión, todas las Ligas de todos los países, y trataba a sus jugadores como si fueran sus hijos. Cuando estaba en el Barcelona, no se cansaba de hablar del talento puro de Ronaldo o de la tenacidad de Luis Enrique, en cuya dedicación al trabajo Robson veía un fiel reflejo de la suya. "I love Luis Enrique", me dijo una vez; "I love him!" ["¡adoro a Luis Enrique, le adoro!"].

Pero Robson no sólo amaba el fútbol. Amaba la vida. Vivía cada día, cada hora, cada minuto con el más puro entusiasmo, como un niño con un juguete nuevo, en un estado de permanente excitación. Estuve una mañana paseando con él en Sitges, el pueblo en el que vivió cuando entrenaba al Barcelona. Cualquiera que nos hubiera visto habría pensado que él trabajaba para una inmobiliaria y me quería vender una casa: "¡Mira las flores en esa terraza! ¡Qué preciosas!, ¿no? ¡Mira el paseo marítimo! ¡Qué grande! ¡Mira ese olivo! ¡Dos mil años! ¡Desde antes de Cristo!". Me acuerdo de que nos acercamos a una tienda en la que vendían cuadros. "Mira esos paisajes", me dijo; "esas mujeres vestidas de negro. ¡Qué belleza!".

A Robson le encantaba Sitges, y Barcelona también. "La catedral, las obras de Gaudí, el paseo de Gracia, Santa María del Mar: wow, wow, wow! ", exclamaba. Descubrí que sentía pasión por el teatro y que incluso de vez en cuando leía novelas. Y que le gustaban otros deportes. Veía rugby, jugaba al golf. Lo curioso es que le quedase energía para el fútbol, deporte del que vivía, pero que además amaba como el más apasionado forofo. Iba a ver partidos en campos ajenos por el puro disfrute de hacerlo, sin que hubiera ningún motivo profesional.

Una noche volvimos a su casa en Sitges a la 1.45 de la mañana. Estaba agotado. Había sido un día largo. El Barça jugaba contra el Madrid en menos de 48 horas. Pero se quedó despierto hasta las 2.25, hora en la que pasaban en televisión los resúmenes de un par de partidos (de poca trascendencia, recuerdo) que se habían disputado esa noche en Inglaterra.

Murió el viernes por la mañana. Desde el lunes había estado en la cama, agonizando. ¿Pero qué hizo el domingo? Fue a un partido. Un partido benéfico, en su honor, para recaudar fondos para la lucha contra el cáncer. Fue en Saint James Park, el estadio del Newcastle, el equipo que iba a ver jugar con su padre cuando era pequeño. La ovación con la que le recibió el público cuando entró en un campo de fútbol por última vez, en una silla de ruedas, combinó afecto, orgullo y admiración. Hay muchas ovaciones en el mundo del fútbol. Pocas han sido tan merecidas como ésa.

John Carlin, en El País

 
Copyright 2009 ADN Fútbol. Powered by Blogger Blogger Templates create by Deluxe Templates. WP by Masterplan