17 de agosto de 2011. El FC Barcelona gana la Supercopa de España al Real Madrid con un gol postrero de
Messi, el 3-2, cuando la prórroga parecía inevitable, aupado por la efervescencia del debut de
Cesc Fábregas con la camiseta azulgrana. El Madrid saluda su derrota abandonando el césped mientras el rival recibe el trofeo y su entrenador explica su infame agresión a
Tito Vilanova y el revuelo final con un
"Pito, o como se llame. Yo no lo conozco. Que lo comenten las cámaras, yo soy educado". Minutos después apareció
Guardiola en la sala de prensa para señalar que
"Esas cosas no se deben hacer. Pero las imágenes
hablan por sí solas. Algún día nos haremos
daño y más bien fuera que dentro del campo. Algún día acabará mal".
Con la temporada llegando a su fin, el recuerdo de aquellos días adquiere protagonismo. Es ingenuo pensar que incidentes así, tristemente frecuentes durante los dos últimos cursos, no han colaborado en ese vacío de fuerzas señalado por Guardiola como motivo de su renuncia a continuar en el cargo. Sin embargo, su nueva mención nueve meses más tarde, en otro contexto, del riesgo del daño, explica mejor y más profundamente los verdaderos motivos:
"Para estar aquí sentado cada tres días, el entrenador ha de estar fuerte, tener vida, pasión. La he de recuperar y solo se consigue descansando, alejándome, porque creo que nos hubiéramos hecho daño, esa era la percepción".
Los elogios entrenador-plantilla han sido constantes, públicos y recíprocos durante estos cuatro años. Salvo un par de partidos esta temporada, y ni siquiera completos (Pamplona, Getafe), pocos reproches caben en el rendimiento y esfuerzo de un colectivo asediado por importantes difucultades como enfermedades o lesiones. Seguramente, y eso solo lo saben en el vestuario, lo que progresivamente cambia y desgasta es la manera de asumir la toma de decisiones. Los tópicos de las luchas de vestuario, de jugadores que no se hablan, de excesos nocturnos o de compromiso únicamente aparecen en la ausencia del resultado; pueden ser condición necesaria pero no suficiente.
Guardiola
describía el viernes cómo acogió la propuesta para entrenar...¡al filial, en tercera división! del FC Barcelona, en el final de la primavera de 2007: dando
botes y rodillas en tierra. Lo mismo o parecido un año después, al ser elegido como primer entrenador. Su regreso al club seguro que le permitió observar privilegiadamente el final del equipo de
Rijkaard, intuir o directamente tener la certeza de que
Ronaldinho,
Eto'o y
Deco debían marchar, e iniciar la recuperación de lo bueno que aún tenía aquel equipo mezclándolo con sus agresivas ideas de presión, esfuerzo, toque e innovación táctica.
Desde la
presentación, en cada rueda de prensa, en cada entrenamiento,
durante cada partido, en el trabajo de despacho como detalló en
su discurso tras recibir la Medalla de Oro del Parlament de Catalunya, la pasión e intensidad han identificado su trabajo. Posiblemente no más ni mejor que otro cualquier entrenador, pero el matiz de dirigir a tu equipo de la infancia, coronar una trayectoria en la que vives el club como jugador infantil, juvenil, filial, primer equipo, capitán, entrenador del filial, incluso candidato derrotado a secretario técnico...es una gran responsabilidad. Es muy difícil que sin ese grado de entusiasmo, rozando lo enfermizo, sin ese grado de vehemencia que trasladó a los jugadores, sobre todo para que creyeran casi a ciegas en lo que hacían, el Barça hubiera sobrevivido a tantas y tantas pruebas en su camino. El precio a pagar, evidente incluso en su evolución capilar.
Por eso, conviene recordar las renovaciones de Guardiola, año a año, (y si hubiera podido, cada seis meses, como él mismo dijo alguna vez), para que la decepción actual sea más comprensible. Como dijo
Wenger, posiblemente
"no era el momento adecuado para tomar una decisión tras una
decepción como la de esta semana, pero la filosofía del Barcelona está
por encima de ganar o perder un campeonato"; estoy de acuerdo. Las duras derrotas de la semana pasada y la inversión en Cesc o
Alexis aconsejaban un año más de Guardiola, para completar un lustro esplendoro, el mejor plan quinquenal pergeñado nunca en el fútbol. Pero no será así. Y en realidad,
leyendo por ejemplo a Tito en mayo del año pasado, podía imaginarse.
El 2-6, empezando perdiendo con la Liga en juego, con Messi iniciando su reinado como delantero mentiroso y al tiempo jugador verdadero; la fe de
Iniesta en Londres en una noche sin apenas fútbol;
Bojan y
Yayá Touré en Valencia; la final de Roma sin
Alves ni
Abidal; las lágrimas de Messi tras perder una eliminatoria de Copa ante el Sevilla; la emoción de Abu Dhabi el día que Guardiola recordó Tokio en 1992; los 99 puntos frente al dignísimo Real Madrid de
Pellegrini; el 5-0; aprender a tocar entre la maleza;
Valdés siguiendo tocando con los pies tras regalar un gol; las segunda parte de la final de Copa; Wembley; el fair play de
Sir Alex; la incredulidad del Santos; las eliminatorias europeas frente a Lyon, Bayern y Arsenal y decenas de partidos memorables en el Camp Nou; la regla del 70-30; ocho, nueve, diez canteranos; el aplauso del Camp Nou en la derrota; el saber ganar y sobre todo el saber perder.
Son algunos de los momentos estelares que quedan en la memoria y servirán para ilustrar el reinado de un equipo irrepetible. Los errores en la gestión de algunos fichajes como el de
Ibrahimovic parecen casi irrelevantes dentro del balance final. El casi unánime reconocimiento de sus colegas de profesión y del fútbol en general,
de reconocidos madridistas, el irreducible empeño en construir un equipo basado en lo más auténtico y primigenio del juego, pero al tiempo lo más difícil y meritorio, el pase del balón y la iniciativa en cada partido, con o sin marcador, formarán parte de su hoja de servicios.
En el club, el trabajo está hecho. Incluso
Rosell, lejano al ideario
cruyffista, agradecido como cualquier otro barcelonista,
acepta el envite de Zubizarreta y, otorgando el mando a Vilanova, amortigua ligeramente la tristeza y la frustración y apuesta por la necesaria continuidad.
El mejor legado de Guardiola será que sus ideas se perpetúen. No será fácil. El entorno deberá demostrar madurez y paciencia. Los jugadores, compromiso y ambición, sin olvidar aquello de
todo ganado, todo por ganar. El presidente, inicia su mandato real, desprovisto ya del liderazgo de Guardiola fuera del campo, donde, muy a su pesar, fue escudo y portavoz en dos temporadas dificilísimas, por todo. Y Vilanova, un reto colosal, reemplazar al que es su mejor amigo pero a la vez una leyenda viviente. Preparado,
parece estar.
Y cuando todo lo demás falle, detenerse unos minutos, reflexionar y recordar
"No hi ha res més perillós que no arriscar-se. Persistirem".
'Sentirlo', Pep Guardiola en El País, marzo 2007
'Entrenador por definición, Ramón Besa, mayo 2008'
'Paraula de Pep:
I,
II y
III'
'Seduits per en Pep', TV3
'Guardiola siempre vuelve', Manuel Jabois
Foto: Guardiola, recogepelotas del Camp Nou en abril de 1986, con Víctor Muñoz, en la noche del Goteborg