domingo, abril 29, 2012

La huella de Guardiola


17 de agosto de 2011. El FC Barcelona gana la Supercopa de España al Real Madrid con un gol postrero de Messi, el 3-2, cuando la prórroga parecía inevitable, aupado por la efervescencia del debut de Cesc Fábregas con la camiseta azulgrana. El Madrid saluda su derrota abandonando el césped mientras el rival recibe el trofeo y su entrenador explica su infame agresión a Tito Vilanova y el revuelo final con un "Pito, o como se llame. Yo no lo conozco. Que lo comenten las cámaras, yo soy educado". Minutos después apareció Guardiola en la sala de prensa para señalar que "Esas cosas no se deben hacer. Pero las imágenes hablan por sí solas. Algún día nos haremos daño y más bien fuera que dentro del campo. Algún día acabará mal".

Con la temporada llegando a su fin, el recuerdo de aquellos días adquiere protagonismo. Es ingenuo pensar que incidentes así, tristemente frecuentes durante los dos últimos cursos, no han colaborado en ese vacío de fuerzas señalado por Guardiola como motivo de su renuncia a continuar en el cargo. Sin embargo, su nueva mención nueve meses más tarde, en otro contexto, del riesgo del daño, explica mejor y más profundamente los verdaderos motivos: "Para estar aquí sentado cada tres días, el entrenador ha de estar fuerte, tener vida, pasión. La he de recuperar y solo se consigue descansando, alejándome, porque creo que nos hubiéramos hecho daño, esa era la percepción".

Los elogios entrenador-plantilla han sido constantes, públicos y recíprocos durante estos cuatro años. Salvo un par de partidos esta temporada, y ni siquiera completos (Pamplona, Getafe), pocos reproches caben en el rendimiento y esfuerzo de un colectivo asediado por importantes difucultades como enfermedades o lesiones. Seguramente, y eso solo lo saben en el vestuario, lo que progresivamente cambia y desgasta es la manera de asumir la toma de decisiones. Los tópicos de las luchas de vestuario, de jugadores que no se hablan, de excesos nocturnos o de compromiso únicamente aparecen en la ausencia del resultado; pueden ser condición necesaria pero no suficiente.

Guardiola describía el viernes cómo acogió la propuesta para entrenar...¡al filial, en tercera división! del FC Barcelona, en el final de la primavera de 2007: dando botes y rodillas en tierra. Lo mismo o parecido un año después, al ser elegido como primer entrenador. Su regreso al club seguro que le permitió observar privilegiadamente el final del equipo de Rijkaard, intuir o directamente tener la certeza de que Ronaldinho, Eto'o y Deco debían marchar, e iniciar la recuperación de lo bueno que aún tenía aquel equipo mezclándolo con sus agresivas ideas de presión, esfuerzo, toque e innovación táctica.

Desde la presentación, en cada rueda de prensa, en cada entrenamiento, durante cada partido, en el trabajo de despacho como detalló en su discurso tras recibir la Medalla de Oro del Parlament de Catalunya, la pasión e intensidad han identificado su trabajo. Posiblemente no más ni mejor que otro cualquier entrenador, pero el matiz de dirigir a tu equipo de la infancia, coronar una trayectoria en la que vives el club como jugador infantil, juvenil, filial, primer equipo, capitán, entrenador del filial, incluso candidato derrotado a secretario técnico...es una gran responsabilidad. Es muy difícil que sin ese grado de entusiasmo, rozando lo enfermizo, sin ese grado de vehemencia que trasladó a los jugadores, sobre todo para que creyeran casi a ciegas en lo que hacían, el Barça hubiera sobrevivido a tantas y tantas pruebas en su camino. El precio a pagar, evidente incluso en su evolución capilar. 

Por eso, conviene recordar las renovaciones de Guardiola, año a año, (y si hubiera podido, cada seis meses, como él mismo dijo alguna vez), para que la decepción actual sea más comprensible. Como dijo Wenger, posiblemente "no era el momento adecuado para tomar una decisión tras una decepción como la de esta semana, pero la filosofía del Barcelona está por encima de ganar o perder un campeonato"; estoy de acuerdo. Las duras derrotas de la semana pasada y la inversión en Cesc o Alexis aconsejaban un año más de Guardiola, para completar un lustro esplendoro, el mejor plan quinquenal pergeñado nunca en el fútbol. Pero no será así. Y en realidad, leyendo por ejemplo a Tito en mayo del año pasado, podía imaginarse. 

El 2-6, empezando perdiendo con la Liga en juego, con Messi iniciando su reinado como delantero mentiroso y al tiempo jugador verdadero; la fe de Iniesta en Londres en una noche sin apenas fútbol; Bojan y Yayá Touré en Valencia; la final de Roma sin Alves ni Abidal; las lágrimas de Messi tras perder una eliminatoria de Copa ante el Sevilla; la emoción de Abu Dhabi el día que Guardiola recordó Tokio en 1992; los 99 puntos frente al dignísimo Real Madrid de Pellegrini; el 5-0; aprender a tocar entre la maleza; Valdés siguiendo tocando con los pies tras regalar un gol; las segunda parte de la final de Copa; Wembley; el fair play de Sir Alex; la incredulidad del Santos; las eliminatorias europeas frente a Lyon, Bayern y Arsenal y decenas de partidos memorables en el Camp Nou; la regla del 70-30; ocho, nueve, diez canteranos; el aplauso del Camp Nou en la derrota; el saber ganar y sobre todo el saber perder.  

Son algunos de los momentos estelares que quedan en la memoria y servirán para ilustrar el reinado de un equipo irrepetible. Los errores en la gestión de algunos fichajes como el de Ibrahimovic parecen casi irrelevantes dentro del balance final. El casi unánime reconocimiento de sus colegas de profesión y del fútbol en general, de reconocidos madridistas, el irreducible empeño en construir un equipo basado en lo más auténtico y primigenio del juego, pero al tiempo lo más difícil y meritorio, el pase del balón y la iniciativa en cada partido, con o sin marcador, formarán parte de su hoja de servicios.

En el club, el trabajo está hecho. Incluso Rosell, lejano al ideario cruyffista, agradecido como cualquier otro barcelonista, acepta el envite de Zubizarreta y, otorgando el mando a Vilanova, amortigua ligeramente la tristeza y la frustración y apuesta por la necesaria continuidad. El mejor legado de Guardiola será que sus ideas se perpetúen. No será fácil. El entorno deberá demostrar madurez y paciencia. Los jugadores, compromiso y ambición, sin olvidar aquello de todo ganado, todo por ganar. El presidente, inicia su mandato real, desprovisto ya del liderazgo de Guardiola fuera del campo, donde, muy a su pesar, fue escudo y portavoz en dos temporadas dificilísimas, por todo. Y Vilanova, un reto colosal, reemplazar al que es su mejor amigo pero a la vez una leyenda viviente. Preparado, parece estar.

Y cuando todo lo demás falle, detenerse unos minutos, reflexionar y recordar "No hi ha res més perillós que no arriscar-se. Persistirem".        

'Sentirlo', Pep Guardiola en El País, marzo 2007

'Entrenador por definición, Ramón Besa, mayo 2008'

'Paraula de Pep: I, II y III

'Seduits per en Pep', TV3 

'Guardiola siempre vuelve', Manuel Jabois

Foto: Guardiola, recogepelotas del Camp Nou en abril de 1986, con Víctor Muñoz, en la noche del Goteborg 


domingo, abril 22, 2012

Inspiración, paciencia...y ortodoxia



Pep Guardiola es un entrenador muy intervencionista. Lo fue antes de dirigir su primer partido del primer equipo, prescindiendo de Ronaldinho y Deco, y después, junto a Tito Vilanova, con cada alineación y con cada cambio táctico durante los noventa minutos. No acertó siempre, pero sí la mayoría de las veces. Con el 3-4-3; con Dani Alves de falso extremo, por primera vez en el Bernabéu en la Liga de Pellegrini con buen resultado; con la aparición de los jóvenes extremos Tello y Cuenca (antes Pedro); con la confianza para Thiago; con la libertad para Messi; incluso, logrando la improbable continuidad de Adriano. Ayer, no.

"Inspiración y paciencia" pedía Guardiola en la sala de prensa de Stamford Bridge para el partido de vuelta contra el Chelsea FC, pero era una receta perfectamente aplicable para el partido de anoche. Sin embargo, esas dos virtudes, en un equipo tan metódico y doctorado como el actual FC Barcelona, necesitan de una previa, la ortodoxia, en el juego de posición, en aquello que llamamos idioma Barça. Ayer, el despliegue pareció al de un 3-2-2-3, con esos cuatro puestos intermedios para Busquets-Thiago por un lado, Xavi-Iniesta por otro. Pero mediocampistas en paralelo no son propios de este equipo. Thiago, cuya valentía es de reconocer, jugó de mediocentro como si fuera un carrilero, conduciendo sin parar. Busquets, fallón por lo incómodo, no al revés, no reconoció su lugar habitual y por momentos se encontró al borde del área del Madrid sin saber qué hacer, incluso más adelantado que Xavi e Iniesta, incapaces de generar espacios, convertidos en mediapuntas sin delanteros, salvo algún desmarque de Tello, a los que asistir.

Las mejores noches del Barça, aquellas en las que el balón vuela y el rival resopla, fueron con Busquets como émbolo, Xavi e Iniesta mezcando el juego a ambos lados y Messi barriendo todo el frente del ataque. Ellos construyen y distraen, para cuando toca aprovechar los desmarques de Henry, Villa, Pedro, Alves, Cesc o Alexis. Así fue en el 2-6, en el 5-0, en Roma, en la segunda parte de la final de Copa 2011, en Wembley, en partidos europeos contra Lyon o Bayern y en tantas y tantas noches en el Camp Nou. Pero ayer no; esa, quizá ligera para los técnicos, modificación, desnaturalizó el juego del equipo azulgrana, convirtió lo acostumbrado en extraño, lo frecuente en incómodo, lo persistente en tortuoso. Más de cuarenta balones perdidos en la primera parte. Messi sin tirar a puerta. Cambios tardíos y carencia desde el banquillo de opciones para cambiar el negativo rumbo del partido. El Madrid, con menos de un 30% posesión, su peor cifra del curso, con Casillas siendo el jugador que más tocó el balón, logró exactamente las mismas llegadas al área y disparos a puerta que su rival. Datos devastadores para un equipo que acostumbra a dictar su ley con el balón y a defenderse con él. El Madrid tuvo su mérito, por supuesto. Solidaridad y concentración, buenas coberturas, un magnífico pase de Özil y Cristiano. Nada, por otra parte, que no hubiera hecho antes y, lo siento, lejos de ningún tipo de exhibición.

Si consigue superar la semifinal, el Barça tendría casi un mes para preparar a conciencia esa final de Champions League y la de Copa del Rey. Es mucho tiempo. El equipo terminó la Liga pasada pidiendo la hora y se presentó en Wembley como un rodillo de seda. Tiempo para que Xavi pueda recuperarse hasta donde sea posible. Para que Fábregas repiense su papel y comprenda que es capaz de jugar de interior o de llegador, que tiene condiciones para ambas cosas y que no es un drama fallar un gol. Para confirmar que Piqué no ha dejado de contar, que su temporada en lo físico ha sido muy difícil y que la forma reciente de Mascherano & Puyol ha dificultado su papel en el momento decisivo del año. Y, sobre todo, tiempo para volver al primer y único plan de este equipo. El A. El AAA del fútbol mundial. Con los retoques puntuales que ayuden a evitar la rutina y dificulten el trabajo de los rivales, pero sin perder de vista el objetivo: alimentar el ecosistema de Messi con balón, rápido, de fuera a dentro, impulsado por los mejores centrocampistas del mundo. Una pócima que ha triunfado y sobrevivido a todo durante cuatro años y que ahora se enfrenta a otro reto colosal, sus propios anticuerpos.


Foto: Sportyou

'Saber perder', por Francisco Cabezas




miércoles, abril 18, 2012

Chelsea FC vs FCB: Barroquismo ilustrado



El FC Barcelona se jugó en Londres la ida de una semifinal europea pero en realidad afrontó una situación futbolística muy parecida a la jugada en el campo del Levante el pasado sábado. Pocos y reducidos espacios, con el añadido de un exceso de balón aéreo del Chelsea FC que incomodó enormemente a los azulgrana en los primeros minutos. Al poco, Fábregas se retrasó un metros, envió un pase profundo para la descarga de Messi eliminando al tiempo a toda una la línea de centrocampistas rivales, hasta cuatro, permitiendo a Iniesta asistir al desmarque de Alexis. La jugada terminó en el travesaño pero inspiró al Barça. Mucha posesión y llegadas espaciadas, pero claras. Cesc, por dos veces. Messi de cabeza. Para entonces el Chelsea ya había asumido el papel que le tocaba, simbólicamente representado por un par de carreras de Mata detrás de Adriano.

Agonizaba el primer tiempo, con el Barça orgulloso y confiado en su acierto para la reanudaciòn cuando Messi resbala, aparenta lesión en la ingle y desata el shock. Renqueante, recibe un balón en el medio campo, demasiado pronto y toma una mala decisión: regate. Ese balón perdido vuela hacia la banda donde Mascherano y Puyol, seguramente perplejos por lo inhabitual del fallo de su compañero, primero acuden juntos a cerrar el pase y después olvidan al único delantero a su espalda. Adriano no llega a la cobertura. Drogba se aguanta un momento en pie y marca. 1-0 y estupefacción general.

Una larga jugada, ya en la portería de 2009, culminada con un tiro raso de, claro, Iniesta, y un gran pase de Cesc a Alexis que no pudo finalizar en área pequeña, parecieron consumir el catálogo azulgrana tras el descanso. Espesor, exceso de juego por el centro y posiblemente cambios tardíos. El refresco de Pedro y Thiago ayudó a un equipo que perdía 1-0 con un partido de vuelta pendiente pero jugaba como si le quedaran un puñado de minutos de vida. Cabezazo de Puyol que encuentra Cech. Pedro al palo. Busquets a King´s Road. No hubo manera.

El Barça más goleador de la etapa Guardiola, en ocasiones, cual analista en dificultades, se encuentra con un ratio infame que no aporta lustre al juego y ocasiones generadas. El barroquismo suele señalarse como factor, pero se olvida de que, aun sobrecargado o pomposo, sigue siendo arte. Barça dominó de forma solvente y autoritaria. Fue ambicioso e inconformista. La inspiración se recibe, no se compra, y alguna noche tarda más de la cuenta.

Esa sutileza y precisión para seguir disfrutando con el juego por dentro que tanto gusta a este equipo pero acompañada por la paciencia de distraer por las bandas serán las claves para la vuelta. Ni siquiera hablaría de remontada, sino de jugar el partido de siempre y aprovechar las ocasiones como nunca. Quizá el sábado el clásico liguero ofreza una buena oportunidad para ejecutar y poner en práctica esas virtudes.

 
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