
Los jugadores del Barcelona y su entrenador consiguieron aislarse del tremendo ambiente previo a la semifinal contra el Inter. Lejos del entusiasmo de la grada, dando por buenas la continuación del estilo y la paciencia ante noventa minutos para hacer dos goles, el equipo compareció en el césped ligeramente desconectado. Demasiado confiado. La actitud de Inter, renunciando a los contragolpes que tanto resultado le dieron en el partido de ida, la insultante posesión de balón para un partido de este calibre y la rápida expulsión de Motta (un despropósito mutuo que combinó la estupidez del interista con el teatro de Busquets), parecieron inclinar al Barça a pensar que había tiempo, que no había necesidad de precipitarse.
Tiempo, pese a los intentos de Julio César para detenerlo, hubo. Lo que faltó fue fútbol. Al menos, el fútbol vertiginoso de banda a banda, pujante y ambicioso que ha caracterizado al equipo de Guardiola. Junto a esto, la mayor virtud del colectivo azulgrana es la presión adelantada para recuperar el balón lo antes posible y así construir las ocasiones de gol. Pero no hizo falta. El Inter, regaló el balón de tal manera, directamente desde los saques de portería, que, aunque involuntariamente, desconcertó a los de casa. Gaby Milito, que jugó de lateral izquierdo, ya no era necesario. Keita quizá tampoco. Como en Cornellá y en la ida en San Siro, al Barcelona le faltó fútbol en el mediocampo. Suena duro en este equipo, pero se echaba en falta calidad, imaginación. De nuevo Xavi con toda la responsabilidad, y de nuevo Messi sin ayudarle, sorprendentemente tímido. Pedro se equiparaba con Maicon de manera valiente pero sin obtener demasiados resultados, e Ibrahimovic parecía un central más neroazzurri. Lo del sueco resultó preocupante y decepcionante a partes iguales. Se le fichó precisamente para desastascar este tipo de partidos, cerrados, ante defensas súperpobladas. Pero no fue capaz. Ni de aguantar el balón, ni de rematar, ni de moverse para un mísero desmarque. O se trata de un problema físico, o su adaptación a un juego como el barcelonista se presume difícil. En los dos partidos de la eliminatoria, Piqué, sí, ¡Piqué!, ha resultado más hábil y efectivo como ariete que Zlatan. No hay mucho más que decir.
El Barcelona terminó el partido de la temporada, uno de los más importantes de la historia del club como local, con una delantera formada por Pedro, Jeffren y Bojan. Por mucho que admiremos los progresos de La Masía, no es normal. Si queremos buscar las diferencias con el equipo tricampeón del pasado curso, faltaron alternativas en el mediocampo y en ataque. Iniesta lesionado y Henry desaprovechado pese a su declive, cierto. Pero en una temporada de nueve meses existen las bajas. Y un equipo como el Barcelona debe poder sustituirlas con más garantías. Guardiola ha demostrado su categoría como entrenador, motivador, gestor de la imagen de un equipo grande. Irreprochable. Pero debe aprobar la asignatura de los fichajes este verano. Las magníficas cifras en la Liga, con una derrota en treinta y cuatro partidos, y el título muy cerca, no deben esconder ese déficit.
Y el Inter. Jugará una final casi cuarenta años después. Puede entenderse que el fin justifique los medios. Pero el reconocido nivel de posesión del Barcelona, la expulsión de Motta, el ambiente, una supuesta inferioridad…nada de lo anterior compensa la miserable actuación del equipo de Mourinho. Es muy lícito ser un grupo defensivo; el fútbol es universal y nadie debe dar lecciones de cómo ha de ser jugado a los demás. Pero regalar uno tras otro todos los balones desde Julio César, sin rubor, casi sin buscarlos, fue un caso difícil de recordar en un equipo de la élite europea en una semifinal continental. Milito, Eto’o, Sneijder…no son defensas, y tuvieron que comportarse como tales. Como bien dictan el equipo clasificado para la final y el partido de ida, el Inter no es mucho peor que el Barcelona…¿por qué una renuncia tan descarada? Si el árbitro no ve la mano de Touré y concede el gol de Bojan, ¿hablaríamos de lección defensiva de Mourinho? No, juzgaríamos el papel del Inter casi con crueldad. Y el resultado tampoco debe obviarlo. El propio Bojan rozó el gol en un remate de cabeza que salió fuera por centímetros. Un 2-0 hubiera convertido el partido del Inter en ridículo. Con el 1-0, también lo fue.
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