La selección española aterrizó en el Mundial con las mismas intenciones que en los últimos grandes torneos, que por cierto, ganó. 4-2-3-1 flexible, posesión defensiva cuando fuera necesaria, movilidad, juego de cara, último pase. La presencia de
Costa en lugar de otro delantero o de
Fàbregas como mayor novedad. Mientras la propaganda se contentaba con hablar de oídas e identificar de forma automática cinco defensas con juego conservador,
van Gaal preparaba una encerrona táctica de nivel manual bélico.
No se trataba de disponer tres centrales bien cerquita del área propia y del portero, con laterales disimulando hacia la línea divisoria y retrocediendo raudos ante el mínimo indicio de riesgo. No. Van Gaal envió, atención, dos defensores del Feyenoord y uno del Aston Villa a reducir la capacidad y el tiempo de pensamiento a los centrocampistas españoles, empujándolos contra su propio terreno, desubicando además a Costa. Así,
De Jong y
De Guzmán más cerca de
Busquets, martirizándolo. Mientras,
van Persie y
Robben capaces de mantener ocupados a los cuatro defensas de España. El desequilibrio estaba listo, solo había que contar efectivos de un equipo y otro. No fueron once contra once.
Sin embargo,
Iniesta,
Silva y
Xavi, acostumbrados a vivir en espacios
microtemporales, fueron capaces de encontrar una vez más su lugar en el mundo y jugar de frente, con balón y con campo de visión, imaginándose el premio a las espaldas de la línea holandesa. Primero Xavi con Costa y luego Iniesta con Silva. Un penalty que no fue y una gran oportunidad del canario que se quedó en nada, aportaban un saldo de 1-0 cuando terminaba la primera parte. Países Bajos había arriesgado, apuesta valiente y heterodoxa, pero no había sido suficiente. ¿No?
Hablábamos de cinco defensas. Los laterales. Sobre todo
Blind, por la izquierda. Con la línea tan adelantada, les resultó mucho más fácil abarcar campo que si partieran desde su área. El juego líquido de los mediapuntas españoles no contempla perseguir defensas ajenos. Normalmente no es necesario. Pero Blind vivió libre y aprovechó su buena pierna izquierda. Desatendido por Silva, flotado por
Azpilicueta que dudaba entre ir sabiendo lo que dejaba o quedarse.
Piqué no esperaba el centro ni tiró la línea. Ramos no corrigió a tiempo, superado con claridad.
Casillas a media salida.1-1.
Los defectos defensivos del empate se repetirían durante toda la segunda parte. Absoluta descoordinación entre los centrales, como si fuera su primer partido juntos, lejos uno del otro, débil al afrontar los uno contra uno Piqué, deficiente en la lectura del juego cuando no es a balón parado Ramos. Pero la debacle tuvo más razones. Se pueden intentar buscar o se puede hablar de "cambio generacional" y así ahorrarse el resto y pasar a otra cosa.
Los cambios de
Del Bosque no sirvieron para mucho pero tampoco fueron culpables de lo que vino a continuación. El 1-3 es un minuto después y el cuarto solo tiene que ver con Casillas, no con el juego. Lo que sí tiene que ver es que España perdió ¡75 balones! en el partido, muchos de ellos en la peor fase de la segunda mitad. Precipitación. Alonso errático en el pase (once pérdidas), Busquets sin influencia. Los pases de
Sneijder y las carreras de Robben no tenían éxito por ausencia de mediocentros defensivos, sino por los numerables balones perdidos. Atacar mal, defender mal, ¿nos acordamos o ya no?
El resultado es preocupante, desde luego. Por el futuro en el torneo y ese triple empate en ciernes. Por la derrota táctica y el abuso del balón largo, como señaló después Del Bosque. Pero sobre todo por la percepción de fragilidad del equipo. Muy pocos jugadores confirmando sus capacidades y casi todos evidenciando sus flaquezas. ¿Todos están acabados? Robben jugó desatado como si llevara esperando este día durante cuatro años y se reivindicó imaginando que
Pete Townshend le cedía la guitarra en
My Generation. Morir antes que envejecer.
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