El sentimiento que poseen los argentinos hacia su camiseta deportiva albiceleste merece absoluto respeto. Les convierte, en cualquier disciplina, en feroces competidores. Sin embargo, eso no es suficiente para obtener resultados y títulos. Es necesario talento individual (
Luis Scola en el basket, por ejemplo) y/o organización colectiva que permita brillar la calidad, la rabia competititva e incluso el orgullo patrio.
"Desesperados por ganar siempre, en Argentina se han olvidado de jugar al fútbol"; así describía ayer en El País
Ezequiel Fernández Moores, periodista de La Nación, la frustración del fútbol argentino, que no supera los cuartos de final de una Copa del Mundo desde Italia 1990. En la pasada edición de Sudáfrica,
Diego Maradona, al mando del equipo, logró disparar los índices de motivación y de fe en la albiceleste. Lástima que olvidó confeccionar un equipo, por ejemplo dotando de equilibrio el mediocampo que permitiera el juego de
Messi, o simplemente alineando a alguien más que
Mascherano en esos treinta metros decisivos para el juego. Tras ganar en Berlín a Alemania en un amistoso previo al torneo,
Müller,
Schweinsteiger y compañía despacharon a Argentina en Ciudad del Cabo sin ser mejor equipo que ellos, pero aprovechando contragolpes y espacios.
Están faltos de triunfos y hambrientos de prestigio y gloria perdida. Justo lo contrario que España.
"Para Argentina no hay partidos amistosos". Pues los necesitan más que nadie, para encontrar el camino perdido desde que Maradona evitaba las patadas de
Gentile o regateaba ingleses hace más de veinte años. La puesta en escena de ayer fue razonable, con Mascherano,
Cambiasso y
Banega detrás de Messi, liberado de la obligación de sacar los córners y rematarlos,
Higuaín listo para el remate y
Tévez barriendo todo el frente de ataque. Argentina no jugó demasiado al fútbol, pero aprovechó sus oportunidades en los primeros minutos, la descoordinación de una defensa española inédita y la electricidad ambiental. Cuando se gana nunca es amistoso, claro.
España, aun con los cambios lógicos de
Vicente Del Bosque, no fue de turismo, dejó tres postes por el camino y la percepción de resultado demasiado abultado. Sí, cambios lógicos. Estamos en septiembre, recién comenzado, se ha jugado una jornada de Liga y muchos de los venerados jugadores Campeones del Mundo no han realizado pretemporada y ya llevan dos viajes transoceánicos a las espaldas. La sinrazón del partido en México seguramente impidió ver ayer al '11' de gala español. Si los cuarenta y cinco minutos que jugó
Puyol allí, las posibilidades de que no se hubiera lesionado aumentan, con lo que hubiera formado pareja con
Piqué y quien sabe si limitado daños en los primeros goles de Argentina. Fútbol ficción pero con variables objetivas. Lo que sí es real es que la RFEF de
Villar busca votos para organizar el Mundial 2018, que ese es el verdadero motivo del viaje a Buenos Aires de ayer, por mucho que se quiera ver como una puesta en juego de la corona de campeones, y que, como desde hace dos décadas, los amistosos son exlusivamente motivos recaudatorios. Si lo eran antes, mucho más ahora que el caché del equipo ha aumentado considerablemente.
Disfrutemos de la estrella en la camiseta y no nos disparemos en el pie a las primeras de cambio. Ha costado muchas decepciones y fracasos conseguirla. Dentro de cuatro años en Brasil la pondremos de verdad en juego, ante los anfitriones pentacampeones que también comienzan a acumular urgencias. Mientras tanto, preparar bien la Eurocopa y buscar opciones en posiciones que pronto deberán ser renovadas, como el central que acompañe a Piqué o el lateral izquierdo. Lo que hizo ayer Del Bosque, vamos.
Escrito para Sportyou