domingo, mayo 29, 2011

Una exhibición de dos décadas


Termina el partido. Mientras Sergio Busquets se queda con el último balón lanzado al aire por Van der Sar y Xavi se abraza con Messi, Alex Ferguson, rosa roja en la solapa, se acerca a Guardiola, que ya iba de camino, para felicitarle. El entrenador escocés había pasado los últimos veinte minutos sentado en el banquillo resignado, tristemente tranquilo, sabedor de que no había nada que hacer. Al dar la mano a Guardiola, Sir Alex golpea en la espalda a su colega y le hace un leve gesto ladeando la cabeza, cuya traducción al lenguaje oral se supo un poco más tarde en la rueda de prensa: "En todos mis años como técnico, nadie nos había dado un repaso como este".

Así fue. El Manchester United quiso comportarse como lo que es, el campeón inglés, tres veces finalista de Liga de Campeones en las últimas cuatro temporadas, constante presencia en las semifinales de la competiciòn europea en el último lustro. Ferguson no incluyó finalmente a Fletcher en el once inicial y además apostó por Chicharito en punta con Rooney por detrás y Giggs en el medio campo. Como en Roma, el inicio del equipo británico fue intimidador, agresivo, creando dudas en la defensa azulgrana, sin Puyol, y obligando a Valdés a intervenir. Pero igual que en 2009, duró diez minutos. Solo Park fue capaz de incomodar al torrente futbolístico que desataron Busquets, Xavi, Iniesta y Messi hasta el minuto 70 en el que Villa sentenció la final. Puede que el United se quedara a medias, sin apostar ni por la presión adelantada ni por el cerrojo defensivo. Pero desde que Guardiola hace tres años envió a Messi de la banda derecha hacia el todocampo, en muy pocas ocasiones un equipo rival en un partido clave ha logrado librarse de esa tormenta perfecta que es el fútbol del Barça.

El balón voló en el césped húmedo de Wembley. Para los que dudábamos sobre el estado de forma y la gestión de Guardiola de los últimos partidos del curso, el equipo se presentó en Londres en perfecta armonía. El de noviembre. Una sucesión de toques, a veces de lado a lado, a veces en apenas imperceptibles apoyos cercanos, casi en centímetros, pero que lograron su triple objetivo: crear peligro, defender con el balón y desesperar al rival. El guión fue el del Olímpico romano, la ejecución mejor, impecable, insultante, histórica. Messi ocupó cuarenta metros de espacio; cerca del área para acelerar y desequilibrar, flotando sobre la línea divisoria para tocar y dar ritmo al balón. En el segundo gol, los Tres, Xavi, Andrés, Leo. En línea, mirándose y pasándose el balón. Iniesta a Messi, arrancada, gol. Todo el mundo lo sabe, nadie es capaz de detenerlo. Park había regresado del vestuario tras el descanso con la idea de perseguir a Xavi. Lo intentó, pero le quedaron dos. Carrick solo pudo acompañar y a Ferdinand y Vidic, hundidos, derrotados, retrasados en el área sin remisión, solo les quedó contemplar el gol ante un mal colocado Van der Sar. Era el 2-1. A la magnífica definición de Pedro que inauguró el marcador tras un regalo de Xavi, imperial toda la noche, mal que bien pudieron responder. A este gol no. El United capituló convencido de su inferioridad.

El tan agradecido estilo del Barça necesita de buenos futbolistas, de un genio como Messi, pero también de una necesario implicación y de un enorme esfuerzo colectivo. Si no me creen, ahí tienen el (cercano) bienio negro 2006-2008 para recordarlo. La posesión, el pase, los triángulos, las asistencias...necesitan de solidaridad, de integración de un vestuario con solidez de cemento armado. Cuando Villa fulmina la final con su gol, el mejor jugador del mundo, más de cincuenta goles este año y todos los títulos individuales posibles se arrodilla, emocionado, con los brazos en alto. Sabe que se ha terminado, que lo ha bordado, pero que sin el resto de sus compañeros sería imposible. Guardiola reconoció al final que "la calidad humana de este vestuario es imprescindible, el que se sale está fuera del equipo", mientras dejaba caer la necesidad de que el club cuide y facilite a Messi todo lo necesario. Antes, Carles Puyol había atado el brazalete de capitán al brazo izquierdo de Abidal para que éste levantara la Cuarta en el palco de Wembley. Perfecta alegoría de la grandeza de un equipo inolvidable. Sí, el viaje continúa. Disfruten.

sábado, mayo 28, 2011

Previa FCB vs ManU: Decisión Final


La toma de decisiones que deben afrontar Pep Guardiola y Sir Alex Ferguson para esta noche excede de los parámetros habituales de la táctica. En el Barcelona no tendrá que ver con el estilo, pero sí con las emociones, ser capaces de controlar las que provocaría una posible titularidad de Abidal (que implicaría la suplencia de Mascherano pero al tiempo que Puyol no juegue tan limitado a pierna cambiada, sin presencia ofensiva y por tanto sin desahogo para Villa), tanto en el jugador como en los compañeros. Además, aunque la motivación se da por supuesta y descontada en una final europea, la mayoría de los titulares hace mínimo dos semanas que no compiten, algunos como Iniesta veintiún días, lo que garantiza frescura pero quizá resulte durante unos minutos extraño, acostumbrados todos al ritmo setenta y dos horas/partido y a la permanente tensión mental. La agresividad en la presión que acentúe las carencias del United para sacar el balón jugado será fundamental, y ésta se encuentra en las piernas pero sobre todo en la cabeza. El juego y el toque están asegurados.

Mientras tanto Ferguson masculla, tras una elegante rueda de prensa, los recuerdos de Roma 2009. Puede que no sea el mayor estratega del mundo (decía Cruyff tras las derrotas que si el sistema se ha comprobado que funciona, cuando se pierde quienes han fallado son los futbolistas), pero seguro que es consciente de los errores que cometieron aquel día. ¿De nuevo presión adelantada de inicio, esta vez con mejor suerte y recompensa del gol? ¿No desnudar el medio campo por querer empatar demasiado rápido, poblarlo por dentro y por fuera, y aceptar la posesión azulgrana sin reparo ni preocupación, con paciencia? Rooney reconocía ayer que si el Barça tiene "el setenta por ciento de posesión, pero la mayoría de ella en campo propio", no le parecía problema alguno. Tiene razón, pero si el United elige esa decisión, ceder espacio y balón como en tantas ocasiones, se meterá el agua en casa. Él lo notará más que nadie, aunque su adaptación a cualquier tipo de partido es fantástica. Trabajador y solidario, puede jugar en el medio, por bandas o ligeramente descolgado por el centro de campo, flotando entre los espacios (como Messi) y con capacidad para marcar o también de flitrar el pase definitivo ante un desmarque de los mediocampistas o ante uno de los imparables desmarques de, si juega, claro, Chicharito Hernández. Xavi hace unos meses ensalzó a Rooney en una entrevista en The Guardian, incluyéndole como un futbolista capaz de jugar con los conceptos del Barça. No es mal elogio. Con Nani seguramente en el banco, él será el peligro.

Barça y United buscan hoy su cuarta corona europea. Los dos ya ganaron una en Wembley. Su tamaño y su importancia en el fútbol actual son incluso mayores que lo que exhiben sus respectivas vitrinas. Para ninguno el resultado adverso sería un drama, poseen estructuras sólidas para asumir como parte del juego una derrota; la victoria supondría para ambos el título, la gloria consecuente y el reconocimiento efectivo del beneficio que aporta concebir lo que ocurre en el césped como el único motivo para competir.


Alineaciones probables

FC Barcelona: Valdés, Alvés, Piqué, Puyol, Abidal o Mascherano; Sergio, Xavi, Iniesta; Pedro, Villa, Messi.
 Manchester United FC: Van der Sar, Da Silva, Ferdinand, Vidic, Evra; Carrick, Fletcher, Park, Valencia, Giggs o Chicharito, Rooney.  


'Todos los caminos salen de Roma', por Ricard Torquemada en El País.
'La final de los insaciables', por Axel Torres en Marca.
'El monarca del tiempo', por Martí Perarnau en Sport.



 

¿Cuánto cuesta la final de la Champions League?



Fuente: TicketBis.com



jueves, mayo 26, 2011

Barça: el viaje continúa



La primera fue hace exactamente 19 años. El Barça de Cruyff acudía a Wembley 92 con un título de Liga bien ganado la temporada anterior, el primero en seis años, pero con pocas opciones para revalidarlo. El Real Madrid era el líder y el presidente  José Luis Núñez había anunciado entre lágrimas que se marchaba del club pocos días antes de la final. Puro entorno barcelonista.

Sin embargo, también surgían detalles, hechos empeñados en superar el tradicional fatalismo culé en las grandes citas con la Copa de Europa. El gol de Bakero en Kaiserlautern, la confianza de un joven Guardiola y de Zubizarreta discutiendo el día anterior sobre el número de los escalones a subir para alcanzar la pasarela del palco de Wembley. El disparo de Koeman no proporcionó únicamente el deseado título continental; tras él, tres victorias apabullantes ante Valladolid, Espanyol y Ahtletic, con el Madrid finalmente abatido más por el juego que por los propios resultados, y la segunda Liga consecutiva. Vendrían dos más. El Barça ya tenía exámenes aprobados, pero durante aquellos días  presentó al mundo su brillante doctorado.

La segunda gran noche se demoró catorce años. Casi tres lustros de intentos infructuosos, con episodios como el CSKA Moscú, Atenas, las semifinales contra Valencia o Real Madrid, el gol de Zalayeta. París 2006. El grupo de Rijkaard, ya ensamblado tras tres cursos de proyecto en común, con Ronaldinho al mando y con terribles batallas superadas ante Chelsea y Milan. Aquel equipo ya era también el de Xavi, Iniesta y Messi, pero por distintos motivos ninguno de los tres fue titular. Edmilson, Deco y Van Bommel formaron el mediocampo inicial. Valdés conteniendo a Henry, el propio Andrés toda la segunda mitad, Larsson, Eto'o, el pie derecho de Belletti y acto seguido sus manos cubriendo la cara de lágrimas, emoción y lluvia. Puyol levantando la Copa.

No hubo que esperar tanto para la tercera cita. Dos años perdidos en el dolce fa niente, regenerados de golpe por la ilusión contagiosa del niño recogepelotas, del antiguo '4' del Barcelona Atlétic, del chaval casi imprudente que saltó a Wembley con una camiseta naranja y el número 10 a la espalda y llevó durante años el brazalete de capitá, ahora debutante en el banquillo pero ya con Liga y Copa en la mochila. Roma 2009. Durante bastantes minutos el Barça estuvo derrotado en Stamford Bridge, incapaz de empatar el gol de Essien, impotente siquiera para chutar a puerta. Un centro perdido de Alves, un mal control, Iniesta, el éxtasis. Samuel Eto'o ya no continuaría, pero culminó su última temporada como azulgrana abriendo el marcador (otra vez) cuando Cristiano Ronaldo y el Manchester United asustaban a un Barça aún aturdido por los gritos de Gladiator. Ni Alves ni Abidal pudieron jugar. Yayá Touré otro partido sacrificando su potencial como central. Iniesta y Henry entre algodones. De nuevo limitaciones, pero esta vez Messi y Xavi no iban a esperar ni a perdérselo. La Tercera y el Triplete. El eco de la gloria romana llegó meses más tarde al nuevo Oriente, a Abu Dabi, al llanto feliz de ganarlo todo con una voz propia, al final del primer recorrido por el circulo virtuoso.

El sábado el nuevo Wembley recibirá a un Barça moderno, orgulloso y desacomplejado. Hace tiempo que no tiene nada que demostrar. Los discursos ya no se improvisan. Compite como si no hubiera mañana, pero no impulsado por deudas históricas ni cuentas pendientes. El prestigio y la victoria como consecuencia, no como único fin. La promesa cumplida tras la ceniza hacia Madrid el año pasado. Lo mejor de una Final es saber que posiblemente no será la última.

Vídeo de Willy Peters, Barca TV

miércoles, mayo 25, 2011

Valdano no es el elegido


No ha pasado ni un año. El pasado 31 de mayo de 2010 el Real Madrid, representado por su Director General, Jorge Valdano, oficializaba ante los medios informativos el secreto peor guardado del mundo: el fichaje de José Mourinho como entrenador del primer equipo. Otro debutante, el recién elegido presidente del FC Barcelona, Sandro Rosell, describía el hecho con un ingenuo y simpático "Dará más ambiente a la Liga";  hoy, a petición, soterrada pero también a voces, del entrenador portugués, Florentino Pérez y su Directiva han puesto de patitas en la calle al primer ejecutivo del club. El deseo del preparador deportivo por encima de la importancia del cargo del director general. No sorprende, pero sí resultaría una decisión como mínimo imprudente en cualquier empresa seria.

Tras la pasada temporada, Valdano quería que Manuel Pellegrini continuara en el banquillo. El equipo había fracasado en la Copa del Rey y en la Champions League, cierto, pero los 96 puntos, los 102 goles y la disputa del torneo liguero al FC Barcelona hasta el último partido eran buenos argumentos para la continuidad del chileno. Florentino no quiso. Quizá descontento con el perfil moderado de Pellegrini y molesto por las tempranas quejas al respecto de los traspasos de Sneijder y Robben, quedó sentenciado desde el principio. El populismo victorioso de Mourinho, la batalla y victoria del Inter frente al Barça, la histriónica celebración entre los aspersores del Camp Nou y el título europeo en el propio estadio Bernabéu hicieron el resto. Siempre me preguntaré si Mourinho siquiera tuvo que molestarse en presentar a la cúpula madridista un dossier similar al que elaboró para Marc Ingla y Ferrán Soriano en 2008 cuando pensaron en él como sustituto de Rijkaard. Creo que no le hizo ni falta.

Jorge Valdano, sentado al lado de Mourinho aquel día de mayo en la sala de prensa del estadio, diciendo que el Madrid necesitaba un técnico que absorbiera toda la presión y tuviera liderazgo, en desafortunada y supongo que involuntaria mención al anterior ocupante del banquillo, comenzó a firmar su rendición intelectual:  "Es un honor tenerlo entre nosotros. La expectación confirma la importancia de Mourinho en el panorama futbolístico actual. Yo hablé de Mourinho en términos agresivos en varios artículos de prensa y él me contestó igual. Entonces no sabíamos que el tiempo nos uniría en el futuro. Hemos aclarado esos desencuentros, lo aclaramos rápidamente y no quedó ningún resquemor". Un rápido repaso a las hemerotecas serviría para encontrar esos 'términos agresivos' que evidenciaban un tremendo abismo entre las dos personalidades, seguramente no solo en lo referente a la concepción del fútbol.


Pero al tiempo, es evidente que Valdano se comportó correctamente desde aquel día inicial de la presentación, igual que tras el empate en Almería, o tras el incendio arbitral de Mourinho y la hoja de los trece errores,o  con las quejas previas al fichaje de Adebayor, o tras ser apartado de la expedición del primer equipo en los viajes, o cuando un individuo desconocido recién autonombrado como portavoz del entrenador, Eladio Paramés, le enmendaba la plana públicamente. La lista es casi interminable. Todo ello iba en el cargo, como la exquisita representación tras cada partido ante la magnífica periodista Mónica Marchante.

Le honra su contención durante todo el curso: "Yo no he convertido al Real Madrid en un campo de batalla; fui más director general que Jorge Valdano y  mi lealtad duró hasta el último día". Elegante al considerar oportuna la continuidad del entrenador. Sincero reconociendo que pidió un diálogo a tres para solucionar los problemas, situación que no fue posible. Sin embargo, toda la educación y la imprescindible mesura necesaria en una posición como la suya no debería justificar la sumisión de Valdano y su consentimiento obligado durante todo el año. Lo mismo para su sueldo, importantísimo y magnífica anestesia, pero, imagino, no un cheque en blanco para su dignidad profesional. ¿Pensaba que Mourinho iba a cambiar? Ya el primer dia lo dejó meridianamente claro.

Valdano no ha querido dimitir, respetable decisión, pero ni así ha podido continuar en el club ni ser valorado por el presidente, que en el pasado mes de diciembre decía: "Valdano es quien mejor representa la imagen de nuestro club". Hoy, su cargo es una "disfunción" con  '"demasiadas responsabilidades deportivas" que debe ser eliminado dentro de una "necesaria reorganización que dé más autonomía al entrenador, más propia del fútbol inglés". Director General y Adjunto a la Presidencia, esos eran los cargos de Valdano hasta la fecha, definición de los cuales resaltó en su última entrevista larga en El Larguero de la Cadena Ser, desmarcándose ligeramente de las decisiones deportivas inmediatas. No era el bedel del vestuario. Se marcha despedido por la presión de un entrenador que lleva una temporada en el equipo, con una buena indemnización pero con una notable pérdida de imagen pese a su talento para expresarse ante los medios como acaba de demostrar.

Mourinho recibe, a cambio, todo el poder deportivo y mediático del club. Es el designado portavoz mientras lleva un mes sin responder a la prensa y realizando balances de una temporada en un párrafo de un comunicado web. Es su gran victoria del año. La que más deseaba. Eso sí, si Florentino cree que está construyendo una estructura sólida y duradera, al estilo Ferguson o Wenger, es que no ha aprendido nada.

'Poder absoluto', por Diego Torres en El País
'LQDM, lo que diga Mou', por Orfeo Suárez en El Mundo

Foto: Luis Sevillano

miércoles, mayo 11, 2011

Barça Tricampeón: Brothers in arms

El evidente desequilibro en presupuestos, ingresos televisivos y competitividad de la Liga española de fútbol no puede restar un ápice del mérito que supone conseguirla. La Liga, como el campeonato de toda la vida, se sigue ganando (y perdiendo) en Pamplona, Gijón o Almería. Tres conquistas consecutivas, logradas hoy por el FC Barcelona, siempre rondando o superando los noventa puntos y los cien goles, denotan muchas virtudes, toneladas de ambición y al tiempo no dar nunca una victoria como descontada de antemano.

Para Puyol, Valdés, Iniesta y Messi es su quinto título. Xavi añade el de 1998 cuando debutaba de la mano de Louis Van Gaal. Todos ellos conocen como testigos privilegiados el éxito y el desierto, el vino y las rosas de la gloria y el silencio de un vestuario derrotado. La llegada de Guardiola, con su título y ascenso de Segunda B bajo el brazo como sugestión para un equipo que penaba dos años en blanco, supuso el refuerzo de lo que habían aprendido en las categorías inferiores, la depuración de elementos discordantes y la apuesta definitiva por completar con jugadores de casa aquellas posiciones difíciles de fichar.

Ganar en el fútbol va unido indefectiblemente a dos compañeros de viaje: la admiración y la envidia. El Barça ha sido reconocido por su estilo y por sus maneras, por espectaculares rachas de fútbol y por partidos memorables. Por su modesta pero innegable contribución a la historia de este deporte. Una Liga que tiene dos más detrás, enlazadas, no debe valorarse individualmente. Sí, casi cuarenta partidos han de convertirla en la competición más importante. El contexto es amplio, es solo la segunda vez que ocurre en la centenaria historia del club (tras el periodo 1990-1994). En el deporte estadounidense se habla de dinastía. Pero al tiempo, es un equipo que ha intentado ser derrotado en el campo y fuera de él. Lo primero es lícito y sano, no más faltaría; lo segundo, y hoy no es el día para detenerse en ello, es mezquino y antideportivo, sobre todo en bocas, plumas, pies y micrófonos de muchos que viven, precisamente, de esto.

El FC Barcelona, sin embargo, progresa desde el fútbol. Ni lo han inventado ellos, ni es la única manera posible, ni se trata de evangelizar al mundo o de convertir aficionados en fieles. Pero todo lo bueno y malo que le sucede al equipo, incluso a la institución, desde hace años, depende del balón. Incluso con personalidades excesivas como Laporta. Los grandes triunfos y las derrotas. La eliminación en Sevilla en la Copa del Rey 2009-2010 tras una discutible alineación en la ida y una ínsuficiente exhibición futbolística en la vuelta. La pérdida del pase al Bernabéu en mayo pasado por la incapacidad de ver la luz en el catenaccio impenetrable del Inter. La reciente derrota en Valencia tras 45' deliciosos y la consiguiente frustración tras no encontrar el gol. El éxito y la pérdida, el ataque y la defensa, siempre como consecuencia del trayecto de una pelota entre dos futbolistas.

Xavi, Valdés, Piqué. Aparte de Guardiola, quizá ellos tres aglutinan el espíritu culé mejor que nadie. Orgullosos de su casa, rozando la soberbia en alguna ocasión, pero conscientes de una manera propia de entender el juego, henchidos de barcelonismo, a flor de piel más que nunca esta temporada cuando las circunstancias endurecieron el camino. El primero, el más veterano, allí desde el principio, buen conocedor de lo ocurrido cuando el vestuario se alejó de la idea original y de la cultura del esfuerzo. El segundo, arrastrando la dureza del deporte profesional, sabiendo lo que cuesta llegar como para dejarlo escapar, cemento para el conjunto, oxígeno cuando una cobertura no es lo suficientemente rápida. El tercero, un estímulo general de casi dos metros. El revitalizador, el máximo exponente de toda una generación de barcelonistas que no recuerdan no ganar.

Messi, Iniesta, Puyol, Alves, Busquets, Pedro, Mascherano, Keita. Imposible sin ellos. Pero el éxito de la banda trasciende lo deportivo. Es un grupo humano fantástico; tópico del fútbol, realidad honesta en este caso. Muchos de nuestros protagonistas ya dormian juntos hace diez años, en La Masía. Con su talento, bien dirigidos y hacia la misma dirección, la mezcla es explosiva. Resultaba inspirador, casi poético, ver a un depredador como Messi el pasado sábado ante el Espanyol buscar a Villa u a otro compañero en busca del gol, en presunta lucha por el trofeo del máximo goleador (dieciocho asistencias en el curso). No hace tanto que veíamos la obsesión con el tema de Samuel Eto'o, grande en el esfuerzo pero menos dado a la solidaridad colectiva. El apoyo a Abidal, ganado a pulso por el defensa francés por su compromiso e integración, es sencillo tratándose de una enfermedad en un deportista joven, pero al tiempo sorprende que alcance a los propios médicos. En general, el esfuerzo común en una temporada post Mundial, con pretemporada casi en septiembre y las dificultades propias de una plantilla corta, el sacrificio al que obliga semejante rendimiento es implanteable sin un núcleo de futbolistas empeñados en un objetivo. La mente siempre por delante de las piernas.

Todos ellos son los verdaderos subordinados de Guardiola. Un equipo que globaliza una idea, no a sus miembros. Un equipo que ataca aun cuando ya le favorece el resultado. Un equipo para el que ganar es una consecuencia, no un fin en sí mismo. Un equipo con discurso en un mundo de mítines y propaganda.

'Esta Liga es el gran éxito del Barça', Miguel Rico en Mundo Deportivo
'La Ítaca blaugrana', por Martí Perarnau

viernes, mayo 06, 2011

Elogio de la derrota


Una victoria breve, un día de gloria, los diez minutos de éxito que concedía Andy Warhol a todo hijo de vecino. También un título, el reconocimiento a una temporada (o a dos, o a tres), el triunfo que permite pasar a la historia y a las hemerotecas. Ganar es adictivo, cómodo, estimulante, feliz, sencillo.

Todos, absolutamente todos quieren ganar. El resultado es lo más importante, hasta para los desvelados por la estética. Alcanzar el éxito es relativamente fácil. Las maneras de llegar a él, diversas. Pero el deporte, el fútbol en este caso, también merece ser visitado por las ideas, aunque solo sea de vez en cuando. La manera de alcanzar la victoria importa, hace que el viaje sea divertido y no un ejercicio gris de monotonía y ausencia de expectativas, ayuda a estar nueve meses pendiente de la tv y contando los días para ir al estadio.

Sin embargo, existe un espacio propio y otro que ocupan los rivales. Solo hay una pelota, no se puede ganar siempre. Una obviedad de tal calibre a veces no es asumida con la normalidad que debería. Perder duele. Es solo deporte, fútbol, un juego, el espíritu olímpico, bla bla bla. Ya lo sabemos. Pero cualquier aficionado fiel estaría de acuerdo con Shankly. La frustración de la derrota, sobre todo en aquellos días en que se atisba la tierra prometida del trofeo, sobre todo cuando se ha competido bien y las opciones de victoria han sido casi las mismas, priva a menudo del raciocinio más básico.

La manera de aceptar el revés caracteriza de manera definitiva al que lo sufre. Se atribuye a Napoléon Bonaparte la frase "Una derrota contada con todo tipo de detalles es indistinguible de una victoria". Se presupone un mínimo de sensibilidad, es claro. Pero perder puede ser también un gran aprendizaje. Deportivo, táctico para la próxima contienda; al tiempo, moral para ponerse en la piel del que fue derrotado tres días, una semana o cinco años antes. Los penalties de Sevilla, el Steaua, Desailly sobre Zubizarreta, Amavisca & Zamorano, Caminero y Nadal, Zidane ante Bonano, Tamudo, el pasillo del Bernabéu. Todo forma parte del recorrido. La rabia de la derrota es ventajista. Nos arrastra en caliente a culpar de ella al vecino, al árbitro, al del carrito de los helados que pasaba por allí o ya, en un estado extremo y vergonzante, a ese nuevo demonio llamado UNICEF.

No aceptar una derrota confunde: anula la victoria ajena, lo que no tiene compensación, pero no anula la propia derrota. Resignación, derecho al pataleo, son otros estadios lícitos y frecuentes al perder un título importante. No es obligatorio el heroísmo, ni la admiración siquiera del adversario. Tampoco el quijotismo ni la falsa modestia. Pero sí debería estar al alcance de cualquiera el respeto por el contrario, la contención en el juicio, la asunción de que el orgulloso sentimiento propio también lo tiene el rival y el buen gusto para no despreciar al enemigo, por íntimo que sea. El fraude no es perder una competición deportiva, es creer que se puede ganar de cualquier manera.

'No todo vale',  por José Mendoza en Sportyou

miércoles, mayo 04, 2011

Intenciones y consecuencias


Cuatro partidos, tres competiciones distintas, casi veinte días de ruido mediático y toneladas de basura institucional, para estos marcadores: 1-1, 0-1, 0-2, 1-1. Muchos minutos, emociones, matices tácticos, errores y aciertos como para juzgar tan complejo proceso, trascendente al deporte, solo con la variable del silbato.

El último acto, el partido que conducía a Wembley, quedó presentado en primerísimo plano. El Madrid, con prácticamente la misma alineación (Carvalho y Di María por Pepe y Ramos) con la que mejor jugó en el Camp Nou en los últimos años (finales de 2009, con Pellegrini, 1-0), aceptó la pelea más a campo abierto que en los precedentes. Cierto que el resultado de la ida le obligaba, pero el premio de intentarlo, el rendimiento reciente de Kaká e Higuaín en San Mamés y Valencia y la imposibilidad de conceder a Pepe la toma de decisiones por su sanción le condujo a una estimulante puesta en escena.

Sin embargo, le faltó convicción. En ataque, Cristiano Ronaldo, empeñado en hacer la guerra por su cuenta, no ayudaba a la entrada en ritmo de partido de sus citados compañeros de vanguardia. Atrás, cada vez más dividido entre los de arriba y los seis de atrás. No como el día del 5-0 pero sí con demasiada distancia entre líneas. Posiblemente con esa cantinela recurrente de que no le puede jugar de tú a tú a este Barça. Quizá sea verdad, quizá nadie pueda, pero lo que sí debería ser factible es mantener unas mínimas crendenciales que te caractericen como equipo, dadas la grandeza, historial y presupuesto. El Manchester United, por ejemplo, lleva dos décadas jugando de manera vertiginosa y dominante en Old Trafford, a la contra fuera de casa. Con mejores o peores jugadores según la época, pero siempre reconocible.
El Barça fue paciente. Sabe que no está fino, que los rondos de otros días no salen tan fluídos y que los giros de Iniesta y las transiciones de Messi eran más rápidas y efectivas. El paso de los minutos inclinó el campo hacia Casillas y el descanso llegó con alivio para el Madrid y confianza azulgrana. 0-0, marcador de los cuatro duelos tras los primeros 45', por cierto.

Una falta de Piqué a Cristiano que terminó con Mascherano tropezado por el suelo e Higuaín quedándose con las ganas de marcar desató la segunda mitad (a Karanka debieron contársela mal porque habló de choque entre dos jugadores azulgrana y la jugada se protestó más en vestuarios que en el campo). El Barça, más reconocible que nunca en diez minutos. Enésimo balón que Valdés se niega a rifar (en la ida tocó más balones que cualquier jugador del Madrid, hoy los mismos que Kaká) y logra combinar con Alves eliminando medio equipo blanco. Iniesta reparte un caramelo que Pedro convierte en gol. Al rato, otra intentona de salir jugando pero esta vez Di María adivina el pase y la cosa termina en gol de Marcelo tras el palo. Fueron los dos únicos tiros a puerta del Madrid, que sin embargo por momentos amenazó el resultado. Quizá fue más intención que fuego real, pero seguro que su gente lo agradeció tras demasiados reparos defensivos durante toda la serie. El Camp Nou notó la presencia de su rival, pese a la obsesión arbitral. Treinta faltas le pitaron al Madrid, once sobre Messi. Seguro que alguna no fue, como otras no se pitaron. Excesivas en cualquier caso, como la permisibilidad de la que disfrutraron Carvalho o Adebayor.

Las intenciones dan comienzo al juego, ponen las cartas sobre la mesa. El Barcelona recibió ese gol por jugar la pelota, igual que el sábado en Anoeta. Pero el saldo es insultantemente positivo. Se agarró de manera desesperada a esa idea y a la solidaridad de sus defensas, que sumaron balones pulgada a pulgada: Alves contenido y más atento, Piqué imperial en los cortes y en la salida, Mascherano y su escaso metro setenta de altura...y Puyol. Mención aparte y obligada. Tres meses sin jugar, media docena de entrenamientos con el grupo, claramente sin ritmo de juego, lateral izquierdo...aún así, ofreció otra demostración de lo que es un capitán y siempre acudió al rescate de sus tres compañeros de zaga. Esa coordinación le faltó al Madrid. La logrará con el tiempo.

Intenciones, de nuevo. La inteligencia y destreza para manejarlas es el primer factor, pero a veces el azar decide las jugadas ganadoras o las manos mediocres. Sin embargo, presuponer que en el reparto tras barajar te va a tocar justo el naipe que necesitas para enlazar la estrategia vencedora se llama ficción. Salvo que tengas las cartas marcadas. Un futbolero de categoría e ideas propias como Xabi Alonso dando pábulo a los 0-0 de laboratorio de su entrenador, como si los resultados pudieran asegurarse. Casillas, ejemplar siempre, que habló de robo y no dejó de tocarse la cara durante el partido, ha comprobado en primera persona y mejor que nadie durante estos cuatro enfrentamientos que el FCB, muy lejos de su tope, es algo más que un equipo fraudulento. Él tiene media Copa del Rey en sus manos. Cristiano Ronaldo, que pidió se le den los títulos al club azulgrana sin jugar, debería reflexionar por qué con las mismas o incluso más condiciones que Messi tiene una influencia infinitamente menor que su rival argentino. En general, ni autocrítica ni un mísero reconocimiento al rival. El Madrid tiene base para seguir construyendo de cara al año que viene, de ellos dependerá sobre qué cimientos, si futbolísticos o conspiranoides. El primer camino es duro pero reconforta. El segundo, más fácil, porque evita tener que pensar. Si crees en una confabulación, siempre encontrarás argumentos, vale casi cualquiera.

Hoy no ganó el fútbol, ni la poesía, ni los buenos, ni los valores excluyentes de nadie, ni el ejército del bien frente a las serpientes del mal. Ganó el Barça, simplemente. Sumó más intenciones y más aciertos. No por mucho. Cuatro semifinales seguidas, cinco en seis años, tres finales, eso sí. Histórico presente, la perspectiva del tiempo le dará aún más valor. Pero el desesperante viaje de los dieciocho días también le deja secuelas. Ha perdido juego y brillantez, lastrado por las lesiones, la pretemporada postmundial y la tensión. El Madrid en Valencia fue muy duro, violento con las acciones de Pepe y Arbeloa, intimidador. Pero eso no da carta blanca al teatro. Busquets, Alves y Mascherano deben parar, la etiqueta de sospechoso habitual les ronda muy de cerca. Todos, con el admirable Abidal, celebraron el triunfo en el césped, de manera eufórica y emocionante. No es un título, aún, pero el trayecto ha sido durísimo. Por ello, para próxima ocasión, para valorarlo igual, para que la humidad sea real y no impostada, para aprender de la frustración de la derrota, respeto cuando toque al festejo del rival, aunque no te guste y te señalen con el dedo índice. El agua, de lluvia, no de aspersores. También en Wembley.
 
Copyright 2009 ADN Fútbol. Powered by Blogger Blogger Templates create by Deluxe Templates. WP by Masterplan