De los equipos que han pasado por el Camp Nou en los últimos tiempos, el Villarreal es el que más me ha gustado. El partido del sábado fue muy entretenido, porque los dos equipos jugaron para ganar y pensando en el público. Y porque, al final, y pese a la perseverante negligencia del árbitro, ganó el que más acertado estuvo y el que más presión ofensiva supo desplegar.
En algunos momentos, la velocidad del balón fue vertiginosa, anfetamínica, como si, a base de precisión y movilidad creativa, el Barça quisiera consagrar el rondo como tótem de geometría y perfección futbolística. ¿Que Nilmar marcó su gol con excesiva facilidad? Puede que sí, pero también hay que subrayar el mérito de su regate y su acierto a la hora de marcar (en algunos momentos, Nilmar, Bruno y Rossi parecían candidatos a jugar en el Barça). ¿Y qué me dicen de Abidal? Pletórico, generoso, corrigiendo a sus compañeros y ofreciéndose como apoyo en todas las líneas, incluso en las más torcidas. No se suele hablar mucho de él –o sólo cuando mete la pata–, pero el sábado se convirtió en una medida de superficie. Está la hectárea, el área y el abidal, que abarca un territorio mutante y variable casi infinito.
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