Pep Guardiola ni es perfecto, ni intocable ni lo hace todo bien. Conviene dejarlo claro desde el principio para no ser acusado de una defensa acrítica del personaje. Sin embargo, en muchos estantes del fútbol español, se persiguen sus errores y se minimizan sus éxitos. El
ridículo episodio del viaje a Pamplona ha supuesto como corolario la asunción definitiva de que Guardiola está por encima del bien y del mal y debe ser castigado.
La figura del actual entrenador azulgrana despertó dudas desde el principio de su carrera. Una traumática lesión en los isquiotibiales, cuando éstos aún no eran tan conocidos a nivel médico como en la actualidad, diez meses fuera de juego y una carrera en peligro de fin prematuro sólo salvada por la intuición del doctor
Ramón Cugat y la sapiencia del especialista finlandés
Sakari Orava, desembocaron en filtraciones lamentables, algunas incluso desde el propio FC Barcelona, que hablaban de homosexualidad e incluso SIDA. El control antidopaje positivo en Italia, en la época de Brescia, sirvió de combustible para reavivar las hogueras ávidas de carnaza. Por supuesto, la conclusión del proceso absolviendo a Guardiola por el Tribunal Nacional Antidopaje de Italia, dependiente del Comité Olímpico Italiano (CONI), organismo de cuya tolerancia cero puede dar fe por ejemplo el ciclista
Alejandro Valverde, mereció mucha menos difusión. ¿Por qué?
Como futbolista, Guardiola era intervencionista, pesadísimo con rivales y árbitros, más aún desde que comenzó a llevar el brazalete de capitán. También, supongo que ahí coincidiremos todos, un gran talento y uno de los mejores centrocampistas de su época. Para el barcelonismo, ser equilibrado a la hora de juzgar a alguien que ha sido, sucesivamente, niño en La Masía, recogepelotas en el Camp Nou, capitán del filial, capitán del primer equipo, entrenador del filial, entrenador del primer equipo y portavoz
in pectore mientras
Rosell se dedica
a practicar el género epistolar, con el número de títulos que componen su palmarés, resulta difícil. Es una figura que nació de
Cruyff y que posiblemente le superará con el paso de los años en influencia para la institución. Actualmente, su comportamiento como imagen del club, en el banquillo y en las ruedas de prensa, proporciona un plus de categoría al fútbol español. Con errores como lo del
Cristiano y la pelotita en la banda, con malos gestos como con
Garrido y
Solbakken, con días en que dice que no habla de los árbitros pero todos sabemos que sí lo hace,
con una retórica excesiva para con los rivales, con actitud crédula e irreflexiva
en el affaire Pamplona del sábado. Sí, con todo eso. Nadie es perfecto, y la tensión de un banquillo como el azulgrana hace el resto. Pero de ahí a anteponer esos detalles a sus maneras y buen gusto habituales media un abismo difícilmente abordable.
Tal y como están las cosas, lamentablemente es necesario comparar. Los hechos en valor absoluto adquieren otros matices cuando se contraponen. La propaganda periodística que vende y loa sin desmayo las aventuras y heroicidades de
Mourinho mientra atiza a Guardiola sólo se pone en ridículo ante los ojos de los aficionados que puedan ir más allá del bipartidismo. Mourinho lleva tres meses en el Real Madrid, su trayectoria indica que no estará muchos años: es un profesional al que le gusta cambiar de proyecto a menudo, una persona cosmopolita que está en su derecho de hacerlo. También es un privilegio que Mourinho esté en la Liga BBVA, pero hay cosas que chirrían. El portugués lleva en el bolsillo las llaves de un club que ya existía antes de él. Y no hablo del aspecto deportivo, el cual debe dirigir de una manera que no se le permitió a
Pellegrini (error resuelto por el Madrid), sino del acceso a las puertas que le permiten hacer lo que quiera, de que su comportamiento no tiene consecuencias. Mientras tanto, precisamente de eso es de lo que se acusa a Guardiola. La lupa que le escudriña busca rayos de sol para quemarle mientras Mourinho es “perseguido y fusilado”. Equidistancias que sonrojan.
En un fútbol como el nuestro, frecuentemente acosado por la mediocridad, la ausencia de referentes, el provincianismo y el cainismo más absolutos, Guardiola es a día de hoy una figura imprescindible. Con el peaje que en España parecen sujetos a pagar los ganadores, los educados o los que piensan diferente. Con la necesidad de que muchos busquen la palabra “fariseo” en el diccionario y aprendan de una vez su significado. Con sus defectos, sin la obligatoriedad de que todo el mundo le admire pero sí con la necesidad de que se le respete.
Rubén Uría en Eurosport - “De Guardiola a Segurola”
Escrito originalmente para Sportyou