Cuatro partidos, tres competiciones distintas, casi veinte días de ruido mediático y toneladas de basura institucional, para estos marcadores: 1-1, 0-1, 0-2, 1-1. Muchos minutos, emociones, matices tácticos, errores y aciertos como para juzgar tan complejo proceso, trascendente al deporte, solo con la variable del silbato.
El último acto, el partido que conducía a
Wembley, quedó presentado en primerísimo plano. El Madrid, con prácticamente la misma alineación (
Carvalho y
Di María por
Pepe y
Ramos) con la que mejor jugó en el Camp Nou en los últimos años (finales de 2009, con
Pellegrini, 1-0), aceptó la pelea más a campo abierto que en los precedentes. Cierto que el resultado de la ida le obligaba, pero el premio de intentarlo, el rendimiento reciente de
Kaká e
Higuaín en San Mamés y Valencia y la imposibilidad de conceder a
Pepe la toma de decisiones por su sanción le condujo a una estimulante puesta en escena.
Sin embargo, le faltó convicción. En ataque,
Cristiano Ronaldo, empeñado en hacer la guerra por su cuenta, no ayudaba a la entrada en ritmo de partido de sus citados compañeros de vanguardia. Atrás, cada vez más dividido entre los de arriba y los seis de atrás. No como el día del 5-0 pero sí con demasiada distancia entre líneas. Posiblemente con esa cantinela recurrente de que no le puede jugar
de tú a tú a este Barça. Quizá sea verdad, quizá nadie pueda, pero lo que sí debería ser factible es mantener unas mínimas crendenciales que te caractericen como equipo, dadas la grandeza, historial y presupuesto. El
Manchester United, por ejemplo, lleva dos décadas jugando de manera vertiginosa y dominante en Old Trafford, a la contra fuera de casa. Con mejores o peores jugadores según la época, pero siempre reconocible.
El Barça fue paciente. Sabe que no está fino, que los rondos de otros días no salen tan fluídos y que los giros de
Iniesta y las transiciones de
Messi eran más rápidas y efectivas. El paso de los minutos inclinó el campo hacia
Casillas y el descanso llegó con alivio para el Madrid y confianza azulgrana. 0-0, marcador de los cuatro duelos tras los primeros 45', por cierto.
Una falta de
Piqué a Cristiano que terminó con
Mascherano tropezado por el suelo e Higuaín quedándose con las ganas de marcar desató la segunda mitad (a
Karanka debieron contársela mal porque habló de choque entre dos jugadores azulgrana y la jugada se protestó más en vestuarios que en el campo). El Barça, más reconocible que nunca en diez minutos. Enésimo balón que
Valdés se niega a rifar (en la ida tocó más balones que cualquier jugador del Madrid, hoy los mismos que Kaká) y logra combinar con
Alves eliminando medio equipo blanco.
Iniesta reparte un caramelo que
Pedro convierte en gol. Al rato, otra intentona de salir jugando pero esta vez Di María adivina el pase y la cosa termina en gol de
Marcelo tras el palo. Fueron los dos únicos tiros a puerta del Madrid, que sin embargo por momentos amenazó el resultado. Quizá fue más intención que fuego real, pero seguro que su gente lo agradeció tras demasiados reparos defensivos durante toda la serie. El Camp Nou notó la presencia de su rival, pese a la obsesión arbitral. Treinta faltas le pitaron al Madrid, once sobre Messi. Seguro que alguna no fue, como otras no se pitaron. Excesivas en cualquier caso, como la permisibilidad de la que disfrutraron Carvalho o
Adebayor.
Las intenciones dan comienzo al juego, ponen las cartas sobre la mesa. El Barcelona recibió ese gol por jugar la pelota, igual que el sábado en Anoeta. Pero el saldo es insultantemente positivo. Se agarró de manera desesperada a esa idea y a la solidaridad de sus defensas, que sumaron balones pulgada a pulgada: Alves contenido y más atento, Piqué imperial en los cortes y en la salida, Mascherano y su escaso metro setenta de altura...y
Puyol. Mención aparte y obligada. Tres meses sin jugar, media docena de entrenamientos con el grupo, claramente sin ritmo de juego, lateral izquierdo...aún así, ofreció otra demostración de lo que es un capitán y siempre acudió al rescate de sus tres compañeros de zaga. Esa coordinación le faltó al Madrid. La logrará con el tiempo.
Intenciones, de nuevo. La inteligencia y destreza para manejarlas es el primer factor, pero a veces el azar decide las jugadas ganadoras o las manos mediocres. Sin embargo, presuponer que en el reparto tras barajar te va a tocar justo el naipe que necesitas para enlazar la estrategia vencedora se llama ficción. Salvo que tengas las cartas marcadas. Un futbolero de categoría e ideas propias como
Xabi Alonso dando pábulo a los 0-0 de laboratorio de su entrenador, como si los resultados pudieran asegurarse.
Casillas, ejemplar siempre, que habló de robo y no dejó de tocarse la cara durante el partido, ha comprobado en primera persona y mejor que nadie durante estos cuatro enfrentamientos que el FCB, muy lejos de su tope, es algo más que un equipo fraudulento. Él tiene media Copa del Rey en sus manos. Cristiano Ronaldo, que pidió se le den los títulos al club azulgrana sin jugar, debería reflexionar por qué con las mismas o incluso más condiciones que Messi tiene una influencia infinitamente menor que su rival argentino. En general, ni autocrítica ni un mísero reconocimiento al rival. El Madrid tiene base para seguir construyendo de cara al año que viene, de ellos dependerá sobre qué cimientos, si futbolísticos o conspiranoides. El primer camino es duro pero reconforta. El segundo, más fácil, porque evita tener que pensar. Si crees en una confabulación, siempre encontrarás argumentos, vale casi cualquiera.
Hoy no ganó el fútbol, ni la poesía, ni los buenos, ni los valores excluyentes de nadie, ni el ejército del bien frente a las serpientes del mal. Ganó el Barça, simplemente. Sumó más intenciones y más aciertos. No por mucho. Cuatro semifinales seguidas, cinco en seis años, tres finales, eso sí. Histórico presente, la perspectiva del tiempo le dará aún más valor. Pero el desesperante
viaje de los dieciocho días también le deja secuelas. Ha perdido juego y brillantez, lastrado por las lesiones, la pretemporada
postmundial y la tensión. El Madrid en Valencia fue muy duro, violento con las acciones de Pepe y
Arbeloa, intimidador. Pero eso no da carta blanca al teatro.
Busquets, Alves y Mascherano deben parar, la etiqueta de sospechoso habitual les ronda muy de cerca. Todos, con el admirable
Abidal, celebraron el triunfo en el césped, de manera eufórica y emocionante. No es un título, aún, pero el trayecto ha sido durísimo. Por ello, para próxima ocasión, para valorarlo igual, para que la humidad sea real y no impostada, para aprender de la frustración de la derrota, respeto cuando toque al festejo del rival, aunque no te guste y te señalen con el dedo índice. El agua, de lluvia, no de aspersores. También en
Wembley.