lunes, enero 30, 2012

FC Barcelona 2012


La temporada pasada, el FC Barcelona ganó uno tras otro todos los partidos a domicilio de la primera vuelta en la Liga. Empezando por Santander, a últimos de agosto, terminando la racha a mediados de febrero en El Molinón de Gijón (1-1), habiendo visitado consecutivamente el Vicente Calderón, San Mamés, Zaragoza, Almería, Pamplona, Cornellá-El Prat, Riazor y Alicante. Solo la victoria en el Manzanares fue por menos de dos goles de diferencia (1-2).

Un año después, parece que las cosas han cambiado. Numéricamente, tras veinte partidos, la mitad más uno del campeonato, el equipo suma diez puntos menos (cinco victorias menos, trece en lugar de dieciocho) y, pese a que las cifras goleadoras totales son parecidas (64-11 en la 2010-2011, 59-12 este curso), el desequilibrio en cuanto a los tantos en el Camp Nou y fuera de él es evidente (33-4 por 16-10). El Real Madrid, pese a lograr quince victorias en los últimos dieciséis partidos, ‘solo’ acumula un punto más que en la temporada pasada a estas alturas, 52 por 51.

El diagnóstico estadístico contiene información como para no ir más allá, pero conviene hacerlo. Las comparaciones oportunistas con el bienio negro de Rijkaard y el Decosistema, al menos de momento, no se sostienen en el césped. Con más o menos acierto, el equipo siempre terminó en el minuto 90 buscando la portería contraria en los partidos con marcador insuficiente (no más faltaría, por otra parte), si bien no en todos resulta válido el argumento de los deberes para el final. En Valencia y San Mamés el Barcelona fue seriamente discutido; es más, durante la primera parte en Mestalla el 3-4-3 fue superado por bandas con Mathieu y Jordi Alba hasta que Dani Alves regresó al lateral. Y en Bilbao, en un duelo inolvidable bajo la lluvia, el gol en el descuento de Messi evitó una derrota cantada. Pese al buen despliegue futbolístico, los azulgrana no fueron mejores que el Ahtletic. Jugó peor en Gijón y Granada y allí ganó, por la mínima.

Quizá sea parte del problema. Lo que en valor absoluto supone un análisis de nobleza futbolística, asumir como normal que buenos equipos te discutan de vez en cuando partidos fuera de casa en una Liga de la importancia de la española, este año es síntoma de debilidad. Con el Madrid ganando sin parar, más preocupado por el marcador que ocupado en la retórica del juego, no queda espacio más allá del resultado. Debe ser normal quedar conforme tras buenos empates como los mencionados, incluso después del partido ante el Sevilla en el Camp Nou, cuando Javi Varas hace el partido de su vida, penalti parado incluido, pese a la lógica frustración del momento. Guardiola siempre lo refleja así en las ruedas de prensa, falta saber si lo siente realmente de esa manera. Sin embargo, cuando parpadeas, estás a siete puntos y el campeonato cuesta arriba.

El grupo barcelonista es tan esclavo de su excelencia que a veces parece anteponer el fútbol al marcador. Las caras y gestos de los jugadores barcelonistas tras el partido de vuelta de la Copa del Rey no reflejaban excesiva alegría tras eliminar al eterno rival, sino más bien alivio tras el sufrimiento y sobre todo pesar por no haber jugado al nivel habitual. El Madrid hizo más daño el miércoles con su fútbol que si hubiera pasado ronda jugando debajo de su larguero. Sin embargo, para los azulgrana ya es demasiado tarde. Así vencieron en el pasado, así morirán en el futuro.

Por momentos el Barça jugó bien en Villarreal, ante la mejor versión del año del equipo castellonense, muy agresivo y motivado. La conexión Messi-Fàbregas, muy criticada, puede tener menos frescura que, por ejemplo, en el partido inaugural de la Liga, precisamente ante el Villarreal, en el que destrozaron con paredes, desmarques y pases interiores al equipo amarillo (5-0), pero tuvo ocasiones suficientes para marcar. Puede que Xavi esté sufriendo más de la cuenta para jerarquizar los partidos, pero en el partido de Copa, por ejemplo, tocó 112 veces la pelota, por 38 de Özil, el mejor del Madrid esa noche, y los porcentajes de posesión no han variado tanto.

La exigencia es máxima, como cada una de las últimas temporadas. El Barça ha de afrontar la diferencia de ir por detrás en la tabla en lugar de por delante, pero la obligatoriedad de ganar cada partido no ha cambiado. Tres Ligas seguidas, una teniendo que ganar 2-6 en el Bernabéu, otra obligado a obtener 98 puntos, la última superando la resaca del Mundial, la final de Copa perdida en Valencia, la enfermedad de Abidal o el ruido generado en el playoff contra el Madrid. El clásico en el Camp Nou es en la jornada 35ª, en abril. Queda mucho, el calendario a corto plazo del Madrid no es tan exigente como será en primavera,  pero la competitividad extrema con la que los blancos llevan castigando al Barça durante el último lustro debería ser suficiente estímulo. Con título o sin él.

'El revulsivo se llama Guardiola', Ramón Besa en El País.
'Algunas posibles respuestas', Martí Perarnau en El Periódico

jueves, enero 26, 2012

A partido único



Mourinho parece empeñado desde que llegó a Madrid y comenzó la serie de eliminatorias contra el FC Barcelona en jugarlas a partido único. En el partido de ida, equipo cerrado, táctica defensiva y búsqueda de marcador ajustado con pocos goles. La decisión, más si es fuera de casa, mejor para la vuelta, aprovechando el mayor valor de los goles a domicilio y la conclusión del enfrentamiento ya sin más tiempo.

Esta vez lo consiguió. Su equipo fue mejor esta noche en el Camp Nou y mereció el pase a semifinales de Copa del Rey. Barnizó el partido de drama y agonía pero, lo reconozca o no, añoró un mejor resultado tras el 1-2 de la ida. Presionando muy arriba, desde el principio, como en la Supercopa del pasado verano. No necesitó, sin embargo, apretar para que Piqué, en apenas diez segundos, tras saque de centro de sus propios compañeros, realizara un ridículo quiebro dejando pasar la pelota permitiendo a Higuaín encarar a Pinto. El Pipa falló pero la jugada denotó las intenciones del Madrid y el estado de parálisis con el que afrontó el partido el Barça.

Un marcador a favor condiciona, te hace esperar, ser más conservador de lo habitual. En el caso del equipo azulgrana, es un tóxico casi mortal. Gripa todo su engranaje, sobre todo el ofensivo. El Barça no tuvo agresividad pero no física, que no posee demasiada, sino con la pelota, ni pudo contrarrestar el juego entre líneas de Kaká y sobre todo Özil. Se combinó el entumecimiento del Barcelona con la obligada ambición del Madrid, que fue el equipo abrasador, poderoso, incansable, veloz y dañino de casi toda su historia.

Sin Iniesta, el Barça se agarró a Xavi a partir de la media hora de juego, el único rato en que el '6' azulgrana pudo pesar en el partido, y, claro, a Messi. Leo aprovechó una buena recuperación de Alves, arrancó, absorbió cuatro marcadores y dejó a Pedro para marcar. Después, un disparo increíble del lateral supuso el 2-0, y fue imposible no recordar el larguero de Özil solo un rato antes, que pudo convertir el azar en táctica, tres milímetros en mil justificaciones.

En la segunda parte, la habitual gota malaya del Barça con el balón, anestesiando y deprimiendo a su rival, esta vez fue ajena. El Madrid no perdió la fe y, sin nada que defender, insistió. Por el centro, superando a Puyol y al dubitativo Piquè, marcó dos goles, Cristiano y Benzemá, y quizá por primera vez en la etapa de Guardiola en el banquillo, obligó a poner en juego en Mascherano buscando velocidad en el cruce, enviar a Puyol al lateral y tratar de detener la sangría. El equipo de casa, pese a la entrega de la grada, estaba tocado y al borde de la derrota. La sintió. No defendió con balón, y sin él no pareció muy eficaz que digamos en esa tarea. Jugó con el reloj, hecho inédito, y agradeció con un suspiro que el árbitro, nefasto, se comiera el descuento y pitara el final antes de tiempo.

Mal haría el Barça en agarrarse a la practicidad, la pegada y demás lugares comunes tras este partido. Simplemente, sobrevivió. No ha construído su leyenda ni permanecerá en el legado histórico del fútbol por virtudes como esas, sino por las ya conocidas. Esta vez fue superado, y si no corrió la misma suerte del Espanyol ayer fue de chiripa. El Madrid, por su parte, supongo que ya quedará definitivamente convencido de que sí, sí puede mirar a los ojos a su rival y mantenerle el duelo. Entrenador al margen, pensé que los jugadores así lo creían. Empatar suele ser un buen resultado en la vuelta de una ronda de Copa. No, no es imposible ganar en el Camp Nou, el fútbol debió ahogar los gritos de túnel de vestuarios.

Foto: Pep Morata MD

jueves, enero 19, 2012

El Barça y el día de la trinchera


Esta vez no fue un gol en el primer minuto de juego sino a los diez, también tras un error del portero y una decisión discutible de Piqué dejando a Cristiano un perfil listo para disparar. El Madrid, con una alineación ya predispuesta a la defensa y a la interrupción, se entiende que también iba a procurar salir con velocidad tras recuperar el balón o tras pérdida barcelonista. Sin embargo, resulta sorprendente observar cómo Mourinho insistió con Pepe. No tanto por situarlo en el medio campo, sino en el puro meollo del juego. Por el centro, lo que obligaba a Xabi Alonso a desplazarse a un lado, tanto que durante mucho rato fue un segundo lateral apoyando al (sorprendente) titular Altintop, para terminar destemplado y abusando de las patadas. 

En los primeros minutos, Pepe salía a buscar a Busquets, sí, tan lejos, mientras Diarra perseguía a Messi. Cuando el Barça comenzó a incrementar la posesión, el Madrid se agrupó atrás y defendió razonablemente bien, pero con ningún tipo de salida de balón. Así, ni Cristiano, con ciertas facilidades por la indefinida posición de Alves, ni lateral ni ofensivo, ni Benzema ni mucho menos Higuaín pudieron participar, quedando aislados del partido. La segunda parte de la idea de Mourinho, cercenada por su propio planteamiento.

De nuevo, el Madrid permitió que el Barça acumulara balón, confianza y, por pura estadística, ocasiones de gol. Hay muchas formas de oponer resistencia al Barcelona, como demostraron recientemente Espanyol y Betis, pero a estas alturas dejar al equipo azulgrana crecer y agruparse alrededor del balón es pecado mortal. El gol de balón parado de Puyol, de córner, tras el recurrente envío bombeado de Xavi, es una anécdota. Que sea la cuarta vez que recientemente el Madrid se adelanta en el marcador y no consigue ganar, no puede serlo.

Mourinho está empeñado en la certeza de que puede evitar un error defensivo en la pizarra. Si ya de por sí el fútbol contiene muchas dosis de azar, imaginemos cuando tu rival es de la categoría del Barça. Si le concedes el terreno y la pelota, recibes tiros, oportunidades e, incluso, saques de esquina. Su equipo no tuvo fútbol (Pinto pese a fallar en el gol no estrenó los guantes) pero tampoco carácter; dar patadas como las de Carvalho o actitudes barriobajeras como la de Pepe, distan mucho de competir, de negar dignamente la derrota, de rebelarte ante tu eterno rival que de nuevo te gana, pelota mediante. No es eso, y la reincidencia no debería diluir lo grosero del caso.

El FC Barcelona, por su parte, no vive sus días más fluidos. Solo hizo su fútbol de verdad tras el 1-2, pero disfruta de la ventaja de saber qué y cómo jugar, además de no retroceder en ningún caso. Iniesta, sobre todo en el primer tiempo, lideró el juego azulgrana, pese a estar más desplazado a la izquierda de lo deseable. Alexis se fajó como delantero centro igual que en el partido de Liga. Messi, tras pasar 75' lejos, muy lejos del área, realizando apoyos cortos, sin intentar el uno contra uno, tuvo la paciencia de no desconectar del partido y apreciar un desmarque de Abidal que sentenció el duelo. 

Cuando se evalúa la distancia entre Real Madrid o Barça actuales, juzgando si aumenta o disminuye únicamente según sea el resultado, resultaría conveniente introducir la variable de las intenciones. El fútbol se concibe, se intuye y después se ejecuta y se desarrolla. Mourinho solo piensa en negar el del contrario y en su supervivencia personal. Ese es el mayor abismo.

lunes, enero 16, 2012

El Barça y los límites


Xavi, aún a pie de césped, reiteraba que la filosofía de juego del equipo está intacta y es innegociable, como el estilo, pero al mismo tiempo reconocía que habían ganado “por casta y fe”. Víctor Valdés, un poco después, asumía que “de nuevo hemos jugado con fuego” y que el Betis les había llevado “al límite”. Mientras, en rueda de prensa, Guardiola confesaba que tras ganar tanto en los últimos años “parece que hace falta una situación límite para reaccionar”, para inmediatamente a continuación calificar eso como algo normal e insistir en alejar la relajación de la situación actual del vestuario.

Resulta contradictorio. Como decía Johan Cruyff, si un equipo, por muy bueno que sea, juega al 90% de sus posibilidades, se expone a cualquier rival. La intensidad es imprescindible, medida sobre todo en concentración, para que el control de la pelota sea el correcto y así el pase salga disparado, para que ese envío tenga la fuerza adecuada, ni un poco más ni un poco menos, para que la línea del fuera de juego se adelante cuando toca, para que la presión sea coordinada y no requiera de esfuerzos físicos exagerados, para que el remate final vaya a un lado y no al cuerpo del portero. Lo de la casta y la fe, en un equipo de tal precisión, en un maquinaria cuya virtud esencial es la minuciosidad y la puntualidad en la ejecución, ofrece dudas. Las mismas que esa presunta obligatoriedad de estar contra las cuerdas para seguir pegando; nunca estuvo eso en el catón del equipo, que juega y juega sin mirar al marcador. Hacerlo en función del resultado, aunque comprensible y practicado por todos los equipos del mundo, es un vicio peligroso para un equipo grande, más aún para uno que alimenta su grandeza más allá de la cuenta de pérdidas y ganancias.

Tras el 2-2, la grada del Camp Nou reaccionó de manera espectacular y contagió al equipo, que recuperó el tono de la mejor fase del primer tiempo, acorralando al gran Real Betis que campó a sus anchas durante una hora larga de partido. Es imposible disfrutar del fútbol sin pasión y estímulos, el corazón a veces no lo permite, pero no todos los equipos conviven igual con el vértigo. Real Madrid, Manchester United, encantados de la vida. El Barça, no tanto. Aun en circunstancias diferentes, aquel partido contra el Inter debe servir de aprendizaje.

Porque ocurrió en Cornellá, la grandeza del partido de San Mamés escondió algo parecido, y lo mismo anoche. El gol que encaja el equipo en el Bernabéu en el primer minuto, sí mostraba un escenario fronterizo para la clasificación liguera. Pero los 89 minutos que restaban permitieron afrontarla con serenidad y naturalidad: el Barça se agarró a la pelota y sin aspavientos ni dramatismo remontó con solvencia el partido. Con menos tiempo para remontar, el disponible para la elaboración se resiente y con ello la calidad del producto final. Bienaventurados aquellos que disfrutan de la épica sin observar sus riesgos y sus traicioneros y caprichosos cambios de humor.

La excelencia también impone sus peajes. Si el actual FCB no parece disponer de un plan B en cuanto a la manera de imponer su fútbol, tampoco parece demasiado capacitado para sobrevivir en brazos de la fiebre. Las jugadas interminables, los goles tras un saque corto de Valdés, las triangulaciones de billar…furor en la grada, cirugía en la hierba.

martes, enero 10, 2012

Messi, el conocimiento inesperado


Desde que correteaba por los humildes campos de Rosario, Argentina, siendo un niño más pequeño que la pelota que, empeñado, conducía y conducía hasta el interior de la portería de turno, hasta la llegada al banquillo azulgrana de Pep Guardiola en 2008, las opiniones sobre Messi eran casi unánimes en el elogio. Leo sería una estrella a lomos de su velocidad y de su regate. Sin ahorrar en calificativos admirables, se quedaron cortas.

En el Trofeu Gamper del verano de 2005, el cartel enfrentaba al FC Barcelona con la Juventus, entrenada por entonces por Fabio Capello. Messi fue titular y sorprendió a propios y extraños. Ya había debutado con el primer equipo la temporada anterior, y hacía apenas dos meses que se proclamaba Campeón del Mundo sub 20 con Argentina, siendo máximo goleador y mejor futbolista del torneo. Pero, como dijo Capello, no era lo mismo verlo en el Camp Nou ante noventa mil espectadores y con la camiseta azulgrana: “Es como un pequeño diablo, nunca había visto un jugador con tanta calidad”. Cannavaro y compañía, pese al carácter amistoso del partido, no eludieron patadas para detenerle; les daría igual, como a tantos otros.

Sorprendentemente fuerte para su altura y peso, nunca le amedrentaron los defensas rivales. Pronto llegarían exigentes pruebas como las eliminatorias europeas frente al Chelsea de Mourinho y los partidos ante el Real Madrid, como aquel hat trick en 2007 en el que quizá fuera su primer gran partido mediático, y poco después el famoso gol al Getafe en Copa. Sufrió más por las lesiones y por el decaimiento general del equipo de Frank Rijkaard que por las dificultades que encontraba en el césped.

Sin embargo, tenía margen de mejora. Podía ser algo más que un extremo derecho. Contaba Leo que cuando llegó con 13 años a Barcelona le enseñaron mucho pero que no trataron de cambiarle su juego, si acaso, un pequeño detalle, que en algunos partidos los entrenadores de las categorías inferiores no les permitían jugar a más de toques. “Lo intentaba, pero se me olvidaba a menudo”, sonreía Messi al recordarlo.

Guardiola, recién nombrado entrenador, se encontró por un lado con la necesidad de resolver las situaciones de Ronaldinho, Deco y Eto’o, y por otro, la aparente incompatibilidad de los JJOO de Pekín con la pretemporada azulgrana. Pep escuchó a Messi, le dejó participar en la Olimpiada pese a que disponía de las razones administrativas para retenerle, y a su regreso le dio la camiseta número ‘10’ y le puso a jugar. Poco a poco, con la inspiración del 2-6, Messi ha mutado en el futbolista total. Guardiola, como antes de aquella noche en el Bernabéu, le dijo que debía jugar más cerca de la portería y del gol, que en años anteriores arrancaba desde posiciones mucho más lejanas, lo que se traducía en goles como el del Getafe, sí, pero sobre todo en patadas, desgaste y, en ocasiones, frustración. Se acabó jugar pegado a la banda. Messi, que aceptó la indicación del entrenador a su fiel estilo “Acepté encantado. Yo lo que siempre quiero es jugar y además en las inferiores siempre lo hacía por detrás del delantero centro”.

El impacto fue inmediato y espectacular, lo que adquiere aún más valor e importancia dado que hablamos de un jugador que ya era una estrella y rendía como tal. Primero crecieron las cifras de goles, rozando los cincuenta por curso. Después las asistencias, casi veinte por temporada. Y a continuación, la influencia y el sentido colectivo. Siendo el mejor definidor y regateador del fútbol mundial, Messi es capaz de tocar simplemente al compañero de al lado, de no interrumpir el engranaje de la posesión de su equipo, de saber cuándo acelerar y cuándo esperar, de aprovechar que ha adquirido el conocimiento del juego, posiblemente lo más difícil en el fútbol. Tras recibir su primer Balón de Oro, en 2009, Messi decía “la facilidad de Xavi para jugar, la habilidad de Iniesta cuando te encara…lo difícil es lo que hacen ellos, no lo que hago yo”. Bien lo sabe. 

'El vínculo de Messi con el Barça', Ramón Besa en El País

Foto: Archivo FCB



 
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