Le ocurrió a Argentina frente a México en el partido de octavos de final; pese a que
Maradona reconoció que efectivamente habían perdido la batalla en el mediocampo y con ella la pelota, y que eso no podía volver a pasar, no fueron capaces de solucionarlo ante Alemania.
Pretender competir en las rondas finales de la Copa del Mundo con
Mascherano solo en el centro, con
Maxi por la derecha,
Di María por la izquierda pero desde lejos, y obligar a
Messi a jugar prácticamente en campo propio, es una verdadera osadía. Con cuatro defensas que son incapaces con el balón en los pies y tampoco pueden apoyar en el inicio del juego (sirva
Piqué para ilustrar este argumento), la misión se antojaba casi imposible. Por no hablar de cómo defendieron.
Demichelis se cubrió de gloria cuando el otro día se reía de los errores de
John Terry y decía que si jugara un partido como el del capitán del Chelsea, él no podría regresar a Argentina. A partir de hoy ya puede comprobarlo.
Maradona ha controlado todos los aspectos de su selección de muy buena manera durante la concentración argentina: motivación, relación con los medios atrayendo para él toda la atención, identificación de los futbolistas con el objetivo. Todos menos uno, el futbolístico. Decidió prescindir de
Verón, mayor y criticado pero verdadero enlace con Messi, para dar continuidad a Maxi, que no fue ni carne ni pescado. A Di María, totalmente desaprovechado, nadie le dijo qué esperaban de él, si ser interior o izquierdo, y ha debido ser el futbolista del Mundial que más jugadas ha intentado y menos ha finalizado. Dos equipos de cinco jugadores cada uno, para atacar y para defender, pero sin ningún tipo de interconexión ni solidaridad entre ambos. Sí emocional, pero no en lo futbolístico.
Argentina recibió el primer gol a balón parado, nada más empezar el partido, y, progresivamente, cayó en la misma estupefacción que ayer Brasil. Ni lo esperaban ni le encontraron remedio. Maradona, paralizado en el banquillo, o no se dio cuenta de lo que pasaba o apuró demasiado con el reloj para los cambios. Partidos en dos desde el comienzo, los argentinos llegaron a la portería alemana sólo en un par de pases en profundidad de Messi.
Tévez e
Higuaín, siempre imprecisos, apenas chutaron a puerta buscando la parte más débil de su rival, el portero
Neuer. En la segunda parte, durante los primeros veinte minutos jugaron un cara o cruz, con la fortuna de que Alemania ya no buscaba, como en el primer período, sus habituales transiciones ofensivas. Cuando el equipo de
Löw parecía entrar en dudas, cazó el segundo gol y, a partir de ahí, el partido fue un calco al de Inglaterra. Con espacios, destrozó a su desmoralizado rival. No hubo tiempo para Verón,
Pastore,
Agüero o
Milito. Messi, por su parte, abandona el Mundial sin marcar, pero siendo partícipe en casi todos los goles de su equipo en el campeonato y haciendo más kilómetros y remates que cualquiera de sus compañeros. Pese al fracaso, que se une a su irrelevancia en Alemania 2006, el torneo sudafricano debe servir para que en Argentina comprendan que
Leo sí es
Lio, que es el mismo futbolista, que puede marcar un gol (o varios) sin ayuda de nadie, pero no ganar partidos ni mucho menos campeonatos. Si esperan que recoja el balón en mediocampo, lo suba al área, lo remate y asista a los compañeros, al menos que lo dejen en punta con una buena estructura defensiva por detrás.
Alemania continúa disimulando. No tiene grandes nombres, su portero provoca dudas y la defensa no es la más contundente del Mundial. Por momentos se desconecta de los partidos, como le ocurrió ante Serbia, en muchos minutos ante Inglaterra cuando
Lampard empataba el partido tras un 0-2 pese a que el gol nunca subió al marcador, también hoy en los inicios de la primera mitad. Pero con la pelota y con espacios, es dañina. Sin aprovechar ni siquiera todos los contragolpes, cuatro goles a Inglaterra y otros cuatro a Argentina. Eso no puede ser casualidad. Tiene lanzadores, como
Özil (en corto) y
Podolski (más en largo), llegadores como
Müller y un delantero que conoce su oficio,
Klose. Todos ellos sostenidos por el doble pivote más decente del Mundial,
Khedira y sobre todo
Schweinsteiger, que está jugando el mejor fútbol de su carrera. Juegan el mejor fútbol alemán de las dos últimas décadas, y seguramente con menos mimbres. Ante España, seamos optimistas, no encontrará esos huecos ni tanto balón. Interesante ver cómo responden a ese reto.