En demasiadas ocasiones se realizan declaraciones grandilocuentes al respecto de la esencia o de la historia de los grandes equipos. Florentino Pérez remarcaba hace tiempo que el Real Madrid “llevaba Europa en su ADN”, recordando sólo los éxitos y olvidando las recientes decepciones. En el Barcelona, lo mismo pero referido a la superioridad del estilo, que sí, ha cambiado desde la llegada de Cruyff al club, pero que no siempre fue así.
Las imágenes de los futbolistas del Barça vistas ayer en París apoyando a sus compañeros del basket muestran que, en el deporte extremadamente profesionalizado de la actualidad, aún es posible comprobar dónde está la verdadera realidad: en los propios deportistas, en su trayectoria y en su crecimiento personal.
Me explico. Sin perspectiva, puede resultar un gesto de cara a la galería la presencia de Busquets, Xavi, Puyol, Bojan o Piqué vestidos con la camiseta de tirantes del basket en las sillas de pista del Ommnisports de Bercy. Pero cualquier habitual del Palau Blaugrana sabe que los dos últimos citados han visto en directo todos los partidos que han podido de sus compañeros de sección esta temporada. Igual que algunos del baloncesto van al Camp Nou, de manera más discreta, en los días claves.
Era emocionante escuchar a Xavi Pascual contar su viaje por carretera, con un amigo, como un aficionado anónimo a Roma para ver la Final Four de 1997, en la que el Barcelona perdió precisamente ante Olympiakos con una exhibición de David Rivers ante Djordjevic. Roger Grimau recordaba sus lágrimas viendo aquella final, y la del año anterior, la de Montero, y la decepción siendo un niño cuando la Jugoplastika de Kukoc cerraba en dos ocasiones el camino al título. El propio capitán azulgrana estuvo en el Sant Jordi, como un hincha más, en 2003. Jordi Trias reunió a muchos amigos en Girona para ver aquel partido, y Víctor Sada terminó en Canaletas esa noche celebrando la victoria del equipo de Bodiroga…en el ya que estaba Navarro. Todo esto es comparable a las imágenes de un crío llamado Guardiola vestido de chándal recogiendo pelotas la noche de ‘Pichi’ Alonso y el Goteborg, que seis años más tarde contaba los escalones desde el césped de Wembley hasta el palco para levantar la primera Copa de Europa del club…y que el año pasado enjugaba lágrimas tras ganar el Mundialito…¿cómo no va a existir compromiso en esos vestuarios? ¿Cómo no se va a notar en las grandes citas la implicación de gran parte de los jugadores, si llevan a su equipo en la sangre?
Todos ellos son profesionales, desde luego, y también arrastran muchos de los tópicos de fama y dinero, pero en el siglo XXI, en el ámbito de ocio más seguido por la población que es el deporte, estos ejemplos resultan paradigmáticos del sentimiento de pertenencia a un club, del punto de ingenuidad que aún le debe quedar a esta actividad y de la resistencia a la esclavitud que a veces suponen una inversión millonaria o un resultado puntual.
Amalio Moratalla en Marca.com - 'El Barça no es más que un club, es una familia'
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