Más del ochenta por ciento de posesión del balón no le sirvió al
FC Barcelona para ganar su partido ante el
Ahtletic de Bilbao de manera cómoda. Más bien, todo lo contrario; marcador ajustado y sufrimiento en buena parte de los noventa minutos. Como buen ejemplo de la naturaleza volcánica, apasionada y casi exagerada de la afición barcelonista, los ochenta y tres mil espectadores presentes en las gradas del Camp Nou pasaron de uno de esos días de estado de expectación silenciosa a arder en combustión interna en apenas unos minutos.
En segunda posición, tras un buen partido contra el
Real Madrid, no hay nada que excite más al Camp Nou que un flamenco árbitro que llevarse a la boca. No es lo más edificante, pero es real. Los ocupantes de las venerables tribunas del estadio azulgrana lo demostraron estallando en un característico rugido cuando en el minuto 58
Javi Martínez era el quinto jugador rojiblanco que intervenía para detener un eslalon de
Messi. Fue en el área. Penalty. No fue pitado, pero la afición despertó. Pudo parecer que coincidió con la mejora del equipo, dominante pero sin peligro real ante
Iraizoz. Y lo fue en el tiempo, pero no por esa ruidosa razón.
Tras una primera parte en la que las posiciones de
Mascherano,
Busquets y
Pedro restaron ortodoxia a un equipo académico por excelencia, el Barcelona corría el riesgo de contagiarse del drama incipiente que se desataba encima de ellos y de su mejorado césped. Por todos es sabido que el equipo azulgrana gestiona mejor el fútbol en valor absoluto, con emoción pero sin electricidad ambiental, con ritmo pero sin urgencias. Sin embargo, cuando tienes la pelota en los pies ocho de cada diez minutos, es más difícil ponerte nervioso. Necesitas más precisión y frialdad que para presionar o despejar balones.
Guardiola, además de estimular a la grada con su faceta más gestual, -recordando a su etapa como jugador-, ya había intervenido de verdad unos minutos antes, retirando a Mascherano por
Maxwell. El argentino, jugador de talla internacional, conoce su oficio, sabe lo que es un mediocentro, es inteligente dentro y fuera de la cancha y su capacidad para interrumpir el juego debería ser interesante en un equipo de la vocación ofensiva del Barça. Pese a todo ello, necesitará algo más que un puñado de rondos para afianzarse. Hoy día, la distancia entre él y Busquets es sideral. El de Badía debiò ocuparse de su posiciòn de central y al mismo tiempo invadir el espacio del capitán argentino. Tuvo que multiplicarse como nunca. El cambio devolvió al equipo al esquema habitual y rompió a jugar.
Iniesta y
Messi, sin abrir la boca, sin un gesto, desataron la maquinaria azulgrana ante un rival agarrado al corazón de
Toquero y con
Llorente ya sin opciones de seguir aguantando pelotas y peleando con un titubeante
Piqué como en el primer tiempo. Al igual que en el partido copero, el Barça, con la conexión
Xavi-
Alves a pleno rendimiento obtuvo su premio con el segundo gol. Cuanto más se sufría en la grada, mejor jugaba el equipo. A la tragedia le sobraron incluso trece minutos. Interesante aprendizaje de cara a partidos venideros, el del
Arsenal sin ir más lejos, y necesaria reflexión, reiterada para que no se olvide, sobre la obligatoriedad para un grupo de tanto talento de convertir un absoluto dominio del balón en mínimos réditos en ambas porterías.
Foto: Pere Puntí en Mundo Deportivo
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