La final de la Champions League en Munich, con el triunfo del Chelsea FC, ofreció, además de un ganador, otra importante conclusión para algunos sectores del periodismo deportivo:
la temporada futbolística no ha sido la mejor y es necesario repensar el juego de posesión.
Ni siquiera el simbolismo de ver a
John Terry levantando la Copa, vestido de futbolista pero sin haber podido jugar el partido por su indigna expulsión en el Camp Nou, culmen de la actuación de su equipo aquella noche, mereció demasiados comentarios. ¿Reflexión solo para los derrotados? Lógico si eres seguidor del Chelsea y llevas diez años persiguiendo el sueño europeo, olvidando para siempre la pesadilla de Moscú, absurdo para el resto de observadores más o menos imparciales. Si es que queda alguno, claro.
Cuando el Manchester United logró el título europeo en Barcelona en 1999 tras dos saques de esquina afortunados, jugó un mal partido, sí, pero participó del juego al mismo nivel que el Bayern. Sin
Scholes ni
Keane, sancionados,
Beckham debió formar en el mediocentro con
Butt y el equipo de
Ferguson lo notó. Antes, habían dejado en el camino a Juventus e Inter Milán y jugado verdaderos duelos directos con el propio Bayern y el Barça en la fase de grupos. Comparar este título con el del Chelsea actual supone confiar demasiado en la ausencia de memoria del aficionado y buscar argumentos donde no los hay.
El debate se pervierte aún más cuando las opciones quedan reducidas al cincuenta por ciento:
o intentar tener el balón o intentar ganar. Sin más. El lugar común de
todos los estilos son válidos en fútbol es inútil desde el momento en que cada equipo puede jugar como le venga en gana a sus futbolistas, a su entrenador, a su dueño, a su afición o ni siquiera como deseen ninguno de ellos sino como buenamente salga cada partido, que también hay casos. Claro que son válidos. Y legítimos, mientras no irrumpan en el reglamento.
La importancia del resultado. Cualquier manera de jugar, estilo o táctica, salvo en los Globetrotters, está enfocada a obtener los puntos en juego. Nunca
Menotti,
Bielsa,
Cruyff, Guardiola o cualquier sospechoso habitual que pretendan encontrar negó eso. Lo que se plantea es el protagonismo en el reparto, el porcentaje con el que se participa en la discusión por la victoria, la proporción entre el talento de tus futbolistas y el uso que haces de ellos.
El combate a sangre y fuego entre FC Barcelona y Real Madrid durante las dos últimas temporadas ha contaminado el diálogo futbolístico hasta convertirlo en un erial sin matices. El Madrid no podía ganar al Barça si no era con un fútbol ultradefensivo, con Pepe como interior y con el césped al estilo piscina municipal. Falso. Con un once casi idéntico el equipo de
Mourinho perdió 5-0 en el Camp Nou y luego fue capaz de llegar, atacar y poner en dificultades al Barça en el mismo escenario. Este año, con cien puntos y más de ciento veinte goles en Liga, el Madrid tentó a la suerte jugando en Barcelona agazapado, con un 27% de posesión y con
Casillas con más intervenciones que cualquier otro de sus compañeros de campo. Nada tuvo que ver su plan con el resto de la temporada ni siquiera con la manera de obtener los dos goles en el partido, por mucho que lo emblemático y definitivo de aquel triunfo concluyeran lo contrario. Es la lógica aplastante del
yo gano, tú pierdes.
Cuando se recuerda que el Inter 2010 o el Chelsea 2012 negaron el juego del Barça y se duda del estilo, se elige, claro, hablar solo del resultado. Se obvia en ese caso el detalle y el resto de partidos, eliminatorias y títulos en los que la misma propuesta triunfó. Se otorga el mismo mérito, cuando no más, a un rebote afortunado, a un esforzado pero poco estimulante ejercicio defensivo por acumulación que al empeño por encontrar un pase, por lograr un regate o por conseguir que un remate supere a seis defensas y a un portero en el área pequeña. Todo vale, claro, pero no todo vale lo mismo.
La trinchera a la que a veces nos empuja el peso de los colores propios. La única justificación lógica a la permanente inquina en negar los méritos ajenos. El silencio de los seguidores del Chelsea en la tercera gradería del Camp Nou, sentados, inmóviles, aburridos durante 88', fue sepulcral hasta el gol de Torres, ¿a qué aficionado por muy leal que sea le gusta ver un partido en el que su equipo nunca tiene el balón?
"El Chelsea pasa del balón, ¿y qué?" ¿Y qué?
En todos los deportes colectivos, el trabajo defensivo es imprescindible. Como en basket, balonmano. Bien ejecutado, es bello. El Milán de
Sacchi, defendiendo a cuarenta metros de su portero. Pero es solo una parte del trato. ¿Qué sentido tiene defender si no es para atacar después? ¿Cómo puede ser el único objetivo en una final llegar a prórroga y penalties? ¿
Cech,
Cahill,
Mikel,
Lampard,
Drogba,
Mata o
Torres, para despreciar el balón? ¿El fútbol solo tiene ese componente de azar y de juego cuando nos interesa, pero convertimos la ficción en matemáticas para ahorrarnos el fastidio y el riesgo de la valentía al competir de igual a igual, por si acaso? ¿También nos olvidamos de la inspiración, de la imposibilidad de rendir igual en cada uno de los sesenta partidos a jugar?
La temporada de todos modos no terminó en el Allianz Arena. Concluyó en el Calderón con el último ejercicio sinfónico del Barça de Guardiola, que tras dos semanas de descanso compareció insultantemente fresco y dañino para el rival. Superó marcajes zonales e individuales, distrayendo y acelerando con el toque a partes iguales. Así fue durante casi doscientos cincuenta partidos, un muestreo bastante más relevante que un par de eliminatorias.
Ante el Barcelona no se puede jugar así. Puede. ¿Y el resto de los partidos? Copenhague. Betis. Villarreal. Ahtletic. Valencia. Todos ellos le jugaron alguna vez de tú a tú al Barça en estas cuatro temporadas. Si perdieron no fue por eso, sino porque tenían menos talento. Al igual que la mayoría que se encerraron en su área. Esa debería ser la diferencia en el marcador, no la osadía ni las intenciones. Un deporte no debería dar espacio al término
suicidio, tan utilizado para enmascarar la simple superioridad técnica.
Mientras, la Eurocopa ha llegado casi sin avisar y los amistosos previos ya nos han mostrado las dificultades de Inglaterra para dar dos pases seguidos ante Bélgica o el sufrimiento de Italia ante Rusia, y es que el
catenaccio como teoría se debilita con la misma rapidez que la fortaleza individual de los futbolistas. Holanda, Alemania, Francia, Portugal y España pondrán su destino en el balón, cada una a su manera. Grecia, futbolística y vencedora, solo hubo una.