Belleza y estética.
Orden y jerarquía. Rigor y competitividad. Puntos, victorias y títulos.
Historia y memoria colectiva. El FC Barcelona dota de contenido ese concepto ya
real del círculo virtuoso y acaba de cerrar en Tokio su segundo ciclo impecable
de Liga, Champions League y Mundial Clubs de la mejor manera posible, con un juego
incontestable que dejó boquiabierto al Santos y por extensión al resto del
planeta fútbol.
En una primera parte espectacular, comparable a Wembley o a
cualquiera de esas noches que por la abundancia corren el riesgo de quedar
archivadas bajo el laurel del triunfo habitual, el equipo azulgrana dominó y disfrutó a partes
iguales, relegando a Neymar, Ganso y compañía a un cruel papel de comparsas
espectadores. Y es que el Barcelona ha convertido los partidos grandes en el
recreo de un jardín de infancia, en su interpretación más amplia.
Alrededor del mejor de la clase, Messi, los
demás se despliegan con tal naturalidad que convierten en sencilla y
cotidiana la enorme dificultad del juego al primer-segundo toque, del desmarque
para distraer, de la interminable sucesión de contactos con la pelota, a veces
de lado a lado, a veces en apenas imperceptibles apoyos cercanos, casi en
centímetros, pero que logran una y otra vez su triple objetivo: crear peligro,
defender con el balón y frustrar al rival. La magnitud de este equipo es tal
que Xavi e Iniesta no son los mejores indiscutibles, Alves no es la estrella
principal, Fàbregas no es ni requerido para la construcción o Alexis Sánchez
puede quedar reservado por unas ligeras molestias musculares.
Sin embargo, la amabilidad del estilo y la habitualidad
cercana, de la calle, de
ese rondo perpetuo no debería esconder la otra cara de este equipo, esa manera
suave pero implacable de reducir casi cualquier rival a la nada, de obligar a
obviar el análisis del contrario porque apenas dispone de balón, una competitividad extrema, ese egoísmo también
propio de los niños que cuando se enfadan agarran la pelota y se la llevan a
casa. La forma en la que se adelantan, plantan la defensa en el medio campo y
empotran al rival contra su propia portería combina la idea de Rinus Michels en
la Holanda y el Ajax de los años 70 con el achique implacable del Milan de
Sacchi.
Guardiola continúa apoyándose y repasando el pasado para
construir y reinterpretar el futuro. Aprovechar la experiencia para desentrañar
los nuevos retos a los que cualquier equipo Campeón, y más si recorre ya su
cuarta temporada exitosa, debe enfrentarse. Dificultades propuestas por los
rivales y también el fantasma de la complacencia. Cambiar para mantenerse. Conservar
y acentuar la esencia para evolucionar el estilo. No, no estaba todo inventado
en el fútbol.
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