martes, octubre 23, 2012

El Barça y los desequilibrios


Pep Guardiola siempre decía que, puestos a escoger, prefería como rival a un equipo encerrado atrás en su área que a otro más atrevido y presionando la propia salida del balón. En su época de jugador, Guardiola se hartó de jugar ese primer escenario, aglutinando balón en el círculo central y distribuyendo a izquierda y derecha, haciendo partícipes a los extremos que Cruyff situaba en la cal bien para tocar rápido y reiniciar, bien para cambiar el ritmo y barrer rivales mediante acciones de uno contra uno.

Laudrup era capaz de regatear en seco. Stoitchkov en velocidad. Ambos capaces de enviar pases en profundidad y de aprovechar las diagonales rudimentarias pero eficaces de aquellos interiores, Amor, Bakero. También de alimentar el apetito de gol y de pelota al pie de ese genio disfrazado de indolente impostor llamado Romario durante aquella febril temporada del 94. La banda era en definitiva, para Guardiola y para el equipo, un desahogo pero también un arma. Recurso y emblema.

Esta noche el Celtic de Glasgow, como estaba previsto, eligió la opción de repliegue intensivo. Se encontró un gol como (mínimo) cada equipo que últimamente se enfrenta al Barça, y se dedicó a defenderlo. Lógico. El equipo azulgrana sacó el manual del cajón y comenzó a leer, de memoria. Pero más que recitar, tartamudeaba. Sin Busquets, Song pasó absolutamente inadvertido. Atrás también, donde apenas restó. Todo para Xavi, como aquel Pep de los 90. Sin embargo, cada pelota que marchaba a la banda, regresaba igual o peor, nunca mejorada. Pedro es voluntarioso, inteligente y gran definidor. Pero le cuesta horrores eliminar rivales por si mismo. Lo mismo vale para Alexis, que hoy además pasó media hora como ariete y también decepcionó, en esa virtud apreciada por ejemplo en duras batallas con Pepe y Ramos. Engullido por los acontecimientos.

El equipo fue, una y otra vez, sin apenas lucidez. Solo empató al borde del descanso con una jugada culminada por Iniesta entre esos tres genios que iluminaron el estadio de Wembley en aquella noche de mayo de 2011, y únicamente ganó en el descuento cuando el Celtic ya defendía tan cerca de su portero que ni era necesario el linier.

La paciencia es imprescindible para ese decorado que indefectiblemente recuerda a la semifinal contra el Chelsea. El problema es que el Barça de Vilanova ahora mismo no disfruta del pegamento que le permitía atacar bien, recuperar rápido y mejor, para volver a atacar. Por eso se sufre, y por eso cualquiera llega a Valdés, más allá del drama asumido del juego aéreo y de la anécdota pasajera de los goles en contra. Las jugadas no se terminan bien, si no sería imposible ver a Adriano chutar y chutar. Messi retrocede su posición, tanto que en la primera parte por momentos tenía a Xavi e Iniesta por delante, y el área del Celtic era poco menos que un erial carente de pólvora azulgrana. La pelota llega a los extremos, muy adelantados, y la posición de remate está vacía. Y hoy no estaba Fábregas, por lo que no se le puede asignar su cuota de responsabilidad en la falta de ortodoxia.

La mezcla necesita picante. El ingrediente agresivo de la amenaza exterior. Que el lateral de turno sepa que no le bastará con guardar la posición y rápidamente apoyar al centro. El uno contra uno, el desborde. Cuanto más desaparece ese desequlibrio individual del fútbol moderno, más lo necesitará el Barça. Ahora mismo, en octubre, la maquinaria en piloto automático no es suficiente. Resultados justos ante rivales competitivos pero que en un cercano universo serían goleados sin piedad. No deben distraer, el juego es muy mejorable. La única certeza del partido fue Marc Bartra. El primer balón del partido que colgó el Celtic, lo tocó innecesariamente sin ningún rival cerca en vez de dejarlo pasar hacia Valdés. Iban veinte segundos de partido. A partir de ahí, impecable. Rápido y luciendo personalidad y anticipación. La fama que le precede era ruidosa pero en este caso muy merecida. El futuro es suyo.


Foto: Manu Fernández (AP)

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