En 1986
Silvio Berlusconi ya había sido
fundador de la logia secreta P-2 (Propaganda Due) y se ocupaba, con frenética efervescencia, en construir un imperio mediático que en pocos años le daría tanto rédito como para convertirse en primer ministro. Pero en Italia nada es tan sencillo de explicar como parece, y comprar un popular equipo de fútbol puede ser una buena idea para obtener prestigio y, sobre todo, protagonismo. Muchos multimillonarios árabes o estadounidenses se dan cuenta ahora; Berlusconi, las cosas como son, lo hizo hace veinticuatro años.
Por entonces, el
AC Milan visitaba la serie B, a veces por méritos (deméritos) deportivos, a veces por escándalos como el
Totonero. Berlusconi aportó dinero pero, sobre todo, la obligación de profesionalidad y una innegable audacia futbolística: en 1987 entregó la dirección deportiva del equipo a un semidesconocido entrenador que sorprendía al calcio con sus tácticas de
pressing y fuera de juego agresivo en el Parma, llamado
Arrigo Sacchi. Los inicios no fueron fáciles, eliminación en la Copa de la UEFA por el RCD Español de
Javi Clemente o
la pesadilla bajo la niebla de Belgrado incluídas, pero en esa primera temporada el equipo le ganaba el
scudetto al Napoli de
Maradona e iniciaba una tiránica dominación sobre todo en Europa, ganando el máximo título continental en 1989 y 1990
con un equipo irrepetible.
A partir de 1991
Fabio Capello aportó continuidad al trabajo de Sacchi. Quizá no innovó como su precedesor, pero la cosecha de títulos fue irreprochable, recuperando la hegemonía en Italia con las ligas del 92, 93, 94 y 96, y contribuyendo de manera ya definitiva a incluir al club en la élite europea con la Champions League de 1994. Aquel triunfo, por lo que supuso, el fin del orgulloso Barça de
Johan Cruyff (y cómo, con aquel brutal 4-0 en Atenas), y la siguiente final, esta vez perdida ante el emergente Ajax de
Van Gaal, culminaron diez años de impecable progresión y excelencia futbolística.
Uno de los mejores legados que dejó esta etapa a los siguientes ocupantes del vestuario milanista fue la metodología en el trabajo táctico y físico, concretándose en 2002 con la creación del
Milan Lab. Jugadores como
Maldini y
Costacurta alargaron sus carreras hasta los límites de la edad y el club se mantuvo regularmente en la élite con
Carlo Ancelotti en el banquillo. Ocho temporadas de
Carletto, con incesantes rumores según avanzaban los años de "consejos", "recomendaciones", "opiniones" de Berlusconi (verbalizadas a través de
Galliani o directamente por el propio Silvio) al respeto de la parcela deportiva: alineaciones, tácticas y, sobre todo, fichajes. Ancelotti se cansa en 2009 y se marcha al Chelsea.
Leonardo le sustituye pero topa con las mismas rémoras. El virus está inoculado.
La metodología científica da paso a la intuición más populista. Jugadores en plena decadencia como
Ronaldinho, Zambrotta o
Nesta, veteranos con dignidad pero sin capacidad competitiva contínua como
Seedorf, Pirlo o
Gattuso, fichajes discutibles como
Robinho e
Ibrahimovic pasan a formar la columna vertebral del equipo. El Milan pierde sus referentes. Volvemos al principio del post, en el que hablábamos de que en Italia "no hay verdad", como escribía
Leonardo Sciascia, citado por
Enric González en su reciente
Historias de Roma. En los cafés de Milan se discute sobre si los fichajes, si los mediáticos pero ya poco resolutivos actuales futbolistas del equipo sólo sirven como escaparate, como opio para pueblo pensando en las próximas elecciones a la República donde
don Silvio aspira a la reelección. Quizá. Desde luego la imagen ofrecida ayer por el once de
Allegri invitan a creérselo. La temporada pasada
el Milan ganó 2-3 en el Bernábeu dando una imagen regular y una impresión inconsistente.
Pato tuvo su noche y lo aprovecharon. Ayer fue aún peor. Una de las jugadas paradigmáticas del partido fue ese contragolpe mal terminado por
Di María en el que cinco futbolistas del Madrid llegan al área ante la oposición de solo dos defensores
rossoneri. Sacrilegio para cualquier equipo puntero, ya no digamos italiano e impensable si recordamos a unos caballeros llamados
Franco Baresi y Paolo Maldini.
El programa
Fiebre Maldini ofrecía el lunes imágenes de cómo se estructuraba este Milan ante el Chievo en el partido del fin de semana; los tres delanteros inmóviles en medio campo, Seedorf y Pirlo sólo ocupando posiciones (que no defendiéndolas), Gattuso corriendo mientras le dan los pulmones y los cuatro defensas solos ante el peligro. Imposible competir
si el ritmo es medianamente elevado. Cada equipo histórico del fútbol europeo tiene un pasado aprovechable, más o menos cercano en el tiempo, y es lo mejor a lo que agarrarse cuando se pierde pujanza o no se adivina la siguiente decisión. El Milan lo tiene reciente. O lo recupera o continuará dejándose su bien ganado prestigio a paladas como anoche en Chamartín.
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