Marzo 2005.
José Mourinho, enfundado en un abrigo gris que años más tarde terminaría, convertido en pieza célebre y de culto, en el museo del club en las tripas de Stamford Bridge, espera en el tunel de vestuarios del estadio londinense, muy cerquita del césped. El Chelsea FC, que bajo su mando camina firme hacia su primer título de Liga en casi cincuenta años, se enfrenta al FC Barcelona en los octavos de final de la Champions League. El partido es de vuelta. En la ida en el Camp Nou, 2-1 y el portugués marchándose del coliseo azulgrana sin saludar a viejos conocidos como
Xavi que querían despedirse tras el choque ni dar la rueda de prensa tras el partido. ¿Motivo? Según Mourinho, presiones de
Rijkaard y
Ten Cate en el descanso sobre el árbitro
Frisk. La versión barcelonista, empujones e insultos sin mediar palabra de
Silvinho Louro, entrenador de porteros (seguro que el nombre ya les suena) al segundo de Rijkaard.
Good vibrations para el partido de vuelta en Londres. Sin embargo, habíamos dejado a Mourinho en la bocana de vestuarios. Allí sigue. Sale
Ángel Mur, masajista y una de las personas cuyo rostro saldrá en todos los libros de historia cuando se defina el término 'barcelonismo'. El saludo es afectuoso y cariñoso. Continúa desfilando gente hasta que finalmente aparece Rijkaard. El encuentro es frío pero correcto, las miradas de ambos apenas se cruzan un segundo, pero las manos se estrechan algo más. Cada uno a su banquillo.
Comienza el partido. En apenas veinte minutos, el Chelsea marca tres goles y destroza al Barça a la contra. Con el treinta por ciento de posesión de balón. Estupefactos, los azulgrana son incapaces de contener la salidas al espacio. Mourinho ha dispuesto a
Makelele por delante de los cuatro defensas, flanqueado por
Lampard y
Gudjohnsen. Por banda derecha asoma
Joe Cole, por izquierda
Duff y en punta
Kezman. A los siete minutos Xavi resbala al preparar un pase y en un puñado de segundos vertiginosos Lampard, Kezman y Gudjohnsen contruyen el primer gol. En el segundo tres jugadores del Chelsea esperaban libres un rechace de
Valdés y en el tercero mientras
Eto'o pide falta de
Terry,
Carvalho, Kezman y Cole necesitan únicamente tres toques para dejar a Duff ante el gol tras un minuto de posesión azulgrana.
El Barcelona, especialmente fallón en el medio campo, lo pone en bandeja.
Gerard López fracasa de manera notable como mediocentro y el ritmo es demasiado elevado para las faltas tácticas de
Deco. El Chelsea repliega pero muerde. En el cómputo global del partido, el Barça reacciona con gallardía. Chuta más a puerta, crea una obra de arte
como el gol de Ronaldinho con la puntera, tiene más posesión, tira más saques de esquina, es penalizado por algún error arbitral pero pierde 4-2 y es eliminado. Para el Chelsea, aún hoy, el partido es calificado como
The Greatest Game, comercializado en el dvd del centenario del club como el mejor partido de su historia.
Salven las evidentes diferencias individuales, imaginen un medio campo débil como el del Atlético el sábado y seguro que el escenario también les resulta familiar. Ese sistema de 4-3-3 (o 4-5-1), pero basado en la fortaleza en el medio campo y en esos centrocampistas de largo alcance,
los ''box to box', fue el ideal de Mourinho durante los tres exitosos años que pasó en Londres. En el
derby del Vicente Calderón, con ese Atlético que en la gloria de contar con
Agüero y
Forlán lleva la penitencia de jugar siempre, desde hace años, en inferioridad en zona ancha ante rivales de categoría, la opción del trío era casi obvia. Consiguió incluso que
Lass y
Khedira parecieran no ya los dinamiteros de Londres, sino casi
Gullit y Rijkaard de corto y con melenas y bigotes durante los primeros quince minutos de luego. En vez de justificarlo así, futbolísticamente, Mourinho decidió tras el partido zanjarlo con un
"Si no me das un día más para descansar te doy un pivote más”. Igual que liquidó con malas maneras el buen partido de
Granero y en general del colectivo en Santander.
Mourinho emboba cuando habla de fútbol, da gusto escucharle, pero no siempre quiere. En su primer año en Inglaterra, cuyo legado fueron los títulos y el partido ante el FCB que sustenta la idea de este post, el portugués criticó de manera inmisericorde a la FA (federación inglesa), a Sky Sports (tenedora de los derechos de tv y por supuesto principal aporte económico de todos los clubes de la Premier), a
Benítez, a
Wenger. Incluso a su ahora venerado
Ferguson. Otros acontecimientos que encuentran rápida comparación en la actualidad. Para la historia quedó por supuesto el final del 4-2, con Mourinho saltando en el medio campo tirando besos a los aficionados barcelonistas, el inefable Louro zarandeando a Rijkaard y los
stewards del estadio extralimitándose con Ronaldinho.
Su poder, su ascendencia, su dominio del escenario en aquellos días que llegaron a denominarse
The Blue Revolution en la zona noble de Londres marcaron una época. Ganar la Champions League en Oporto es un éxito rotundo, por no hablar del triplete con el Inter. Pero en Londres empezó todo. Los triunfos, la relevancia internacional, el premio a tantos años de trabajo y la recompensa ante afrentas como aquello del traductor de
Sir Bobby Robson. Ningún club mejor que el Real Madrid para continuar ese camino donde lo dejó en 2007. Desea replicar los triunfos y el control sobre todo. Quizá ya sepa lo que significa en términos futbolísticos la palabra 'entorno'. De nuevo el FC Barcelona es el rival. El resto corre a su favor. En breve, cuatro batallas contra los azulgrana. Una ya perdida en noviembre. No está Rijkaard, pero el
nuevo en el banquillo contrario tampoco desmerece. Ojalá disfrutemos en este mes de abril de la versión más futbolera de Mourinho, la que convierte un
trivote pesado y criticable en una magnífica idea que obtiene brillo y rendimiento hasta de sus peones más grises, en lugar del histrión quejumbroso y variable del que se disfraza demasiado a menudo. El sábado mandó callar a
Cristiano y le reprochó su lentitud mientras era sustituido. Antes se había desmarcado de la infamia del dopaje. Es un comienzo.
El trivote peligroso, por
Diego Torres en El País
Mourinho y los recursos útiles, por
Santiago Solari en El País