Lionel Messi nació en Rosario, Argentina, como un niño de familia humilde y con problemas de crecimiento.
Andrés Iniesta no quería moverse de su pueblo natal, Fuentealbilla (Albacete) ni a tiros, pese a destacar en el torneo alevín de Brunete y recibir la llamada del Barcelona.
Xavi Hernández y su padre tenían mucha ilusión en realizar la prueba para entrar en el club pero en el viaje desde Terrassa la esperanza real era más bien poca.
Decenas de historias similares respiran en el ambiente y se deslizan sigilosas por las paredes de un edificio que fue concebido como una residencia y acabó convertido en un lugar de forja de talento, de respeto, de convivencia. Un lugar que provocaba pánico en chavales recién llegados como
Guillermo Amor, que no podían dejar de pensar en sus familias pero que a los pocos meses conseguía que todos sus inquilinos lo denominaran con una palabra: hogar.
Si los techos de las habitaciones de La Masía hablaran, describirían lágrimas de juventud, carcajadas, decepciones, confidencias, alegrías, pero, sobre todo, contarían fútbol, relatarían con gran profusión de detalles ese gol, aquel regate, un pase, aquella parada que a los quince años es lo más importante del mundo, lo que no te deja dormir por la noche. Y esa emoción que a veces impedía conciliar el sueño era la misma que fortalecía la idea de avanzar, de madurar, de seguir añorando a la familia pero poco a poco ir pensando más en el Camp Nou que en el domicilio materno.
La Pedrera logró convertir el miedo en ilusión.
El día en que tres de aquellos niños van a copar el podio del
Balón de Oro de France Football, premio cuya importancia quizá radique en mirar atrás en el tiempo y observar con quienes se comparte (
Matthews,
Di Stéfano,
Luis Suárez,
Rivera,
Eusebio,
Charlton,
Best,
Cruyff,
Beckenbauer,
Keegan,
Platini,
Van Basten,
Baggio,
Stoichkov,
Ronaldo,
Rivaldo,
Zidane,
Figo,
Cristiano, ¡Messi!), es oportuno recordar a los se quedaron en el camino, como
Sergi López, a otros que tuvieron que buscarse la vida fuera del club y, sobre todo, es obligatorio detenerse en
Ángel Pedraza,
primer miembro de La Masía en debutar con el primer equipo del FC Barcelona, el 16 de septiembre de 1980,
cuyo funeral tendrá lugar hoy en el tanatorio de Les Corts. Pedraza inició un sueño que culmina hoy en Zúrich, treinta años más tarde. Su presencia en el primer equipo con cierta continuidad con
Venables, su penalty de Sevilla ante el Steaua pese al fallo, las calidades que empezaban a vislumbrarse, aportaron confianza y sobre todo continuidad a una idea y a un trabajo que tuvo que luchar contra el cortoplacismo que siempre dominó en el fútbol.
La mejor cualidad de la cantera barcelonista, y puede que la verdadera razón de su supervivencia, es que nadie pide el certificado de paternidad.
José Lluis Núñez rehabilitó como edificio La Masía, pero
Rinus Michels y su fútbol total del 74 sembraron la idea en la mente, por ejemplo, de un delgaducho y rebelde
Johan Cruyff. El holandés
escribe que él no es el inventor, como tampoco el que fue su compinche
Charly Rexach.
Laporta le dio el mando a
Guardiola quien en la cima del fútbol de su equipo dedica un gran éxito como el 5-0 a la
extraña pareja. Entre medias,
Van Gaal ofrece el primer equipo a Xavi,
Puyol o
Valdés y
Rijkaard a Messi e Iniesta. Entre bastidores, alejados de los focos, los técnicos de la casa, los verdaderos ideólogos,
Oriol Tort,
Laureano Ruiz, entre muchos, muchos otros.
La residencia se traslada físicamente, apenas quedan niños en su interior ya que en abril
se inaugurará la nueva Masía en el Ciutat Esportiva, moderna y cercana a los campos de entrenamiento. Sus responsables actuales seguro que intentarán que el espíritu permanezca. Cada futbolista que debuta con el primer equipo es un motivo para seguir trabajando, para tener paciencia, para esperar el fruto, para confiar, para creer. Como se hizo con Pedraza, como se hizo con Xavi, Messi o Iniesta. Seguro que les suenan estos nombres.
‘Bendita cabeza’, por Ramón Besa en El País
‘Denominación de origen’, por Emilio Pérez de Rozas en El Periódico