Un defensa tiene varias maneras de fallar. Con el balón en
los pies, como Mascherano anoche en el partido de Supercopa, equivocando el
momento de cerrar una cobertura desde el lateral, como Dani Alves en el gol de
la Real Sociedad en la primera jornada de Liga, o no posicionándose
correctamente ante un centro lateral como ocurrió en el gol de Osasuna en
Pamplona con toda la zaga barcelonista, y que @eldeu trata de explicar en su
cuenta de twitter.
Sin embargo, en el todo que supone un equipo de fútbol, la
línea de cuatro atrás es una parte, indisoluble del resto. El reto al que se
enfrenta un cuarteto de defensores, situados casi en el medio del campo, con
cuarenta metros a la espalda obligados a recorrerlos entre desorden y caos, es
mayúsculo e imposible en un estadio como el Bernabéu sin la ayuda del resto.
Durante la primera media hora del duelo de ayer, bien por pases intencionados,
bien por puros despejes, Adriano, Piqué, Mascherano y Alba fueron incapaces de contener
las acometidas del Real Madrid, que ni siquiera necesitó el habitual filtrado
de pases de medio tempo por Özil o Di María.
Quizá preocupado precisamente por el dañino contragolpe
madridista, Tito Vilanova pensó que adelantando de manera progresiva la posición
de Busquets podía aumentar la eficacia de la presión del equipo y limitar el rápido
entrejuego del rival. Pero la idea no sirvió ante el ataque directo y además
desfiguró el control de juego barcelonista. Durante muchos minutos de esa fase
inicial, Sergio pareció estar por delante de Xavi e Iniesta, quedando por
primera vez en tiempo el Barça falto de jugadores por delante del balón y sin
apenas incidencia de los dos bajitos en la presión ni en la contención.
Partido, fallando hasta los pases más sencillos, sin dominio de la situación y a
merced del error propio y del acierto ajeno. Ni siquiera el azar. 2-0, Higuaín
en bajos porcentajes y con 10, obligado Adriano a detener en falta a Cristiano
con un océano de metros libres a su alrededor.
Paradójicamente, la expulsión serenó al Barça. Con Montoya
en el lateral derecho y aprovechando el paso atrás del Madrid, satisfecho por
el rápido botín, creció a través del balón y la inferioridad numérica solo se
notó en ataque, no atrás. El gol de Messi anticipó lo que sería la segunda
parte: dominio prudente del Barça, Xavi acompañando a Busquets, exhausto y
despistado, sustituido de forma interesante por Song, que no rifó ni una sola
pelota, y esperando la oportunidad. El Madrid se olvidó del galope, fue timorato
con el balón y destemplado sin él, concediendo espacio en las bandas a
Pedro/Tello y Alba en las bandas, cerrándose por el centro sobre Messi e
Iniesta con más voluntad que organización colectiva. Tito prefirió al joven
extremo del filial antes que a Cesc o Villa, encontrando las ocasiones pero no
el gol. El déficit existe, pero más que conceptual o de caudal ofensivo, de la
malicia que a veces demanda la portería contraria. La (mala) calidad de los
remates, ya apreciada en Pamplona, no es una carencia técnica, sino del olvido
del gol como objetivo y no como consecuencia. Como hace Messi, en la correcta combinación
de los dos itinerario está el éxito.
Foto: Paul Hanna (Reuters)