Es muy posible que, para cualquier entrenador de fútbol,
encajar la peor derrota de su carrera a los 69 años resultaría
prácticamente un privilegio. Sobre todo, porque significa estar en
activo y en el banquillo más allá de la oficial edad de jubilación.
Pero en el caso de Sir Alex Ferguson los parámetros de evaluación habituales no sirven. A punto de cumplir el cuarto de siglo en el cargo,
el escocés las ha visto de todos los colores. Inicios difíciles con un
equipo alejado de la élite y futbolistas que rendían más en los ‘pubs’
que en el césped, recuperación y comienzo de cosecha de un título tras
otro en la década de los 90, con el treble de 1999 incluído, flirteo con la dimisión en 2001 y de nuevo estabilidad competitiva durante la última década.
Ferguson ha sobrevido al auge y caída de genios como Eric Cantona, de leyendas como Bryan Robson o Roy Keane, traspasos impactantes como Verón o Cristiano Ronaldo y al declive de una de su mejor obra: la generación de los ‘Fergie Babes’. Los hermanos Neville, Beckham, Paul Scholes recién retirado y Ryan Giggs aún aportando su calidad humana y futbolística disfrando de normalidad absoluta su condición de mito.
Grandes triunfos europeos con dolorosas derrotas que evitaron algunos
más, como aquella eliminatoria contra el Bayer Leverkusen en 2002.
Momentos afortunados como la remontada en el Camp Nou y el resbalón de John Terry en Moscú, espinas clavadas como el gol de Costinha en Old Trafford ante el Porto de Mourinho en
2004. Batallas domésticas con el Arsenal de los Invencibles y el
Chelsea del propio Mourinho. Incluso, la reciente final de Wembley, cediendo definitivamente el testigo del liderazgo futbolístico europeo al FC Barcelona pero al tiempo sin perder ni un gramo de grandeza y de honor, también en la derrota.
Sin embargo, lo ocurrido el pasado domingo frente al Manchester City obliga a la reflexión. Muy pocas veces se ven las gradas del Teatro de los Sueños a medio llenar con el partido aún por terminar. Yo no recuerdo ninguna, y eso ocurrió mientras Silva terminaba su festín. “Es
el peor día de mi vida. Con 1-4 debimos decir basta y dejar de
atacar,pero no lo hicimos. Ahora hay mucha vergüenza en el vestuario.
Esta es la peor derrota de mi carrera, de mi historia. No creo que jamás
haya perdido un encuentro por 1-6, ni siquiera cuando era jugador…Así
que esto también es un reto para mí”.
Insisto en recordar la obligada perspectiva, necesaria para valorar
semejantes palabras en alguien con tal currículo. Influenciado o no por
Wembley, Ferguson ha rejuvenido este año el equipo. De Gea en la puerta, Jones en defensa junto con la solidez y experiencia de Vidic, Ferdinand y Evra. El medio campo cuenta con extremos de la categoría de Nani y Young. Rooney complementando la pólvora deChicharito más la irrupción de Welbeck. El joven Cleverley está
llamado a ocupar la posición más débil del equipo, el medio centro,
pero hasta ahí parece haber acertado Ferguson (gran rendimiento del
jugador hasta que se rompió un pie hace unas cuantas semanas, regresó
ayer en partido de Carling Cup).
El trabajo para el futuro quedaba realizado este verano. Y en éstas,
quizá ya pensando en su cercano sucesor (seguramente será decisión suya,
una prueba más de la magnitud del personaje), llega el odiado vecino,
el siempre ninguneado City con el improbable Mancini, y
endosa una humillante e inesperada derrota al orgulloso United. Cada
partido, cada gol que su equipo le marca al Sunderland o al Fulham, por
nombrar a alguien, cada ocasión fallada o cada error arbitral en contra
ofrecen imágenes de Ferguson que exhiben ilusión, ambición, pasión por
un oficio y por una manera de entender el fútbol. Puede que, sin saberlo
y menos aún sin quererlo, el equipo de los hermanos Gallagher haya prolongado el reinado de Sir Alex. Mejor, que sea el penúltimo reto. Live forever.
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